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El cuidado de la tierra: mujer, ambiente y cambio climático

Resumen

En temas ambientales se ha reconocido abiertamente desde hace varias décadas que las mujeres juegan un rol determinante para el desarrollo sostenible y para el uso y aprovechamiento razonable de los recursos naturales con el fin de garantizarlos para las generaciones futuras.

Su ética del cuidado, su conciencia sobre la finitud de los recursos, su transmisión de conocimientos a sus hijos, la sensibilidad e instinto de conservación, entre otros, constituyen los aspectos fundamentales que caracterizan y diferencian el papel que desempeñan las mujeres en la protección de la naturaleza y en la construcción de un movimiento ambientalista global.

Los grandes retos ambientales del siglo XXI —como la contaminación de fuentes hídricas, la desertificación, la deforestación, el cambio climático y la pérdida de biodiversidad— exigen respuestas inmediatas por parte de los Estados, las empresas y las comunidades con un enfoque de género. En ese sentido, esta obra contribuye a este debate a través de tres ejes estructurales de la igualdad de género: el abordaje teórico-discursivo; el abordaje temático sobre los grandes debates actuales ambientales y la aproximación casuística a partir de experiencias reales en municipios de Colombia y de la reconstrucción de relatos de mujeres en la conservación del ambiente.

Palabras clave: Ecofeminismo, política ambiental en Colombia, mujeres en el desarrollo rural, protección del medio ambiente, conservación de la vida silvestre.

The Care of the Land: Women, Environment, and Climate Change

Abstract

It has been recognized for decades that women play a determining role in sustainable development and in the judicious use of natural resources in order to assure their continued existence for future generations.

Women’s caretaking ethic, their consciousness of the finite nature of resources, their transmission of knowledge to their children, their instinct for conservation and sensitivity to it, among other things, constitute the fundamental characteristics that differentiate women’s role in the protection of nature and the construction of a worldwide environmental movement.

The great environmental challenges of the 21st century, including the pollution of water resources, desertification, deforestation, climate change, and the loss diversity demand immediate responses with a gender focus from States, businesses, and communities. This work contributes to this debate through three approaches to gender equality: theoretical-discursive, its relation to today’s great environmental debates, and the casuistic approach through real experiences in the Colombian countryside and the reconstruction of women’s stories regarding environmental conservation.

Keywords: Ecofeminism, environmental policy in Colombia, women in rural development, environmental protection, wildlife preservation.

 

Citación sugerida:

Muñoz Ávila, L. M., & Güiza Suárez, L. (eds. acad). (2016). El cuidado de la tierra: mujer, ambiente y cambio climático. Bogotá: Editorial Universidad del Rosario.

DOI:  http://dx.doi.org/10.12804/tj9789587387964

 

 

 

 

El cuidado de la tierra:
mujer, ambiente
y cambio climático

Lina Marcela Muñoz Ávila

Leonardo Güiza Suárez

—Editores académicos—

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El cuidado de la tierra: mujer, ambiente y cambio climático / Lina Marcela Muñoz Ávila, Leonardo Güiza Suárez, editores académicos - Bogotá: Editorial Universidad del Rosario, 2016.

xvi, 200 páginas. - (Colección Textos de Jurisprudencia)

Incluye referencias bibliográficas.

ISBN: 978-958-738-795-7 (rústica)

ISBN: 978-958-738-796-4 (digital)

Ecofeminismo / Política ambiental - Colombia / Mujeres en el desarrollo rural - Colombia / Protección del medio ambiente - Colombia / Conservación de la vida silvestre / I. Muñoz Ávila, Lina Marcela / II. Güiza Suárez, Leonardo / III. Coral Díaz, Ana Milena / IV. Moreno Gallo, Sara Sofía / V. Correa, Lina / VI. Buitrago, Eider / VII. Londoño Toro, Beatriz / VIII. Lozano Amaya, María Alejandra / IX. Rodríguez Barajas, Cristhian David / X. Ríos Osorio, Blanca Oliva / XI. Senior Serrano, Sebastián / XII. Universidad del Rosario. Facultad de Jurisprudencia.

304.28   SCDD 20

Catalogación en la fuente — Universidad del Rosario. Biblioteca

JDA Septiembre 12 de 2016

Hecho el depósito legal que marca el Decreto 460 de 1995

 

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Colección Textos de Jurisprudencia

 

©  Editorial Universidad del Rosario

© Universidad del Rosario, Facultad de Jurisprudencia

© Varios autores

 

Editorial Universidad del Rosario

Carrera 7 Nº 12B-41, oficina 501 • Teléfono 297 02 00

http://editorial.urosario.edu.co

 

Primera edición: Bogotá D.C., diciembre de 2016

 

ISBN: 978-958-738-795-7 (rústica)

ISBN: 978-958-738-796-4 (digital)

DOI:  http://dx.doi.org/10.12804/tj9789587387964

 

Coordinación editorial: Editorial Universidad del Rosario

Corrección de estilo: María Mercedes Villamizar C.

Diseño de cubierta: Miguel Ramírez, Kilka DG.

Diagramación: Martha Echeverry

Desarrollo epub: Lapiz Blanco S.A.S.

 

Hecho en Colombia
M
ade in Colombia

Los conceptos y opiniones de esta obra son de exclusiva responsabilidad de sus autores y no comprometen a la universidad ni sus políticas institucionales.

Fecha de evaluación: 19 de abril de 2016

Fecha de aceptación: 02 de junio de 2016

Todos los derechos reservados. Esta obra no puede ser reproducida sin el permiso previo por escrito de la Editorial Universidad del Rosario.

 

Lina Marcela Muñoz Ávila

Doctora en Derecho de la Universidad del Rosario. Abogada y especialista en Derecho Constitucional. Investigadora en medio ambiente, minería y desarrollo sostenible del Grupo de Investigación en Derechos Humanos y Supervisora de la Clínica de Interés Público —GAP— de la Facultad de Jurisprudencia. Autora de varias publicaciones sobre derechos humanos, conflictos ambientales, participación ambiental, desarrollo y educación legal clínica.

 

Leonardo Güiza Suárez

Profesor de carrera académica de la Facultad de Jurisprudencia de la Universidad del Rosario. Abogado y Biólogo, LLM en Derecho Ambiental Industrial (Universidad de Poitiers) y LLM en Derechos Humanos (Universidad de Alcalá). Ha sido consultor en temas mineros de diferentes organizaciones internacionales (Sociedad Peruana de Derecho Ambiental, Alliance for Responsible Mining, Instituto de Altos Estudios Nacionales de Ecuador, USAID y Better Gold Iniciative) y de entidades estatales de carácter nacional (Defensoría del Pueblo, Contraloría General de la República, Corporación Autónoma Regional de Cundinamarca —CAR—, Corporación Autónoma Regional del Valle del Cauca —CVC—, Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible).

 

Edier Alexander Buitrago Hernández

Sociólogo de la Universidad Nacional de Colombia. Asistente de investigación del Grupo de Investigación en Derechos Humanos de la Universidad del Rosario. En la actualidad trabaja en la implementación del Observatorio Colombiano de Gobernanza del Agua en su primera fase. Sus áreas de interés son los conflictos socioambientales y la producción científica y académica.

 

Ana Milena Coral Díaz

Doctora en Derecho de la Universidad del Rosario. Magíster en Antropología y abogada especialista en Derechos Humanos y Derecho Internacional Humanitario. Ha sido profesora e investigadora de la Universidad del Rosario, particularmente ha abordado proyectos académicos que involucran la teoría feminista y el enfoque diferencial de género. Trabaja actualmente como consultora en temas de género y violencia contra las mujeres.

 

Lina Katerine Correa Muñoz

Socióloga de la Universidad Nacional de Colombia. Asistente de investigación en el Grupo de Investigación en Derechos Humanos de la Universidad del Rosario.

 

Beatriz Londoño Toro

Profesora titular de la Universidad del Rosario. Abogada de la Universidad Pontificia Bolivariana y doctora en Derecho de la Universidad Complutense de Madrid. Es directora del Grupo de Investigación en Derechos Humanos de la Universidad del Rosario.

 

María Alejandra Lozano Amaya

Estudiante de la Facultad de Jurisprudencia de la Universidad del Rosario en proceso de grado. Asistente de investigación Proyecto Mujer y Adaptación al Cambio Climático 2015 y Sistema de Información de seguimiento legislativo con enfoque de género.

 

Sara Sofía Moreno Gallo

Abogada y estudiante de la Especialización en Derecho Ambiental de la Universidad del Rosario. Joven investigadora e innovadora de Colciencias del Grupo de Investigación en Derechos Humanos de la Universidad del Rosario en el marco del Proyecto “Mujer y adaptación al cambio climático”.

 

Blanca Oliva Ríos Osorio

Socióloga de la Universidad San Buenaventura sede Medellín con especialización en Cultura Política y Pedagogía de los Derechos Humanos de la Universidad Autónoma Latinoamericana de Medellín. Magíster en Desarrollo Rural de la Pontificia Universidad Javeriana. Ha trabajado con las bases social y ambiental y actualmente pertenece a la Corporación Autónoma Regional de Cundinamarca —CAR—.

 

Cristhian Rodríguez Barajas

Abogado. Especialista en Derecho Ambiental.

 

Sebastián Senior Serrano

Abogado y estudiante de la Maestría en Derecho Administrativo de la Universidad del Rosario. Coordinador del Grupo de Acciones Públicas —GAP— de la misma Universidad.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Introducción general

Lina Muñoz Ávila y Leonardo Güiza Suárez

Empoderar a las mujeres y promover la igualdad de género es

 fundamental para acelerar el desarrollo sostenible. Poner fin

 a todas las formas de discriminación contra mujeres y niñas

 no es solo un derecho humano básico, sino que además tiene un

 efecto multiplicador en todas las demás áreas del desarrollo.

PNUD, Objetivo 5: Igualdad de género

Las mujeres representan casi la mitad de los seres humanos que habitan la Tierra. De acuerdo con cifras de la Organización de Naciones Unidas –ONU–, en el año 2013 se estimó que a nivel mundial la población de mujeres era de aproximadamente 3.514.500.000. El hecho de que las mujeres estén representadas en casi la mitad de la población del planeta debería conducir a afirmar que ellas asumen espacios de representación, participación y liderazgo en la misma medida en que lo hacen los hombres.

Sin embargo, las realidades nacionales muestran que, a pesar de los avances conquistados en la histórica lucha por la igualdad de género, aún se está bastante lejos de que esto sea así. ONU Mujeres, entidad de las Naciones Unidas para la igualdad de género y el empoderamiento de la mujer, señaló que:

Pese a esta situación, existe un consenso internacional sobre el hecho de que las mujeres son un actor fundamental para el desarrollo mundial, en particular en temas medio ambientales. Desde hace varias décadas se ha reconocido abiertamente que las mujeres y su ética del cuidado juegan un rol determinante para el desarrollo sostenible y para el uso y aprovechamiento razonable de los recursos naturales, con el fin de garantizarlos para las generaciones futuras.

Su perspectiva del cuidado, su conciencia sobre la finitud de los recursos, su transmisión de conocimientos a sus hijos, la sensibilidad e instinto de conservación, entre otros, constituyen los aspectos fundamentales que caracterizan y diferencian el papel que desempeñan las mujeres en la protección de la naturaleza y en la construcción de un movimiento ambientalista global.

Los grandes retos ambientales del siglo XXI, como la contaminación de fuentes hídricas, la desertificación, la deforestación, el cambio climático y la pérdida de biodiversidad exigen respuestas inmediatas por parte de los Estados, las empresas y las comunidades, con un enfoque de género. Es por tanto que este libro busca aportar a ese debate desde las acciones que se abordan a partir de la perspectiva de género a nivel nacional e internacional sobre el tema.

Este libro está compuesto por tres partes que a su vez acogen ocho capítulos. Cada uno de esos capítulos contiene una introducción, el desarrollo de los contenidos propuestos, unas conclusiones y una bibliografía específica.

La primera parte denominada “Perspectiva femenina para la gobernanza ambiental y el desarrollo sostenible” presenta, desde la mirada de las autoras, en primer lugar, un marco teórico y conceptual de la construcción de las relaciones entre las mujeres y el ambiente a través de las posturas del ecofeminismo. En segundo lugar, se presenta una aproximación particular sobre la experiencia colombiana en la incorporación del enfoque de género en la política ambiental del país.

En la segunda parte, denominada “Grandes debates actuales sobre mujeres y cambio climático”, a través de tres capítulos, los autores abordan diversas dimensiones discursivas del cambio climático desde la perspectiva de género de las mujeres rurales, campesinas y étnicas.

Finalmente, en la tercera parte titulada “Mujeres en acción: casos reales de conservación del ambiente”, se analiza el rol activo de la mujer en la protección de su territorio, en relación con el cuidado de la naturaleza y su liderazgo en determinados procesos comunitarios. Para ello, en los tres capítulos finales se seleccionaron tres experiencias nacionales, que se presentan desde el análisis del discurso de las mujeres líderes hasta la implementación de acciones ambientales concretas en sus municipios.

Con esta novedosa obra, en donde se hace un aporte desde una propuesta metodológica y conceptual nunca antes abordada en otros estudios sobre la materia, se busca profundizar en la relación de las mujeres con el ambiente a partir de un proceso de investigación serio y riguroso, realizado a través de tres ejes estructurales: la aproximación teórico-discursiva; el abordar los temas sobre los grandes debates actuales y la aproximación casuística a partir de experiencias reales en municipios de Colombia y el eje de la reconstrucción de relatos de mujeres en la conservación del ambiente.

Se espera que con los resultados de investigación presentados en esta obra colectiva se fortalezca el camino hacia una ruta más justa sobre el desarrollo sostenible, fundamentada en la igualdad, el empoderamiento, el respeto, la protección de los derechos de las mujeres y en el reconocimiento de su maravillosa labor en la protección del ambiente y en la generación de nuevas estrategias para la adaptación al cambio climático.

Referencia

ONU Mujeres. (2016). Hechos y cifras: liderazgo y participación política. Recuperado de: http://www.unwomen.org/es/what-we-do/leadership-and-political-participation/facts-and-figures#sthash.0NEOf2zF.dpuf

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Primera parte
Perspectiva femenina para la gobernanza ambiental
y el desarrollo sostenible

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Capítulo 1
Ecofeminismo: integrando saberes, explicando
la dominación

Ana Milena Coral Díaz*

*Doctora en Derecho de la Universidad del Rosario, magíster en Antropología y abogada especialista en Derechos Humanos y Derecho Internacional Humanitario. Ha sido profesora e investigadora de la Universidad del Rosario, particularmente ha abordado proyectos académicos que involucran la teoría feminista y el enfoque diferencial de género. Trabaja actualmente como consultora en temas de género y violencia contra las mujeres.

 

Introducción

Este artículo se construye en torno a dos premisas fundamentales del ecofeminismo: en primer lugar busca establecer el discurso crítico frente a la exclusión de las mujeres y de los saberes no especializados de la política ambiental mundial. En este sentido, intenta mostrar cómo existe una visión universal en el manejo de los recursos naturales regida por el patriarcado y una perspectiva para la cual tanto mujeres como naturaleza pertenecen a una esfera a dominar en la experiencia de la vida. En segundo lugar el artículo se enfoca en otro escenario importante en el cual se desarrolla la lógica ecofeminista, este escenario es la dominación como una herramienta de poder, de control y de abuso. Así, el ecofeminismo se plantea las razones por las cuales existe un vínculo entre la subordinación de las mujeres y la explotación indiscriminada de los recursos naturales que ha llevado a poner en riesgo la salud y la subsistencia de comunidades, de importantes recursos como el agua, los bosques, los animales y de la biodiversidad, los cultivos, los humedales, páramos etc.

El ecofeminismo pone en evidencia el individualismo, el capitalismo, el patriarcado, el racismo y la discriminación, así como el consumo excesivo y una lógica dominante y hegemónica para la cual prevalece el interés de grandes corporaciones y transnacionales por obtener y acumular ganancias a costa de recursos sensibles. En el primer apartado estableceré en qué consiste la exclusión de los saberes no especializados como una forma de control del paradigma científico en occidente y además abordaré, a través de la teoría ecofeminista, el tema de la opresión de la naturaleza y las mujeres como una expresión del patriarcado.

En segundo lugar, retomaré algunas explicaciones que las ecofeministas dan a la dominación, de dónde surge y porqué se ha establecido en relación con las mujeres y la naturaleza como un ser femenino. A partir de estos elementos construiré el apartado final, a modo de conclusión, sobre la propuesta de las mujeres para una perspectiva integral ecológica que contemple una mirada menos dominante y extractiva de la naturaleza.

Así, este artículo intenta exponer diferentes miradas y propuestas ecofeministas en torno a una visión universal que contemple la diversidad, el desarrollo sostenible y la inclusión de la perspectiva de las mujeres como una opción para lograr el equilibrio y la conservación.

1. El ecofeminismo como una postura crítica de los saberes especializados, la exclusión y el patriarcado

El ecofeminismo como movimiento social o postura teórica tiene un reconocimiento reciente y a la vez necesario. Tiene que ver con las mujeres y su vínculo con la naturaleza, con la ética de la conservación y con el flujo de la vida, en la que se enlazan las luchas feministas y ambientales (Shiva, 1991). Es una resistencia a la destrucción, que ha tomado fuerza en el último siglo, pero a la vez constituye una apuesta por la conservación. Surge en los años setenta junto a otros movimientos de mujeres de dos corrientes independientes: 1) la deep ecology1 y 2) el feminismo.2 El término ecofeminismo fue creado por la feminista francesa Françoise d’Eaubonne (Rojas Salazar, 2012) con el objetivo de enfatizar el potencial que tienen las mujeres para lograr una revolución ecológica (Warren, 2003, 22).

El ecofeminismo no solo aboga por la participación de las mujeres en las luchas ambientalistas sino que además reclama un espacio propio en la política que rige la naturaleza y el desarrollo sostenible en las sociedades modernas, por ende se entreteje con matices de poder, cultura y organización social (Leff, 2004). Así mismo, esta visión propia busca integrar el enfoque del ambiente sostenible y el cuidado sobre la naturaleza propio de las mujeres, comprendiendo que este ha sido ignorado por el patriarcado3 y por una visión masculina del mundo y de la forma de llevar a cabo el cuidado de la tierra. En este sentido, como señala Enrique Leff: “El Ecofeminismo siguiendo el feminismo radical, ve en las jerarquías sociales del patriarcado la causa principal de la destrucción ecológica y del dominio de la mujer. El patriarcado aparece como la forma social que organiza el pensamiento, la cultura y las relaciones de género” (Leff, 2004, p. 3).

No existe un único ecofeminismo,4 sin embargo varias corrientes ecofeministas reconocen la necesidad de dar notoriedad a los abusos existentes, tanto de la naturaleza como de las mujeres, mostrando así un vínculo existente entre la dominación de ambos (Warren, 2003). Algunas corrientes se inclinan por preocupaciones en torno a la salud, el desarrollo y la tecnología, el pacifismo, el trato a los animales, el activismo antinuclear y antimilitar (Warren, 2003). Igualmente, algunas pensadoras ecofeministas han buscado mostrar el poco reconocimiento de los saberes de las mujeres y de paso el de comunidades rurales o tribales en torno a la conservación y la preservación de la biodiversidad.5

Entonces se hace visible la necesidad de notoriedad en la política de una postura desde la experiencia femenina en relación con la naturaleza y se construye con base en saberes propios, experiencias y conocimientos ancestrales de las mujeres en su rol de cuidadoras, agricultoras, conocedoras de los ciclos de la naturaleza y las semillas, saberes que han sido marginados y muchas veces excluidos en su totalidad por la cultura occidental hegemónica que privilegia los conocimientos científicos.

Al respecto Vandana Shiva (Shiva & Mies, 1997) ha señalado que estos conocimientos tradicionales se han visto apartados debido al papel que la ciencia moderna juega actualmente, como un paradigma reduccionista y mecánico del hombre occidental. A partir de la creación del paradigma científico se ha proyectado universalmente la subyugación de la naturaleza y las mujeres, ligada a un saber: el del “especialista” y el que no lo es. De este modo la ciencia ha creado una barrera que excluye los saberes “no especialistas”, posicionándolos en la esfera de lo no científico en un sistema jerárquico y excluyente.

La consideración del conocimiento no especializado, bajo este paradigma, tiene una sospecha de duda y de poca confiabilidad, pues no ha pasado por los estándares de la ciencia —como método científico— que evalúa su pertenencia. En este sentido afirma Shiva: “Esta dominación es inherentemente violenta, en el sentido de violación de la integridad. La ciencia reduccionista es una fuente de violencia contra la naturaleza y contra las mujeres en la medida en que las subyuga y las despoja de su plena productividad, capacidad y potencial” (Shiva & Mies, 1997, p.42).

Esta situación puede verse reflejada, por ejemplo, en torno al manejo de la reproducción y el parto, los cuales han sido medicalizados y apropiados por la ciencia, despojando a mujeres parteras de su rol tradicional y a las mujeres del proceso natural de dar a luz. En este sentido, el cuerpo femenino pasó a ser mecanizado y fragmentado, y sus partes pasaron a “ser gestionadas por expertos profesionales” (Shiva & Mies, 1997, p. 45).6

Para la ciencia, y según este paradigma uniforme que emerge del patriarcado y una visión masculina del mundo, los cuerpos de las mujeres así como las semillas que provienen de la tierra son elementos pasivos a los cuales el experto añade valor, por ende “la naturaleza, las mujeres y los pueblos no blancos aportan solo la materia prima en bruto (Shiva & Mies, 1997 pp. 43, 44). Lo mismo ocurre con los saberes de las mujeres y ciertas comunidades no occidentales respecto del cuidado de la tierra. Se podría decir que al jerarquizar el mundo de la naturaleza y a las mujeres con todos sus saberes y su manera particular de relacionarse con la vida, de modo que se vuelvan invisibles y poco prácticos para el manejo de la política ambiental, se crea una fisura en las sociedades actuales en las que es necesario contar con visiones más integrales, que provengan de todos los sujetos involucrados, ya que las comunidades sufren los efectos nocivos de la contaminación y el manejo inadecuado de los recursos naturales.

El patriarcado como sistema de opresión y un capitalismo desmedido,7 de la mano del paradigma científico y la tecnificación excesiva del campo han propiciado condiciones de desigualdad que han acelerado la exclusión de saberes y visiones de conservación, puesto que han visto a las tecnologías que se basan en la diversidad propias de sociedades tribales o campesinas como atrasadas y primitivas (Shiva, 1995, p. 15). El ecofeminismo se ha planteado estas cuestiones intentando ser propositivo en la tarea de cuestionar las bases de la dominación, pero también permitiendo que se visibilicen las propuestas de las mujeres desde distintos contextos y culturas del mundo.

Los sistemas agrícolas no tecnificados desde siempre han permitido a las comunidades trabajar en asociación con otras especies para mantener de forma sostenible los procesos ecológicos y del mismo modo satisfacer las necesidades humanas (Shiva, 1995). “La agricultura basada en la diversidad es descentralizada, estable ecológicamente y productiva desde el punto de vista económico” (Shiva, 1995, p. 16). Sin embargo, en razón de la eficiencia y de la extracción indiscriminada de recursos de la tierra, la perspectiva de las comunidades ancestrales y de las mujeres en particular en relación con la naturaleza ha sido totalmente marginada. Es así como se ha implementado el uso de monocultivos,8 que perjudican las capas forestales y provocan erosión, impactando gravemente el ambiente y las tierras fértiles. Al respecto Vandana Shiva señala:

Las corporaciones transnacionales (CTN), los sistemas de investigación internacional y los organismos multilaterales —en gran medida dirigidos y controlados por hombres blancos— encuentran en los monocultivos una herramienta esencial para el control y la acumulación de capital. Las mujeres, campesinos y comunidades forestales del Tercer Mundo encuentran en la diversidad una fuente de abundancia y libertad. (Shiva, 1995 p.16)

Es así como Shiva ha planteado que los conocimientos de las mujeres son relevantes y precisos para garantizar la diversidad. Por ejemplo, las mujeres en su papel de agricultoras han sido ignoradas en su contribución respecto de la sostenibilidad, la conservación de la biodiversidad y los ciclos de la tierra. De este modo los economistas han considerado que su papel no es relevante, dado que existe históricamente la tendencia a no valorar o no entender el rol de las mujeres y su aporte en términos de trabajo en definiciones que no involucren la empresa, la industria o los ámbitos tradicionalmente considerados como profesionales —o laborales—. Es así como se ha ignorado la inmensa contribución que las mujeres realizan dentro del hogar respecto del cuidado de otros, ya que se sale de los márgenes en que se define el ámbito laboral.

Las mujeres en el campo han articulado una serie de conocimientos en torno a la preparación de abonos y semillas, los ciclos geostacionales, los climas y necesidades de las plantas para germinar y crecer, los procedimientos para enriquecer los suelos. Se requiere además de un gran conocimiento sobre cómo los sembrados pueden verse afectados, qué tipo de depredadores y enfermedades pueden amenazar a los cultivos, entre otros (Shiva, 1998). En distintas zonas rurales donde las mujeres desarrollan una relación especial con los cultivos, el agua y los animales, donde no todo ha sido tecnificado por la ciencia, es donde ellas han podido adquirir este conocimiento ancestral, sin embargo, “la invisibilidad del trabajo y los conocimientos de las mujeres tiene su origen en un sesgo de género que impide una evaluación realista de sus aportaciones. También tiene su origen en el enfoque sectorial, fragmentado y reduccionista del desarrollo que trata los bosques, el ganado y los cultivos como parcelas independientes entre sí” (Shiva, 1998, p.18).

Un manejo de la tierra y los cultivos que contemple los saberes de las mujeres como agricultoras, probablemente, impediría que, al tecnificarse todo el sistema de producción de alimentos, se establecieran los monocultivos (Shiva, 1998) y el uso de semillas transgénicas para la siembra y la cosecha. Pues es precisamente a través de la diversidad y el respeto de los ciclos de la tierra como fueron construidos los saberes de las mujeres, en torno a un ritmo natural que no fuerza ni destruye lo que ha sido establecido y dado por la naturaleza.

Sin embargo, el saber científico ha trivializado el conocimiento femenino respecto de los recursos de la tierra, representándolo como un conocimiento arcaico y anterior al desarrollo prometedor de la ciencia que ha revolucionado la manera como se obtienen alimentos del campo o cómo se extraen recursos de la tierra. Asegurando así que las cosechas tengan un tiempo de recolección muy inferior y que los animales sacrificados para el consumo humano tengan un ciclo de vida de la mitad de su desarrollo natural debido al uso de hormonas que hacen que crezcan y engorden aceleradamente. Esto, sumado a una excesiva tecnificación del campo y una centralización de la vida en las ciudades, ha causado que esos saberes sean cada vez más despreciados por la modernidad.

Es así como las semillas producidas por los campesinos se han devaluado, gracias al proceso de patentes, sobre las semillas que han realizado grandes corporaciones, especialmente norteamericanas. Así, las variedades indígenas y aquellas que son producidas y utilizadas por las comunidades campesinas han sido llamadas “cultivares primitivos”, mientras que aquellas variedades que han sido producidas en centros de investigación o en corporaciones de semillas trasnacionales son consideradas “de avanzada” o “élites” (Shiva, 1995). Esto ha conllevado a una situación de empobrecimiento y desventaja para comunidades del tercer mundo, pues una protección internacional de las patentes ha generado cierta propiedad sobre la variedad genética de la humanidad y sobre sus recursos. De este modo, la ingeniería genética apropia recursos de la naturaleza y los manipula de tal forma que los hace ver como de su propiedad y, lo que es peor, como una invención suya. Esto genera que todo un sistema de leyes que protege las patentes beneficie a un sector de la economía que genera prácticas de comercio injustas en relación con comunidades desprovistas del uso de estas patentes para la producción agrícola (Shiva, 1995).

Una iniciativa ecofeminista tiene en cuenta, particularmente, la necesidad de entender la explotación de la tierra, la vulnerabilidad y exclusión de los saberes ancestrales y de ciertos grupos humanos que sufren con mayor severidad la escasez, la erosión, la polución y la toxicidad. Así, el ecofeminismo constituye una expansión del conocimiento sobre los saberes inadvertidos y además:

Una postura política crítica, que tiene que ver con la lucha antirracista, antisexista y antielitista. Las mujeres, los niños las poblaciones de origen africano e indígena son las primeras víctimas y, por lo tanto, los primeros en ser excluidos de los bienes producidos por la tierra. Son ellos también los que ocupan los lugares más amenazados del ecosistema. Son ellos quienes viven más fuertemente en el cuerpo el peligro de muerte que el desequilibrio ecológico les impone. (Gebara, 2000, p. 25)

Desde esta perspectiva, cabe preguntarse si una visión unidimensional del mundo es realmente provechosa para todas las comunidades humanas. Un buen ejemplo de esta situación es la lucha que las comunidades indígenas han tenido que llevar a cabo ante la inminente pérdida de su territorio, debido al interés de las industrias extractivas de petróleo que no contemplan el valor de la identidad cultural en relación con la tierra.9 Más allá de ser una simple extracción de recursos naturales, este tipo de despojo revela el poco interés que existe en ver con los ojos del otro la conservación de la naturaleza e imponer un interés propio en aras del desarrollo que prometen las grandes transnacionales. De este modo, el ecofeminismo ha evaluado la complejidad y la necesidad de incentivar propuestas que contemplen la totalidad de la experiencia humana en relación con la escasez y la necesidad de supervivencia de ciertas comunidades que no se rigen por patrones de consumo o que no ven la naturaleza como el “otro a dominar”.

Construir una visión integral que tenga en cuenta la perspectiva de las mujeres y a todas las comunidades involucradas en el manejo de los recursos naturales y el daño ambiental implica que todos los argumentos en torno a la dominación de la naturaleza pierdan fuerza, especialmente aquellos ligados al paradigma científico. El ideal de vida de una sociedad no debería ser impuesto a las demás, especialmente cuando pone en peligro su subsistencia.

1.1 Entendiendo el vínculo entre la opresión de las mujeres y la extracción indiscriminada de los recursos naturales

Uno de los elementos más relevantes en la agenda ecofeminista es el compromiso con la trasformación social. El método que las autoras ecofeministas han escogido para realizar tal tarea se encuentra en la premisa de que uno no puede cambiar lo que no puede entender (Kheel, 1993). Es por esto que es necesario comprender el patriarcado y cuál es el vínculo entre la dominación de las mujeres y de la naturaleza.

La degradación medioambiental es una cuestión feminista porque ayuda a comprender la opresión de la mujer con base en argumentos esencialistas, que evidencian a las mujeres y a la naturaleza como elementos inferiores en la organización del patriarcado.10 En este sentido se extiende conceptualmente una relación de dominación y de subordinación y también de explotación (Warren, 2003).

Los argumentos esencialistas parten de una visión dualista del mundo para la cual existen dos esferas jerárquicamente organizadas. Una de ellas ubicada de manera privilegiada, a la cual pertenecen entre otros, el dominio de la razón, el paradigma científico y el hombre. Por otra parte se encuentra una esfera subordinada, que pertenece al mundo de la naturaleza, los saberes alternativos al paradigma científico que constituyen básicamente los saberes ancestrales y las mujeres. De acuerdo con esta versión dicotómica de la realidad, la naturaleza así como las mujeres son elementos de dominación.11 Este dualismo básicamente ha servido de fundamento al patriarcado, que puede resumirse como un sistema de privilegios.

Vandana Shiva (1995) al respecto plantea que históricamente existe una interrelación entre la explotación, opresión y violencia contra las mujeres y la explotación contra la naturaleza (Santana Cova, 2000), dado que ambas se han estructurado sobre la ideología patriarcal. Además, desde la crítica ecofeminista es posible también evidenciar al capitalismo como uno de los elementos que ha favorecido tal opresión. En el caso de las mujeres, en cuanto han sido excluidas tradicionalmente del trabajo en condiciones de igualdad y de acceso a recursos,12 y también en cuanto han visto limitada su participación en escenarios de toma de decisiones en el ámbito público. Respecto del ambiente, en tanto los medios de producción y las actuales políticas de desarrollo, de la mano de los paradigmas tecno-científicos, han erosionado la tierra, polucionado el aire y arrasado con grandes extensiones de selva, en búsqueda de maximizar ganancias y promover una cultura del consumo en países donde la calidad de vida y el acceso a bienes de lujo es una prioridad a costa de países del tercer mundo. De este “modo la naturaleza se convierte en un otro externo, simplemente la fuente a dominar” (Jagentonwicz, 2003). Al respecto Maria Mies señala:

Prácticamente todas las estrategias de desarrollo están basadas en el supuesto explícito de que el modelo de la buena vida es el que predomina en las sociedades opulentas del norte: Estados Unidos, Europa y Japón. A la pregunta de cómo pueden llegar a alcanzar esta “buena vida” los habitantes pobres del norte, los de los países del sur y los campesinos y las mujeres de todo el mundo, suele responderse apelando a lo que desde Rostow puede designarse como la vía de la recuperación del retraso en el desarrollo. Esto significa que si se sigue el mismo camino de la industrialización, progreso tecnológico y acumulación de capital que siguieron Europa, Estados Unidos y Japón, podrá alcanzarse la misma meta. Esos Países y clases dominantes, el sexo dominante -los hombres-, los centros y estilos de vida urbanos dominantes, aparecen así como la utopía cumplida del liberalismo, una utopía que al parecer tienen que alcanzar los que se han quedado rezagados. (Shiva & Mies, 1997, p. 87)

El paradigma de dominación de las mujeres y la naturaleza se convierte en una herramienta reduccionista y uniforme que sirve a los intereses de una perspectiva del mundo: la del hombre blanco occidental. Así también, sirve a una determinada estructura social y política para la cual, otros conocimientos o cosmovisiones son poco útiles (Shiva & Mies, 1997). Precisamente sectores empresariales y gremios económicos que trabajan bajo esta perspectiva, se encuentran preocupados únicamente por “su propia eficiencia y beneficios” (Shiva & Mies, 1997, p. 42), lo que implica generalmente la maximización de las ganancias desde una configuración individualista, aunque ello implique grandes costos para las comunidades del tercer mundo y la ecología.

2. En la búsqueda del origen de la dominación

Varias autoras ecofeministas han buscado explicar la razón por la cual la dominación se presenta en relación con las mujeres y la naturaleza. Todas comparten la idea de que la jerarquía y la explotación que ha acompañado a las mujeres tiene la misma causa y por tanto el mismo vínculo que precede al daño medioambiental. En este sentido no es casual dicha asociación. La explicación tiene su origen en el patriarcado, pero visto en relación con conceptos religiosos o filosóficos que le anteceden y justifican, también tiene relación con el miedo a la muerte o la vulnerabilidad de los humanos, así como con metáforas relacionadas con el caos y el desorden respecto de la naturaleza y con la inminente necesidad de controlarlos en la sociedad industrializada. También tiene que ver con la idea de que lo masculino no se encuentra relacionado con la naturaleza, como si ocurre con lo femenino. A continuación, presentaré algunos de estos argumentos que han expuesto varias autoras ecofeministas con el objetivo de visibilizar el origen de la cultura androcéntrica.

El ecofeminismo ha estado relacionado con sistemas de pensamiento religioso y filosófico. Autoras como Anne Primavesi (1991), Carol Christ (1998), Caroline Merchant (1990), Mary Daly (1978) y Charlene Spretnak (1997) examinaron los contextos culturales de Mesopotamia, Grecia, el judaísmo, cristianismo e islamismo para señalar que las culturas patriarcales se encuentran ancladas a símbolos culturales que se hallan en libros religiosos como el Génesis en el cual son demonizadas las mujeres y los animales, creando una especie de opresión sobre las mujeres y la naturaleza, que sirven de fundamento para las religiones (Taylor, 2005, p. 534). Estas investigaciones apuntan a desestructurar los modelos de pensamiento fuertemente vinculadas a tradiciones religiosas, lo que se conoce como ecofeminismo teológico. Autoras como Rosemary Radford Ruether (2012) e Ivonne Gebara (1995) han planteado también la búsqueda de la dominación en este sentido.

Radford Ruether (2012) señala que el patriarcado, como sistema de dominación, es estructurado socialmente y para ello se utilizan herramientas que permiten justificarlo y reforzarlo. Para ello se establece una perspectiva sobre “la naturaleza de las cosas” y la “voluntad de Dios o de los dioses”. De acuerdo con el Génesis, el creador, quien representa a un Dios patriarcal, crea el cosmos de una materia caótica original en el transcurso de seis días. El día séptimo el creador descansa. Durante la creación Dios crea al hombre —Adán— y a la mujer —Eva—, y esta última es creada a partir de una costilla del primero (Radford Ruether, 2012).

En este relato, el ser humano no es creado como un esclavo sino como un sirviente leal o administrador de la tierra, que representa la imagen de Dios. Esto en principio no implicaría una jerarquización entre seres humanos, sin embargo, para la tradición cristiana y para otras tradiciones religiosas y otros sistemas de pensamiento que realizan una lectura de dicho texto Adán personifica al ser humano “genérico”, quien a su vez es el representante de los humanos y el patriarca dominante en el mundo. Esto implica que el hombre es el ser humano normativo y la mujer un derivado auxiliar (Trible, 1973). De este modo empieza a explicarse la relación jerárquica que se estructura a partir de estos libros religiosos.

Agustín, —en De Trinitate— de la tradición cristiana, en los siglos IV y V explica en sus comentarios sobre el Génesis que la mujer fue creada en su naturaleza femenina para ser subordinada del hombre en los roles sociales como mujer y madre. Para Agustín la feminidad en si misma representa una naturaleza corporal inferior, mientras que el hombre representa el intelecto, que a su vez está desinado a gobernar su propio cuerpo y el de la mujer. Además, de acuerdo con Agustín, a través de la aceptación voluntaria de su destino como inferior al hombre, la mujer se convierte en un ser obediente de Dios y es entonces posible que se haga acreedora del cielo (Agustín como se citó en Radford Ruether, 2012).

Estas ideas patriarcales que influyeron en el pensamiento hebreo y griego. Además, fueron realmente importantes para la cosmología cristiana, la antropología y la cristología en tiempos modernos, siendo incluso retomadas y adaptadas por los reformadores, Lutero y Calvino (Radford Ruether, 2012).

Ivonne Gebara (1995), ecofeminista teológica brasilera, ha realizado una lectura sobre cómo ha sido establecida la dominación y la explotación sobre la tierra y sus recursos. De acuerdo con la autora, “el mal” como tragedia y finitud ha estado siempre con todos los seres de la Tierra y siempre será así. El pecado original no se encuentra en la desobediencia sino en el deseo de escapar de la mortalidad, la finitud y la vulnerabilidad. El deseo de no ser vulnerable a la muerte ha llevado a cientos de hombres poderosos a monopolizar el poder sobre otros humanos, la tierra y los animales. De este modo el poder y la dominación sobre otros seres permitió a estos hombres sentirse superiores a la muerte y saberse invulnerables a diferencia de los demás seres de este mundo. Esto a la postre llevó a que se amasaran grandes fortunas y se crearan poderosos imperios de riqueza, llevó al abuso y al poder. Las mujeres se convirtieron en destinatarias especiales de estos sistemas de abuso, pues ellas representaban precisamente el origen de la mortalidad y la vulnerabilidad, al encarnar las limitaciones, el dolor y la finitud de todas las criaturas de la Tierra (Gebara como se citó en Radford Ruether, 2012).

Así mismo, la feminización de la tierra como “madre tierra” ha sido otro de los elementos que ha ayudado a materializar y reforzar la dominación y el vínculo entre mujeres y naturaleza. Al respecto Caroline Merchant (1990) señala que la tierra fue identificada con una madre que ofrece alimento y solventa las necesidades de la humanidad, a la vez que como un ser de naturaleza femenina que se encuentra en un estado salvaje e incontrolable, que propicia tormentas, sequias y que de vez en cuando trae caos y desorden. Estas dos ideas llevaron a instituir el control y a arraigar en el mundo moderno el establecimiento de jerarquías. La metáfora de la tierra como madre según Merchant ha ido perdiendo fuerza en la medida en que la revolución científica se ha apropiado de la tarea de ofrecer respuesta a las necesidades humanas, a la vez que ha racionalizado y mecanizado la cosmovisión del mundo. Por otro lado, la naturaleza como un estado de desorden y caos ha sido la responsable de proveer el terreno para las ideas y paradigmas sobre la necesidad de controlar la naturaleza a toda costa, con todo tipo de intervenciones de “la mano del hombre”.

Estas imágenes también sirvieron para el desarrollo de la industrialización y la comercialización. Dado que fue a partir de esta idea del control de lo que “necesitaba ser controlado” que aparecieron actividades como la minería, la deforestación y el drenaje de aguas. Estas actividades, que llegarían a establecerse a través de varios siglos de racionalización e intervención, han ido acompañadas por un deterioro gradual de la tierra.

Susan Griffin, en su libro Mujer y Naturaleza (2000),13 ha señalado que históricamente el hombre se ha considerado así mismo como fuera de la naturaleza, mientras que las mujeres son inferiores por ser cercanas a esta:

Él dice que las mujeres hablan con la naturaleza. Que ella escucha voces que vienen de debajo de la tierra. Que el viento roza sus orejas y los árboles le susurran. Que la muerte canta a través de sus labios y que el llanto de los infantes es claro para ella. Él dice que no es parte de este mundo, que fue traído aquí como un extraño. Él se considera a sí mismo como ajeno a la naturaleza y a las mujeres”.14 (Griffin, 2000, p. Prefacio)

Precisamente para Griffin esta concepción masculina de un ser extraño a la naturaleza es lo que ha hecho al hombre percibirse a sí mismo como jerárquicamente superior. Esta supremacía que refleja el patriarcado además se entrelaza con otros factores de subordinación. En este sentido, Alice Walker (1986, 1992ª, 1992b), ecofeminista afroamericana, ha señalado que existe una relación triangular entre género, raza y naturaleza. Para Walker la degradación de la tierra es una muestra de la dominación y el abuso que sufren las mujeres y las minorías raciales como los afroamericanos (Walker como se citó en Smith, 1999). De este modo, la dominación se expresa respecto no solo de las mujeres, sino también de otros grupos humanos que no pertenecen a la categoría “hombre blanco occidental”. Lo diverso se hace inferior, y es marginado por no hacer parte de esta lógica de poder y jerarquización de la experiencia humana. Precisamente Walker considera la expansión del hombre blanco occidental como una situación que afecta a la naturaleza y a la humanidad al mismo tiempo (Walker, 1986).

3. A manera de conclusión: hacia una perspectiva más integral del cuidado de la tierra

He señalado cómo el ecofeminismo busca establecer un vínculo entre la dominación de las mujeres y la naturaleza ligado al patriarcado y a una visión masculina del mundo. Así mismo, cómo busca ser propositivo para lograr la trasformación social en torno a una perspectiva del mundo que contemple la experiencia y los saberes de las mujeres en torno al cuidado de la tierra.

El enfoque que prevalece y que domina actualmente es aquel que ha impactado enormemente el manejo de los recursos naturales y que ha propiciado igualmente su deterioro, a través de un consumo desmedido en una cultura capitalista y una visión patriarcal del dominio y el control de la naturaleza a través del paradigma científico. Dicho paradigma, ha logrado establecer y dividir en dos los saberes del mundo, por un lado los saberes especializados que se fundamentan en el método científico, por otro el de los no especializados, que en la modernidad han sido considerados no relevantes para el manejo de recursos naturales, cultivos y para la producción de alimentos.