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PRESENTACIÓN

El Gobierno del Estado de Guerrero y la Universidad Nacional Autónoma de México han iniciado la publicación de la Biblioteca Alarconiana con las obras de Juan Ruiz de Alarcón y Mendoza, en ediciones prologadas y revisadas por especialistas del Instituto de Investigaciones Filológicas de la unam, quienes dan cuenta de la vida y obra del autor. La presente coedición se propone acercar la dramaturgia del ilustre taxqueño a las generaciones actuales para retomar el diálogo con su legado.

En piezas como El semejante a sí mismo o Las paredes oyen es evidente el profundo conocimiento que tenía nuestro autor del ser humano, y el agudo humor que deslizó en cada uno de sus versos para responder a los juicios de sus detractores. Don Juan Ruiz de Alarcón aportó trabajos fundamentales como La verdad sospechosa, que le valieron un destacado lugar en la historia cultural del Siglo de Oro.

La vida no fue fácil para el literato guerrerense más universal, terminó la carrera de Licenciado en Derecho y ejerció con escaso éxito su oficio; después viajó a España, regresó a México una corta temporada y resolvió volver a Europa donde vivió hasta su muerte. Por su origen americano y su complexión física enfrentó en España el rechazo y desprecio de los intelectuales de su época; pero aún en ese ambiente hostil logró imponerse con talento, trabajo y magistrales obras teatrales, de tal suerte que al final tuvo como admiradores a sus antiguos enemigos, entre ellos al mismo Lope de Vega.

En la visión crítica del escritor novohispano, tanto de su tiempo como de las formas de relación humana, el humor juega un papel primordial para ahondar en la psicología de las personas. Y justamente el humor lo lleva a exploraciones fascinantes del lenguaje, consolidán­dolo como uno de los literatos con mayor dominio de la lengua española. Su creación abarca poco más de veinte obras en las cuales muestra la construcción de personajes sólidos, complejos y divertidos, así como de tramas bien estructuradas y conflictos que se resuelven de manera ingeniosa.

Sin embargo, a pesar de la calidad y grandeza de la obra de don Juan Ruiz de Alarcón, las nuevas generaciones no se han acercado lo suficiente, ni a su ejemplo de vida, ni a su admirable dramaturgia, por ello se crea de forma pertinente esta colección Biblioteca Alarconiana en el marco de las Jornadas Alarconianas que se llevan a cabo en Taxco de Alarcón, el más importante festival cultural que se realiza en Guerrero, y que está dedicado a enaltecer, rememorar y estudiar lo referente a don Juan Ruiz de Alarcón. Los aportes de esta índole, encabezados por la máxima casa de estudios de nuestro país, marcan precedentes en la historia bibliográfica de México; avivan y renuevan los debates en torno a quiénes hemos sido y quiénes aspiramos a ser a través del arte y la cultura.

héctor antonio astudillo flores

Gobernador Constitucional del Estado de Guerrero

prólogo

El primer fenómeno de masas que marca la modernidad es, con seguridad, el surgimiento del teatro comercial en Europa occidental, particularmente en España e Inglaterra, hacia finales del siglo xVI. En esas décadas, el arte dramático pasó de ser una celebración para entretenimiento de los poderosos y celebración de su estado superior, o un instrumento de reevangelización de la Iglesia, a ser un lucrativo negocio que propor­cionaba unas horas de diversión a quien las tuviera disponibles y pudiera pagar.

La masificación del teatro, con sus compañías establecidas, y también con las itinerantes, implicó la escritura continua de múltiples obras dramáticas, así como sus respectivos estrenos, que rivalizarían en cantidad con los de la actual industria cinematográfica. Surgen así los escritores profesionales de teatro, quienes llenan una demanda cada vez mayor de nuevas obras. Por ejemplo, Lope de Vega presumía de haber escrito, tras más o menos veinte años de actividad dramatúrgica, cuatrocientas ochenta y tres comedias.

La mayor popularidad la tenía el género que hoy llamamos de capa y espada, cuya trama consistía en que dos caballeros competían por el amor de una dama, afrontando múltiples dificultades y enredos; todo ello aderezado, y también a veces complicado, con la partici­pación de los respectivos criados de cada miembro del triángulo amoroso, que a veces tenía la opción de convertirse en cuarteto si se introducía a otra dama para obtener un resultado más espectacular al final, cuando a cada oveja terminaba correspondiéndole su pareja.

Naturalmente, la constante exigencia de nuevas obras afectaba su originalidad. Por otra parte, el prestigio de algunos escritores creaba un modelo repetitivo que todos seguían y que, a veces, terminaba aburriendo al público. De ahí que los dramaturgos que pudieron reinventarse e inventar nuevas reglas, sin traicionar el modelo, son los que actualmente destacan y leemos con mayor emoción.

Entre la multitud de autores que intentaban ganarse la vida escribiendo y reescribiendo sobre la fórmula
de la comedia nueva, debía destacar Juan Ruiz de Alarcón, un joven criollo pelirrojo y jorobado, que aspiraba a conseguir un puesto en la burocracia española, al mismo tiempo que competía con los mejores dramaturgos de su época. Éstos seguramente temían su éxito, como prueba el hecho de que el más importante escritor de la época, Lope de Vega, planease sabotear el estreno de una de las comedias de Alarcón, El Anticristo, lanzando una botella fétida en medio del patio durante la escena culminante de la obra, según contaba el poeta Luis de Góngora en una carta al predicador Hortensio Paravicino. Sin duda, en cuanto a calidad literaria, Juan Ruiz era considerado un rival digno de temer.

Uno de los mayores ejemplos de la originalidad de este dramaturgo puede leerse en la obra que el lector tiene en sus manos. Los empeños de un engaño representa una de las comedias de capa y espada mejor trabajadas, en la que los recursos dramáticos requeridos por el género están bien aprovechados y logrados, a la vez que Juan Ruiz toma distancia suficiente del modelo genérico para resaltar y no aburrir a su público con lo mismo que habrían ya visto cientos de veces.

Si la comedia de capa y espada requería un triángulo amoroso en el que dos caballeros se enfrentaran por el amor de una dama, como se ha indicado antes, en esta obra serán las damas, Leonor y Teodora, quienes peleen por la atención del galán, don Diego. A estos personajes se suman el marqués, amigo de don Diego y enamorado de Leonor, don Juan, hermano de Teodora, enamorado también de Leonor, y don Sancho, hermano de Leonor y enamorado de Teodora. Alarcón ha convertido así el tradicional triángulo amoroso en un hexágono, en el que son las damas las que se desviven por las atenciones del caballero, mientras que los hombres, por una razón o por otra, se enfrentan a don Diego, creando un divertidísimo juego de relaciones, en el que la amistad, el honor y la competencia amorosa enma­rañan todo el cuadro.

A las tradicionales complicaciones de este hexágono amoroso, se sumará el engaño como recurso dramático y organizador de la acción, como ya insinúa el título. En otras obras, Alarcón había ensayado la mentira como contenido escénico, por ejemplo en La verdad sospechosa. Sin embargo, mientras que en ésta la mentira era simplemente una de las características del personaje principal y, por tanto, un elemento secundario en la organización dramática, en Los empeños de un engaño, se convierte en el recurso central. En esta obra el engaño es generador de la confusión, del enredo, de la peripecia: en fin, el factor más importante de la acción dramática.

Al principio de la comedia, se nos presenta la mentira que crea todo el resto de la trama. Tenemos
a don Diego que ronda la casa de Teodora, a quien ha jurado mantener en secreto el amor que siente por ella, mientras que es observado por Leonor, quien se enamora del misterioso galán y trata de informarse de las intenciones del forastero a través de Campana, criado de don Diego. El muchacho, para mantener a salvo el secreto de su amo, le cuenta una mentira a Leonor: que don Diego está enamorado de ella.

El fingimiento al que se ve forzado don Diego
a causa de la poca pericia de su criado lo pondrá en serias complicaciones: con su amada Teodora, quien le exigirá una explicación, con los enamorados de Leonor, entre ellos su amigo el marqués, a quien enfrentará en un duelo, y con don Sancho, con quien también tendrá un emocionante intercambio de espadazos dentro de su propia casa, del que el protagonista no saldrá muy bien librado.

Es en este punto en el que la primera mentira genera nuevas mentiras. Las mujeres convertirán el engaño en su arma principal en la competencia por el amor de don Diego. Para salvarle la vida, Leonor le dirá a su hermano que don Diego le ha prometido su mano en matrimonio, pero esta mentira no tiene únicamente la intención de permitir al personaje principal seguir respirando por el resto de la obra, sino que también compromete a don Diego con Leonor, debido a que debe mantener intacto el honor de la dama que se ha arriesgado por él para mantenerlo con vida. La acción dramática, así, toma una interesante vuelta en la que se enfrentan los sentimientos de don Diego por Teodora y el agradecimiento que le debe a Leonor. Esta coyuntura entre la fidelidad a su amada, así como su deber de decir la verdad, y la gratitud que debe a su salvadora se manifiesta en el siguiente diálogo del protagonista:


Declararme y no casarme

es dalle, con una ofensa

y un desaire, recompensa

a Leonor, que por librarme,

arriesgando condolida

vida y honor, me dio allí

nombre de esposo, y debí

a su fineza la vida,

y después a su cuidado;

y de que soy su marido,

porque en su casa he vivido,

la opinión se ha confirmado.

Tantos los empeños son

en que un engaño me ha puesto,

mira si alcanzas con esto

remedio a mi confusión.


En efecto, de acuerdo con los códigos morales de la época, sólo un marido, padre o hermano podía vivir bajo el mismo techo que una mujer, de modo que si don Diego rechazaba el compromiso que le había atribuido Leonor, la deshonraba ante todo el mundo y nadie se casaría con ella. Sin embargo, en cuanto caballero también había hecho una promesa a Teodora, a quien no sólo lo ligaba su palabra, sino también sus sentimientos. La situación del segundo acto es insoluble y nos mantiene, como debió mantener a los espectadores originales, al filo de nuestro asiento. Este nuevo engaño, como ha señalado Serafín González, “no sólo no resuelve, sino que complica tremendamente la situación que se intenta superar con él”.