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Frick, Dieter

         Una teoría del urbanismo. Acerca de la organización constructivo-espacial de ciudad / Dieter Frick, traducción de Claudia Ríos, Luisa Piedrahita Jaramillo. – 2a ed. – Bogotá: Editorial Universidad del Rosario, Facultades de Ciencia Política y Gobierno y de Relaciones Internacionales, 2014.

280 páginas: ilustraciones, gráficas, mapas

 

ISBN: 978-958-738-519-9 (rústica)

ISBN: 978-958-738-520-5 (digital)

 

Urbanismo / Ciudades y pueblos / Espacio urbano / Rehabilitación urbana / I. Título.

 

   711 SCDD 20

 

Catalogación en la fuente – Universidad del Rosario. Biblioteca

 

amv Septiembre 12  de 2014

Hecho el depósito legal que marca el Decreto 460 de 1995

 

UNA TEORÍA DEL URBANISMO

 

ACERCA DE LA ORGANIZACIÓN
CONSTRUCTIVO-ESPACIAL DE CIUDAD

 

Segunda edición

 

DIETER FRICK

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Textos de Ekística

 

 

©  2014  Editorial Universidad del Rosario

© 2014  Universidad del Rosario, Facultad de Ciencia Políticia y Gobierno y de Relaciones Internacionales

© 2014  Dieter Frick

 

 

Editorial Universidad del Rosario

Carrera 7 Nº 12B-41, oficina 501
Teléfono 297 02 00

http://editorial.urosario.edu.co

 

 

Segunda edición en alemán: Theorie des Städtebaus. Zur Baulich-räumlichen Organisation von Stadt, Dieter Frick
Ernst Wasmuth Verlag Tübingen, Berlin, 2008

 

Primera edición en español: Bogotá D.C., marzo de 2011

Segunda edición en español: Bogotá D.C., octubre de 2014

 

 

ISBN: 978-958-738-519-9 (rústica)

ISBN: 978-958-738-520-5 (digital)

 

Coordinación editorial: Editorial Universidad del Rosario

Traductora y revisora de textos: Claudia Ríos

Co-traductora: Luisa Piedrahíta Jaramillo

Diseño de cubierta: Miguel Ramírez. Kilka diseño gráfico

Diagramación: Margoth de Olivos SAS

Desarrollo ePub: Lápiz Blanco S.A.S

 

Impreso y hecho en Colombia
Printed and made in Colombia

Todos los derechos reservados. Esta obra no puede ser reproducida sin el permiso previo por escrito de la Editorial Universidad del Rosario.

Prólogo

 

 

Podría parecer que ocuparse específicamente de la dimensión constructivo-espacial de la planificación urbana y espacial le planteara al urbanismo una reducción que descuidaría el carácter de la ciudad como estructura social, cultural y económica, así como el entrelazamiento de las distintas percepciones. Esta impresión engaña. Sin lugar a dudas, lo principal en una edificación es lo que sucede en ella. Sin embargo, para que pueda suceder lo que sucede, el espacio o los espacios de la edificación deben abrir la oportunidad para que ello acontezca de una manera o de otra. Y para que un espacio brinde esta oportunidad, necesita la producción del revestimiento de construcción, la subdivisión en espacios individuales, una apropiada conexión entre ellos, etc. La calidad del diseño y de la construcción contribuye por esta razón a cierta escala, a definir, ni más ni menos, aquello que acontece en una edificación. Lo que se ha dicho hasta el momento sobre la edificación es válido de forma análoga para la ciudad y para el asentamiento urbano. Su organización constructivo-espacial, como uno de los múltiples condicionamientos de aquello que sucede, está sujeta a requisitos técnicos y topológicos que siguen sus propias regularidades. El conocimiento o desconocimiento de estas regularidades y sistemas de reglas y sus normas correspondientes para la actividad urbanística ejercen en la práctica una influencia inmediata, aunque no exclusiva, sobre lo que sucede o no sucede en la ciudad. Por este motivo tiene sentido y resulta necesario ocuparse de la ciudad y el asentamiento urbano como  concepto y composición constructivo-espacial y del procedimiento de su producción material y física separadamente. Es indiscutible que lo que sucede o debe suceder en la ciudad tiene que constituir siempre la pauta que nos orienta.

La dimensión constructivo-espacial de la planificación urbana y espacial, el urbanismo es dominante en la práctica; en la teoría, por el contrario, es subvalorada y está rezagada. Hacer esto evidente y señalar un camino para subsanar esta situación es el deseo primordial del presente trabajo. En segundo lugar debe contribuir a la reducción de la extendida inseguridad en el lenguaje en el campo del urbanismo, condicionada en parte por lo pragmático y en parte por la ‘creación artística’; esto, a través de definiciones lo más claras posible de los términos y de su organización en el planteamiento sistemático de una teoría explicativa y normativa. En tercer lugar, este estudio debe proporcionar un compendio del pensamiento y la reflexión sobre el urbanismo que si bien no puede abarcarlo todo, tendrá que abrir algunas puertas para la acción futura en la práctica de la planificación. Habrá que repetir así mismo algunos aspectos que en general son considerados obvios en el discurso técnico.

El trabajo teórico en el urbanismo, para no seguir siendo exclusivamente académico, debe comprometerse con la práctica y con el presente. No obstante, la praxis tiende no pocas veces a la miopía propia de la tarea repetida y el presente es influenciado por el espíritu de época que le corresponde. Por lo tanto, la teoría tiene que buscar un equilibrio entre una conexión con la acción práctica y una mirada que vaya más allá de los límites de lo cotidiano, propia de una perspectiva de amplio alcance. Esta mirada se refiere entre otras cosas a la historia del urbanismo y la planificación urbana. Aún cuando los problemas específicos del desarrollo del asentamiento, inaplazables actualmente a nivel local y global, reclamen toda nuestra atención, las experiencias y las normas de larga data no han sido superadas completamente. Parece al menos apropiado, como mínimo, acudir a los conocimientos tradicionales sobre modelos de ciudades y asentamientos que nos han sido transmitidos de manera material y física, así cómo a través de documentos; sobre todo porque la época del modernismo en el siglo XX tuvo una marcada tendencia ahistórica. Deberíamos asumir seriamente el presente, pero sin sobrevalorarlo como algo único.

Esto constituye así mismo el punto de partida para intentar presentar una visión sistemática general. A algunos este intento podrá parecerles osado. Se remiten, como lo hace el editor de una serie bibliográfica reconocida, al desarrollo real de las mega-ciudades de Asia, África y Latinoamérica y a la erosión social de las grandes ciudades de Norteamérica y Europa. La mirada integral que sintetice múltiples aspectos y experiencias, necesidades y objetivos se habría perdido hace ya mucho tiempo y no se dejaría recuperar. Yo sostengo, por el contrario, que probablemente nunca ha existido una época sin problemas graves en el desarrollo de la ciudad y el asentamiento. Una de las teorías más importantes del nuevo urbanismo (premodernista), la Teoría general de la urbanización de Idelfonso Cerdá (1867), fue escrita en medio del proceso de las drásticas transformaciones generadas por la industrialización. Me parece legítimo y necesario reflexionar sobre el urbanismo precisamente en la crisis de lo que se considera tradicionalmente urbano. Dicha reflexión debe ser coherente, aun cuando los planteamientos de un estudio como tal sigan siendo parciales. La coherencia se refiere a la reflexión, no a la ilusión de construir un resultado integral y consistente.

Dependiendo de los intereses particulares, el libro puede ser leído de distintas maneras: por quienes tienen un interés teórico en el urbanismo y en las otras subdisciplinas de la planificación urbana y espacial para la revisión de lo que aquí se expone y de su propia posición; por los practicantes a quienes puede resultarles útil en su trabajo un planteamiento sistemático y una aclaración de términos (pero no a la manera de un instructivo para la acción, terminado y corto); por principiantes y estudiantes, como introducción y síntesis de una estructura retadora de pensamiento, pero también como un libro de texto.

Urs Kohlbrenner y Birgit Schütze leyeron el manuscrito con atención e interés, cada uno desde la competencia y con la mirada de distintas generaciones de planificadores urbanos. Agradezco mucho sus numerosos comentarios críticos que me llevaron a hacer aclaraciones y a complementar y me ayudaron a disminuir lo más posible las dificultades previsibles en la lectura. Laura Calbet i Elias me ayudó a revisar el texto español en atención al profesional. También quiero agradecer a la Editorial Universidad del Rosario por su buena disposición durante la preparación de esta segunda edición, y por el cuidadoso trabajo de traducción.

A. Introducción

 

 

1. La ciudad como objeto

La ciudad es considerada en este trabajo como ciudad construida, como construcción, no en el sentido de un edificio individual, de una edificación cerrada, sino en el sentido de un “agrupamiento de albergues, puestos en relación y comunicación mutua” (Cerdá 1867, Tomo I, p. 32). Sigue además siendo vigente que la ciudad debe entenderse como sociedad localizada, como mercado, como biotopo y también como construcción, es decir, como obra social, económica, ecológica así como constructivo-espacial. La atención aquí está centrada en el proceso de producción material y física de la ciudad y en su planificación, en cómo la ciudad es producida y transformada a través de la actividad de la construcción y en cómo la coordinación o la gestión de la actividad de la construcción se llevan a cabo; está centrada entonces en el urbanismo.

 

La ciudad en el sentido estricto

La ciudad, en el sentido estricto, es una forma de asentamiento con una historia de más de cinco mil años. Se caracteriza por ciertos rasgos que se han conservado hasta el presente, a pesar de cambios drásticos en las condiciones sociales, económicas y tecnológicas. La ciudad se ha definido socialmente por formas de vida y formas de organización que implican la comunicación en alto grado y favorecen por lo tanto la innovación. Económicamente se ha determinado por la división del trabajo y los correspondientes procesos de productividad, intercambio de bienes y prestación de servicios, que sólo han podido desarrollarse sobre la base de una sobreproducción agrícola. En términos ecológicos, por la acumulación en un espacio limitado de recursos energéticos y materiales en abundancia, particularmente agua, biomasa, materiales de construcción y fuentes de energía. Y, no en último lugar, en términos constructivo-espaciales por la concentración de muchas edificaciones, instalaciones técnicas y plantaciones en una superficie limitada de suelo y por el tipo de distribución, relación y conexión entre éstos. Vistas físicamente, las ciudades son existencias (stocks) de edificios unidos por el espacio y la infraestructura. Vistas funcionalmente, son el soporte de procesos económicos, sociales, culturales y ecológicos (Hillier 1996, p.149).

Desde el comienzo y hasta el día de hoy, la ciudad construida les ha servido no sólo a las necesidades prácticas de la vida sino que, al ser percibida sensorialmente, ha desarrollado un efecto simbólico y ha alcanzado un sentido, ello representado en la distribución espacial o geométrica de los elementos constructivo-espaciales y en la preponderancia de determinadas edificaciones o de ciertos grupos de edificios, espacios públicos y barrios: muros y torres, palacios y bodegas, templos, iglesias, monasterios; recintos feriales, plazas de mercado, plazas públicas; la parte alta de la ciudad (acrópolis, fortaleza) frente a los barrios bajos; alcaldías, hospitales, teatros, salas de conciertos, museos y universidades; en el siglo XIX, fábricas con chimeneas altas, ferrocarriles, centrales eléctricas; más tarde, en el siglo XX, autopistas, los altos edificios de los bancos, aseguradoras, grandes casas comerciales y empresas industriales que caracterizan hoy a los centros económicos mundiales; la ‘city’, el Central Business District (CBD).

Los reyes arcaicos, los representantes de las ciudades-república antiguas y medievales, las autoridades religiosas, los soberanos absolutistas, los regentes de los burgueses, los dirigentes modernos de la economía, todos ellos se sirvieron del efecto simbólico de la arquitectura y de la ciudad construida y sus sucesores lo siguen haciendo hoy. Los habitantes se apropian de su ciudad no en último término por este efecto simbólico. También los forasteros reconocen una ciudad, entre otras cosas, por sus edificios característicos, sus espacios públicos y sus barrios, por su silueta urbana o skyline.

 

La ciudad en el sentido amplio

Hasta nuestros días se ha diferenciado la ciudad del campo y del pueblo en que estos últimos no poseían casi ninguno de los particulares rasgos sociales, económicos y constructivo-espaciales de aquella. Esto se transformó de manera considerable en el transcurso de los siglos XIX y XX, en los lugares del mundo desarrollados económicamente. Aquí, debido a la disminución de la población dedicada a la agricultura de un 80 a mucho menos del 10% en los pasados 200 años (Fourastié 1954, pp.133 y ss.), por la migración constante de los asentamientos pequeños y medianos a unidades urbanas cada vez mayores (‘urbanización’) y por la disponibilidad de casi todas las conquistas técnico-civilizatorias incluso en el lugar más lejano, actualmente hay condiciones de vida urbana en todas partes. En el mismo corte de tiempo, numerosas ciudades con desarrollo histórico crecieron de manera extraordinaria y formaron grandes aglomeraciones urbanas junto con los municipios de sus alrededores, representando nuevos espacios regionales para la vida. En general ya no pueden, por lo tanto, proponerse diferenciaciones significativas basadas en el carácter urbano o rural de los asentamientos, aun cuando (por ejemplo en Europa) todavía se deja ver bastante bien la estructura básica de los sistemas urbanísticos preindustriales que se remontan a la Edad Media principalmente y en parte también a la Antigüedad. Los nuevos espacios de vida regionales conforman la ciudad en un sentido amplio.

Sin embargo, las diferencias en la importancia de los lugares, de las ciudades en un sentido tradicional del término, no han desaparecido de ningún modo, tanto en el nivel supra-regional como en el regional. Estas diferencias, que a primera vista tienen principalmente razones económicas, aparecen también como determinadas cultural y socialmente al mirarlas más de cerca. Son en cierta medida dependientes del tamaño de las aglomeraciones y de las unidades de asentamiento, así como de su ubicación en las redes viales. Dichas redes por una parte, cosa que parece notable, tienen una fuerte orientación a la estructura histórica de asentamientos (carreteras, vías férreas). Por otra, sobre todo al interior de las aglomeraciones, siguen el nuevo desarrollo urbanístico (nuevas vías principales, autopistas, líneas del transporte público). Por un lado, relacionados con la importancia de los lugares, están los factores clásicos, explicables racionalmente, ‘duros’. Por otro, han ganado influencia factores emocionales, ligados a la imagen, ‘blandos’, a los cuales pertenece, entre otros, la herencia histórica.

Es cierto que los niveles de centralidad contemplados, marcados por la estructura de asentamiento preindustrial (Christaller 1933, Lösch 1944) han perdido interés o han sido abolidos. Sin embargo, los lugares verdaderamente importantes son aún casi siempre los de aquellas ciudades con rica influencia histórica. Y las aglomeraciones que crecen a partir de éstas llevan sus nombres con pocas excepciones. Cerdá manifiesta que las líneas (de calles y) de caminos son el origen y el punto final de la gran vialidad universal (Cerdá 1867, Tomo I, p. 271). Cerdá, hace casi 140 años, va claramente más allá de la concepción limitada de la ciudad tradicional. Incluye todas las formas pensables de aglomeración, entre ellas la extensión, la expansión y la dispersión, y tiene ya en cuenta todos los tipos de movimiento y movilidad, incluidas las telecomunicaciones.

La ciudad, en tanto objeto, como es considerada en este trabajo, se refiere al sistema de asentamientos en su totalidad, a todas las formas y manifestaciones de unidades urbanas y aglomeraciones que existen hoy en día; se refiere a la ciudad en sentido estricto y en sentido amplio (a esto corresponde el término de la planificación urbana como parte de la planificación espacial). No obstante, el término de ciudad utilizado está unido a una idea de calidad, de calidad de las condiciones de vida urbanas, que permite diferenciar entre ciudad y no-ciudad, al interior del sistema de asentamientos. Esto evidentemente no corresponde a la vieja diferenciación entre unidades de asentamiento urbanas y rurales y tiene solamente de manera limitada algo que ver con la centralidad. A la ciudad existente en sentido amplio, es decir, al sistema de asentamientos constatable empíricamente en su distribución espacial, se le contrapondrá una idea de calidad dirigida al futuro que le dé una dirección a la tarea del urbanismo, a la ciudad por planificar.

En el Cuadro 1 están agrupados conceptos básicos relacionados con objeto, desarrollo y planificación de la ciudad, que serán tratados en éste y en los apartados siguientes. El aparte del urbanismo está especialmente referido.

 

2. Organización constructivo-espacial

Toda ciudad material y físicamente dada es resultado de la actividad de construcción, en otras palabras, del levantamiento de edificaciones, instalaciones técnicas y plantaciones, así como de la aparición de espacios intermedios, más o menos planeados. A este resultado, cuando se trata de un sector específico, lo denomino organización constructivo-espacial. Esta organización constructivo-espacial, en términos de Cerdá, se refiere a la distribución de parcelas y edificios, así como a la relación y la conexión entre éstos y, en mayor escala, a las estructuras de asentamientos regionales –la ciudad en sentido amplio– dentro de la distribución de sectores construidos o unidades de asentamiento. La gran complejidad en ello queda expresada en el término organización. El diccionario define organización en términos de un sistema social dirigido a objetivos en el cual las personas y los objetos mantienen una relación estructural.1 Cuando las edificaciones, las instalaciones técnicas y las plantaciones están ya organizadas entre sí o están siéndolo de una manera específica, adquiere adicionalmente el espacio público una calidad que va más allá del simple espacio intermedio. Como se demuestra más adelante, el espacio público tiene una función clave tanto en relación con las edificaciones, etc., como con el uso, la percepción y la función social de la ciudad. La organización constructivo-espacial constituye, desde la perspectiva que aquí se expone, el verdadero objeto del urbanismo. No es independiente en sí de la organización social de la ciudad (ver más adelante), pero sí está sujeta a regularidades propias y de descripción particular. Respecto a la ciudad, Jürgen Friedrichs, en cuanto a la sociedad, distingue la organización espacial de la social. Anota que las formas definibles de la organización social conducen por lo general a ciertas formas de la organización espacial; y que además falta por explorar cuáles consecuencias tendría la organización espacial sobre la social (Friedrichs 1977, p. 50).

 

Cuadro 1. La ciudad como objeto, desarrollo, planificación

 

El concepto de espacio

Mientras la construcción y las edificaciones aportan un espectro terminológico relativamente claro, el término de ‘espacio’ es polimorfo y debe ser delimitado y precisado en el contexto del urbanismo. Dieter Läpple se ha ocupado exhaustivamente del concepto de espacio (desde las ciencias sociales). Constata que el espacio no es una cosa en sí misma, sino que la percepción espacial se orienta a los comportamientos y configuraciones espaciales del mundo concreto, específicamente a la coexistencia y la sucesión, la cercanía y la distancia, la profundidad y la altura y al carácter fijo o móvil de los objetos. En cambio de espacio, propone que tendría más sentido hablar de términos espaciales o de conceptos espaciales y, al mismo tiempo, indicar a cuál planteamiento del problema se refiere cada término espacial: físico, geográfico, social, ecológico (p. 164). Läpple critica como insuficiente el ‘coreado’ concepto de espacio de la geografía que consiste solamente en un modelo espacial bidimensional de la distribución de los sitios donde se localizan los artefactos materiales (incluso aquellos de la naturaleza que ha sido apropiada socialmente) y las personas, pues la dimensión social y económica de estos artefactos es dejada de lado (p. 191). Lo mismo sería válido para la propuesta (tridimensional) del espacio como ‘contenedor’ o ‘recipiente’.

Läpple parte en cambio de la idea de un “espacio ordenado de forma relacional”, según el cual espacio y materia (los artefactos) no son considerados de forma separada sino en interrelación, como en la física moderna. Aboga por un concepto ampliado de espacio para poder explicar los espacios sociales a partir de la relación social de su función y su desarrollo y poder incluir las fuerzas sociales condicionadas históricamente que conforman y crean su sustrato material y físico y las estructuras espaciales. Läpple menciona cuatro componentes de un ‘espacio social’ o ‘espacio-matriz’ adecuado: (1) el sustrato material y físico, (2) las estructuras sociales de interacción y acción, (3) un sistema regulador institucionalizado y normativo y (4) un sistema espacial de representaciones, signos y símbolos unido al sustrato material y físico (Läpple 1992, pp. 194 y ss.).

Utilizo esta clasificación teniendo en cuenta dos aspectos: en primer lugar, que el espacio urbano construido es social y por consiguiente no se considera en términos puramente geográficos o topológicos pues es percibido a través de un sistema de signos y símbolos (componente 4) y su función la obtiene de las estructuras sociales de interacción y acción (componente 2) que definen tanto la producción como el uso del espacio. En segundo lugar, que el espacio urbano construido puede y debe ser considerado en sí mismo, por ahora y de forma reiterada, como sustrato material y físico (componente 1), si es que ha de convertirse en objeto de un diseño consciente y de un plan de construcción ya que en éste deben especificarse la medida y el volumen (longitud, ancho y altura) así como los intervalos y las distancias, de acuerdo con los cuales puede construirse. Para la coordinación y dirección de la actividad de construcción resulta útil un sistema normativo e institucionalizado de regulación (componente 3). Una descripción y una explicación acertadas del espacio urbano y, con base en éstas, la formulación de objetivos para producirlo y para que se desarrolle posteriormente requieren una consideración permanente e iterativa de los cuatro componentes propuestos por Läpple y al mismo tiempo la definición más precisa posible de cada uno de ellos así como de sus conexiones.

 

Configuración

El concepto de organización constructivo-espacial que ocupa el lugar central de este trabajo hace referencia al sustrato material y físico (Läpple), a aquello que la actividad constructiva crea o transforma con la construcción, la habilitación técnica urbana y la plantación. Esto se presenta (al interior de una zona específica que esté siendo considerada) en una distribución especifica de los objetos materiales y físicos, de las edificaciones, las instalaciones técnicas y las plantaciones y luego en la forma que se dan la relación y la conexión entre éstos. A través de la actividad de construcción se crean espacios al interior de las edificaciones (espacios interiores); a través de la distribución de las edificaciones, se crean espacios entre las edificaciones (espacios exteriores) y las áreas no construidas (espacios libres). Los espacios exteriores y libres tienen también una distribución determinada, por así decirlo, la imagen en negativo de la distribución de las edificaciones. Los espacios exteriores pueden ser cerrados y discontinuos (los patios, por ejemplo) o pueden ser abiertos y continuos (por ejemplo, las calles y caminos) y conforman de este modo el espacio público que puede diferenciarse por fragmentos espaciales, subespacios. La especial significación y la función clave del espacio público radica en que como red espacial determina la relación y la conexión entre los terrenos, las edificaciones, las manzanas, los barrios, etc.

La Teoría de la configuración de Bill Hillier (Configurational Theory of Architecture) brinda una base apropiada para la descripción y la explicación de la organización constructivo-espacial; con ella ha analizado y expuesto las regularidades de la organización constructivo espacial. Voy a remitirme a ella reiteradamente. Su concepto de la configuración se refiere precisamente a la distribución, la relación y la conexión de las unidades constructivas o espaciales, a la manera como está compuesta la ciudad a partir de subespacios o lugares. Según este autor, la configuración es una serie de relaciones (espaciales) independientes, en la que cada una de ellas está determinada por las otras (Hillier 1996, p. 35. Ver el espacio ordenado de manera relacional que Läpple propone). Una ciudad o una unidad de asentamiento están compuestas por un número de subespacios o lugares, cada uno con un determinado trayecto en la distancia con respecto a los otros subespacios o lugares. Se diferencian entre sí en que la suma de estas distancias es diferente en cada caso. La distancia se mide teniendo en cuenta el número de fragmentos espaciales que es necesario atravesar a pie o en un vehículo. Este número depende, en primer lugar, de la ubicación del punto de partida y, en segundo lugar, de la permeabilidad de los fragmentos espaciales que se atraviesan al dirigirse al otro lugar.

Así mismo, la conducta de las vías está determinada por la permeabilidad, lo que significa que para un camino solo pueden usarse aquellos fragmentos espaciales que tienen paso directo hacia por lo menos otros dos de estos fragmentos colindantes. Sólo es posible calcular el grado de integración de uno de estos fragmentos espaciales o subespacios en el “contexto global” de la zona considerada. El valor numérico resultante no es otra cosa que la suma de las distancias de los trayectos con respecto a todos los demás subespacios. Mientras más bajo sea este valor, menor será la distancia y mayor la accesibilidad del subespacio; esto define su ubicación (Hillier 1996, pp. 285 y ss.). Mientras las edificaciones colindantes y las manzanas participen más en dicha accesibilidad, más directa será su relación con cada subespacio. Para él, la integración es una medida crucial para la configuración de los subespacios o los lugares. Según su propuesta, se trata sobre todo de una medida puramente espacial (o métrica) que sin embargo da también testimonio del uso, cuando se examina el grado de integración de las unidades espaciales o lugares en los que se practican cada uno de los tipos de uso o actividades (p. 249).

Considerar la ciudad como configuración de subespacios, o lugares y como distribución espacial de la accesibilidad que se ha calculado para éstos va de la mano con los requisitos y las consecuencias del uso y con la percepción de la ciudad (ver expansión en B). Las regularidades del desarrollo de la organización constructivo-espacial que Hillier deriva de sus investigaciones teóricas y empíricas entran en vigor en el proceso de producción de la ciudad. Éste tiene repercusiones negativas cuando en la planificación de la ciudad no se tienen en cuenta dichas reglas o se infringen, por ello tendrían que encontrar aceptación en los objetivos del urbanismo y ser utilizadas en su evaluación.

 

Organización

El concepto de la organización constructivo-espacial tiene una dimensión analítica –cómo está organizada la ciudad (existente) y cómo podría estarlo– y al mismo tiempo una dimensión normativa –cómo debe organizarse la ciudad (que va a ser planificada)–. La dimensión analítica es objeto de descripción y explicación, la dimensión normativa consiste en la definición de objetivos y campos de acción. Para la descripción y la explicación (capítulo B) distingo cinco componentes diferentes de la organización constructivo-espacial (que no deben confundirse con los componentes de Läpple). Éstos puntualizan el término de organización que se usa aquí y sirven al mismo tiempo como referencia en la presentación de los objetivos e instrumentos del urbanismo (capítulos C y D):

 

(1) La división del suelo es literalmente un componente fundamental; en él se fundan los derechos de disposición tanto públicos como privados que permiten en términos sociales el uso del suelo y la edificación.

(2) La edificación es el resultado material y físico de la actividad de construcción, la habilitación técnica de las edificaciones o de los terrenos a través del refuerzo de las vías, de la canalización, las tuberías y los canales de suministro, etc. y la plantación de los espacios exteriores privados y públicos.

(3) La forma de la distribución de las edificaciones, las instalaciones técnicas y las plantaciones de una zona genera el requisito material y físico para que el espacio público surja y produzca a su vez una relación y una conexión visibles entre ellos.

(4) El concepto de la relación y conexión incluye también la diferenciación entre los distintos subespacios o lugares, en los que se llevan a cabo determinadas actividades fundamentales, y la red vial que garantiza la movilidad entre ellos.

(5) Por encima de cierta dimensión, un área urbanizada, una ciudad o una aglomeración urbana se definen a partir de distintos niveles de escala, que representan una articulación con miras al uso y la percepción: la manzana (o subespacio), el barrio/la zona urbana, la ciudad en su conjunto, la región. Éstas conforman gradaciones y medidas espaciales de la organización y simultáneamente diferentes campos de movimiento.

 

El tipo de organización constructivo-espacial proporciona en su conjunto las condiciones previas, materiales y físicas, para determinadas actividades humanas, para la vivienda y el movimiento, para la percepción y el uso de la ciudad. Su producción y su funcionamiento se relacionan siempre con un consumo de recursos, con flujos de energía y materia y con intervenciones en el ecosistema.

Será posible mostrar de qué manera la división del suelo, la edificación, la habilitación técnica urbana, la plantación y el espacio público, así como el vínculo entre los lugares y la red constituyen material y físicamente la organización constructivo-espacial; qué papel y qué importancia le corresponden a cada nivel de la escala y en qué medida puede proporcionar criterios sociales, económicos y ecológicos para la valoración de la organización constructivo-espacial la relación con respecto al uso y los flujos de energía y materia y al ecosistema.

 

3. El concepto de urbanismo

El concepto de urbanismo se refiere a la construcción de ciudad. El objeto es la ciudad, el construir es una actividad dirigida a levantar, remodelar o derruir edificaciones, instalaciones técnicas y plantaciones. Sin embargo, en el caso del urbanismo, a diferencia de construir edificaciones individuales, no se trata de construir en sí, sino de la distribución de los edificios y de la relación y conexión entre éstos (Cerdá), así como de la coordinación y la gestión dirigida de la actividad de construcción en una zona determinada. Construir en sí es cuestión de numerosos actores, privados y públicos. En un sentido general, tienen que haberse dado mecanismos de coordinación y dirección de la construcción específicos desde que existen ciudades, de otro modo no se habría alcanzado una proporción mínima de organización que les permitiera a los habitantes darle un uso provechoso a sus ciudades y poder percibirlas como tales.

El objeto del urbanismo es la ciudad, más precisamente, la ciudad en su organización constructivo-espacial. A fines del siglo XIX, cuando al ámbito lingüístico del alemán llegó el concepto “urbanismo” (“Städtebau”) se centraba la atención, principalmente en el sentido más estricto, es decir, en las ciudades que en la época se expandían rápidamente impulsadas por la industrialización. No obstante, en ese entonces también se incluían formas de poblamiento suburbanas y rurales. Alrededor de 1910 aparece el concepto de “entidad de asentamiento (“Siedlungswesen”) que da un nombre expreso a estas formas de urbanización y con ello igualmente a la relación entre las unidades de asentamiento dentro de una zona más amplia (una región). Tres generaciones después, a comienzos del siglo XXI, en los países económicamente desarrollados, las diferenciaciones entre formas de asentamiento rural y urbano se han centrado en la historia, es decir, en el mejor de los casos, aún sólo es posible mediante la forma (ver A 1). Por tanto, el quehacer del urbanismo debe tener que ver con todas las formas de asentamiento. Relaciona con todo el sistema de urbanización las zonas o subzonas construidas y en construcción. Hoy por hoy el objeto del urbanismo es ambas cosas: la ciudad en su término más estricto y a la vez en el más amplio.

Las ciudades y las unidades urbanas han surgido y siguen surgiendo de un modo más o menos planificado. En otras palabras, la coordinación y la gestión de la construcción se dan en diferentes grados e, incluso, a veces no se presentan en absoluto. De ahí que sea apropiada una diferenciación entre el la producción de la ciudad y la planificación de ésta. El urbanismo, como planificación de la ciudad, es por un lado parte integral del proceso de su producción, mas puede, por otro, considerarse separadamente como la intervención en dicho proceso.

El proceso de producción de la ciudad está compuesto por la suma de las unidades urbanas de una zona o subzona, construcciones en proceso, remodelaciones y reconstrucciones urbanas en proyectos de construcción individuales. Todos aquellos que construyen, participan, desde los pobres migrantes que ilegalmente arman su casucha con láminas de metal, los que habitan en zonas de estratos altos que establecen sus casas en amplios terrenos, pasando por los inversionistas locales e internacionales con sus pequeños y grandes proyectos, hasta la municipalidad y la ciudad con sus instalaciones sociales y de infraestructura. El proceso de producción (al igual que la demolición y la destrucción) puede describirse cuantitativa y cualitativamente en cuanto a su transcurrir en el tiempo, como la historia general del urbanismo, y a la vez puede ser objeto de una teoría explicativa.

El urbanismo como parte integral de la planificación urbana se encuentra, por el contrario, en la fase preparatoria y en el establecimiento de su organización constructivo-espacial y de coordinación y gestión correspondientes a la construcción misma. Aun cuando la planificación de la ciudad por principio es de naturaleza colectiva, se requiere de una instancia que transmita la elaboración de las proyecciones y concepciones y que asuma decisiones importantes y la función de la propia dirección en su realización. Esta instancia es, en consecuencia, el sector público, por regla general, la municipalidad o personas e instituciones encargadas por ésta, entre ellas, las asociaciones profesionales de urbanistas. Sin embargo, la planificación urbanística como la fase intelectual de preparación y determinación de objetivos puede describirse también como la historia de las ideas del urbanismo, sin importar si un determinado plan se llevó a término o no, e independientemente de los alcances de su influencia en el proceso de la producción. Los objetivos que dimensionan la planificación urbanística y los campos de acción son objeto de una teoría normativa.

La diferenciación entre el proceso de la producción y la planificación de la ciudad puede ayudar a disipar la generalizada falta de claridad en el uso de “urbanismo” y “planificación urbana”. El urbanismo hace parte de la planificación urbana que se centra básicamente en su dimensión constructivo-espacial. Por lo tanto, no tiene sentido el uso indiscriminado de “urbanismo” y “planificación urbana”, tal como se ha vuelto costumbre desde la década de 1920 y sigue vigente hasta el día de hoy. Además, –como afirma Joachim Bach– no hay razones para partir de la premisa de que la planificación urbana define los aspectos racionales y científicos, mientras que el urbanismo determina los creativos, arquitectónicos del manejo de la ciudad. Así mismo le resulta insostenible el supuesto de que la planificación urbana esté concebida bidimensionalmente y el urbanismo, a su vez, tridimensionalmente (Bach 1988, p. 5). Otra idea errada es la asociación del término “urbanismo” con concepciones de objetivos definitivas y estáticas (como en el diseño de un edificio), contraponiéndolo a la “planificación urbana” asociada al proceso dinámico, es decir, al aspecto temporal de dirigir la transformación de la organización tanto en lo constructivo-espacial, como en lo social, económico y ecológico.

Sobre la base de la diferenciación entre el proceso de la producción y la planificación de la ciudad y según la definición propuesta acá, el término urbanismo se refiere a la ciudad construida y por ello a la dimensión constructivo-espacial, contraria y complementariamente a la dimensión social, económica y ecológica de la planificación urbana y espacial como un todo. –En este caso, se entiende planificación espacial como término general que cubre planificación urbana, regional y territorial–. El urbanismo en su núcleo fundamental está caracterizado por la gestión de los recursos materiales y físicos: suelo, edificación y habilitación técnica y plantación. Y se ocupa de las tareas de la coordinación y el gestión dirigida de la actividad de la construcción, la determinación de zonas edificables o no edificables, la división de suelos, el equipamiento técnico de las zonas de construcción y la disposición conjunta de edificaciones, instalaciones técnicas y plantaciones y zonas verdes con los espacios exteriores, en especial el espacio público. El objetivo consiste en asegurar y continuar el desarrollo de la calidad de organización constructivo-espacial de la ciudad. No hay duda de que aquí se deben incluir las complejas interacciones con las otras disciplinas y subdisciplinas de la planificación urbana y espacial. La definición dada antes por Cerdá realmente ya es válida en este contexto, en ella afirma que “la urbanización simplemente es un agrupamiento de albergues, puestos en relación y comunicación mutua, para que los albergados puedan tratarse, puedan ayudarse, defenderse, auxiliarse recíprocamente y prestarse unos a otros aquellos servicios que sin perjuicio propio puedan concurrir al acrecentamiento y desarrollo del bienestar y prosperidad común” (Cerdá 1867, tomo I, p. 32). Además, afirma que “la urbanización es un conjunto de reconocimientos, principios, doctrinas y reglas encaminados a enseñar de qué manera debe estar ordenado todo agrupamiento de edificios” (p. 31).

El término “urbanismo”, en relación con la ciudad, y en su sentido estricto y amplio, requiere de una serie de conceptos de mayor alcance y precisión:

(1) Urbanismo y actividad de construcción. Arquitectos e ingenieros, también sus maestros de obra como personas naturales o jurídicas construyen. Al levantar edificios individuales e instalaciones, construyen también la ciudad, llevan a cabo su producción. Esto acaba siendo ilustrativo y corresponde también principalmente a la idea que tiene la opinión general, e incluso muchos de los que de manera directa toman decisiones, acerca de lo que supuestamente es el urbanismo. Dicha idea es, sin embargo, al mismo tiempo verdadera y falsa y provoca muchas veces grandes malentendidos. Lo cierto en ella es que la ciudad surge como una organización constructivo-espacial a través de la construcción y que constituye una estructura. Lo falso de la idea reside en que se crea que la labor del urbanismo es construir, en big architecture o big engineering (Lynch 1981, p. 291). El urbanismo consiste mucho más en coordinar y dirigir de tal manera que la distribución de los edificios individuales, las instalaciones técnicas y las plantaciones lleven a una sinergia del espacio y que la calidad tenga un efecto positivo en las condiciones de vida de la ciudad.

(2) Técnica y estética. La planificación de la ciudad en el sentido de coordinación y gestión de la actividad de la construcción se presenta en primer lugar como una labor técnica. Sin embargo, no puede separarse de la labor estética, aun cuando siempre vuelve a intentarse una separación tal. Los ingenieros civiles de los siglos XIX y XX se concentraron en las instalaciones del acueducto, del alcantarillado y las canalizaciones, en el tráfico automotor y férreo. Camilo Sitte se hizo defensor del “urbanismo según sus principios artísticos” (Sitte 1889). Los autores modernistas (del modern movement) del urbanismo dieron una preponderancia parcializada a la función técnica y social, que, aparente o efectivamente, se había desdibujado tras el fulgor de la fijación de objetivos burgueses y formales. Los extremos de la concepción de ciudad como máquina o como bastidor acabaron contrapuestos. En verdad se trata de concebir y realizar la técnica, la funcionalidad y la estética en una relación estrecha. Toda distribución dada de edificaciones y espacios exteriores no solo es utilizado por sus habitantes, también es percibido (consciente o inconscientemente), produciendo así un efecto estético. De la misma manera, la planificación de la distribución de edificios y espacios exteriores, de áreas edificables o no edificables, está determinada no sólo por el cálculo técnico, sino igualmente por el juicio estético (voluntario o involuntario) de los planificadores. Ello se da, por decirlo así, en confluencia de hechos: “las tareas ‘prácticas’ y las ‘estéticas’ no pueden separarse” (Lynch 1981, p. 104). Acorde con ello, la coordinación y gestión de la actividad de la construcción deben satisfacer por igual las exigencias técnicas y funcionales y las estéticas, éstas se encuentran correspondiente y estrechamente ligadas tanto a los objetivos superiores del aseguramiento básico y la utilidad, como a la inteligibilidad de la ciudad (Ver C 2).

(3) Ciencia y arte. El urbanismo es al mismo tiempo ciencia y arte, tal como lo afirmaron ya Cerdá (1867, Tomo 1, p. 17) y Goecke y Sitte (Goecke, Sitte 1904). En la ciencia está la preparación racional de las decisiones de planificación, el ocuparse sistemáticamente de las estructuras y de los modelos de desarrollo de ciudad y asentamiento, la reflexión acerca de concepciones urbanísticas posibles y con sentido y su fundamentación, la supervisión de un proceso adecuado en la planificación urbanística y la evaluación de sus resultados. Al arte en el urbanismo corresponde la percepción sensitiva de la ciudad y el experimentarla como tal, la intuición que de allí se deriva para el contacto inteligente con la división del suelo, la forma de la edificación, la habilitación técnica y la plantación, tiene que ver asimismo con las instalaciones y la composición del espacio público y de la red vial y de caminos, a la interrelación entre las unidades de asentamiento y el paisaje y entre los espacios libres en la ciudad. Ciencia y arte son mentores ante la dificultad de definir cómo desarrollar el diseño más apropiado que conduzca a la mejor combinación posible de los elementos para conformar un todo. La arquitectura (el urbanismo) requiere tanto del proceso de la abstracción, en el cual se reconoce la ciencia, como del proceso de la concreción, en el que reconocemos el arte (Hillier 1996, p. 9). Sólo se pueden lograr buenos resultados cuando se incorporan las partes necesarias de ciencia y arte en el urbanismo y cuando en el proceso del surgimiento se produce un acoplamiento entre ambos, intensivo y arduo, natural por su esencia.

(4) Arquitectura y planificación espacial. El urbanismo es, según sus orígenes, una disciplina de la arquitectura. Hasta comienzos de la era industrial esta teoría era indiscutible. No sólo la técnica y la estética eran cercanas, sino también la arquitectura y el urbanismo. Arquitecto e ingeniero por lo general estaban encarnados en una sola persona. Este arquitecto/ingeniero planeaba tanto los edificios como su distribución, relación y conexión mutuos. En el famoso tratado de arquitectura de Leon Battista Alberti, De re aedificatoria (1485), que hace una descripción sistemática del andamiaje para la planificación del entorno construido, está incluido el urbanismo, expresa y detalladamente. Desde mediados del siglo XIX la abolición de la tenencia del suelo por parte de los señores feudales y la introducción del derecho de libre disposición de éste llevaron a diferenciar el arquitecto que construía los edificios individuales, del arquitecto o del ingeniero que fundamentaba el marco para levantar los edificios individuales para el sector público. Estas actividades tan especializadas y sus resultados seguían denominándose, en el primer caso, “arquitectura” y, en el segundo, “urbanismo”. Puesto que desde entonces empezó a ser mayor la necesidad de desarrollar la planificación de la ciudad, en el sentido estricto y en el amplio, no sólo desde su dimensión constructivo-espacial, sino desde lo social, económico y ecológico, se le añade al urbanismo, en el contexto de la planificación urbana y espacial, la labor de representar a la arquitectura y la técnica. La relación (interna) del urbanismo con la arquitectura y las disciplinas de la ingeniería está definida especialmente por el paradigma del establecimiento y el llenamiento del marco urbanístico (ver D 0). Por tanto se puede decir actualmente que el urbanismo es una disciplina tanto de la planificación espacial como de la arquitectura.

(5) Urbanismo y planificación paísajística. Las ciudades y las aglomeraciones urbanas se asemejan cada vez más a una colcha de retazos de zonas construidas y no construidas, de diversos tamaños, limitando bastante la diferenciación entre ciudad y área rural (paisaje) también desde esta perspectiva. En la concepción estadística de los lotes se clasifica según el tipo de uso y las condiciones del suelo, o si son subzonas construidas o no, entre otras. Debido a que el urbanismo se ocupa básicamente de los terrenos construidos y urbanizados (y los de las vías), así como de las subzonas construidas o en construcción, la planificación paisajística o la arquitectura de paisajes se enfoca, en este mismo sentido, en los terrenos no construidos o no edificables (espacios urbanos libres, parques, bosques, espejos de agua, terrenos paisajísticos, etc.). Este tipo de distribución de tareas se contradice con el hecho de que edificios y espacios libres, asentamiento y paisaje, se entrecruzan, y lo hacen en todas las dimensiones. Aun cuando los dos campos del conocimiento tradicionalmente se han enfocado en lo construido y en el entorno natural respectivamente, esta distribución de las actividades debería empezar a ser considerada independientemente de las categorías correspondientes al uso del suelo. El reparto de tareas debería trazarse a lo largo de la línea divisoria entre la competencia constructivo-espacial y la biológico-ecológica en la manera de disposición entre edificaciones y espacios exteriores, entre zonas construidas y no construidas y que requieren, de por sí, una estrecha cooperación.

(6) Otras lenguas. El término alemán Städtebau2 ha generado desde su aparición a fines del siglo XIX un especial halo internacional. Ello puede deberse al destacado papel del urbanismo alemán y austriaco entre 1890 y 1914 y que ha sido reconocido por autores extranjeros (por ejemplo Sutcliffe 1994, p. 122). La palabra holandesa Stedebouw, por su morfología lingüística es de por sí muy cercana a la germana y casi idéntica. La expresión inglesa es urban design, que se diferencia de urban planning (city planning, town planning) y hace referencia a la planificación urbana. No obstante, Hillier asigna a urban design la síntesis constructiva y espacial y a urban planning, el análisis y gestión de los procesos sociales y económicos (Hillier 1996, p. 149), concepción de la que discrepo. El vocablo francés urbanisme corresponde en lo esencial al alemán Städtebau, sólo ocasionalmente se utiliza también urbanisation (ver Merlin, Choay 1988, pp. 682 y ss.). Para la planificación urbana (Stadtplanung, en alemán) se encuentra en francés la expresión aménagement urbain, que, no obstante, conduce frecuentemente a la misma equivocación que se presenta en alemán de intercambiar urbanismo con planificación urbana, usándola como sinónimo de urbanisme. En castellano e italiano, la palabra urbanismo (también urbanistica en este último) entra en la misma categoría que el urbanisme francés. Más arriba se describió el vocablo español urbanización, acuñado por Cerdá.

 

4. Teoría

 

¿Por qué una teoría del urbanismo?