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Introducción

Blanca Estela Treviño

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UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO

MÉXICO 2012

INTRODUCCIÓN

MANUEL PAYNO CONSIGUIÓ SU CALIDAD DE GRAN NARRADOR A FUERZA DE PERSEVERANCIA Y TRABAJO. SUS HALLAZGOS y desfallecimientos pueden constatarse al revisar su vasta obra prosística. Empezó a forjar su vocación de fabulador de ficciones al cruzar los veinte años, al cobijo de El Año Nuevo, revista de la Academia de Letrán, donde “Manuelito” hizo sus primeras incursiones literarias en el terreno de la llamada novela corta. En nuestro país el género se inició hacia 1835 y fue cultivado profusamente por los escritores y recibido con simpatía por el público a través de la prensa periódica. Su aceptación se explica, tal vez, por los contenidos de esos relatos en los que predominaban los asuntos de carácter histórico, de costumbres, y de énfasis sentimental al estilo romántico que tanto gustaba de leer el “bello sexo”.

Para dar rienda suelta a su talento literario, Payno fue un asiduo cultivador del género. Aunque sus cuentos y narraciones breves se editaron en 1871 bajo el título de Tardes nubladas (y póstumamente, en 1901 como Novelas cortas), en su momento sirvieron de enlace entre la primera generación romántica de San Juan de Letrán, José María Lacunza, Guillermo Prieto y José Joaquín Pesado, y la generación del Liceo Hidalgo, representada por Florencio María del Castillo, Manuel Orozco y Berra y Juan Díaz Covarrubias.

Esos cuentos y novelas cortas, vistos a la distancia de un siglo, resultan preponderantemente de tono romántico, y aunque de estilo desigual, pues en algunos de ellos se observa cierto descuido formal y falta de pericia en el desarrollo de los acontecimientos y el trazo psicológico de los personajes, testimonian la avidez por contar que siempre acompañó a su autor.

Francisco Monterde apuntaba -con justicia- que “entre los balbuceos, las puerilidades e imperfecciones de Payno que denuncian falta de dominio del género apenas conocido en nuestro país, hay atisbos sorprendentes”.

Las novelas cortas de Payno deben entenderse como ejercicios de búsqueda que paulatinamente fueron decantando la escritura de su autor. Pese a la exacerbación del sentimiento del que adolecen relatos como Alberto y Teresa, María y Amor secreto donde las protagonistas están destinadas a morir por amor; otros como La víspera y el día de una boda, La esposa del insurgente o Aventura de un veterano revelan el interés del escritor por incorporar a la prosa el paisaje nacional, el ambiente social que privaba en el país durante las luchas insurgentes o bien, los temas relacionados con México apenas constituido como nación independiente. De mayor interés por la variedad temática y la calidad de su factura resultan La lámpara, El castillo del barón D’Artl y El lucero de Málaga, donde abrevó en la historia y leyendas de la tradición francesa y española para ofrecernos un conjunto de excelentes ficciones, donde la intensidad y la creación adecuada de atmósferas y personajes anuncian ya sus dotes de gran narrador. Asimismo, sobresalen El monte virgen y Trinidad de Juárez novelas en las que demuestra su pasión por los temas del pasado colonial, periodo histórico que lo sedujo, pues en los casos de la Inquisición halló un vasto material que le sirvió para alimentar su literatura.

A decir de Óscar Mata, “en un lapso muy breve, poco más de un lustro, Manuel Payno pasó de ser el titubeante autor que apenas conseguía hilvanar un par de escenas, para convertirse en un diestro narrador que cada vez precisaba de más y más espacio para que su prosa consignara todo lo que veía y percibía”. A fuerza de voluntad y paciencia logró estructurar de mejor manera sus novelas cortas y contar historias con mayor destreza.

Acompañada por el subtítulo Leyenda del año de 1648, Trinidad de Juárez cierra con dignidad literaria el ciclo de novelas cortas escritas por Manuel Payno durante los años de juventud. En ella el célebre autor de Los bandidos de Río Frío, ofrece de manera ostensible algunas de sus más caras aficiones: su inquebrantable vocación de narrador, la pasión por la historia y el gusto por crear personajes femeninos de gran estirpe.

Trinidad de Juárez es la historia de un amor amenazado. Viuda, virgen y nuevamente desposada, Trinidad, la protagonista, enfrenta con valentía y decisión los ardides y las amenazas de los que se vale don Hernando de Juárez para seducirla y apartarla de Arturo. Los inauditos sucesos de esta historia de pasión y venganza tienen como escenario la ciudad de México en el siglo XVII y los puertos de Acapulco y Manila, que formaban parte de la ruta de la legendaria nao de China.

Al situar las acciones de este relato en la época virreinal, Payno aprovechó la oportunidad que le proporcionaban los acontecimientos para asomarse al pasado y revelarnos el proceder de la institución más poderosa de la colonia española: la Inquisición.

Hábilmente diseñada, Trinidad de Juárez está estructurada en diez episodios que se desenvuelven en cuatro años. En el transcurso de estas páginas Manuel Payno recurre a diversas estrategias narrativas para contar la historia familiar de Trinidad y las desventuras de los jóvenes amantes. Desde el inicio despliega una de sus armas preferidas para seducir a los lectores: un inteligente mecanismo de apelación y convencimiento que se exhibe en dos tipos de discurso -el del autor y el del narrador- que se alternan en varias ocasiones a lo largo del relato. Payno se dirige a su público diciéndole:

Dos objeciones podrían hacer allá a sus solas los pacientes y benévolos lectores de cuentos y novelas al leer el título de la presente: a saber; por qué escogí el nombre de Trinidad, teniendo el calendario novelesco tan abundante acopio de Clorindas, Dorilas, Clotildes, etcétera, y por qué esta Trinidad se llama de Juárez.

Luego de dar la explicación que el lector esperaría y de pintar en trazos poéticos la belleza de la heroína, se disculpa preguntándose: “¿dónde voy con tanta y tanta comparación la mayor parte necias e inexactas?”, para arremeter enseguida contra su trabajo y terminar por ganarse al lector con las siguientes reflexiones:

Baste decir que todas las cosas de este mundo son pasajeras como la vida de la mosca, deslumbradoras como la luz de una aurora boreal, y mentirosas como las patrañas que estampamos en el papel los que por oficio tenemos el muy honroso de divertir al público queriéndole hacer creer que conocemos el corazón humano y las pasiones amorosas y los entusiasmos políticos y..., al fin de toda esta farsa, ¿qué queda en el mundo del mísero escritor?... Un poco de polvo encerrado bajo de la helada tumba.

Posteriormente, el narrador entra de inmediato en la historia y el lector conoce el porqué de la orfandad de la protagonista, los lazos fraternales que la unen con Arturo y los motivos que conducen a la madre de Trinidad a consentir en que la joven se despose con el moribundo don Pedro de Juárez y este noble anciano designe como el protector de ambas a su hermano Hernando de Juárez.

A partir del segundo episodio, sin mayores preámbulos, pasamos de lleno a la acción. Con ingenio, el autor va delineando el carácter de sus personajes y urde con malicia los sucesos que los dos enfrentan para no sucumbir a cada uno de los obstáculos que les va anteponiendo el tirano. Hernando de Juárez arriesga fortuna, reputación y conciencia para acometer sus planes, se vale de sus títulos nobiliarios y de sus influencias con los oidores, los inquisidores, y demás autoridades virreinales para doblegar a los jóvenes e inocentes amantes.

Si bien Trinidad de Juárez se sitúa en un espacio y un tiempo que transcurren en la ciudad de México en 1648, el retrato de los protagonistas y la historia están concebidos a la manera romántica, lo que consigue que la narración gane fuerza e interés. Y también porque se trata de una historia de amor ubicada en el pasado colonial, que tanto les interesó a los historiadores y escritores liberales entre los que sobresalen Vicente Riva Palacio autor, en colaboración con el mismo Payno, de El libro rojo, interesante volumen dedicado a esa etapa.