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LA VIDA ES LINDA

© 2020, Linda Palma

© 2020, Intermedio Editores S.A.S.

Primera edición, junio de 2020

Concepto editorial

Departamento de Proyectos Especiales -

Casa Editorial El Tiempo

Edición

Sharon Durán E.

Equipo editorial Intermedio Editores

Concepto gráfico y producción

David Reyes Navarro

Fotografía de portada

Hernán Puentes

Fotografía de cuadernillo

Felipe Díaz

Intermedio Editores S.A.S.

Avenida Calle 26 No. 68B - 70

www.eltiempo.com/intermedio

Bogotá, Colombia

ISBN

978-958-757-925-3

Este libro no podrá ser reproducido, ni total ni parcialmente, sin el previo permiso del editor.

Diseño epub:
Hipertexto – Netizen Digital Solutions

Índice

Prólogo, Dr. Santiago Rojas.

Introducción.

Presa de mí.

El inicio de una batalla que no tiene fin.

Sobrellevando la EM.

La universidad y el reinado.

El rechazo, no social sino médico.

Trabajo como presentadora: entrega y perfeccionismo.

La gran recaída.

La nueva yo.

¡La vida es linda!

Nota al pie

Prólogo

Por: Dr. Santiago Rojas.

Cuando miramos la historia de la humanidad leemos sobre las siete maravillas del mundo antiguo entre las cuales solo sigue en pie la gran pirámide de Guiza en Egipto, motivo por el cual hoy se reconocen a Chichén Itzá en México y al Cristo redentor en Brasil, entre otros, como reemplazo de las magnas obras tales como El coloso de Rodas y los jardines colgantes de Babilonia, de los cuales solo nos queda su relato.

Sin embargo, siendo honesto, y tal cual, como una famosa niña de las redes, las siete maravillas del mundo, sin importar los tiempos, son para mí las verdaderas maravillas de la vida, tales como Ver, Oír, Sentir, Tocar, Probar, Reír y Amar. Sin ellas, la vida se vuelve compleja, y lo que parece común y no valorado, se descubre como esencial cuando se pierde. Si a esto se le suma la incapacidad de movimiento y la pérdida de la autonomía, la posibilidad de disfrutar el día a día es aún más difícil. Por esto la historia real contada de este libro cobra importancia, pues nos lleva a ver lo esencial de lo que todos tenemos y no valoramos, al tiempo que nos demuestra la grandeza de la resiliencia humana.

Por años como médico he visto pacientes con enfermedades complejas, lo que me ha convencido que para lograr recuperarse se requiere algo más que un tratamiento adecuado. Para hacerlo más fácil y llevadero, necesita de un eficiente apoyo cercano de sus seres queridos. Sin embargo, para además de mejorar la salud salir fortalecidos, con un aprendizaje incorporado y una nueva valoración y disfrute de la vida, se requiere un proceso profundo de transformación personal. No basta con los dos primeros, que son indispensables, sino que este tercer elemento es un proyecto de vida donde el paciente se conoce a sí mismo, descubre su sentido y dones de vida y desde allí logra hacer que el tratamiento y el amor cercano se potencien al máximo, generando algo que bien podría caber en la esfera de “un milagro”.

Cuando se aprende a decir que NO, cuando se liberan cargas innecesarias, cuando además se dedica a soltar todas las ataduras que por cualquier razón uno mismo se ha creado, entonces se deja de sufrir por el pasado, y de anticipar un futuro incierto, para dedicarse a construir un presente renovador en cada día.

De no poder caminar a culminar con éxito una carrera 10k, hay un proceso donde se ha entendido realmente la propia enfermedad y de manera honesta se acepta lo que ocurre, para desde ahí empezar un proyecto médico y de vida con entrega y entusiasmo que lentamente dio sus merecidos frutos.

Por esto, sin duda la historia de Linda es una invitación a valorar al máximo la vida que se tiene, a seguir un tratamiento médico completo; También a fortalecer los vínculos y el amor, que siempre le dan sentido a todo. Aunque creo que es sobre todo una enseñanza directa y profunda de lo que hace creer en uno mismo, sacar a relucir todos sus dones y capacidades más íntimas, conociéndose a sí misma sin desfallecer, para que lo que en muchos sería imposible para ella se convirtiera en un sueño hecho realidad.

Felicitaciones Linda por tu proyecto personal que te permitió recuperar las verdaderas maravillas del mundo y de la vida. Gracias por abrir tu corazón y contarlo, ya que de seguro muchos se inspirarán en ti para encontrar la fuerza interior que completará la acción eficiente de las terapias, junto al amor comprometido de sus seres queridos.

¡Sigue disfrutando tu linda Vida!

 

 

Santiago Rojas Posada M.D.

Introducción

Mientras pasaba por la última fase de mi recuperación por la fuerte recaída que tuve en 2016, a causa de la Esclerosis Múltiple que sufro desde 2008, viví momentos que me permitieron repensar las cosas indispensables de la vida. Tuve días muy difíciles, días en que dejaba que pensamientos oscuros entraran a mi mente e hicieran más lento todo. Observaba mi situación, veía cómo todos a mi alrededor daban lo mejor para que yo me sintiera bien y pudiera superar ese momento; notaba cómo mis padres, mis hermanos y Diego ocultaban su tristeza usando una coraza para darme ánimo. Pero inevitablemente me sentía mal por causarles ese dolor. Me sentía responsable, culpable de lo que estábamos viviendo, me costaba imaginarme sana.

Me quedaba dormida, pidiéndole a Dios que al día siguiente todo fuera como antes y que yo estuviera en plena capacidad de seguir haciendo todo como solía hacerlo.

Ahora, años después de vivir y superar este duro episodio de mi vida, decidí contar mi historia y agradezco que la sanación no llegó cuando la esperaba, se tomó su tiempo y las cosas no pasaron como yo esperaba que pasaran. En ese momento aún tenía mucho que aprender… Y todavía, pero me siento una mejor persona de la que era antes de ese 3 de octubre de 2016. Todo pasó como debía pasar para hacerme más consciente de lo que soy, de lo que tengo y de lo que puedo hacer por los demás. Tal vez esta era la forma de Dios, el universo, Buda, Mahoma (Llámenlo cada uno como se sienta mejor) para guiarme e iluminarme en mi propósito de vida.

Escribir mi historia fue más difícil de lo que pensé. Pero después de muchos intentos, acá va para ti que me lees, sin ninguna pretensión más que contar un suceso de vida y recordarles a todos lo mucho que esto me enseñó, que LA VIDA ES LINDA y yo invertía mucho tiempo distraída en otras cosas.

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Acababa de regresar de Cartagena de un viaje de trabajo. Fue un viaje en un ambiente muy agradable, estuve rodeada de personas amables, cariñosas, grandes profesionales. Fueron tres días de compartir con mis nuevos compañeros de trabajo.

Solo llevaba doce días trabajando en Noticias Caracol y era como empezar de cero para mí, muchas cosas eran diferentes al otro lado, en reality, donde ya llevaba varios años. En los eventos que se organizaron me encontré con viejos compañeros con los que recordamos lindos y felices momentos en proyectos pasados y fueron en general días afortunados, tranquilos, relajados.

Pero ese viernes, 30 de septiembre, justo antes de empezar una gran fiesta de despedida del canal me dieron una mala noticia. El papá de un gran amigo había muerto después de varias semanas hospitalizado. Recuerdo que antes de contarme me dijeron que me sentara, que tenían una noticia complicada que darme. Me senté en la muralla, frente al mar, rodeado de varios de los colegas que estaban conmigo, fue inevitable no pensar en mis papás, en mis hermanos, en mis abuelitos, en Diego… Ellos estaban bien gracias a Dios, esta vez el papá de un gran amigo había muerto y fue imposible no pensar en mi amigo, en su mamá, recordar a su papá con cariño, pedir que no fuera verdad o que algo pasara y por cosas de la vida, alguien hubiera dado una información equivocada.

Lloré, lloré mucho, desconsolada; sentía un vacío horrible y ni siquiera estar en ese lugar privilegiado, en medio de una gran celebración y rodeada de gente, lograba calmarme. Siempre he sido muy sensible, es una herencia de mi abuelita materna Miña, como le digo de cariño. Pero esta vez sentía algo raro, algo que no puedo explicar, pero que me producía una profunda intranquilidad. No lloraba solo por la pérdida de alguien especial, había algo más en mí. Algo que, todavía, no puedo explicar…

Días después entendería que ese hecho fue el detonante de una fuerte recaída tras ocho años de ser una paciente de Esclerosis Múltiple.

Al día siguiente regresé a Bogotá en el primer vuelo, como lo había pedido, pues por esos días estaba en un curso de fotografía y ya quedaban pocas semanas para terminarlo. No quería faltar a ninguna clase, la pasaba muy bien y el grupo era lo máximo, tuvimos mucha empatía desde el primer día. Recuerdo que esa mañana estuve súper distraída, pensaba que tal vez no haber dormido bien me tenía así y solo quería que la clase terminara rápido para ver a Diegu- mi amor Diego Pulecio, a quien de cariño le digo Didi, Diegu o Pule- e irme a descansar. Y así fue, ese día descansé toda la tarde, y cada vez que intentaba despertarme más sueño y una fatiga terrible se apoderaban de mí. No le vi lío a eso y ese sábado Diegu se quedó conmigo mientras yo descansaba.

A la mañana siguiente fuimos a desayunar a un restaurante que nos gusta mucho a los dos. Logramos conseguir mesa en la terraza y aprovechamos que la mañana estaba soleada y despejada; hablamos de todo un poco, le conté de mi viaje, de mis dudas con el nuevo trabajo que iba a empezar, cuadramos para ir al velorio del papá de nuestro amigo en común y así paso el tiempo.

Cuando llegó el momento de desayunar notamos que algo andaba mal. Al recibir mi plato me acercaba demasiado para lograr identificar los alimentos que me habían servido, veía todo muy lejos y borroso. Era como si estuviera en un cine 3D sin tener las gafas puestas. Pero además cuando llegó el jugo o el café, no recuerdo que pedí, intenté levantar el vaso sin éxito. Después quise usar los cubiertos, pero mis movimientos eran demasiado torpes. Era como si mi mente pensara en hacer un movimiento, pero mis manos iban en otra dirección, sentía como si me faltará fuerza para poder levantar un simple cubierto y cuando lo conseguía los soltaba, sin querer, con mucha facilidad.

Diegu me dijo que debíamos llamar a mi neurólogo porque le inquietaba cómo me veía. Yo, como ya había pasado unas semanas atrás, fui terca y pensé que con buen descanso todo pasaría. Sin embargo, lo llamé convencida de que se trataría de algo sencillo, sin mayor trascendencia.

Mi subconsciente seguía organizando perfecto la semana que estaba por empezar; imaginando que al día siguiente, lunes, me levantaría lista y con todas las energías para arrancar semana en mi nuevo trabajo. ¡Que terco es uno a veces! planeando todo como uno quiere, organizando un futuro que aún no llega. ¿LES HA PASADO? ¿SON DE PLANEAR TODO SEGUROS QUE SE VA A CUMPLIR SU VOLUNTAD? Pero los planes del destino eran otros y me dejarían grandes enseñanzas para la vida.

Antes de seguir me devolveré unas semanas atrás, al 6 de julio de 2016, para ser específica. Me había sentido mal, llevaba varios días con uno de mis brazos dormido, con hormigueo, sentía como si estuviera anestesiado, una sensación que ya había experimentado un par de veces, pero a lo que no le vi mayor problema. Como siempre seguí con mis ocupaciones, súper relajada, segura de que todo era culpa de la ansiedad que me producía culminar un proyecto más. Con esa incomodidad había terminado unos días antes los capítulos en vivo de un reconocido reality de canto llamado A Otro Nivel, fue una temporada emocionante; hubo mucho talento, lágrimas de alegría y nostalgia por terminar un programa más; en el capítulo final el set estaba majestuoso como siempre, imponente; las pantallas y el juego de luces que pocas veces se había visto en la tv de mi país. Un rating altísimo.

Todo quedó increíble esa noche, fue un gran cierre de temporada; varios amigos de la prensa vinieron al set a entrevistarnos: hubo fotos, videos, autógrafos, saludos para el hijo o el papá de alguien.

Yo disfrutaba mi trabajo y aunque todo el tiempo sentí la incomodidad en mi brazo, trataba de dar lo mejor de mí para que no se notara al aire mi malestar y no preocupar a nadie. Solo se lo había mencionado al realizador que estaba conmigo en el backstage, Lucho, a quien le conté un par de veces que me estaba sintiendo muy cansada. Pocos días después de terminar programa, el cansancio ganó la batalla y una fatiga extrema me hizo ir al médico. Hasta el desplazamiento más corto me dejaba totalmente exhausta. No quería enfermarme pues a los pocos días viajaba con Diegu a Perú, a conocer Machu Picchu. Ni más ni menos: ¡Machu Picchu! Y ¿yo sintiéndome así? ¡Nooo! Estábamos muy felices, no quería dañar el viaje con mis temas de salud ¡QUE HARTERA!

Ese día llegamos al hospital de Méderi y después de los exámenes de rigor me dieron autorización para un chequeo médico

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Mi neurólogo al verme dijo que estaba sufriendo un “brote de la enfermedad” y que me autorizaría el servicio de “Enfermera en Casa” pues estaba llena la capacidad del hospital y no se justificaba hospitalizarme. Así recibí por cinco días un “cóctel” de corticoides fuerte. Mis viejos amigos, los medicamentos, estaban de regreso y me aliviarían una vez más.

Cómo es la vida… a mí nunca me han gustado las pastillas ni andar dependiendo de medicamentos como mucha gente que conozco, pero nunca digas “de esta agua no beberé”

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Gracias a Dios mi cuerpo reaccionó muy bien. Esos días estuve juiciosa, guardando reposo, tratando de cuidarme al máximo, con mi mente enfocada en mí, en mis necesidades. Como ya había salido a vacaciones pude darme tiempo y descansar lo suficiente en casa.

Días después Diegu y yo tendríamos el viaje a Perú. Me sentía bien, o al menos eso creía, ya estaba lista para unas vacaciones muy esperadas. Quería descansar, descubrir nuevos lugares, probar deliciosos platos peruanos, recorrer los lugares que Pule me había mencionado antes tantas veces; conocer juntos Machu Picchu y disfrutar cada segundo de este viaje antes de regresar y volver al trabajo, empezando además un nuevo reto laboral que me tenía bastante ansiosa y con muchas preguntas sobre lo que quería como presentadora.

El viaje estuvo increíble y para aprovecharlo al máximo organizamos un itinerario “pesado”, que empezaba desde muy temprano y donde incluíamos varios planes para disfrutar de la ciudad. Fue sorprendente todo lo que tuvimos oportunidad de conocer.

Unos días después viajamos a Cuzco y fue alucinante, me pareció un lugar mágico, cada rincón me sorprendía con su apasionante historia, con sus imponentes paisajes. Fue hermoso conocer y recorrer esa parte de un país tan bello.

Cuando fuimos a conocer Machu Picchu, el viaje estuvo largo pues salimos tarde en tren, desde Ollantaytambo hacia Aguas Calientes, ciudad ubicada a los pies de la montaña donde queda la ciudad Inca. Llegamos casi a medianoche, teníamos pocas horas para dormir. Pero de paseo nada importa, uno está en plan de gozar todo, así que no hubo lio.

Al otro día madrugamos para alcanzar a subir al bus que nos llevaría a conocer Machupichu a primera hora. Conocerlo fue increíble, es un lugar tan asombroso, tiene un encanto especial, mucho mejor de lo que había imaginado. ¡Ufff! pero subir las escaleras, el calor agobiante que hacia ese día, la aglomeración de gente… todo me tenía perturbada. Todos esos factores son caóticos con mi condición de salud

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Sin embargo, eso era lo último en que quería pensar en ese momento. Cuando llegamos a la cima de la montaña, después de subir y bajar varias escaleras, me senté a descansar un rato y nos reímos mucho con Diegu. Yo siempre había tenido un pésimo estado físico, pero en esa travesía me estaba dando más duro de lo normal y culpábamos a mi sedentarismo y al no haber tomado suficiente agua como debería. A pesar de todo pudimos hacer el recorrido sin inconvenientes, aunque si con varias paradas, y no solo por las fotos sino para tratar de regular mi cuerpo y dejar que la fatiga que sentía no empeorara.

Recuerdo que Diegu llevaba, como siempre, una toallita para mí, para ayudar a regular mi temperatura. Cada vez que visitamos tierra caliente él está pendiente porque sabe cómo me debilitan las altas temperaturas. Una toallita fría en la nuca y en un momento estoy mucho mejor. EN EL RECORRIDO DE REGRESO A CUZCO DORMÍ TODO EL VIAJE.

Llegué al hospital de Méderi la mañana del 3 de octubre de 2016. Me sentía mal desde hacía varias semanas, tenía el mismo cosquilleo en mis manos y piernas que había sentido unos años atrás, pero esta vez era más intenso, no lograba fijar mi atención en otra cosa y a eso se sumaba que no estaba viendo bien, todo a mi alrededor era ligeramente borroso, no lograba enfocar con facilidad los objetos o personas a mi alrededor. Abría y cerraba los ojos tratando de fijarme en algo específico, pero no cambiaba mucho la molestia.

El martes de la semana anterior había ido a una cita médica que me autorizaron en la EPS para ver si tenía algún problema con mi vista. En “La Clínica de los Ojos” me atendieron y evaluaron frente a un televisor de pantalla a blanco y negro que también me era familiar, me pusieron un parche mientras en la pantalla se transformaban las imágenes como si estuviera mirando a través de un caleidoscopio. Los cuadrados cambiaban muy rápido de blanco a negro y en algunos momentos mi cerebro se confundía y no lograba apreciar bien las imágenes que seguían intercalándose rápidamente. Diegu ,que estaba conmigo, preguntó un par de cosas que no recuerdo, estaba muy interesado en conocer más a fondo sobre el estudio que debían hacerme.

Después de un rato y tras analizar los resultados, la doctora me dijo que estaba bien, que debía utilizar las gafas que me habían formulado antes, para las actividades en las que se pudieran cansar mis ojos, mientras leía o estaba mucho tiempo frente al computador, comer bien y, además, debía descansar lo suficiente. Me dijo que no era prudente cargarme de muchas responsabilidades. Eso me tranquilizó, una vez más era muy sencillo cumplir las recomendaciones. Eso, sin duda, haría que la incomodidad en mis ojos desapareciera. O al menos eso creí.

Salí de esa cita tranquila, pero inmediatamente y sin darme cuenta, estaba dejando a un lado las advertencias de la especialista. Ya era más de medio día y no había almorzado, pero tenía afán de llegar pronto al canal, así que después, más tarde, cuando tuviera tiempo, comería algo. Como dije antes, llevaba pocos días en mi nuevo trabajo como presentadora de entretenimiento y lo que menos quería era empezar mal este nuevo reto laboral. Y, como si fuera algo normal, dejaba mi alimentación para después; siempre había cosas más importantes y urgentes que hacer. Siempre quería cumplirle a todo, a todos, antes que a mí, ya llegaría el momento para comer algo. ¡Qué mala costumbre!, poner siempre todo antes que la salud. En televisión nos pasa a muchos.

En el noticiero me habían recibido con mucho entusiasmo, con respeto y expectativa porque ya conocían mi carrera de varios años como presentadora en diferentes producciones. Sin embargo, yo estaba muy achantada y puedo decir que hasta decepcionada por esos primeros días que llevaba trabajando. Tuve varios errores, los cuales yo agrandaba y por los cuales me criticaba terrible. Me daba mucha rabia conmigo no hacer mi trabajo de la forma en que debía.

Me cuestionaba muy fuerte sobre si eso era lo que debía y quería hacer, pensaba en las personas que habían creído en mí, en el público que a lo largo de tantos años había estado conmigo y disfrutaba con lo que hacía. ¿Sería capaz de cumplirles? Me autocriticaba todo el tiempo, quería cumplir con un 200%, pero veía el resultado y no me gustaba, no me veía ni me sentía cómoda.

La primera semana en mi nuevo rol fue muy agotadora, llegaba a llorar a la casa todos los días, desconsolada, desesperada por no poder cumplir a cabalidad con lo que se esperaba de mí. Mis papás y Diegu escuchaban mis quejas y aunque admitían que uno u otro día podía haber tenido una confusión o algún error durante la trasmisión, decían que no era algo del otro mundo y que debía ser culpa de los nervios, que debía ser algo normal por el cambio de formato.

Les explico, yo siempre había estado acostumbrada a presentar valiéndome mucho de la improvisación. Si bien había un libreto que debía estudiar con juicio, los formatos de concurso u otros que había hecho antes, eran mucho más flexibles y se me permitía ser espontánea. Además, siempre hacía énfasis en eso, en lo valioso de no perder mi esencia. Reírme sin cohibirme, reaccionar tal y como reacciono; llorar si algo me emocionaba y sentía ganas de llorar, abrazar si quería abrazar. Hasta ese momento esa era mi forma de presentar y la razón por la que mi público me recibía y me recibe aun con tanto cariño y me siente tan cercana a ellos; porque desde el comienzo me he permitido y se me ha celebrado ser auténtica.

Sin embargo, llegué al noticiero muy prevenida por un tema en especial, el uso del prompter: una pantalla que, por lo general, está junto a las cámaras que funciona como herramienta visual y te permite seguir el minuto a minuto de la transmisión. Yo no quería verme distante ni perder mi ritmo natural y espontáneo de presentar y contar las cosas. Pero esa es una herramienta fundamental para el orden y el buen desarrollo de nuestro trabajo, más aún en el noticiero, aunque para mí era extraño tener que dar ese paso. Y no porque estuviese mal, todo lo contrario, era apenas parte del proceso al que me estaba acoplando. Simplemente era diferente y al principio me costó más de lo que yo pensaba.

Por otro lado, y debo admitirlo, como le he dicho a varias colegas, llegué muy “convencida”, tal vez demeritando el papel de las presentadoras de entretenimiento. Me parecía, sin conocer nada al respecto, un trabajo muy sencillo. Creía, además, que ya lo sabía todo en términos de presentación y además me sentía rara de haber ido contracorriente a mis colegas y pasar de realities o unitarios, como también se les llama, a presentar entretenimiento. Iba a otro ritmo, estaba haciendo el proceso al revés, o por lo menos diferente a como se ha visto hasta ahora en TV.

En ese momento de hecho, no estaba para nada tranquila. Justamente por eso me molestaba tanto no hacer bien, algo que para mí, y estoy segura que para muchas otras personas, era aparentemente sencillo. ¿Cómo era posible que una presentadora con mi experiencia y bagaje en diferentes formatos fallara “leyendo” una pantalla? Era algo “muy sencillo ¿no?” Me sentía decepcionada de mí, tenía rabia, no quería darle la razón a quienes me criticaron; porque los hubo, los primeros días sentía como si hubiera empezado de cero.

Borrón y cuenta nueva, todo lo que había hecho hasta ahí se olvidó, y por primera vez en mi carrera empecé a leer comentarios malintencionados o sinceros en los que me decían “que había dado un mal paso, que ese formato no era lo mío, que iba a ser el fin de mi carrera, que me veía terrible en el set. Que estaba muy flaca, muy gorda, muy vieja, muy joven… para hacer eso que estaba haciendo ahora. Otros me escribían que por pesar me habían dado ese puesto o que ya no sabían que hacer conmigo en el canal y me había convertido en un “estorbo”. Leía comentarios muy crueles esos días. Y tristemente en esta era de las redes sociales es muy fácil dejarse llevar por la opinión y comentarios malintencionados que otros pueden tener de ti.

Leí eso y muchas barbaridades más que en ese momento no me ayudaban para nada, solo me afectaron y me hacían dudar mucho de lo que estaba haciendo.

Por eso, cuando viaje a Cartagena al Congreso de Publicidad 2016 me sentí feliz, animada, llena de esperanza y entusiasmo para darme un respiro y permitirme volver a hacer mi trabajo que es lo que más disfruto. A ese viaje fuimos pocas personas en representación del canal y ser una de ellas me hacía sentir muy privilegiada. Llevaba una semana y tres días en mi nuevo trabajo. Estaba muy agradecida por esa oportunidad.

Pero la vida cambia en un instante y días después, no la veía para nada linda. Ese Lunes 03 de octubre llegué muy temprano al hospital esperando que el tiempo, ese invento que nos enloquece la mayor parte de nuestra existencia, me alcanzara, y que el neurólogo me examinara y si veía algo mal, me recetara otro coctel de corticoides para estar perfecta en el menor tiempo posible. Le escribí a mi nueva jefa temprano contándole que me había sentido mal y por eso estaba en la clínica, que no se preocupara, porque esperaba estar en el canal puntual para mi sección. Que cualquier cosa le escribiría.

Después de varias horas empezó a intranquilizarme el tiempo, estaba desesperada y llegué a pensar en irme y volver después al hospital; otro día, en otro momento, cuando tuviera tiempo. En ese momento no era consciente de que ese día, a esa hora, ERA MI ÚNICO MOMENTO.

El neurólogo, tras ver mi evolución y mi cuadro, dijo que lo mejor era dejarme hospitalizada. Que debían analizar como evolucionaba porque mi motricidad fina estaba fallando bastante y el tema de no ver bien le inquietaba. Recuerdo que estaba desesperada, incluso de mal genio, ¿Cómo iba a quedar mal en el trabajo? ¿Había empezado hacía pocos días y ya iba a dar excusas por faltar?

No quería quedarme, me sentía avergonzada y pensar en lo que pudieran decir de mi me mortificaba terrible. Hablé con mi médico, le rogué que no me dejaran ahí, que debía cumplir con compromisos de trabajo; le prometí que volvería al otro día, pero fue inútil. Toda la tarde me hicieron varios exámenes, entre esos una nueva Resonancia Magnética. Fueron los 40 minutos más eternos de la vida. Siempre son difíciles y uno piensa en mil cosas encerrado en ese aparato sin poder moverse.