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Resumen

Esta obra explora cómo los médicos colombianos de la segunda mitad del siglo XIX conceptualizaron las causas de las enfermedades en el cruce de varias tradiciones y teorías médicas: el neo-hipocratismo, la geografía médica y la bacteriología. Partiendo de la premisa de que las nociones de la bacteriología médica sólo tuvieron sentido para estos médicos a partir de las visiones de la enfermedad previamente dominantes (neo-hipocratismo y geografía médica), se muestra cómo los médicos reconciliaron estas dos visiones en la intersección de las transformaciones de la ocurrencia de las enfermedades, sus preocupaciones según sus intereses profesionales y, por último, las nociones y prácticas pasteurianas. La exploración se desarrolló siguiendo los casos de las enfermedades que en el siglo XIX se conocían como fiebres periódicas, fiebres continuas y lepra o elefantiasis griega, así como haciendo un análisis comparativo de las divergencias que se dieron en cada uno de los casos. Así, este libro explora también la historia de cómo en Colombia, estas enfermedades lograron una identidad como entidades patológicas diferenciadas y que hoy conocemos como fiebre amarilla y malaria (del grupo de las fiebres continuas), fiebre tifoidea (del grupo de las fiebres continuas) y la lepra como causada por un microorganismo.

Palabras clave: Enfermedades, historia, siglo XIX, salud pública.

Between Climates and Bacteria: Knowledge about Disease in Nineteenth Century Colombia

Abstract

This text explores the manner in which Colombian doctors conceptualized the causes of disease in the second half of the 19th century based on several medical theories and traditions: Neo-Hippocratism, medical geography, and bacteriology. Based on the idea that notions inherent to medical bacteriology made sense to these doctors only in the context of previously dominant views of disease (Neo-Hippocratism and medical geography), it is shown how doctors reconciled these two traditions in the context of transformations in the occurrence of diseases, their own professional interests, and Pasteurian notions and practices. The exploration of these changes follows cases of diseases known in the 19th century as periodic fevers, continuous fevers, and leprosy or Greek elephantiasis, and through a comparative analysis of the divergences in each one of the cases examined. The text also explores the history of how these diseases took on identities in Colombia as differentiated pathologies known today as yellow fever, malaria, and typhoid fever (from the group of continuous fevers), and leprosy, as a disease caused by a microorganism.

Key words: Diseases, history, 19th century, public health.

Citación sugerida:

García, Mónica. Entre climas y bacterias. El saber sobre la enfermedad en Colombia, siglo XIX.

Bogotá: Editorial Universidad del Rosario. 2016.

DOI: dx.doi.org/10.12804/th9789587387759

Entre climas y bacterias

El saber sobre la enfermedad en Colombia, siglo XIX

Mónica García

 

Mónica García

Entre climas y bacterias. El saber sobre la enfermedad en Colombia, siglo XIX / Mónica García. - Bogotá: Editorial Universidad del Rosario, Escuela de Ciencias Humanas, 2016.

viii, 168 páginas - (Colección Textos de Ciencias Humanas)

Incluye referencias bibliográficas.

ISBN: 978-958-738-774-2 (impreso)

ISBN: 978-958-738-775-9 (digital)

DOI: dx.doi.org/10.12804/th9789587387759

Enfermedades - Historia - Colombia - Siglo XIX / Medicina - Historia - Colombia - Siglo XIX / Salud pública - Historia - Colombia - Siglo XIX / I. Universidad del Rosario. Escuela de Ciencias Humanas / II. Título / III. Serie.

610.9861  SCDD 20

Catalogación en la fuente – Universidad del Rosario. Biblioteca

JDA  agosto 18 de 2016

Hecho el depósito legal que marca el Decreto 460 de 1995

 

 

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Colección Textos de Ciencias Humanas

 

© Editorial Universidad del Rosario

© Universidad del Rosario, Escuela de Ciencias Humanas

© Mónica García

 

Editorial Universidad del Rosario

Carrera 7 No. 12B-41, of. 501 • Tel.: 2970200 Ext. 3114

Bogotá, Colombia

editorial.urosario.edu.co

Primera edición: Bogotá, D.C., octubre de 2016

 

 

ISBN: 978-958-738-774-2 (impreso)

ISBN: 978-958-738-775-9 (digital)

DOI: dx.doi.org/10.12804/th9789587387759

 

Coordinación editorial: Editorial Universidad del Rosario

Corrección de estilo: Claudia Ríos

Diagramación: Martha Echeverry

Diseño de cubierta: Miguel Ramírez, Kilka DG

Desarrollo epub: Lapiz Blanco S.A.S.

 

Hecho en Colombia

Made in Colombia

 

 

Los conceptos y opiniones de esta obra son de exclusiva responsabilidad de sus autores y no comprometen a la universidad ni sus políticas institucionales.

 

Fecha de evaluación: 19 de abril de 2016

Fecha de aceptación: 28 de abril de 2016

 

Todos los derechos reservados. Esta obra no puede ser reproducida sin el permiso previo escrito de la Editorial Universidad del Rosario

Mónica García

Es profesora asociada de la Escuela de Ciencias Humanas de la Universidad del Rosario, médica y magíster en Historia de la Universidad Nacional de Colombia. Se doctoró en estudios de Ciencia y Tecnología en la Universidad de Edimburgo. Su trabajo se ha centrado en la historia de la enfermedad y de la salud pública en Colombia en los siglos XIX y XX, tratando de encontrar en la sociología del conocimiento científico luces para su investigación. Sus trabajos se han publicado en revistas como Historia Crítica,Social History of Medicine, Bulletin for the History of Medicine y Health Policy and Planning y es la autora de Las fiebres del Magdalena. Medicina y sociedad en la construcción de una noción médica colombiana, 1859-1886 ( Bogotá:Instituto de Salud Pública - Universidad Nacional,2006).

Introducción

Este libro aborda la historia de la geografía médica y la bacteriología en Colombia en el siglo XIX sobre la base de la investigación que desarrollé como tesis doctoral en estudios de ciencia y tecnología en la universidad de Edimburgo (2009). Algunos de los resultados de esa investigación han ido apareciendo en libros y revistas en los últimos cinco años. Quise presentar estos resultados en un solo libro, actualizados en alguna medida, junto con aquellos que no han salido a la luz pública, porque todos ellos responden a unas preocupaciones temáticas y teórico-metodológicas comunes y además porque algunos de esos resultados no estaban disponibles en español. En esta introducción deseo presentar entonces sucintamente los temas y enfoques que guiaron la investigación. Contrariando un poco las convenciones sobre el orden de las introducciones a los libros, comenzaré por la presentación de los capítulos luego de una corta historia sobre cómo llegué al tema del libro. En la segunda parte haré una reflexión sobre la perspectiva teórica que animó este trabajo.

El libro gira alrededor de dos preocupaciones generales: la primera es cómo y por qué la comunidad médica colombiana dio sentido a las enfermedades en la era pre-bacteriológica. La segunda es cómo esa misma comunidad médica transformó el sentido y la identidad de las enfermedades cuando se enfrentó tanto a cambios inesperados en el comportamiento de las enfermedades como a modelos de causalidad, conceptos y tecnologías nuevos presentados por la bacteriología. La primera de esas preocupaciones la abordé parcialmente en mi primer libro Las fiebres del Magdalena (2006), resultado de la tesis de Maestría en Historia de la Universidad Nacional. Me pareció entonces relevante investigar el contenido y las razones de la construcción de una noción médica que circuló por 30 años, entre 1860 y 1890 aproximadamente. Trabajar sobre un concepto que “fracasó” me resultaba fascinante, por un lado, y, por otro, el hecho de que una referencia geográfica (el río Magdalena y su valle) hiciera parte de la noción médica misma. En ese trabajo exploré cómo y por qué los médicos colombianos construyeron esa noción y cuál era su contenido específico. Quedó pendiente por investigar no solo la desaparición de dicha noción, sino también la extensión de la idea del determinismo climático que dominaba las comprensiones médicas sobre las fiebres de los climas cálidos —como las del Magdalena—. Me parecía un poco sorprendente que la historiografía de la medicina colombiana hubiera ignorado la fuerza de tal idea, al menos para el siglo XIX. Los objetivos que animaron entonces la segunda investigación y que desarrollé en el marco del doctorado eran no solamente dar cuenta de la destrucción de la noción fiebres del Magdalena, sino también examinar tanto la extensión de las ideas del determinismo climático entre las concepciones causales de varias patologías, como algunos de los debates entre los médicos alrededor de las nuevas concepciones y prácticas bacteriológicas, por lo menos hasta la década de 1890.

Como mostré en el libro de Las fiebres del Magdalena, el pensamiento médico decimonónico consideraba las fiebres como un grupo de enfermedades que clasificaba en géneros, especies y variedades según los síntomas principalmente y cuando la búsqueda de la base anatómico-patológica parecía infructuosa. Para la segunda investigación decidí entonces comenzar por abordar los problemas arriba mencionados explorando los grandes géneros de fiebres, las fiebres periódicas o remitentes e intermitentes —dentro de las que caían las llamadas fiebres del Magdalena— y las fiebres continuas, en particular la fiebre tifoidea. Igualmente decidí abordar la lepra, tomando como punto de partida los trabajos de la historiadora Diana Obregón.1 Así, esta segunda investigación se convirtió finalmente en una exploración de las reconfiguraciones de las nociones climatológicas presentes en los modelos causales de enfermedad dominantes hacia mediados del siglo XIX, el neo-hipocratismo y la geografía médica,2 en el encuentro con la bacteriología y frente a transformaciones inesperadas de las enfermedades, siguiendo los casos de las entonces llamadas fiebres periódicas (hoy diferenciadas como fiebre amarilla, palúdica o malárica), las fiebres continuas (en particular la fiebre tifoidea) y la lepra. Se trataba de explorar, en últimas, el proceso de redefinición de la identidad de estas patologías en Colombia como entidades distintas y diferenciadas, según las nuevas nociones de la bacteriología médica.

Todos los capítulos del libro que presento aquí, excepto quizás el primero, abordan esta transformación, antecedidos por un capítulo principalmente historiográfico sobre la geografía médica y la bacteriología (capítulo 2), una de cuyas versiones apareció en Historia Crítica, en el 2012.3 El tercer capítulo se centra en el caso de las fiebres periódicas —fiebres del Magdalena, fiebre amarilla y malaria—, una de cuyas versiones apareció ese mismo año en Social History of Medicine.4 En el capítulo cuarto abordo el caso de las fiebres continuas, en particular la fiebre tifoidea, y muy tangencialmente el tifo, trabajo que apareció en una versión preliminar en Medical History en 2014.5 En el capítulo quinto presento el caso de la lepra, profundizando en el tema de la presencia de las ideas de determinación climática sobre la enfermedad aún durante la incursión de las nociones bacteriológicas. Por otro lado, el hecho de haber explorado cómo una misma comunidad médica reconfiguró las nociones neo-hipocráticas, médico-geográficas y bacteriológicas, rastreando esta reconfiguración con respecto a diversas enfermedades, puso en evidencia serias divergencias y valoraciones sobre un mismo modelo de enfermedad dentro de dicha comunidad. Esas diferencias solo resultaban aparentes a través de un análisis comparado de los casos examinados, asunto al que está dedicado el último capítulo (capítulo 6). Una versión de dicho capítulo apareció en el Bulletin of the History of Medicine en el 2015.6 Allí también presento lo que podría considerarse como las conclusiones temáticas de esta investigación, razón por la cual decidí no incluir conclusiones al libro que el lector tiene en sus manos.

En cada uno de estos capítulos hago la respectiva contextualización historiográfica y teórica y exploro en detalle cada caso. Esto, y el hecho de que todos ellos estén estructurados alrededor de las mismas preocupaciones temáticas, explica el hecho de que el lector encontrará inevitables repeticiones, por lo que debo pedirle paciencia. La ventaja de presentar, en cada capítulo, tanto la pregunta, y la contextualización historiográfica, como los argumentos generales que alientan el libro, es que cada capítulo puede leerse independientemente de los demás.

Finalmente, decidí incluir en el libro una corta exploración sobre en el pensamiento racial presente en la literatura médica de la primera mitad del siglo XIX colombiano (capítulo 1).7 Aunque no es un capítulo exhaustivo, allí expongo alguna evidencia de que el pensamiento médico colombiano del siglo XIX se alimentó de nociones racializadas de la población y del cuerpo, presentes ya desde el neo-hipocratismo. Explorando algunas fuentes sobre epidemias, tratados médicos para la enseñanza de la medicina y revistas de medicina, muestro cómo, en algún grado, el neo-hipocratismo y la geografía médica vehicularon nociones racializadas sobre la población, los cuerpos, las enfermedades y la moral de la población. Explorar a profundidad este pensamiento racializado en la medicina así como sus conexiones con otros ámbitos de pensamiento sobre lo social, lo político o lo moral del siglo XIX colombiano exige indudablemente una investigación nueva.

Sobre las preocupaciones teórico-metodológicas que alentaron esta investigación, en particular las relacionadas con la historia de las enfermedades en general y sobre las formas de construcción de conocimiento médico, vale la pena resaltar dos aspectos. El primero estriba en que me pareció sorprendente el miedo que ha habido entre los historiadores de la enfermedad, tanto en el mundo hispanoparlante como en el anglosajón, de llevar hasta sus últimas consecuencias la historización del conocimiento médico. El “sentido común histórico” —parafraseando a Renán Silva— ordena historizar no solo los productos de la acción humana (instituciones, ideas, etc.), sino también la forma en que “naturalizamos” las cosas —trabajo que realizan las ciencias y también la medicina—. Se trata de una carencia en la historiografía de las enfermedades que valdría la pena investigar a fondo. Quizás los historiadores de las enfermedades hemos sido ciegos a los aportes de los estudios de la ciencia en general en los que se han mostrado de manera exhaustiva las formas en que los hechos científicos o médicos son construidos socialmente; o quizás los historiadores de las enfermedades cargamos aún con algún complejo de inferioridad frente a la medicina y las otras ciencias, complejo que tiene una larga genealogía —desde los debates del historicismo, por no decir que desde el positivismo del siglo XIX— o quizás hemos tenido miedo de perder la autoridad epistemológica y por tanto la tranquilidad intelectual y profesional que confiere no problematizar, des-historizando, los objetos de indagación médica y científica.

Este no es un problema trivial pues sus implicaciones metodológicas son dramáticas. El segundo aspecto que quiero señalar brevemente se refiere precisamente a ese problema, y podría enmarcarse en el debate sobre el socio-constructivismo, por llamarlo de alguna manera, en la consideración de las enfermedades —y de la ciencia en general—. Los historiadores de la medicina hemos sido reacios a pensar nuestros objetos de indagación a partir del desafío constructivista o, más específicamente, a asumir el carácter contencioso del conocimiento médico y, por tanto, de las cosas designadas por dicho conocimiento. Hemos decidido asumir como real lo que sabemos de las enfermedades hoy y nos paramos en la certeza de esos objetos “naturales”, según la medicina contemporánea, para adentrarnos en las influencias o factores políticos, institucionales, económicos, culturales que estuvieron involucrados en la comprensión y manejo de la enfermedad en una localidad y tiempo particulares. Con ello estamos reafirmando una separación esencial entre naturaleza y cultura, separación que la historia y la sociología del conocimiento científico han intentado problematizar desde la década de 1980. La influyente definición que en ese año diera el historiador Charles Rosenberg sobre la enfermedad que indica que ella es al mismo tiempo un evento biológico y constructos verbales que reflejan la historia intelectual e institucional de la medicina, entre otras cosas, consolidó esta distinción.8 Los historiadores de la enfermedad en América Latina acogimos con entusiasmo la definición de Rosenberg para justificar el estudio de los aspectos sociales, culturales y políticos de las enfermedades o aún para investigar la forma en que se han establecido hechos científicos sobre ellas, cuidándonos de no caer en el relativismo extremo.9 Sin embargo, como Adrian Wilson ha señalado, el esencialismo de la definición de Rosenberg, que fija las bases biológicas de la enfermedad, pudo haber frenado el impuso socio-constructivista de la década de 1980 pues este creaba un espacio para la historización de los conocimientos y hechos médicos mismos.10 La historia de la ciencia y la sociología del conocimiento científico en particular nos estaban presentando simultáneamente un camino en esa dirección.

Es verdad que los historiadores de la medicina y la salud pública comparten con los historiadores de la ciencia y de la sociología del conocimiento científico el objetivo de desentrañar las formas en que el conocimiento sobre el mundo natural —las enfermedades en este caso— se produce.11 Sin embargo, tal y como denunció Michael Worboys hace unos pocos años, y como indico arriba para el caso de los historiadores de las enfermedades en particular, los historiadores de la medicina y la salud pública hemos tomado con mucha lentitud las propuestas de estos campos.12 Desde la sociología del conocimiento científico, comenzando con el clásico trabajo de Ludwick Fleck13 hasta el programa fuerte de la sociología del conocimiento14 o los trabajos más recientes que, por ejemplo, historizan la objetividad moderna,15 por mencionar algunos, se nos invita a ser imparciales con respecto a la verdad, la falsedad, el éxito o el fracaso de los conocimientos y a ser simétricos con respecto a las explicaciones causales sobre por qué cierto conocimiento resulta considerado como falso o verdadero.16 La presunción aquí consiste en que las explicaciones para las decisiones cognitivas de los científicos no residen en la realidad natural o en la estructura lógica de la cognición individual solamente, sino en el juicio contingente involucrado en el trabajo científico.17 Esto significa que el contenido del conocimiento no está fundamentalmente determinado por las formas y estructuras de la realidad natural; que la aplicación de los conceptos científicos al mundo natural es en últimas un asunto de juicios inductivos, no de lógica deductiva; y que los significados y usos de tales conceptos son por tanto capaces de cambiar con el tiempo. Por otro lado, las reconstrucciones históricas, sociológicas y antropológicas centradas en las prácticas científicas han mostrado de forma extensiva que los hechos naturales y sociales son el resultado de procesos que involucran variadas estrategias y arreglos materiales.18 Estos trabajos insisten en la base material de las empresas científicas y las prácticas involucradas en la co-producción del mundo natural y social. El libro que aquí se presenta intenta entonces ser un aporte a la historiografía de las enfermedades en América Latina desde la perspectiva de los estudios sociales de la ciencia.

La investigación que sirvió de base para este libro se realizó gracias a la beca doctoral del Programa Alßan 2005 (Programa de Becas de Alto Nivel de la Unión Europea para América Latina, nº E05D056876CO). Agradezco a la Universidad del Rosario por su apoyo para la escritura de este texto y a mis colegas de la Escuela de Ciencias Humanas y de la Escuela de Medicina y Ciencias de la Salud, con quienes he podido compartir algunas de las ideas de este libro y quienes de ninguna manera son responsables de sus debilidades.

Notas

1 Obregón, Diana. Batallas contra la lepra: Estado, medicina y ciencia en Colombia. Medellín: EAFIT, 2002.

 

2 Para una explicación sobre cómo se entiende en este libro el neo-hipocratismo ver capítulo 1, segunda sección.

 

3 García, Mónica. “Geografía médica, bacteriología y el caso de las fiebres en Colombia en el siglo XIX”. , 2012, 46, 66-87.

 

4 García, Mónica. “Producing Knowledge about Tropical Fevers in the Andes: Preventive Inoculations and Yellow Fever in Colombia, 1880-1890”., 2012, 25, 830-847.

 

5 García, Mónica.Typhoid Fever in Nineteenth-Century Colombia: Between Medical Geography and Bacteriology”. , 2014, 58, 27-45.

 

6 García, Mónica. “Debating Diseases in Nineteenth-Century Colombia: Causes, Interests, and Pasteurian Therapeutics”. , 2015, 89, 293-321.

 

7 Una versión de este capítulo apareció en “Clima, enfermedad y raza en la medicina colombiana del siglo XIX”. En , editado por Gilberto Hochman, Steven Palmer y Silvia di Lisia Lima. Buenos Aires: Lugar Editorial, 2012, 59-74.

 

8 Rosenberg, Charles. “Framing disease: Illness, society and history”. En Explaining Epidemics and Other Studies in the History of Medicine (s. n.). Cambridge: Cambridge University Press, 1992, 305.

 

9 Ver, por ejemplo, Armus, Diego. Between Malaria and AIDS. History and Disease in Modern Latin America. Durham: Duke University Press, 2003, 1; Obregón, Diana. Batallas contra la lepra: Estado, medicina y ciencia en Colombia. Medellín: EAFIT, 2002, 27; García, Claudia Mónica. Las fiebres del Magdalena. Medicina y sociedad en la construcción de una noción médica colombiana, 1859-1886. Bogotá: Instituto de Salud Pública/Universidad Nacional, 2006, 2-3; Petraglia Kropf, Simone. Doença de Chagas, Doença do Brasil: ciência, saúde e nação, 1909 – 1962. Tesis de Doctorado en Historia, Universidad Federal Fluminense, Niterói, 2006, 12-13; Hochman, Gilberto, Steven Palmer, Maria Silvia Di Liscia. “Patologías de la patria: una introducción al tema”. En

10 Wilson, Adrian. “On the History of Disease-Concepts: the Case of Pleurisy”. History of Science, 2000, 38, 271–318; Jordanova, Ludmila. “The Social Construction of Medical Knowledge”. Social History of Medicine, 1995, 8, 3, 361-81; Wright, Peter y Andrew Treacher. The problem of Medical Knowledge: Examining in Social Construction of Medicine. Edinburgh: Edinburgh University Press, 1982.

 

11 Warner, John Harley. “The History of Science and the Sciences of Medicine”. Osiris, 1995, 2, 10, 165.

 

12 Worboys, Michael. “Practice and the Science of Medicine in the Nineteenth Century”. Isis, 2011, 102, 110.

 

13 Fleck, L. The Genesis and Development of a Scientific Fact. Chicago: University of Chicago Press, 1979, [1935].

 

14 Barnes, Barry, David Bloor y John Henry. Scientific Knowledge. A Sociological Analysis. Londres: Althlone, 1996; Bloor, David. Knowledge and Social Imagery. Chicago/Londres: The University of Chicago Press, 1991; Shapin, Steven. “Pump and Circumstance: Robert Boyle’s Literary Technology”. Social Studies of Science, 1984, 14, 4, 481-520.

 

15 Daston, Lorrain y Peter Galison. Objectivity. Nueva York, Zone Books, 2008.

 

16 Bloor, Knowledge and Social Imagery (n. 14), 7.

 

17 Barnes, Bloor and Henry. Scientific Knowledge (n. 14), 54-56; Barry Barnes. “On the Conventional Character of Knowledge and Cognition”, Philosophy of the Social Sciences, 1981, 11, 3, 303-333, 309.

 

18 Además de los textos mencionados anteriormente, ver por ejemplo Pickering, Andrew. The Mangle of Practice. Time, Agency and Science. Chicago and London: The University of Chicago Press, 1995; Secord, James A. Victorian Sensation The Extraordinary Publication, Reception, and Secret Authorship of Vestiges of the Natural History of Creation. Chicago/London: University of Chicago Press, 2001; Latour, Bruno. Laboratory Life: the Social Construction of Scientific Facts. Los Angeles: Sage, 1979; Science in Action. How to Follow Scientists and Engineers through Society. Cambridge Mass: Harvard University Press, 1987; y The pasteurization of France. Cambridge Mass: Harvard University Press, 1988; Collins, Harry. Tacit and Explicit Knowledge. Chicago/London: University of Chicago Press, 2010.

 

Capítulo 1
Medicina, clima e ideas raciales

El propósito de este capítulo es examinar la versión que los médicos colombianos de la primera mitad del siglo XIX construyeron sobre la relación entre el clima, las enfermedades y las razas. Hasta ahora los trabajos que abordan el tema de las visiones de la raza en Colombia en el siglo XIX se han centrado en su mayoría en el pensamiento racializado presente en las élites políticas y económicas o entre los científicos —Francisco José de Caldas y la Comisión Corográfica principalmente—, así como en la participación política de grupos diferentes a los “blancos” (afrodescendientes, mestizos e indígenas).1 En este capítulo quiero mostrar que los médicos también usaron nociones racializadas sobre la población, los cuerpos, las enfermedades y la moral de la población, primero apoyados en el neo-hipocratismo y luego en la geografía médica.2 Como explico en la Introducción al libro, este capítulo, aunque se apoya en algunas fuentes sobre epidemias, tratados médicos para la enseñanza de la medicina y revistas de medicina, no es un capítulo exhaustivo. Explorar a profundidad el pensamiento racializado en la medicina, pero sobre todo sus conexiones con otros ámbitos de pensamiento sobre lo social, lo político o lo moral del siglo XIX colombiano exige, indudablemente, una investigación de mayor alcance.

En este capítulo comenzaré mostrando cómo los médicos usaron en la teoría y en la práctica el modelo de causas específicas, predisponentes y ocasionales para explicar el rol del clima en la producción de las enfermedades. Describiré los conceptos y las especificidades de la geografía médica colombiana e indicaré cómo, en el cruce entre el neo-hipocratismo y la geografía médica, los médicos parecieron dar al clima un rol causal más relevante en la producción de enfermedad. Finalmente expondré que los médicos de orientación neo-hipocrática usaron el determinismo climático para explicar las formas de enfermar de los grupos hispano-descendientes e indígenas para al tiempo justificar la docilidad de estos últimos. Aunque la evidencia disponible es escasa, como se verá, es posible pensar que la élite médica de mediados de siglo, de orientación médico-geográfica, hizo extensivas esas diferencias a las que llamarían raza blanca e indígena. Mostraré cómo los médicos justificaron la inferioridad y docilidad de los indígenas, y por tanto su dominación, con los argumentos del determinismo climático.

Clima, neo-hipocratismo y enfermedad

Luego de las guerras de independencia (1810-1819), y con el establecimiento de las instituciones republicanas, los nuevos estudios médicos se diseñaron de acuerdo al Plan de Educación de 1826, instaurado por el nuevo gobierno. En dicho plan, que creó la Universidad Central con una facultad de medicina, cirugía y farmacéutica en Bogotá, se ordenó a la Facultad de Medicina diseñar un curso de ciencias médicas que debería estar “ajustado al clima, la constitución y las enfermedades de los habitantes de Colombia”.3 El punto de partida de este ajuste se estipuló también en el mismo plan: los aforismos hipocráticos y los tratados franceses de patología e higiene como Élémens de pathologie générale (1787), de Auguste François Chomel, y Élémens d’hygiène (1815), de Etienne Tourtelle, entre otros.4 En cumplimiento de este propósito, el influyente profesor de la Facultad de Medicina, José Félix Merizalde (1817-1868), realizó traducciones al español de estos dos tratados franceses con el fin de apoyar sus clases de la facultad. Se trataba de traducciones casi textuales intercaladas con algunos comentarios del propio Merizalde.5 Estas traducciones son un claro ejemplo del papel central que los elementos hipocráticos ambientales desempeñaron en el esquema causal de las enfermedades en la medicina decimonónica. Ciertamente, Merizalde comentó del capítulo “Sobre las aguas y las localidades” del libro de Tourtelle que,

Leído con atención este capítulo, que es tomado casi todo del libro de Hipócrates del aire, aguas i lugares, cualesquiera comparando los lugares de que él habla con los que habita, podrá conjeturar la sanidad, el clima, la naturaleza de sus aguas, de sus alimentos, de sus costumbres, de sus enfermedades, etc. Guiado por estos conocimientos podrá aplicar los preceptos dados en esta obra, para conservar la salud, alargar la vida i evitar las enfermedades.6

Un análisis del papel que estos elementos hipocráticos ambientales desempeñaron en el esquema causal de las enfermedades requiere ponerlos en el contexto de los otros elementos que se pensaron involucrados en la producción del desequilibrio del cuerpo, esto es, los llamados “no-naturales”: nutrición, excreciones, movimientos y percepciones.7 Como lo muestra la versión en español realizada por Merizalde del libro de patología de Chomel, la medicina del siglo XIX clasificaba los elementos ambientales y los no-naturales según su mecanismo de acción, esto es, como causas específicas, predisponentes y ocasionales.8 Las causas específicas, según Merizalde, eran aquellas que “obran de un modo evidente y producen constantemente un mismo efecto” como los contagios o las originadas en las funciones de nutrición, excreción, movimiento y percepción.9 Elementos del entorno como la temperatura del aire, las emanaciones y la electricidad actuarían también como causas específicas no contagiosas. Las causas ocasionales y las predisponentes ejercerían su acción de una manera más incierta y oscura. Las causas ocasionales, entre las que se encontraba el frío, podían provocar enfermedades, mientras que las predisponentes predispondrían gradualmente a que se adquirieran. A este último grupo pertenecerían, las causas predisponentes individuales y las generales. Las primeras dependerían por completo de las condiciones y actitudes individuales, como el temperamento y otras relacionadas con las funciones corporales, y las segundas se referían casi en su totalidad a elementos climáticos y geográficos como el aire, los cambios atmosféricos y estacionales y la constitución del suelo.10 Como se ve, elementos del clima actuarían en los tres niveles de causalidad, pero su acción más constante y determinante parecería estar en el nivel de las causas predisponentes generales.

Efectivamente, el aire y las estaciones, decía Merizalde, tenían gran influencia en el cuerpo y por tanto en la producción de enfermedad.11 Merizalde y otros profesores de la Facultad de Medicina creían, por ejemplo, que en Bogotá las enfermedades eran en general de curso benigno puesto que el aire mantenía sus correctas proporciones y el ciclo estacional de lluvias era regular. Incluso afirmaban que enfermedades como tuberculosis, peste y fiebre amarilla nunca llegarían a la sabana de Bogotá por estas mismas razones.12 Merizalde estaba convencido también de que los cambios atmosféricos tales como las variaciones en la sequedad, el frío, el calor y la humedad del aire tendrían el poder de producir varias enfermedades si se asociaban a causas predisponentes individuales y ocasionales. Por ejemplo, el aire seco y frío podría predisponer a enfermedades inflamatorias y a hemorragias, mientras que el aire húmedo podría producir escorbuto y reumatismo.13

Los médicos aplicaron este esquema de causas específicas, predisponentes y ocasionales (que de aquí en adelante se llamarán “neo-hipocratismo”) para explicar la epidemia de fiebres catarrales y malignas que ocurrió en Bogotá en 1830. Según los profesores de la Facultad de Medicina, las principales responsables de la epidemia eran causas predisponentes generales —el prolongado invierno, el frío y aire húmedo— y causas específicas no contagiosas —los miasmas de la ciudad—.14 La epidemia habría comenzado en septiembre luego de varios meses de un invierno extendido, causado por vientos del Suroriente y del Norte. Según tales argumentaciones, este invierno habría expuesto a los habitantes de la ciudad a un frío excesivo y a un aire húmedo que habrían afectado la respiración y dañado las mucosas de las membranas, produciendo en consecuencia fiebres catarrales. Durante los meses siguientes estas fiebres catarrales se habrían extendido “por contagio” y luego se habrían transformado en fiebres malignas atáxico-adinámicas bajo la “influencia de la ciudad”, es decir, de la columna de miasmas azoóticos producto de la putrefacción de las alcantarillas, de la exhumación de cadáveres, del degollamiento de los cerdos y de la infección de las aguas.15

Neo-hipocratismo, clima y castas

Un aspecto estrechamente relacionado con el uso de este determinismo climático de las enfermedades es el uso del mismo determinismo para explicar las diferencias sociales heredadas del periodo colonial. Los profesores de la Facultad de Medicina incluyeron en su análisis de la epidemia de 1830 una reflexión sobre la forma en que enfermaban los indígenas de la sabana de Bogotá (de las áreas rurales que rodeaban la ciudad) y las “familias que por la antigüedad de su oríjen estan ya muy aclimatadas”, esto es, españoles y sus descendientes.16 Afirmaron que los “naturales” o indígenas, por una cierta aclimatación al entorno, eran saludables, gozaban de una larga vida y raramente se veían afectados por cambios estacionales y crónicos. Por su parte, continuaban, las “familias que han vivido por largo tiempo en la ciudad” también se hallaban “bien aclimatadas”, mantenían los buenos hábitos y, por tanto, sus respuestas a las enfermedades estacionales y crónicas serían similares a las de los indígenas.17 Sin embargo, estos profesores señalaron una gran diferencia entre ambos grupos: la buena salud de los indígenas y su relativa resistencia a las enfermedades estaba acompañada, según los profesores de la Facultad, por otra cualidad, la docilidad. Mientras la aclimatación de los indígenas al territorio los habría hecho resistentes a los cambios estacionales y a las enfermedades crónicas, su condición flemática y la influencia del clima, decían los galenos, explicaría su carácter “amable, dócil, generoso y hospitalario: por convencimiento están siempre sometidos a la ley y propensos a mantener los pactos sociales”.18

En efecto, en uno de sus textos Merizalde indicó que las personas flemáticas —como catalogó a los indígenas— eran de funciones lentas, pulso y respiración débil, de poco apetito y de digestión difícil pero también de carácter débil, tendientes a la pereza y a la laxitud.19 Igualmente señaló que los habitantes de los lugares altos y abiertos —en clara referencia a la sabana de Bogotá—, que estaban expuestos a los vientos, abundantes aguas, fértiles tierras y estaciones suaves, eran faltos de coraje y más dóciles. La fertilidad de la tierra, según él, los eximía del trabajo arduo y continuo y esta condición, combinada con estaciones suaves, los liberaba de violentos choques en el epigastrio o el cerebro, liberándolos, por tanto, de las fuertes y violentas pasiones.20 Así, continuó:

A esta especial influencia física sobre lo moral, debe atribuirse el carácter dulce apacible i humano de los habitantes de las provincias del centro de la antigua Nueva Granada i particularmente la de los de la ciudad de Santafe de Bogotá, quienes en los días de la revolución del 20 de Julio de 1810 i en los funestos días de anarquía en que se han visto envuelto sus moradores, han comprobado esta observación hecha desde el tiempo del divino Hipócrates.21

Es importante señalar que Merizalde no cuestionó la visión de inferioridad sobre el hombre en el trópico presente en el tratado de higiene de Tourtelle. Merizalde tradujo, sin ningún comentario, la idea de Tourtelle de que entre más se acercaba uno al Ecuador y los polos, más frecuentemente se encontraba con seres “informes, feos i enteramente degradados” y también la idea de que África y América eran lugares con habitantes “cuyas facultades del alma están menos desenvueltas”.22

Argumentos similares sobre las diferencias físicas y morales entre nativos y otros grupos debido a condiciones climáticas se encuentran en el trabajo del influyente botánico y astrónomo Francisco José de Caldas (1771-1816). Caldas fue un científico autodidacta que se involucró en la Expedición Botánica española en 1803 y fundó la primera publicación científica del país, el Semanario del Nuevo Reino de Granada. En su artículo de 1808 “La influencia del clima en los seres organizados”, basado en la Historia natural de Buffon, Caldas resaltó que el calor y el frío eran responsables por las diferencias de todos los animales, no solo en color y tamaño sino también en fuerza y coraje.23 El hombre, decía Caldas, habría sufrido también de la influencia de las diferentes latitudes como se revela en las diferencias en el color de piel alrededor del mundo. Con respecto al color peculiar de los nativos del Nuevo Mundo, que él describió como rojizo y cobrizo, Caldas responsabilizó a otras variables geográficas como las montañas de los Andes, las selvas, la vegetación vigorosa, los inmensos ríos, lagos, mares, la abundante lluvia, los vientos, la electricidad y las nubes:

Es verdad que el color del indígena de la Nueva Granada es el del cobre; pero sube y baja, se obscurece y se aclara con relación al nivel, al calor, al clima, a las ocupaciones y al modo de vivir. Los indios de las costas del Sur son mucho más obscuros que los de los flancos de la cordillera.24

Caldas también extendió este argumento a las diferencias morales. Según él, los nativos de las costas pacíficas eran no solo de piel más oscura, estatura media y cabello oscuro, sino también tenían un carácter intrépido, particularmente apropiado para la pesca y la caza. En contraste, decía, los nativos y otras castas (grupos diferentes a los europeos) que vivían en las montañas o cordilleras eran de piel más clara, dulces en carácter y de emociones más calmadas. Al igual que el médico Merizalde, Caldas afirmaba que los nativos de las cordilleras tenían costumbres moderadas y actitudes morales buenas debido a las temperaturas benignas y al aire suave.25

La visión que el botánico Caldas y el médico Merizalde compartieron sobre el carácter y docilidad de los indígenas según su temperamento y el clima corresponde al orden colonial que se fundamentó en la diferenciación entre los españoles y los otros grupos llamados castas. Aunque el sistema colonial pretendió proteger a los indígenas, éste se basaba en la percepción de su debilidad moral e inevitable corruptibilidad al contacto con los europeos y especialmente con los mestizos, quienes se convertirían en la presencia social dominante y una amenaza al orden social hacia el final del periodo colonial. Las castas no podían formar parte de instituciones como la educación y los cabildos. De acuerdo con la ley, solo los españoles con títulos nobiliarios y blancos en general podían entrar a la universidad. Había frecuentes disputas con candidatos que eran rechazados porque estaban “manchados por sangre de la tierra [esto es, mezclados con los indios], ellos, sus padres o sus abuelos”.26

Aunque la base legal para la discriminación de los indios fue abolida con el establecimiento de la república, basada en principios de la Ilustración, en la práctica ellos y los mestizos continuaron ocupando el lugar más bajo en la escala social, valorados como inferiores. Ciertamente, el movimiento de independencia fue liderado por las elites blancas o criollas quienes encontraron en la crisis dinástica de los Borbones durante la invasión napoleónica a España la oportunidad de romper el control monopolista del comercio internacional de la Corona española y también la oportunidad para liberarse del control político español. Pero al mismo tiempo esos grupos mantuvieron los privilegios económicos y sociales ganados durante la autonomía de facto que habían conquistado durante años de colonización. Así, una vez los criollos derrotaron definitivamente a la armada española en 1819 y fundaron la nueva república independiente sobre las bases de los principios de la revolución francesa de libertad e igualdad de los ciudadanos, hicieron poco para transformar el status quo económico y social que los mantuvo en la posición de élite en primer lugar.27

Las vidas del botánico y astrónomo Caldas y del médico Merizalde ilustran muy bien ese punto. Caldas fue hijo de un oficial militar español que entró a las redes del poder local al casarse con una mujer de una vieja y prestigiosa familia de Popayán. Formó parte del grupo de criollos que lideraron el movimiento independentista en 1810 y su prominencia a través del siglo XIX permaneció intacta debido a su muerte en manos de los españoles en 1816. El médico Merizalde era hijo de un profesor de medicina español que había sido enviado a la Nueva Granada para buscar formas de exportar quina.28 Estudió medicina en el Colegio Mayor del Rosario durante el periodo colonial y, como Caldas, participó en el movimiento de independencia del lado de los rebeldes. Logró fama como médico y hombre público después de formalizada la separación de España. Las ideas de Caldas y Merizalde respecto del carácter y la salud de los habitantes del país fueron muy similares y claramente asociadas a la visión colonial de inferioridad de las castas.

Como se insinuará al final de este capítulo, los médicos y estudiosos de las ciencias naturales del siglo XIX heredaron esta visión de inferioridad de las viejas castas, entonces llamadas razas, así como sus ideas sobre la determinación climática de los temperamentos y del cuerpo.29

Neo-hipocratismo y geografía médica

Una de las características de la versión neo-hipocrática de la enfermedad de la primera mitad del siglo XIX europeo fue la distinción entre enfermedades de diferentes latitudes, esto es, entre enfermedades de la fría Europa y las de las áreas tropicales. Pero también lo fueron cada vez más las diferencias entre las enfermedades según la altitud. En Colombia, figuras como Caldas habían introducido desde las primeras décadas del siglo XIX comparaciones entre las características físicas y morales de los pobladores de las montañas y las tierras bajas. En estas versiones, los elementos del clima y la geografía se consideraron como una causa predisponente u ocasional de las enfermedades, al tiempo que se les atribuyó una gran influencia en el comportamiento de los individuos, como mostré. Esta concepción neo-hipocrática se sofisticaría y transformaría hacia mediados del siglo XIX, cuando los médicos colombianos formados en París incorporaron las nuevas nociones de la geografía médica francesa para el estudio de las patologías locales.

Para los médicos colombianos de mediados de siglo la topografía o geografía médica significaba el estudio de las patologías locales, esto es, aquellas que estaban determinadas por el clima y la geografía de cada localidad.30 Desde la década de 1840 éstos“”“”31é