PRESENTACIÓN DE LA BIBLIOTECA DEL EDITOR

Durante los últimos años el fenómeno de la comunicación ha llamado poderosamente la atención de la más diversa gama de especialistas. A los tratados de poética se suman ahora los de cibernética y, de hecho, no hay área de conocimiento desinteresada en ese fenómeno o ajena a él. Sin embargo, aun en la generación de las más elaboradas innovaciones tecnológicas de la comunicación, el libro prevalece como instrumento sustancial del progreso multidimensional del hombre y, en más de un caso, como medio y fin de ese avance.

No es para menos. El libro crea una situación ideal de diálogo. Escritor y lector comparten esa vital experiencia. El libro es conocimiento. Es reciprocidad, posibilidad de libre y fundamental intercambio.

Así, si el libro implica esa doble dimensión, la del conocimiento y la de la reciprocidad, las cuestiones que conciernen a su diseño, producción, divulgación y adquisición imponen una urgente deliberación social para defenderlo y promoverlo como fundamento de convivencia y progreso social e intelectual.

Ámbito natural de la creación y recreación del libro es el universitario. Por ello, la Dirección General de Publicaciones y Fomento Editorial, a partir de 1987 inició la publicación de la BIBLIOTECA DEL EDITOR, colección en la que los escritores, editores, impresores, libreros, bibliófilos y lectores, así como toda persona vinculada con ese medio secular de transmisión y diálogo de ideas e imágenes, encuentran foro para dar libre cauce a sus experiencias en los diversos campos de la actividad editorial.

La BIBLIOTECA DEL EDITOR se integra con textos relacionados con la cultura del libro, desde la historia del lenguaje escrito, hasta los múltiples pasos que conforman el proceso de su diseño, elaboración y difusión y, desde luego, el fenómeno mismo de su lectura. Temas estos enfocados desde la óptica histórica, filosófica, política, científica, técnica y social. Los diversos títulos que se incorporan a esta colección tienen como propósito crear un espacio de reflexión y renovación de y para toda aquella persona interesada en el desarrollo y enriquecimiento de la cultura escrita.

La defensa activa del libro como tarea cultural decisiva y como base de una sociedad que dialogue y se reconozca más a sí misma, son valores fundamentales con los cuales la BIBLIOTECA DEL EDITOR se encuentra comprometida.


PRÓLOGO

La investigación universitaria es tal vez la actividad que contribuye de manera más exhaustiva y sistemática al entendimiento del mundo, y a mejorar la calidad de vida de quienes lo habitamos. Para su existencia misma, el conocimiento producido por la investigación requiere del debate permanente, y para ello son necesarias diversas estrategias de difusión, lo mismo especializada que de divulgación. Y una de las formas más características de esta difusión es la palabra escrita, especialmente en forma de libros, revistas y fotocopias, los cuales tienen características necesariamente diferentes de la captura, transmisión y reproducción de la palabra y las imágenes por medios exclusivamente electrónicos.

Es sorprendente que todavía exista una atención relativamente escasa dirigida al estudio de estos problemas en los medios universitarios del país.

La formación de editores requiere el apoyo de investigadores dedicados a estudiar la articulación entre los procesos de producción del conocimiento y la palabra impresa. En los textos que siguen ofrezco el resultado de investigaciones de naturaleza básicamente documental, efectuada en bibliotecas, hemerotecas y archivos, con el apoyo de diversas bases de datos y redes de correo electrónico.

De acuerdo con la información disponible en tales fuentes, durante los últimos diez años se han empezado a producir en lengua española trabajos de carácter general sobre las áreas del oficio editorial tan estratégicas como el dictamen de manuscritos (aquí abordado desde la perspectiva del autor), las ediciones anotadas (desde la perspectiva de la teoría textual), y las revistas especializadas de humanidades (aquí estudiadas desde la perspectiva del autor, el editor y el lector, respectivamente). Estos ensayos constituyen la parte medular de este libro, y tienen una intención formativa e informativa acerca de tales procesos editoriales.

En los otros textos comento brevemente algunas de las relaciones que existen entre la investigación y la palabra impresa. De entre los múltiples aspectos posibles, he comentado aquellos que conozco mejor: la enorme riqueza y diversidad de los diccionarios especializados; el placer de explorar las librerías y las bibliotecas que un lector descubre cuando visita por primera vez una ciudad; la función estratégica de los profesores universitarios en la difusión de la palabra impresa; la utilidad de diseminar la información sobre las actividades profesionales de los investigadores; la utilidad de las fuentes documentales en la investigación fronteriza, la presencia de los libros en el cine contemporáneo, y algunos criterios utilizados para la escritura y evaluación de reseñas de libros especializados (las recensiones técnicas).

Quiero señalar que tengo la suerte de haber experimentado de primera mano las características propias de cada uno de estos campos, no sólo como investigador, sino también como traductor, corrector, reseñista y dictaminador de textos que han sido el resultado de investigaciones universitarias, en el ámbito que me resulta más familiar: las ciencias sociales y las humanidades.

Con la publicación de estos materiales pretendo contribuir a la revaloración de las condiciones de trabajo de quienes realizan uno de los oficios más nobles en la historia de la civilización.

LOS LIBROS Y EL DICTAMEN EDITORIAL


Introducción: el dictamen y el proceso editorial

El dictamen editorial es el resultado del proceso mediante el cual un lector especializado en determinada materia lee un manuscrito con el fin de recomendar o no su publicación a la editorial que solicitó su evaluación.

Cuando un lector común y corriente toma en sus manos un libro, difícilmente piensa en el proceso editorial que ha hecho posible su creación y publicación. En este proceso, el dictamen es un elemento determinante, pues de él depende el prestigio de toda casa editora.

Ante la todavía escasa presencia de materiales escritos en lengua española acerca de este proceso, estas notas pretenden ser útiles a los autores (o autores potenciales) que en algún momento han sometido o habrían de someter sus manuscritos al proceso de dictamen editorial.1

Aquí se intenta responder a las preguntas: ¿Qué elementos considera un editor-dictaminador para su evaluación? ¿Qué criterios aplica para evaluar estos elementos? ¿Qué características tiene el proceso de dictaminación? ¿Cómo se toma la decisión final?

Podemos imaginar a un autor que, después de varios años de incontables esfuerzos, decide preparar su manuscrito para presentarlo ante una (o varias) editoriales. La cantidad de decisiones que están en juego determinarán el destino de su texto: desde la presentación física del manuscrito (su claridad, organización y limpieza) hasta las condiciones económicas de la casa editora, que pueden llegar a afectar su política editorial y, por lo tanto, el dictamen sobre el manuscrito.

En México hay poco más de 500 empresas editoriales, con políticas editoriales, recursos y condiciones de producción diferentes entre sí. Sin embargo, en lo esencial toda casa editorial cuenta con un proceso de dictamen del que depende su decisión de publicar. Aquí seguiré el orden que existe en las editoriales más grandes, especialmente en lo relativo al libro universitario. Por supuesto, al referirme al “libro universitario” no solamente pienso en el libro editado por las universidades (como la UNAM, la UAM, la UAP y la UAG) en México, en las docenas de universidades norteamericanas y europeas que cuentan con sus propios departamentos editoriales (como Princeton, Oxford y Presses Universitaires de France), sino también en el libro editado por las grandes casas editoriales, que cuentan con mayor tradición, prestigio y experiencia, lo mismo en México (FCE, Siglo XXI, era,) que en Argentina (Sudamericana, Losada, Emecé, Corregidor) y en España (Cátedra, Castalia, Gredos, Barral).

Hace aún pocos años, una editorial como Doubleday recibía cada año alrededor de 10 000 manuscritos no solicitados, de los cuales se publicaban sólo tres o cuatro. Actualmente, el trabajo de selección preliminar está a cargo de agentes literarios (profesión que en México es aún incipiente). Con el fin de no “privizar” (como lo opuesto a “publicar”) un libro, conviene conocer en detalle el proceso normal de dictaminación editorial.

De hecho, la importancia de las publicaciones en el área de las ciencias sociales y las humanidades es muy notoria. Hoy en día, en México alrededor de 50 por ciento de la producción editorial pertenece a las áreas de ciencias sociales y las humanidades, especialmente la literatura (24.3 por ciento). El resto se distribuye, mayoritariamente, entre los libros de texto (15 por ciento).2

Tan sólo en la UNAM, más de 93 por ciento de la producción editorial pertenece al área de ciencias sociales y humanidades.3

De ahí que en este trabajo me refiera básicamente a los libros de estas áreas (ciencias sociales y humanidades), si bien todo lo dicho en relación con su proceso de dictaminación es, en términos generales, aplicable también a cualquier otro tipo de libros, dentro y fuera del ámbito editorial universitario.

La cantidad de manuscritos que un editor debe dar a dictaminar varía de una editorial a otra. En la UNAM se publican en números redondos 1200 títulos al año, de los cuales al rededor de mil son primeras ediciones.4 ¿Cuál es el proceso que permite mantener la calidad y el prestigio editorial de una empresa de tales proporciones?

Antes de ofrecer una respuesta a esta pregunta, es necesario detenerse un momento a establecer algunas distinciones funcionales y lexicales en torno al término “editor”, en oposición a la función del término de “dictaminador” o “lector editorial”.

En general, podemos encontrar las siguientes acepciones del término “editor” (como un individuo, un equipo de trabajo o una instancia institucional), según las diversas funciones de aquel a quien se da este nombre:


1. Crear proyectos editoriales.

2. Costear y posibilitar el proceso editorial (o alguna de sus partes): de la creación de un proyecto editorial a la difusión y distribución del producto acabado (publishing house).

3. Seleccionar al dictaminador o a los integrantes de la comisión dictaminadora editorial (publisher).

4. Establecer contrato editorial con el autor (chief editor).

5. Buscar y localizar manuscritos y otros materiales para ser publicados (“sabueso editorial”, a la cacería de textos o de autores) (acquisitions editor).

6. Seleccionar manuscritos (función del dictaminador: aplicar criterios de calidad o económicos, o el balance entre ambos).

7. Pulir manuscritos (estructura y extensión; corrección de estilo).


Las funciones 4, 5, 6 y 7 pueden ser realizadas por un individuo o por un departamento técnico o comité editorial, coordinado por el editor en jefe (chief editor).


8. Elaborar materiales de estudio que acompañan una edición crítica; fijación del texto, glosarios, recopilación de trabajos de análisis académico, notas al pie, estudio de materiales genéticos, estudios de intertextualidad, problemas de traducción, bibliografía comentada y elaboración de otros materiales ecdóticos.

9. Decidir y marcar las características tipográficas de un manuscrito (formato, tipo y tamaño de letra, interlineado, etcétera).

10. Imprimir un manuscrito.


Algunas de estas funciones pueden ser realizadas por un mismo individuo, y algunas han recibido un término específico en otras lenguas. El dictaminador (función 6) suele llamarse “lector”, lo mismo en inglés que en francés, alemán y holandés: publisher reader, lecteur (dans une maison d’editions), Verlagslektor o adviseur (van de uitgever).5 Sin embargo, aunque en lengua española se utiliza el término “editor” para referirse a muy distintas funciones, se ha vuelto ya relativamente convencional utilizar el término “dictaminador” para referirse a quien “evalúa un manuscrito para un editor”.

A su vez, la función de dictaminador puede ser cubierta por el acquisitions editor, quien logra localizar manuscritos o autores que puedan desarrollar en forma de libro un proyecto editorial (función 5), o por el agente literario que lee el manuscrito o parte de él y que decide rechazarlo o adoptarlo, con el fin de ofrecerlo a una o varias editoriales, hasta encontrar un editor adecuado.

Al distinguir las funciones del editor y del dictaminador, se podría afirmar que el dictaminador selecciona manuscritos, mientras que el editor selecciona dictaminadores.6

Por ello, el director técnico o jefe de producción editorial es, por definición, un experto en expertos, capaz de evaluar la capacidad de éstos para evaluar manuscritos.

Veamos ahora, en términos generales, cuáles son los elementos principales del proceso de evaluación editorial de un manuscrito, desde su entrega (o la concepción de un proyecto editorial que requiere que un autor lo materialice) hasta el momento en que éste ha sido dictaminado, y la editorial decide su publicación o su devolución al autor.


Las expectativas del nacimiento

Un manuscrito bajo el brazo o un proyecto sobre el papel

En términos generales, puede hablarse de dos procesos para la adquisición de manuscritos: o bien éstos son enviados o presentados directamente a la editorial por los autores, de manera espontánea, o bien la editorial, de acuerdo con un determinado mercado editorial y su propia política de edición, busca los autores que podrán satisfacer estas necesidades.

Una variante del primer caso la constituye el proceso en el cual el autor presenta ante el editor potencial un proyecto de trabajo. En este caso, el proyecto puede incluir una primera versión de lo que será la introducción general del libro (su originalidad o utilidad), el esquema detallado del contenido y la relación de los materiales que formarán parte de él. Un ejemplo de este tipo de proyectos es la creación de una antología comentada de textos sobre un tema específico, que puede contener materiales traducidos de otra lengua.

Algunas editoriales cuentan con un “editor de adquisiciones”, cuya función consiste en localizar manuscritos o autores potenciales que convengan a la “línea” o “política” editorial de la casa editora. Acerca de la complejidad de este trabajo, un “editor de adquisiciones” comentó lo siguiente:


A lo largo del día uso una gran diversidad de sombreros: en algún momento soy comprador, y al momento siguiente puedo ser negociante, vendedor, escritor, editor, el hombre de las decisiones. Apruebo, rechazo, confío y trabajo con cada uno de los departamentos de mi editorial: ventas, arte, corrección, producción, publicidad, derechos subsidiarios, promoción. Siempre estoy buscando nuevos libros para poderlos comprar.7


En todos los casos, el editor (es decir su dictaminador o la comisión dictaminadora) debe decidir la pertinencia del texto para la editorial, de acuerdo con la existencia de determinadas colecciones dentro de su catálogo. En general, el dictaminador suele ser el propio director de la colección, o bien alguien designado por éste y elegido por poseer un mayor grado de especialización sobre la materia del manuscrito.

Algunos textos, debido a la calidad reconocida de sus autores o a la recomendación de algún especialista, pueden rebasar los lineamientos de una determinada serie. Estos manuscritos, fuera de serie, son los casos excepcionales en los que –debido a su calidad– difícilmente serían rechazados por cualquier editorial universitaria. Es un hecho aceptado el que “nadie rechaza un texto espléndido”.8

Un editor (o su dictaminador) debe ser capaz de evaluar el texto que tiene ante sí, pero también el texto potencial que puede sugerir de un manuscrito. Ésta suele ser una de las principales funciones del agente literario, como intermediario entre el autor y su editor en potencia.

Frecuentemente, cuando el director editorial recibe un manuscrito, efectúa una primera lectura, de “sondeo” (llamada, en jerga editorial screening reading),9 con el fin de determinar si tiene caso someter el material a una lectura más detenida a cargo del lector especializado.

En este punto podríamos recordar que el mecanismo actual de evaluación editorial es el producto de un proceso que ha sufrido modificaciones importantes a lo largo de la historia. Así, por ejemplo, mientras los autores de los grifos, estelas y códices eran objeto de escrutinio riguroso por parte del estamento sacerdotal, la existencia de distintas versiones de un mismo documento, especialmente en el caso de palimpsestos bíblicos, tiene como consecuencia que el dictamen a posteriori para la publicación de estas versiones (o de ediciones que incluyen todas las variantes) conlleve, necesariamente, connotaciones de naturaleza polémica, relacionadas con lo que, para determinadas instancias institucionales, es la lectura o interpretación “correcta”.10

Se trata, como lo saben muy bien los sociólogos de la cultura, de un problema de poder. El ejercicio de este poder, sin embargo, no siempre tiene carácter mágico-religioso, y en el caso del dictamen universitario el único criterio válido es la calidad y el valor de los materiales. Este valor, por cierto, puede ser exclusivamente académico (por ejemplo en los textos que son producto de la investigación), didáctico (en las guías de curso, antologías y traducciones, etcétera) o documental (en los textos de creación literaria, testimonios, etcétera). En el dictamen de textos universitarios el poder se convierte en un privilegio: como acto de decisión, el proceso de dictaminación significa el poder de difundir materiales que, de otro modo, permanecerían desconocidos, y la responsabilidad de su empleo o interpretación pertenece únicamente a los lectores.

Un principio de cortesía editorial recomienda a los autores no realizar envíos simultáneos a varias editoriales. Sin embargo, ésta es una práctica que conviene respetar en proporción directa al grado de especialización del material o al prestigio de la empresa editorial.


Un contrato en el horizonte

No todos los manuscritos que recibe un editor para ser sometidos a dictamen se le presentan terminados. En muchos casos, se trata sólo de un proyecto, que deberá ser evaluado y apoyado hasta completarse.

Pero existen también editores con proyectos editoriales en busca de un autor. En ocasiones, la editorial busca un autor reconocido con el fin de que éste escriba un prólogo para un libro que está en proceso de ser publicado. Éste es el caso de algunas traducciones, de libros colectivos, de la edición de libros antiguos (especialmente cuando son reproducciones facsímiles del original) o cuando la opinión de un autor reconocido es interesante para los lectores.

En todos estos casos, el proceso de dictamen es diferente del proceso que sigue un manuscrito presentado motu proprio por un autor independiente. Sin embargo, conviene establecer una distinción aplicable a cualquier proceso de adquisición de manuscritos: existen procesos de evaluación en los que pesa más el criterio del editor (el cual exige hacer modificaciones al texto) y otros en los que el único criterio que cuenta es la calidad del texto, de tal manera que este último no es sometido a modificaciones de fondo, sino únicamente a la revisión de elementos formales, como la extensión, la organización o el estilo, con el fin de volverlo más accesible y claro, o de lectura menos pesada o especializada.

En términos generales, muchas editoriales universitarias se guían por este último principio, pues éste es, en última instancia, un criterio de calidad, en oposición a un criterio de mercado. En otras palabras, si en toda editorial las decisiones de publicación dependen de los criterios económicos y de contenido, en las universidades el primero está sometido a las prioridades del segundo.

Es un hecho bien sabido que en las universidades estatales, por ley, las partidas presupuestales para ediciones son intransferibles, y que deben ser aprovechadas cada año con el fin de ser recibidas en la misma proporción el año siguiente. Sin embargo, existe una tendencia surgida en años recientes, a no gastar este presupuesto, sino invertirlo en promocionar ciertos títulos con el fin de ocupar algunos mercados, de tal manera que con su venta se puedan editar libros importantes que de otra manera serían incosteables.

También puede ser que la empresa editorial tome la iniciativa de publicar un título que no ha sido enviado directamente por el autor para ser dictaminado. Se trata de las reediciones y la reimpresión de obras muy valiosas o de difícil acceso. La decisión editorial en estos casos depende del estudio de la curva de ventas, o bien del dictamen enviado ex profeso por los propios lectores o, cuando se trata de instituciones universitarias, por las propias comisiones editoriales de las facultades y escuelas. En otros casos, suele haber acuerdos entre editoriales, en los que alguna de ellas cede los derechos, y el dictamen de publicación está implícito en el interés de ambas editoriales por que la obra sea reeditada o reimpresa.

El proceso por medio del cual un editor en busca de libros llega a hacerse de los autores que necesita, es múltiple: éstos se encuentran entre los autores previamente publicados, entre los autores que son amigos de los autores, y entre los autores que son amigos de la casa editorial, así como entre las asociaciones de escritores e investigadores y en aquellos individuos entre los que el editor cree poder encontrar a un buen autor en potencia.11

Así, por ejemplo, 60 por ciento de los títulos publicados por Harvard University Press fueron escritos por los profesores o por ex miembros o ex alumnos de la misma universidad.12 En general, los autores de libros ya publicados suelen impulsar el envío de manuscritos por parte de sus colegas, así como de sus estudiantes y colaboradores, entre los académicos más jóvenes.

En general, el periodo concedido a un autor por parte de una editorial para entregar un manuscrito es el resultado de un acuerdo mutuo.

Sin embargo, existen experiencias como la del departamento editorial de la Universidad de Cambridge, en la que el profesor J. S. Reid se presentó en las oficinas editoriales en 1923 con su casi terminada edición de la obra De Finibus de Cicerón, temeroso de haber llegado un poco tarde. De hecho, en los archivos editoriales constaba que había acordado emprender este trabajo en al año 1879.13

En contraste, el riesgo que corre un autor que voluntariamente ofrece su manuscrito a un editor indiferente es el riesgo de perder unas horas en una actividad por lo demás azarosa.14


Los casos especiales

En las páginas anteriores se han hecho comentarios sobre algunos elementos que pueden afectar el proceso de dictaminación de manuscritos escritos por un solo autor, y que generalmente son el resultado de una investigación o de un determinado periodo de creación. Entre los materiales que escapan a esta categorización y cuyos procesos de dictaminación tienen características propias, pueden mencionarse las traducciones, las antologías, los libros colectivos, las iconografías, las ediciones críticas, las bibliografías, las reproducciones facsimilares, las memorias y las ediciones variorum de textos antiguos (es decir, aquellas en las que el texto de un autor clásico está precedido por las apreciaciones críticas de varios especialistas, cada uno de los cuales analiza la obra desde distintas perspectivas metodológicas).15

En lo que respecta a las traducciones, la fundamentación del dictamen es responsabilidad de quien la propone, y su evaluación depende directamente del director de la colección a la que pertenecerá la obra. Por esta razón, cada caso se considera por separado, aplicando los criterios propios de cada colección. La importancia editorial de las traducciones fue señalada por Daniel Cosío Villegas al crear el Fondo de Cultura Económica, pues en ese momento (1934) 80 por ciento de la producción editorial sobre economía se encontraba escrita en inglés.16

El principal problema al dictaminar las antologías es el pago de los múltiples derechos de autor. Cuando las obras originales son universitarias suele haber un límite para reproducir fragmentos de las obras sin que ello requiera el pago de derechos a la casa editorial.17 En ocasiones el pago de derechos es tan alto que requiere publicar la obra en coedición con otra casa editorial, y el dictamen definitivo dependerá de este acuerdo.

Los libros colectivos requieren de un proceso de edición de los materiales que les dé coherencia y unidad, razón por la cual siguen un proceso de dictaminación distinto, por ejemplo, al de las actas o memorias de congresos o seminarios académicos (en cuyo caso el criterio determinante es la extensión de los materiales y su originalidad o aportación para el conocimiento de la materia).

Es evidente que la edición de partituras está a cargo de músicos, y las ediciones anotadas dependen del director de la colección, mientras que las reproducciones facsimilares son dictaminadas directamente por los investigadores especializados en el área.18

Las ediciones críticas, en especial las ediciones variorum (de hecho, el tipo de edición más completo de una obra), requieren, para su diseño y dictaminación, de un equipo igualmente especializado. Estas ediciones suelen incluir elementos tales como el estudio de las variantes (entre distintas versiones o ediciones del mismo texto), la “fijación” del texto “definitivo” según criterios comparativos, uno o varios estudios sobre el autor, diversos (y por lo general extensos) estudios críticos, bibliografía crítica comentada, notas, glosarios, reproducciones facsimilares y una versión “diplomática” del texto (es decir, en tipografía distinta a la de la edición original o edition princeps, pero sin alterar el texto).

Como puede apreciarse, este tipo de edición requiere de un proceso de dictaminación necesariamente colectivo, y es el tipo de publicación más característicamente universitario, principalmente en las áreas de ciencias sociales y humanidades (y muy especialmente en el campo de la filología), si bien no son publicadas exclusivamente por las universidades.19

Una vez terminado el manuscrito, cuando ya ha sido revisado y corregido por el autor y éste decide entregarlo al editor, el director de la colección correspondiente lo envía a un lector especializado, con el fin de recibir su dictamen. Veamos ahora qué elementos de evaluación y decisión entran en juego a partir de este momento.


Los elementos en juego: la evaluación del manuscrito

Selección y funciones del lector editorial

Antes de conocer en detalle los elementos propios del dictamen editorial conviene conocer cuáles son las condiciones de trabajo del dictaminador. En primer lugar, debe señalarse que el lector editorial puede ser interno (generalmente es el director de cada colección) o externo (un especialista conocido por la instancia editorial o un investigador reconocido que forma parte de alguna institución universitaria).20

Todo texto suele ser sometido a un número non de lectores (generalmente uno, tres o, excepcionalmente, cinco), pues ello evita el empate en la decisión editorial. En otros casos es suficiente el dictamen del director de la colección, pues es el responsable de la misma. De hecho, el criterio para constituir el comité editorial de cada dependencia editora ha sido especificado en términos formales.21

Las editoriales universitarias requieren de un lector o lectores que emiten básicamente dos tipos de juicios: en relación con la importancia y rigurosidad de la contribución académica del manuscrito, y en relación con los grupos de lectores para los cuales el libro podría ser valioso.22

Algunas editoriales dan a sus dictaminadores formularios que éstos habrán de llenar, en los cuales solicitan información específica acerca de obras similares a la que se somete al dictamen, sugerencias acerca de quién podría estar al cuidado de la edición, cantidad aproximada de lectores potenciales y otras evaluaciones similares. Generalmente, el editor requiere que el dictaminador formule por escrito una fundamentación convincente de su opinión como lector especializado.

Todo lo anterior suele ocupar el espacio de una o muchas páginas, y en su redacción el dictaminador puede invertir varios días o incluso varias semanas, en las cuales el manuscrito recibe una de las lecturas profesionales más cuidadosas en su proceso editorial.

El dictaminador de un manuscrito universitario, por definición, es alguien con experiencia profesional óptima en el campo que dictamina: por ello, generalmente es un profesor, investigador, escritor o editor de tiempo completo, que accede a leer críticamente un manuscrito por curiosidad intelectual, y cuya lectura consumirá un tiempo que no será retribuido de manera proporcional a la retribución de sus otras actividades profesionales.

El dictamen, y en general el trabajo de edición de libros, exige una poco frecuente combinación de aptitudes. Se requiere de cierta experiencia literaria, y de conocimiento tanto de los temas en los que la editorial se especializa como del horizonte académico y editorial del campo específico en el que se inscribe cada manuscrito.23

El dictaminador, de manera similar al editor, debe experimentar una especie de adicción a los libros: debe ser un bibliófilo altamente especializado, pues de su decisión no sólo depende un autor y su manuscrito, sino el prestigio editorial y la confianza de los lectores eventuales.24

En promedio, un dictaminador recibe un pago similar en las editoriales mexicanas al de las extranjeras: alrededor de 20 a 50 dólares. Esta actividad –por la misma cantidad– es realizada de manera particular por los más de 650 agentes literarios que trabajan en forma independiente en los Estados Unidos. Estos agentes rechazan 90 por ciento de los manuscritos, proporción similar a la que rechazan las editoriales privadas en México.25

En la ciudad de México, el directorio telefónico registra 80 “agencias de publicaciones”, de las cuales casi 25 por ciento aparecen bajo el nombre de un particular. En las editoriales universitarias francesa, el director de cada colección recibe dos por ciento del precio de venta de cada ejemplar vendido.26

Los lectores externos son autores de la misma editorial, a quienes se dan a leer los manuscritos no solicitados, y efectúan el servicio de lectura sin recibir remuneración por ello, como parte de la relación amistosa entre ellos y la editorial. En general, la remuneración de los lectores existe “en función inversa a la cercanía que éste tiene con la casa editorial”.27

Al llegar a este punto, podemos preguntarnos, ¿cuáles son los elementos concretos que constituyen un dictamen editorial? Aunque ello varía de acuerdo con las características del manuscrito, la disciplina del dictaminador y las necesidades del editor, es posible hablar de algunos elementos básicos.


Los elementos básicos del dictamen

Antes que nada, es necesario distinguir los distintos tipos de dictamen: el dictamen del manuscrito mismo, el dictamen de los costos y el dictamen del mercado potencial, es decir, de la cantidad y número de lectores probables. El último de estos dictámenes suele formar parte del primero, al menos de manera implícita. En las editoriales universitarias, el dictamen de costos –como ya se dijo– suele someterse al dictamen académico, por lo que el criterio comercial se vuelve relativamente irrelevante, lo cual, a su vez, permite al editor centrar su atención en las necesidades del texto, no del mercado. El elemento determinante de todo proceso de dictaminación es la política editorial, pues de ella y de su continuidad dependen el prestigio y la permanencia de todo proyecto editorial. Esta política determina, a su vez, la naturaleza del material que será aceptado para su publicación, así como su rigor y originalidad, y los tópicos que pueden ser cubiertos. En las editoriales universitarias, cada colección nace con los lineamientos de su propia política editorial, entre los cuales se cuentan los objetivos, el tipo de lectores al que se dirigen y su nivel de especialización, las materias que serán incorporadas y otros elementos.

Cuando llega a cambiar la persona que se dedica al cuidado de cada colección, la comisión editorial se hace responsable de redactar la historia de la colección hasta ese momento, los problemas a los que se ha enfrentado y las propuestas del actual director. Estos lineamientos de la política editorial de cada colección universitaria se entregan a cada dictaminador en el momento de solicitar su colaboración.28 Sólo en casos excepcionales se llegan a aplicar criterios no contemplados por la política editorial, como ocurre con la cancelación de ediciones demasiado costosas o la publicación de materiales fuera de serie o publicados como consecuencia de compromisos institucionales.

En todo dictamen están en juego elementos de tipo técnico y de contenido. Los elementos pueden ser problemas de redacción, de traducción, de estilo, de impresión, etcétera. Pero indudablemente influyen, además de estos criterios técnicos y académicos, elementos ideológicos y económicos. Como ya se ha señalado, estos últimos le competen al departamento administrativo que trabaja de manera independiente del departamento técnico de la casa editorial.