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Malas amistades: infanticidios y relaciones ilícitas en la provincia de Antioquia. (Nueva Granada) 1765-1803

 

Resumen

¿Por qué alguien daría muerte a un recién nacido? ¿Qué pasaba si el ejecutor del crimen era la madre o el padre de la criatura? ¿Se denunciaban estas muertes o eran anónimas para los jueces y alcaldes? Estas fueron algunas preguntas iniciales que dieron lugar a una investigación sobre el lugar del infanticidio –comprendido como el acto de quitarle la vida a un niño pequeño– en la Provincia de Antioquia durante la segunda mitad del siglo XVIII y la primera década del siglo XIX. Los métodos encontrados a través de la lectura de los procesos criminales resultaron reveladores: muertes en extrañas circunstancias de salud, mujeres que enterraban o ahogaban a sus hijos, una esclava que prefirió ocultar su parto poniéndose una barriga de trapo, un esposo que operó a su esposa para extraerle a su hija y un hombre que enterró vivo a su supuesto hijo. Estos elementos permitieron componer un panorama en donde las relaciones ilícitas fueron el origen de embarazos devenidos en dichas muertes, narradas durante los juicios criminales en contra de los acusados, quienes a través de sus declaraciones inquietan al lector sobre aspectos particulares de la vida cotidiana en la provincia.

Palabras clave: Administración de justicia, Colombia, historia, Antioquia, provincia, siglos XVII-XVIII, infanticidio, delitos sexuales.

 

Bad Company: Illicit Relations and Infanticide in the Province of Antioquia. (Nueva Granada) 1765-1803

 

Abstract

Why would anyone kill a newborn baby? What would happen if the murderer was the mother or father? Were those who caused these deaths denounced or did they remain anonymous to judges and other officials? These were some of the initial questions that inspired research on the role of infanticide — understood as the act of taking the life of a young child— in the Province of Antioquia in the second half of the 18th and the first decade of the 19th century. The actions and methods discovered in reading trial transcripts in such cases were revealing: deaths associated with unusual health conditions; women who buried or suffocated their children; a slave who stuffed her clothing with rags to simulate continued pregnancy; a husband who operated on his wife to remove their unborn daughter; and a man who buried his presumed child alive. These are some of the cases that depict a social panorama in which illicit relations produced pregnancies that led to infant and child deaths, presented in the words spoken at criminal trials against accused men and women whose disturbing statements reveal surprising features of daily life in the province.

Keywords: Administration of justice, Colombia, history, Antioquia, 18th and 19th centuries, infanticide, sexual crimes.

 

Citación sugerida:

Buenaventura Gómez, Laura Alejandra. Malas amistades: infanticidios y relaciones ilícitas en la provincia de Antioquia. (Nueva Granada) 1765-1803. Bogotá: Editorial Universidad del Rosario, 2017.

DOI: doi.org/10.12804/op9789587388442

 

MALAS AMISTADES: INFANTICIDIOS Y RELACIONES ILÍCITAS EN LA PROVINCIA DE ANTIOQUIA

(Nueva Granada) 1765-1803

 

LAURA ALEJANDRA BUENAVENTURA GÓMEZ

 

Buenaventura Gómez, Laura Alejandra

Malas amistades: infanticidios y relaciones ilícitas en la Provincia de Antioquia. (Nueva Granada) 1765-1803 / Laura Alejandra Buenaventura Gómez. – Bogotá: Editorial Universidad del Rosario, 2017.

180 páginas – (Colección Opera Prima)

Incluye referencias bibliográficas.

 

Administración de justicia -- Colombia -- Antioquia (Provincia) -- Historia -- Siglos XVII-XVIII / Infanticidio -- Colombia -- Antioquia (Provincia) -- Historia -- Siglos XVII-XVIII / Delitos sexuales -- Colombia -- Antioquia (Provincia) -- Historia -- Siglos XVII-XVIII / I. Universidad del Rosario. Escuela de Ciencias Humanas / II. Título / III. Serie.

 

986.102 SCDD 20

 

Catalogación en la fuente – Universidad del Rosario. Biblioteca

 

JDA  Febrero 13 de 2017

 

Hecho el depósito legal que marca el Decreto 460 de 1995

 

 

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Colección Opera Prima

 

©  Editorial Universidad del Rosario

©  Universidad del Rosario,
Escuela de Ciencias Humanas

©  Laura Alejandra Buenaventura Gómez

 

 

Editorial Universidad del Rosario

Carrera 7 Nº 12B-41, oficina 501

Teléfono 297 02 00, ext. 3113

editorial.urosario.edu.co

 

Primera edición: Bogotá D.C., abril de 2017

 

ISBN: 978-958-738-842-8 (impreso)

ISBN: 978-958-738-843-5 (ePub)

ISBN: 978-958-738-844-2 (pdf)

DOI: doi.org/10.12804/op9789587388442

 

Coordinación editorial:

Editorial Universidad del Rosario

Corrección de estilo: Laura Rodríguez

Montaje de cubierta y diagramación:
Precolombi EU-David Reyes

Desarrollo epub: Lápiz Blanco S. A. S.

 

Hecho en Colombia
Made in Colombia

 

Los conceptos y opiniones de esta obra son de exclusiva responsabilidad de sus autores y no comprometen a la universidad ni sus políticas institucionales.

 

El contenido de este libro fue sometido al proceso de evaluación de pares, para garantizar los altos estándares académicos. Para conocer las políticas completas visitar: editorial.urosario.edu.co

 

Todos los derechos reservados. Esta obra no puede ser reproducida sin el permiso previo por escrito de la Editorial Universidad del Rosario.

 

 

 

Autora

 

Laura Alejandra Buenaventura Gómez

 

Historiadora de la Universidad del Rosario(2016). Formó parte del grupo de investigación Cuerpo, creencia y mundo criminal en la Nueva Granada, siglos XVII XVIII de la misma universidad. Integrante del proyecto audiovisual Charlas sobre la Historia, actualmente es asistente de investigación en la transcripción de documentos novohispanos (paleografía) y en el análisis de fuentes sobre las Exposiciones Universales del siglo XIX.

Agradecimientos

 

 

 

Hace seis años cuando comencé a estudiar Historia, en la primera clase el profesor (Felipe Prieto) dijo que la universidad servía para aprender a hacerse preguntas que quizás, nunca podrían responderse. Así que quiero agradecer a todas las personas que a lo largo de este tiempo han escuchado mis preguntas con paciencia, y que incluso han compartido sus preguntas conmigo, para sentir la emoción que implica pensar sobre el pasado. En primer lugar, a Adriana Alzate Echeverri por mostrarme que el mundo colonial merece ser explorado desde distintos planos, sin importar que parezca lejano y difícil al principio; a Juan Sebastián Ariza por su lectura crítica y por ser un ejemplo de disciplina en la labor del historiador. Agradezco inmensamente a Nathalia Guerra por escuchar cada idea con tanto cariño, a Pedro Velandia porque su rigor en el ejercicio del historiador es admirable, y a Ana María Rivera por sentarse a conversar conmigo y acompañarme en tantas tardes; gracias a ustedes por apoyar mis ideas intempestivas. A Daniela Fernanda Cruz por ayudarme con infinitos pensamientos desde la medicina para comprender lo que para mí era inexplicable, y a María José Gómez por recordarme la importancia de considerar el lugar de los sentimientos cuando se piensa en las personas del pasado.

A Laura y Felipe Cortés por estar desde siempre, por preguntar y por contagiarme de su capacidad de sorpresa. A mi hermano Felipe y a Santiago Cruz porque su curiosidad devino en muchas preguntas que me permitieron repensar lo que ya creía resuelto, a mi papá, Luis Fernando, y a mi abuela, Jennys, quienes todo el tiempo han estado presentes haciéndome sonreír cuando era necesario; a mi mamá y a toda mi familia por estar pendientes del desarrollo de esta tesis. Finalmente, agradezco con un cariño inmenso a Daniela Prada y a Yuly Ayure por compartir conmigo sus sentimientos y pensamientos.

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En el mapa aparecen señalados los lugares de la Provincia de Antioquia en los que ocurrieron los crímenes de infanticidio que comprenden esta investigación:

 

1. Ciudad de Antioquia (1765), sindicada María Meneses.

2. Ciudad de Antioquia (1787), sindicadas Celedonia Serna y Juana Antonia Serna.

3. Ciudad de Antioquia (1788), sindicada Cayetana Espinoza.

4. Ciudad de Antioquia (1791), sindicado Nicolás Errón.

5. San Andrés de Cuerquia (San Andrés de Cauca) (1794), sindicado Agustín Sánchez.

6. Yarumal (1799), sindicados Juan Félix Santana y Francisca Santana.

7. San Andrés de Cuerquia (San Andrés de Cauca) (1799), sindicada Juana González.

8. Santa Gertrudis de Envigado (1799), sindicado Luis García.

9. San Carlos de Cañas Gordas (1800), sindicada Magdalena Peña.

10. Sopetrán (1803), sindicada Gertrudis Guillén.

 

Fuente: Patiño Millán, Beatriz. Criminalidad, ley penal y estructura social en la provincia de Antioquia, 1750-1820, 2da ed. Bogotá: Editorial Universidad del Rosario, 2013, 384.

Introducción

 

 

 

Los hilos que componen la trama de esta investigación

podrían ser comparados con los que forman un tapiz*

 

* Carlo Ginzburg, Mitos, emblemas, indicios: Morfología e Historia (Barcelona: Gedisa, 1989), 157.

 

 

La primera vez que vi un documento del siglo XVIII sentí que no sabía leer. Escasamente podía distinguir algunas letras en medio de los arabescos, los nombres extraños, las firmas y los sellos que para mí estaban en otro idioma. Me sentí pasmada por el hecho de sentarme frente a una hoja que contenía la grafía de alguien de otro tiempo, alguien que a su vez había consignado lo que otro le había dicho. Deshilar cada una de esas palabras era escudriñar un fragmento del pasado para traerlo al presente.

Debía escoger desde dónde comenzar a explorar ese pasado. Seleccioné los juicios criminales, pues me permitirían tomar el papel de detective: tener una libreta para anotar las pistas, rastrear las respuestas de los sindicados y testigos —en este caso a través de las declaraciones—, llevar registros de lo que hacían los abogados y los fiscales, reconstruir las escenas del crimen y los métodos. Pero yo no estaba buscando al culpable: estaba detrás de lo que ese compendio de elementos pudieran revelarme acerca de la vida cotidiana y algunos comportamientos criminales en la provincia de Antioquia a finales del periodo colonial.

Germán Colmenares propuso que “lo que la sociedad repudiaba con más ahínco nos proporciona mejor su retrato que aquello que loaba o que establecía como un ideal de comportamiento social”1. Así, en el semillero de investigación dirigido por la profesora Adriana Alzate Echeverri sobre historia colonial y mundo criminal, surgió la idea de explorar los infanticidios para complementar el panorama social neogranadino que tratábamos de componer con otras investigaciones sobre locura, suicidio, ejercicio médico sin licencia y crímenes de envenenamiento. En las revisiones documentales que discutíamos durante las sesiones, el infanticidio apareció como un problema poco estudiado, tal vez por las escasas fuentes que había al respecto; así que comencé la búsqueda, segura de que este era un crimen excepcional, definido como “la muerte que la madre o algunos de sus próximos parientes dan al recién nacido, con el objeto de ocultar la deshonra, por no ser la criatura fruto legítimo”2. Decidir en los siglos XVIII y XIX si un homicidio constituía un infanticidio resultaba muy complejo por las dificultades al momento de recolectar las pruebas (pues los cuerpos eran desaparecidos o se encontraban en descomposición al momento de ser reconocidos), la evaluación del método con el que se había llevado a cabo el crimen, y por el tiempo transcurrido entre el nacimiento de la criatura y su muerte, lo cual marca la diferencia entre aborto, feticidio e infanticidio. Así, aborto constituye todo caso en que “el producto de la concepción sea expelido del útero antes de la época determinada por la naturaleza [...] es la expulsión provocada y premeditada del producto de la concepción antes del término natural de la preñez”, mientras que el feticidio representa “la destrucción voluntaria del feto desde el principio de su desarrollo, que es a los dos meses de concebido, hasta la época de su expulsión”3.

La cuestión del crimen excepcional está basada inicialmente en el comentario que hace Giovanni Levi sobre lo que Edoardo Grendi ha definido como excepcional normal, constituido por “los hechos mínimos y los casos individuales [que] pueden servir para revelar fenómenos más generales”4, comprendí entonces como casos excepcionales los que no correspondieron a la defensa del honor, a la desaparición del fruto de una relación ilícita, y que además no ocurrieron en circunstancias violentas, es decir, casos como los procesos en contra de María Meneses cuya nieta murió en extrañas circunstancias y el de Agustín Sánchez, quien intentó salvar la vida de su mujer mediante una operación en la cual le extrajo a la criatura del vientre.

La revisión bibliográfica para el caso de la Nueva Granada me permitió encontrar dos ejes principales sobre los cuales se habían investigado los procesos de infanticidio. El primero fue de casos en defensa del honor, como los describe Guiomar Dueñas , para quien este crimen constituía una alternativa de las “mujeres jóvenes, solteras y residentes en localidades rurales preferentemente”5 frente al aborto, pues los embarazos no deseados que devenían en “madresolterismo” (cuando la mujer embarazada no consolidaba una relación de convivencia con un hombre, fuera o no el padre de la criatura, pero aun así se hacía cargo de ella), implicaban sanciones sociales, aislamiento y pobreza. Jorge Mario Betancur y Gloria Nieto también apuntan, para el caso específico de la provincia de Antioquia, que el infanticidio era una forma de preservar el honor de la mujer, además de ser un hecho condenado ante la ley y ante Dios6. Natalia Gutiérrez abordó el problema para el siglo XIX en la misma provincia, explorando “las percepciones alusivas a la sexualidad femenina y su relación con los códigos sociales de honor asumidos en Antioquia”7 en los procesos por aborto e infanticidio juzgados a partir de la posición social y la “fama” de la mujer sindicada, señalando que a finales de este siglo existía una confusión al momento de diferenciar el aborto del infanticidio debido a los conocimientos ginecobstétricos existentes. Su análisis determinó que mientras el aborto era llevado a cabo en lo que ella denomina la “esfera pública” —pues contaba en algunas ocasiones con la orientación de la madre de la victimaria, de las comadronas, vecinas o yerbateras—, el infanticidio se cometía en la “esfera privada” —es decir, por parte solamente de la madre— y ocasionalmente después de intentos fallidos para abortar8.

El segundo eje fue el infanticidio como forma de resistencia a la esclavitud, ámbito explorado por la historiadora Irene Fattacciu, quien problematizó la apropiación y explotación del cuerpo esclavo femenino en América durante el siglo XIX, considerando el infanticidio como una forma de oposición a la opresión sexual, al cautiverio y a la servidumbre:

 

la negación de su propia sexualidad, el aborto y el infanticidio fueron todas las estrategias puestas en práctica por los afroamericanos como una forma de resistencia al sistema que había persistido en el tratamiento de sus cuerpos, y los cuerpos de sus hijos como mera propiedad9.

 

La antropóloga Jessica Spicker también compartió esta idea y propuso que a raíz de la disminución en la trata y adquisición de esclavos en la Nueva Granada durante 1750 y 1810, el embarazo de la mujer esclavizada adquirió un valor particular porque al transferir la condición de esclavitud al recién nacido, incrementaba el capital del amo y contribuía a solucionar la escasez de mano de obra esclava, en tanto “la mujer negra que fue forzada a tener relaciones con el amo procreó hijos que pertenecían a este [como esclavos, no como hijos], pues así lo estipulaba la legislación indiana”10.

La historiadora Renée Soulodre-La France examinó los roles de género femenino en los infanticidios en la Nueva Granada. Señaló, a partir del caso de la esclava Felipa y el infanticidio perpetrado por ella en contra de su hija Catarina de 5 años, que pese a la precariedad de la vida familiar de los negros esclavizados en el Tolima, las mujeres emprendían “acciones deliberadas y racionales que implicaban contradicciones dentro del sistema esclavista […] en donde la dominación y el sometimiento fueron aceptados como parte del orden natural”11. Por su parte, Marcela Echeverri propuso que el infanticidio puede ser considerado como un mecanismo empleado por los negros para visibilizarse como agentes políticos frente a las autoridades coloniales; aunque estos casos fueron aislados, dan cuenta de la “articulación entre la acción y argumentación judicial de los negros esclavos y la reacción esclavista al cambio legislativo”12. Finalmente, Martha Herrera presentó una serie de casos de infanticidios ocurridos en Barbacoas, provincia del Cauca, a finales del siglo XVIII, como una forma extrema de reacción que no considera conveniente clasificar como manifestación de rebeldía o resistencia esclava, pues fueron cometidos con desesperación y apuntaban a destruir al esclavo, no al sistema esclavista, por lo cual los definió como “una acción autodestructiva, [que] en su ejecución ataca al conjunto del tejido social”13.

Cuando emprendí mi labor, al sentarme con las fuentes noté que los procesos también tenían otras perspectivas de análisis, pues las mujeres no habían sido las únicas sindicadas de cometer este crimen, la defensa del honor no resultó ser el motivo principal para la ejecución del delito, y no todos los infanticidios sucedieron de forma violenta. Por eso el objetivo, al comenzar la investigación, fue analizar la relación entre honor, crimen y pecado (estos dos últimos aspectos aparecían sucintamente abordados en la bibliografía que revisé), en torno a los procesos judiciales por infanticidio. Considerar estos tres elementos para toda la Nueva Granada hubiera superado mi capacidad de investigación: si bien los casos no eran tantos14, algunos procesos eran demasiado extensos (doscientos folios, por ejemplo) y consideré que resultaba más provechoso limitar la muestra a una provincia para seguir de cerca elementos comunes en los procesos que me permitieran comprender aspectos de la vida cotidiana a través del crimen, explorar el funcionamiento del aparato judicial y las interacciones entre personas en un contexto más delimitado. Así que seleccioné dos casos del Archivo General de la Nación, y en el Archivo Histórico de Antioquia encontré ocho casos que habían sucedido entre la segunda mitad del siglo XVIII y la primera década del siglo XIX, por lo cual decidí continuar la investigación centrándome en la Provincia de Antioquia, entre 1765 y 1803.

 

1. Hechos e indicios en los procesos criminales por infanticidios

Los documentos a los cuales tiene acceso el historiador no son neutrales. En ellos están reflejados códigos culturales y relaciones de poder que enmarcan la producción de un relato15. De esta manera las narraciones que se presentan durante los procesos criminales están mediadas por estructuras jurídicas y las palabras de los sindicados y testigos están tamizadas por la acción del escribano. Sin embargo, la naturaleza de un juicio permite al historiador escuchar, en distintos tonos, las voces de los hombres y mujeres involucrados; en particular, le permite acercarse a una serie de interacciones durante el juicio, como las narraciones de los testigos, que dejan entrever aspectos de la vida cotidiana a través de sus respuestas. Para eso es necesario establecer algunas preguntas que esas voces puedan responder, dejar hablar a las fuentes, lo que no puede convertirse en la creencia de que “hablan por sí solas”16. Esto implica elaborar la fuente y establecer un diálogo que permita vislumbrar lo que está tras las voces. En este caso, teniendo en cuenta que la fuente principal serían los juicios criminales, opté por buscar una metodología que me permitiera leer entre líneas y a la vez señalar aspectos aparentemente secundarios, que con el curso de los procesos se volverían centrales. Mi idea inicial fue configurar una suerte de etnografía en el archivo, comprendida como la búsqueda de “hechos pequeños pero de contextura muy densa”17 y de “ciertos mínimos indicios [que] han sido asumidos una y otra vez como elementos reveladores de fenómenos más generales”18. El rastreo inicial de estos hechos e indicios lo hice a través de la transcripción completa de los procesos judiciales, para luego emprender una lectura etnográfica (para hacer una observación de las interacciones y los elementos que componen cada caso), pero ¿qué sucedía con las interacciones que quedaban fuera de mi transcripción? y ¿con los demás hechos que rodearon la ejecución de infanticidios pero que no quedaron registrados en los procesos judiciales?

Reconociendo las dificultades de este ejercicio, en tanto “el historiador trabaja sobre el hecho consumado o lo que efectivamente ocurrió y que por definición no es repetible”19, mientras que el sociólogo y el antropólogo pueden hacer varias observaciones del fenómeno “en vivo”, opté por buscar elementos repetitivos en los casos para tratar de componer el panorama de este crimen a partir de pequeñas piezas. Aproveché el valor casi etnográfico20 de los juicios criminales, visible en las preguntas del juez, orientadas a reconstruir lo más fielmente posible la escena del crimen, y a inquirir a través de los recorridos narrados por el sindicado, los momentos del día en donde se habría ejecutado el hecho; este valor también se hizo visible en las rondas de preguntas a los testigos donde se apuntaba a generar un compendio de antecedentes comportamentales del sindicado. Intenté generar una descripción densa de cada proceso, en la cual pude rastrear cómo los aspectos aparentemente pequeños y mínimos (como los guiños en Geertz y las formas de las orejas y las uñas en las que se fijaban Morelli y Sherlock Holmes, en lo descrito por Ginzburg) develaban condiciones particulares de cada infanticidio, que a la vez me permitieron comprender problemas más amplios como la construcción del honor, la reputación y la fama, y la relación con otros delitos como el incesto, el adulterio, el concubinato y el perjurio.

Estas descripciones también arrojaron algo particular: la transformación durante el desarrollo del proceso de las versiones iniciales de los reos, ya que, después de la intervención del abogado defensor, los intentos por explicar la muerte del recién nacido o del infante se presentaban como algo “accidental”. Un ejemplo de esto fue el caso de Juana González, mulata de 20 años (aproximadamente), sindicada en 1799 de ahogar a su hijo recién nacido en un río de la población de San Andrés de Cuerquia. Inicialmente, Juana refirió que la noche anterior al parto había sentido algunos dolores en la cadera y que después había dado a luz a una criatura sin movimiento, pero después de la intervención del abogado encargado de su defensa aseguró que días antes se había golpeado el vientre fuertemente con unos palos mientras ayudaba a sus padres en labores cotidianas21, hecho que tal vez habría influido en que su hijo naciera muerto. Otro recurso argumentativo que apareció en algunos casos fue señalar el acto infanticida como resultado de la influencia del diablo o enemigo malo. Así lo indicó la esclava Cayetana Espinoza (cuyo caso finalmente se juzgó por el delito de perjurio), quien en la segunda ronda de preguntas, posterior a la intervención del abogado encargado de su caso, admitió haber abandonado a su hijo como resultado de una “tentativa del enemigo malo en el acto del parto”22.

Gracias a las descripciones de los documentos, también encontré algunas características que hacían a los casos “particulares”, pues no respondían a los aspectos repetitivos en otros procesos, en tanto no estaban rodeados de aspectos violentos. Esto sucedió con el caso de Agustín Sánchez, de 31 años, de quien no se registra calidad 23 pero sí su estado civil, pues estaba casado, y además poseía algunas pertenencias y propiedades que le fueron embargadas durante el juicio. Sánchez fue sindicado en 1794 de abrir la barriga de su esposa, quien estaba embarazada y sentía que tenía el feto atorado a la altura de las costillas. Para intentar salvarle la vida, él le practicó una especie de cesárea en la que logró sacar el cuerpo de una niña, pero que le causó la muerte a su mujer24. Este ejemplo da un pequeño indicio sobre los diferentes aspectos que rodearon la ejecución de un infanticidio, que superaban mi creencia inicial de que solamente estaban relacionados con conductas criminales homicidas.

La aparición de este tipo de elementos, sumados a las expresiones y descripciones de los testigos y de las intervenciones de los jueces, abogados y fiscales, me posibilitaron la inmersión en algunos aspectos singulares de la vida cotidiana de la provincia como la forma en que se comprendía la enfermedad propia (cuando se confundía el embarazo con una enfermedad de barriga, por ejemplo) y la muerte de los recién nacidos. Con eso pude identificar indicios que apuntaron a un problema que antes no había considerado: el lugar de las emociones y sentimientos en los juicios. Señala Arlette Farge que “las emociones se ven y se dicen, se apoderan del cuerpo y alimentan el espíritu, indisociables de la identidad individual y colectiva de la época”25, así que la forma de expresar emociones también podía revelar aspectos del orden social colonial. Pero ¿cómo rastrearlas si las menciones que las personas hacían respecto a cómo se sentían eran demasiado tenues? Esta pregunta también señalaba que los objetivos iniciales de la investigación merecían ser replanteados, pues valía la pena preguntarse por uno de los aspectos básicos para comprender el panorama del infanticidio en la colonia: la naturaleza de los sentimientos maternales y paternales.

Aunque la búsqueda de fuentes me permitió seleccionar la Provincia de Antioquia, pues logré encontrar diez casos que se presentaron allí durante el periodo de 1865 a 1803 —con lo cual podía explorar lo sucedido en la provincia antes del proceso de independencia—, el estudio emprendido por Beatriz Patiño también me hizo reconsiderar la pertinencia de profundizar en el infanticidio. En la obra Criminalidad, ley penal y estructura social en la Provincia de Antioquia (1750-1820), Patiño “”26