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CARLOS CUAUHTÉMOC SÁNCHEZ

Cuando sobreviene la adversidad, sólo nos queda una opción: luchar

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Edición ebook © Junio 2012

ISBN: 978-607-7627-42-5

Edición impresa - México

ISBN: 978-607-7627-20-3

Derechos reservados: D.R. © Carlos Cuauhtémoc Sánchez. México, 2010.

D.R. © Ediciones Selectas Diamante, S.A. de C.V. México, 2010.

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Introducción

· La verdadera enfermedad es creernos derrotados cuando aún tenemos fuerzas para luchar.

· Las pruebas nos dan carácter.

· La adversidad nos ayuda a madurar.

· Si somos personas de actitud positiva, la huella del dolor se traducirá en un alma más noble, humilde y sin aires de grandeza.

· Hay un propósito en todo lo que sucede.

Éstas fueron algunas de las muchas ideas que pasaron por mi entendimiento mientras peleaba a muerte contra el virus, un adversario invisible, insensible, cruel, traidor, capaz de acabar con mis proyectos de vida e infectar a otros para destruirlos.

De igual forma, me vi obligado a pensar en los virus sociales que las personas hemos creado; (crímenes, agresiones, engaños, estafas, mentiras, abusos, excesos, daños a la naturaleza…), que por su peligrosidad y difusión están acabando con la raza humana.

Nuestra mayor debilidad ante los virus de cualquier tipo es la confianza, creernos seguros, mientras ellos usan su arma principal: la sorpresa.

¿Cómo defendernos?, ¿con qué recursos pelear?, ¿cómo soportar un lecho de dolor?, ¿cómo hallarle sentido al llanto?, ¿cómo reconciliarnos con Dios cuando nada de lo que sucede parece tener sentido? Preguntas difíciles, ancestrales; tuve que tratar de contestarlas cuando me enfrenté con el virus

Ésta es una historia que me gustaría no haber tenido que escribir.

C.C.S.

1 Día del padre

Celebramos en un parque público con lagos artificiales; estamos preparando la comida cuando escuchamos el escalofriante estruendo de un accidente automovilístico a escasos metros de distancia; giramos la cabeza; hay gritos. Buena parte de la valla que limita el parque se ha caído; un hombre, tal vez borracho, se salió de la carretera y acaba de estrellarse con la enrejada de los jardines en donde muchas familias conmemoran el día del padre; por fortuna no hay chicos jugando cerca; corremos a ayudar al conductor; soy el primero en llegar, la escena resulta macabra, no permito que se aproximen mis familiares, pronto llega el auxilio médico. Vamos a otro paraje lejos de ahí, comemos en mesas improvisadas sin poder borrar de nuestro cerebro la impresión del accidente; ya entrada la tarde organizamos un partido de fútbol, participamos hombres, niños y mujeres; comienza a llover; algunos desertan del soccer y van a refugiarse; la
mayoría continuamos corriendo detrás de la pelota; la lluvia se vuelve chaparrón; niños y adultos empapados, llenos de adrenalina, disfrutamos el disparate de hacer lo que no debemos; el partido termina, pero la lluvia arrecia; seguimos correteando; cerca, hay un lago artificial de aguas turbias, poblado por decenas de patos que igualmente gozan del aguacero; nos metemos con ropa y zapatos para jugar guerritas de agua; estamos en plena diversión cuando llegan dos policías obesos, parecen muy enojados; me llaman; quieren hablar conmigo; tengo la cabeza llena de lodo y fango; mi primo Héctor se encargó de embadurnarme; salgo del agua sin quitarme los lirios que me cuelgan de las orejas, los niños se ríen; sé que los policías me regañarán por haber comandado la irrupción en el lago; me equivoco, quieren decirme otra cosa: el hombre que chocó con la valla del parque, falleció.

2 El difunto

Θ Nuestro jefe cree que el difunto estaba huyendo de alguien (me dicen los policías) usted lo vio cuando agonizaba; venimos a preguntarle si lo escuchó decir sus últimas palabras; no parece haber tenido motivos para salirse de la carretera. (La conversación me causa molestia). Θ ¡Es día del padre!, (contesto) estamos celebrando, déjenme en paz, ya me había olvidado de ese horrible incidente. Θ ¿Pero el hombre dijo algo? Θ No, no dijo nada. // Empapados, tiritando, familiares y amigos nos despedimos; conduzco el auto a casa sin poder quitar de mi cabeza la imagen del accidentado; se salió por el parabrisas, no llevaba puesto el cinturón; cuando le tomé la mano como para darle ánimos y preguntarle si estaba bien, tosió sangre; fue una de sus últimas convulsiones; tenía el rostro muy rojo y los globos oculares desorbitados; no todos los días se presencia de cerca la muerte de un hombre; me conozco; sé que la espantosa escena me acompañará durante días hasta que la redacte; sólo escribiendo los recuerdos desagradables puedo olvidarme de ellos: aprendí desde joven la “catarsis del escritor”; antes usaba papel y pluma, ahora, computadora. Esta vez, mi práctica no funciona, después de escribir, sigo pensando en el moribundo y soñando con él. Durante tres noches seguidas tengo pesadillas; la cuarta noche, antes de acostarme, siento un piquete en la faringe, como un alfilerazo o una descarga eléctrica; me llevo ambas manos al cuello y salto de la cama; alarmo a mi esposa: Θ ¿Qué pasa? Θ No sé; la garganta me quema. Θ Todos tenemos un poco de tos y gripe por habernos empapado el domingo pasado; descansa, te sentirás mejor. Θ Sí. // Hago el intento, no lo logro; el malestar sube de tono minuto a minuto; cada vez que intento deglutir saliva me contraigo de dolor; estoy en la frontera que divide el mundo rutinario del fantasmal; ignoro que pronto me convertiré en una zombi que se azotará contra las paredes.

3 Monólogo

Θ ¿Qué haces aquí?, ¿otra vez pasaste la noche escribiendo? Θ Sí mi amor, nunca me acosté. Θ ¿Y avanzaste mucho? Θ Bueno, escribí esta frase, la adversidad nos invita a renovarnos y a replantear objetivos, también pensé en el título del nuevo libro, se llamará Luz en la tormenta. Θ ¿Cómo?, ¿sólo escribiste eso?, te noto extraño, ¿por qué hablas como gangoso? Θ ¡Porque estoy grave!, necesito un médico. // Mi esposa me observa con sus libros de trabajo bajo el brazo, se le ha hecho tarde para ir a la universidad; me da un antibiótico de amplio espectro y promete que a medio día, si sigo sintiéndome mal, me acompañará al doctor; sale corriendo, la veo alejarse para atender sus propios asuntos. Hasta este momento ni siquiera sospecho lo que me sucederá; no logro olvidar las últimas sensaciones ligadas a la tragedia: el susto por un horrible ruido de fierros impactándose a corta distancia, el escalofrío por los arañazos de un hombre agonizante que me agarra del brazo con todas sus fuerzas y el tormento por los calambres ácidos en mi garganta. Quiero mantener una actitud positiva; uso mis mejores recursos; digo un monólogo en voz alta: Θ