Cubierta

Juan Besse y María Graciela Rodríguez
Editores

16 de junio 1955, bombardeo y masacre

Imágenes, memorias, silencios

Editorial Biblos

16 DE JUNIO 1955, BOMBARDEO Y MASACRE

La memoria sobre el bombardeo y la masacre del 16 de junio de 1955 en la Plaza de Mayo –prolegómeno del derrocamiento de Juan Domingo Perón– se construye mediante múltiples actos que trabajan contra el olvido y contra el silencio, pero también se deconstruye, es decir se piensa a sí misma y contra sí misma, incorporando nuevas dimensiones que enriquecen el trabajo de aproximación a la verdad y su materialización en la justicia. Esta memoria se sostiene, se disputa y se transmite mediante incesantes acciones políticas: del Estado, de las militancias, de organizaciones de la sociedad civil, de los emprendimientos y mercados académicos, artísticos, periodísticos y culturales. La restitución simbólica de acontecimientos y experiencias silenciadas, o forzadas al olvido, cumple así una función reparatoria, ayuda a que los muertos no mueran dos veces, primero como vidas troncadas y después como muertos sin nombres que nombren lo que pasó. Inscribir lo que se perdió ese 16 de junio, vidas y dignidad ciudadana, es parte de lo que este libro quiere ofrecer al lector.

Juan Besse. Antropólogo y epistemólogo. Profesor regular de la Universidad Nacional de Lanús y la Universidad de Buenos Aires.

María Graciela Rodríguez. Doctora en Ciencias Sociales. Profesora regular de la Universidad Nacional de San Martín y la Universidad de Buenos Aires.

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Acrónimos y siglas

AGN

Archivo General de la Nación

AMIA

Asociación Mutual Israelita Argentina

ARI

Afirmación para una República Igualitaria

CGT

Confederación General del Trabajo

Conadep

Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas

EAM

Ente Autárquico Mundial

ESMA

Escuela de Mecánica de la Armada

INJDP

Instituto Nacional Juan Domingo Perón de Estudios e Investigaciones Históricas, Sociales y Políticas

ONU

Organización de las Naciones Unidas

RADES

Red Argentina de Emisoras Splendid

SIR

Servicio Internacional de Radiodifusión

SOR

Servicio Oficial de Radiodifusión

UCR

Unión Cívica Radical

UCRI

Unión Cívica Radical Intransigente

UCRP

Unión Cívica Radical del Pueblo

Udelpa

Unión del Pueblo Argentino

UOM

Unión Obrera Metalúrgica

Presentación

Juan Besse y María Graciela Rodríguez

Después de diez años de insistencia en los acontecimientos del 16 de junio de 1955 puede decirse que, de una manera u otra, hoy se sabe qué sucedió ese día atroz para la vida política argentina. Diez años de escritos periodísticos, académicos, films documentales, programas televisivos y radiales, eventos académicos, instalaciones, arte gráfico y otras materialidades que hacen a la transmisión del pasado reciente permiten afirmar que desde 2005 hubo trazas de distintas políticas de la memoria sobre la masacre del 16 de junio.

Bajo ese impulso, este libro está compuesto por un conjunto de escritos cuyo punto en común es haberse propuesto conocer y pensar algunos de los tratamientos que, en distintos momentos y coyunturas políticas, recibió el 16 de junio. Quienes trabajamos en el proyecto de darle cuerpo al libro formamos parte de equipos de investigación con asiento en el Instituto de Altos Estudios Sociales (IDAES) de la Universidad Nacional de San Martín, el Departamento de Políticas Públicas de la Universidad Nacional de Lanús, el Instituto Gino Germani de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires y el Instituto de Geografía Romualdo Ardissone de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires.

Y así, si tuviéramos que señalar otra común medida de los trabajos que hacen a la camaradería íntima de estas investigaciones, diríamos que, con sus estilos y registros particulares, los capítulos del libro se configuran por detalles y esto porque no hay otro modo de explorar y adentrarse en ese acontecimiento atascado –en el conocimiento histórico y en el pensamiento político argentino– por inauditos silencios.

De hecho, la confluencia de estos equipos de investigación le da al libro el necesario tono multidisciplinar que consideramos imprescindible para comprender el espanto del acontecimiento de junio de 1955. Nos importa concebir los procesos sociales desde una perspectiva integral que hable todas las lenguas disponibles para pensar qué y cómo sucedió, y por eso apostamos a este proyecto, que incluye reflexiones que atañen a la dimensión política pero también a los contextos sociales, comunicacionales y culturales que lo enmarcan y le dan existencia.

A través de una revisión de la cobertura de la prensa gráfica de la época en días posteriores a los bombardeos de 1955, Matías Izaguirre y Mauro Vázquez (“«El pueblo debe estar tranquilo»”: las imágenes de un bombardeo”) dan cuenta de la “vuelta a la normalidad” que presentan las narrativas de los periódicos que cubrieron el acontecimiento, observando un cierto paralelismo con los propios discursos presidenciales. Por su lado, Nicolás Gandini y Nadia Koziner (“Huellas de la violencia: itinerario del registro audiovisual de los bombardeos”) reconstruyen, desde una matriz sociohistórica, el derrotero de las primeras imágenes que documentaron los sucesos y que permanecieron ocultas hasta mediados de 2000. ¿Qué ocurrió en todos esos años con las imágenes? El papel de los discursos historiográficos en la configuración de datos básicos e imágenes acerca del 16 de junio de 1955 es analizado y revisitado por Juan Besse (“Escritura, silencio y borroneo, nuestros años 60: el lugar de los muertos y los hechos en las primeras narraciones historiográficas acerca del 16 de junio de 1955”), dando cuenta de la escritura, el silencio o el simple borroneo de que fueran objeto los bombardeos en la década de 1960. También los aniversarios hablan de distorsiones, borraduras, reivindicaciones y adjetivaciones diversas las cuales, en la prensa gráfica, rastrean y reconstruyen Mariano Baladrón y Lucrecia Gringauz (“Efemérides y prensa gráfica: olvidos explícitos y recuerdos velados del bombardeo de 1955”). Cuestiones todas que hacen a silencios que corren en paralelo con las modificaciones (estilísticas, tecnológicas, coyunturales, políticas) que dan forma a contextos indispensables para repensar el rol de las efemérides en torno al acontecimiento. Por su parte, la puesta en marcha, a partir de 2005, de una serie de producciones artístico-culturales, muchas de ellas promovidas por el Estado, les da la ocasión a María Graciela Rodríguez y Cecilia Vázquez (“Catorce toneladas de silencio: arte, política y derechos humanos”) para reflexionar sobre las modalidades del recuerdo cuando se interviene desde producciones artísticas. Asimismo, la apertura discursiva de los últimos años como la ley de reparación que incluye a las víctimas de los bombardeos de 1955 han puesto en tensión algunas figuras clave como terrorismo de Estado, genocidio o violencia política, figuras y tropos que son tratados por Mariana Álvarez Broz y Sebastián Settani (“Silencio, olvido y después: vacilaciones en torno a la conceptualización de los bombardeos a la Plaza de Mayo”) como parte de las operaciones de ampliación del campo de los derechos humanos. En este sentido, Fernando Bulggiani (“Políticas de la memoria sobre el 16 de junio de 1955: restituciones materiales y simbólicas”) recorre la minucia de los trayectos políticos y administrativos que, en el marco de las modificaciones discursivas, jurídicas, sociales y culturales, llevaron a la convocatoria y posterior realización de un monumento que recordara a las víctimas.

La memoria se produce y establece mediante múltiples y complejos actos. Se construye mediante ofrecimientos de sentido que trabajan contra el olvido y contra los silencios, se deconstruye, es decir se piensa a sí misma y contra sí misma, incorporando nuevas dimensiones que enriquecen el trabajo de aproximación a la verdad y su materialización en la justicia; se sostiene, se disputa y se transmite a través de actos de sujetos individuales, promotores de la memoria, y también de variadas e incesantes acciones políticas del Estado, de organizaciones de la sociedad civil, de las militancias, de mercados artísticos, periodísticos y culturales. Repasar las producciones memoriales –los discursos y las imágenes que las establecieron como lugar de memoria en nuestro país–, el alcance y los anclajes de los silencios políticos y académicos que jalonaron la historia de las representaciones sobre el 16 de junio es parte de la construcción de ciudadanía y de la ética política que requiere dicha labor. Y esto, que en tiempos de experiencias políticas favorables a los intereses populares es siempre necesario, hoy, atento a los vientos negacionistas que retornan, se revela perentorio.

El conocimiento, tanto empírico como ensayístico, es una de las vías para restituir a una sociedad, a un pueblo, una parte de la historia que los constituyó y los sigue constituyendo. Las ciencias sociales, la filosofía, el psicoanálisis, el arte y toda disciplina que implique pensar y conocer no se reducen sólo a saberes o a prácticas específicas; son además recursos mediante los cuales las sociedades en tanto comunidades políticas se piensan a sí mismas. Esa restitución de experiencias silenciadas, o forzadas al olvido, cumple una función reparatoria, ya que ayuda a que los muertos no mueran dos veces, primero como vidas troncadas y después como muertos sin nombres que nombren lo que pasó. Dice Judith Butler que “si ciertas vidas no se califican como vidas o, desde el principio, no son concebibles como vidas dentro de ciertos marcos epistemológicos, tales vidas nunca se considerarán vividas ni perdidas en el sentido pleno de ambas palabras”.1 Nombrar lo que se perdió ese 16 de junio, vidas y dignidad ciudadana, es parte de lo que este libro quiere ofrecer al lector.

Buenos Aires, verano de 2016

1. Judith Butler, Marcos de guerra. Las vidas lloradas, Buenos Aires, Paidós, 2010.

“El pueblo debe estar tranquilo”:
las imágenes de un bombardeo


Matías Izaguirre y Mauro Vázquez

Todo documento visual es de entrada una ficción

Régis Debray

 

En sus complejidades, paradojas, dilemas éticos y ambigüedades, las imágenes se revelan como poderosos instrumentos no sólo para reconocer el pasado y estudiar representaciones que generan nuevas memorias, sino también para hacer inteligibles los complicados mecanismos de la memoria social.

Claudia Feld y Jessica Stites Mor

 

Es difícil, incluso (o sobre todo) hoy en día, imaginarse un bombardeo sobre la Plaza de Mayo. De ahí que revisar las imágenes de los bombardeos implique, en cierta medida, explorar una realidad inverosímil, que poco pareciera tener que ver con nuestra historia: una ciudad en guerra, asediada por un enemigo externo. Sin embargo, es esa Plaza de Mayo que tan bien conocemos, es ese territorio común, atravesado por múltiples sentidos e historias, el que está dañado en las fotografías que vemos de ese trágico día; es ahí donde cayeron las víctimas de una de las peores masacres perpetradas en suelo argentino. La extrañeza y la ajenidad inicial ceden al estremecimiento: realmente sucedió, aunque la masacre no la causó ningún enemigo externo, sino una facción de la Marina y de la Aeronáutica apoyada por civiles.1 Quizá los largos años de silencio, el retaceo de imágenes, la falta de cifras concluyentes y de nombres,2 hayan colaborado en esa falta de imaginación. Quizá en esa relación entre las palabras “imaginación” e “imagen” pueda encontrarse pistas para rastrear la carencia y, a partir de ahí, la poca visibilización que hubo durante tanto tiempo sobre lo que algunos consideran un “atentado terrorista a escala gigantesca”.3 Los bombardeos a la Plaza de Mayo del 16 de junio de 1955 nos meten de lleno en la historia de las mediaciones que velaron las imágenes de la masacre, de las muertes de cientos de civiles indefensos carbonizados y/o ametrallados, pero también –y sobre todo– la de los asesinos. Esa historia de ocultamientos no se limitó, por supuesto, a los días que siguieron a la fallida “intentona militar”. Siguió, por el contrario, durante los últimos meses del gobierno peronista (derrocado finalmente en septiembre de 1955), en la maquinaria cultural de la revolución libertadora, en la resistencia peronista4 y en las efemérides periódicas de los cincuenta años siguientes.5 Por razones diferentes; con objetivos ideológicos dispares, antagónicos. Pero persistió, como la evasiva sombra de un fantasma.

Este artículo pretende desentrañar la génesis de esa falta, sus primeras imágenes. Para ello analizamos diferentes fotografías aparecidas en los diarios y las revistas de la ciudad de Buenos Aires los días posteriores al bombardeo y su colocación en el universo discursivo que los periódicos conforman. Con esa intención, tomamos como corpus los diarios a partir del 17 de junio, aunque centrándonos en Clarín y La Nación (teniendo en cuenta un problema de fuentes, que no deja de ser un dato),6 para, a partir de allí, intentar dar cuenta de las claves interpretativas que las distintas series de imágenes acerca de los bombardeos ponen en movimiento y elucidar qué hilos –si es que los hay– han estructurado su representación fotográfica, privilegiando ciertos “repertorios visuales”.7

Un especial fotográfico del periódico El Líder, aparecido durante esos días, en la bajada titulaba “Documentos de la barbarie” y señalaba que “ahora que todo ha pasado quedan estos documentos irrefutables de la barbarie ensañada. Pasará el tiempo pero no podrá borrarse tanta infamia”.8 Sin embargo, muchos de esos documentos se borraron; otros, ni siquiera aparecieron. Trabajar sobre estas fotografías implica un doble desafío: por un lado, establecer cómo operan, dialécticamente, las ausencias y presencias, y por el otro, reconstruir los conflictos que se articulan alrededor de la producción de imágenes tan pregnantes, y de cómo esas imágenes no son a su vez cualquier registro icónico, sino los modos diferentes, contradictorios y en tensión de poner en escena disputas en torno a un lugar simbólicamente tan denso para la vida política argentina como lo es la Plaza de Mayo.

El complejo lugar de la memoria requiere de esta indagación sobre los roles que tuvieron las imágenes a la hora de instaurar una determinada visualidad, que priorizó ciertos itinerarios respecto de los bombardeos entre otros posibles y que eventualmente abonaron determinados imaginarios sociales. Como sostienen Claudia Feld y Jessica Stites Mor:

 

Las imágenes son consideradas como construcciones: involucran actores y agente, reglas y lógicas propias, contextos sociales, culturales precisos, soportes concretos, elecciones y estrategias […] En sus complejidades, paradojas, dilemas éticos y ambigüedades, las imágenes se revelan como poderosos instrumentos no sólo para conocer el pasado y estudiar representaciones que generan nuevas memorias, sino también para hacer inteligibles los complicados mecanismos de la memoria social.9

 

Trabajar las imágenes que se generaron en el momento de los bombardeos nos va a permitir analizar los puntos de partida que posibilitaron las complejas sendas de las políticas de (in)visibilización respecto de los bombardeos de junio de 1955.10

Medios gráficos y peronismo: cuadro de situación

Si bien analizar en profundidad la relación del peronismo con los medios de comunicación excede largamente el objetivo de este trabajo, es preciso hacer algunas consideraciones sobre cómo se encontraba en líneas generales el mapa de medios (sobre todo en cuanto a la prensa escrita) en el momento en que se producen los bombardeos, ya que nos permitirá luego echar un poco de luz sobre los posicionamientos de la prensa ante ellos. En 1955 la relación del peronismo con los medios había experimentado un cambio tan rotundo que luego a Perón, a la distancia, le parecería toda una ironía haber podido ganar las elecciones de 1946 con tan sólo unos pocos medios apoyándolo e irse, derrocado tras el golpe de 1955, con prácticamente la totalidad de los medios a favor.

Entre los periódicos afines o que el gobierno peronista logró, mediante allegados, tener directamente bajo su órbita durante esos años, se encontraban Crítica, La Prensa, Noticias Gráficas, Democracia, La Época, El Laborista y El Líder, entre otros. A este último, vinculado a la CGT, se le sumaría La Prensa, luego de ser expropiado.11

El Líder, nacido en el seno de la Confederación de Empleados de Comercio, fue fervorosamente peronista. El principal referente del diario era Emilio Borlenghi, hermano del secretario general de la Confederación General de Empleados de Comercio y ministro del Interior durante casi todo el gobierno peronista, Ángel Borlenghi, quien ocupó el cargo hasta el 17 de junio de 1955, justo un día después de los bombardeos.

Ángel Borlenghi, antiguo militante del Partido Socialista, había participado de la creación del Partido Laborista, que llevaría la candidatura de Perón. Fue uno de los pocos referentes del sindicalismo de aquel entonces que se había relacionado con la ascendente figura del entonces ex secretario de Trabajo. En torno del Partido Laborista comenzó a publicarse el periódico El Laborista. Democracia y El Laborista fueron dos de los pocos diarios que apoyaron la candidatura de Perón en 1946. Como señala Mirta Varela:

 

El bloque de la prensa contraria a Perón estaba formado por los grandes matutinos nacionales: La Prensa, La Nación y El Mundo; los vespertinos La Razón, Crítica y Noticias Gráficas y también La Vanguardia […] Sólo algunos diarios de limitada tirada como el matutino Democracia y los vespertinos La Época, Tribuna y El Laborista apoyaban la candidatura de Perón.12

 

El diario Democracia comenzó a publicarse el 3 de diciembre de 1945, como un proyecto ideado para apoyar la candidatura presidencial de Perón. Había sido fundado por Antonio Manuel Molinari, Mauricio Birabent y Fernando Estrada a través de la editorial Democracia SA, que también editaba el diario Rosario. A partir de la iniciativa de quien luego sería gobernador de la provincia de Buenos Aires, Carlos Vicente Aloé, el Estado adquirió la editorial en noviembre de 1946.13 Al año siguiente, dicho conglomerado cambiaría el nombre por Alea SA, cuya dirección seguía en manos de Aloé. Ésta sería la base del sistema de medios gráficos de los dos gobiernos peronistas.

En noviembre de 1948 Orlando Maroglio, el ex presidente del Banco de Crédito Industrial, compró la mitad de las acciones de la editorial Haynes Ltda. La presidencia la asumió Miguel Miranda, que había sido presidente del Consejo Económico-Social, y la vicepresidencia, Aloé. Tras la muerte de Miranda en 1954, Aloé quedó como presidente de la editorial. Haynes editaba, entre otros, el diario El Mundo y las revistas Caras y Caretas, PBT, El Hogar, Mundo Deportivo, etc. Luego se agregarían a este conglomerado Crítica, La Época y Noticias Gráficas.

La tercera pata de esta red de medios oficiales la componía La Razón, que había sido adquirida en 1951 por Miguel Miranda, y que también incluía la RADES. Durante los casi diez años de peronismo, señala Sergio Arribá, la concentración política de la radiodifusión “condujo a la regulación ideológica”14 ya que la pluralidad informativa fue más formal que real.15

Fuera de la red de medios oficialistas estaban Clarín y La Nación. Clarín, si bien había apostado por oponerse a la candidatura de Perón en 1946, fue cambiando su posición con el correr de los años de gobierno peronista, optando por una postura moderada. El diario se había visto beneficiado por la expropiación de La Prensa, en tanto sumó nuevos lectores y se convirtió en el principal referente de los avisos clasificados. Apenas derrocado Perón, en septiembre de 1955, se convertiría rápidamente en un diario oficialista más del gobierno de Eduardo Lonardi. La Nación, en cambio, mantuvo una postura generalmente opositora durante los dos gobiernos peronistas.

Crónica visual de los primeros días

A menudo suele decirse que los diarios son algo así como la primera versión de la historia. Y si bien, a diferencia de lo que sucedía en 1955, esa afirmación ha ido perdiendo el peso decisivo de décadas pasadas –sobre todo a partir de las múltiples variables que ofrecen hoy las nuevas tecnologías–, no deja de ser significativo que los medios gráficos aún sean percibidos como uno de los lugares privilegiados donde quedan fijadas con carácter de urgente y para la posteridad aquellas primeras impresiones, ideas o posiciones sobre los acontecimientos del momento. Y la fotografía guarda todavía un poder que tolera la erosión –o la sufre menos que otros soportes– que implican los avances técnicos; pues, como sostiene Susan Sontag:

 

Las fotografías pueden ser más memorables que las imágenes móviles, pues son fracciones de tiempo nítidas, que no fluyen. La televisión es un caudal de imágenes indiscriminadas, y cada cual anula la precedente. Cada fotografía fija es un momento privilegiado […] que se puede guardar y volver a mirar.16

 

Urge preguntarse entonces, teniendo en cuenta las posibilidades pero también las restricciones del dispositivo representacional, ¿qué pasó el día después del bombardeo, ese 17 de junio de 1955? ¿Qué imágenes reprodujeron los periódicos de la ciudad de Buenos Aires los días posteriores al bombardeo? ¿Qué sentidos se pusieron a circular? ¿Y por qué? Buscar semejanzas en los modos de mostrar, de poner en escena, implica reconocer, como Sergio Caggiano, que “tratar con lo visual entraña interrogarse por lo que se muestra y lo que se oculta […] por lo que unos actores muestran y otros no, o por lo que se muestra en un determinado momento y ya no posteriormente”.17

Al analizar los periódicos y los diarios nos encontramos, ese día después, con una senda visual que va de las personas (sea que se encuentren socorriendo a los heridos o en su condición de testigos presenciales o autoridades) a la destrucción, pensada de manera amplia. Las primeras imágenes que aparecen en los principales diarios, el 17 de junio, combinan muy hábilmente (ya veremos por qué) esos elementos: personas y daños materiales. Y, salvo excepciones, no hay imágenes que muestren a los muertos,18 sí en cambio destrozos de todo tipo (autos carbonizados, cráteres en la calle y en la Plaza de Mayo, llamas devorando autos, gruesas y oscuras columnas de humo, etc.) y, por supuesto, algunas figuras públicas, ligadas al gobierno. Evidentemente, esas personas no son las víctimas, al menos no tan directamente como aquellos que cayeron bajo las bombas o la metralla (aunque sí lo son tangencialmente, pues los bombardeos tenían por objetivo matar a Perón primero y luego tomar el poder) y menos aún los victimarios, sino el presidente Juan D. Perón y varios de sus funcionarios.19

En la primera plana del 17 de junio La Nación y Crítica comparten una imagen en la cual aparece el presidente Perón y el ministro de Ejército, el general Franklin Lucero, fundidos en un abrazo, con gestos de emoción. Es la foto de la victoria del gobierno. Y tal vez por ello circula profusamente en la prensa gráfica. “Lealtad y emoción”, reza el epígrafe de Crítica. Esta fotografía también aparece en Clarín, pero en sus páginas interiores. Allí se la utiliza para ilustrar la crónica del periodista que relató cómo vivió Perón la jornada en el Ministerio de Guerra, desde donde, precisamente, recibió la noticia, y la algarabía provocada por la rendición.20 Crítica en cambio resume en el titular de la tapa: “Después del dolor y el heroísmo, el orden”. El epígrafe de la fotografía destaca la importancia de ese momento: “Instante de elevada emoción fue aquel del abrazo del general Perón al general Lucero”. La media sonrisa de Perón (que no podría nunca llegar a ser carcajada) parece estar más a tono con la sensación de alivio, tras largas horas de tensión e incertidumbre. La única certeza la aportó el Ejército, cuya actuación fue decisiva para mantener el gobierno en pie y controlar la situación. Luego vendrían las evaluaciones políticas y las especulaciones. Porque si bien es cierto que fue “sofocada la intentona subversiva”,21 como llama eufemísticamente La Nación al plan que incluía matar a Perón y luego instaurar un gobierno de facto, tras los bombardeos proliferaron todo tipo de versiones sobre el destino de Perón. Se llegó a decir que estaba considerando renunciar. Por eso, cuando la revista Mundo Peronista, de Editorial Haynes –que demoró una semana la edición de su ejemplar que debía salir a la venta el 15 de junio–,22 apareció con la imagen del abrazo de los dos generales en su portada, no hacían falta más pistas. La fotografía contenía un mensaje político claro: en caso de que Perón renunciase, el sucesor debía ser el ministro de Guerra, Franklin Lucero, quien supo dirigir eficazmente las operaciones de defensa.

Clarín, sin embargo, elige poner en la primera plana una imagen donde Perón aparece reunido (y rodeado), en “tertulia”, con Lucero, varios generales y brigadieres, el ministro de Obras Públicas Roberto Dupeyron,23 el secretario de Prensa y Difusión, Raúl Apold, y el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Carlos Aloé. Estos últimos aparecen apenas mencionados como “los señores Aloé y Apold”, sin nombres de pila ni de cargos. Clarín establece una cadena significante que no sólo está centrada en las personalidades y los funcionarios estatales sino también, y sobre todo, en enfatizar que las autoridades se están ocupando del asunto, que accionan todos los resortes del Estado para restablecer el orden y volver al estado anterior, a la “normalidad”. Aparecen así funcionarios del más variado rango (militares y también civiles) reunidos, trabajando, firmando decretos, recorriendo la zona donde impactaron las bombas, “inutilizando una bomba” (como el personal técnico de la Aeronáutica),24 y aun Perón hablando a la Nación, etc. Es decir, se intenta por todos los medios posibles mostrar a la ciudadanía –pero también a los perpetradores de la masacre– que el gobierno, pese a todo, tiene la situación bajo control y que aún cuenta con la fortaleza y los reflejos necesarios para buscar justicia y llevar tranquilidad a la población. Esa línea la comparten prácticamente todos los diarios relevados, sean oficialistas u opositores. Por caminos inversos, llegan al mismo sitio: aplacar los ánimos. Los medios opositores, como La Nación, no quieren que una enorme cantidad de peronistas enfurecidos tomen revancha y resuelvan hacer justicia por sus propios medios, que vayan contra todos aquellos que identifiquen como enemigos o cómplices. Por eso, no sorprende que tanto Clarín como La Nación publiquen en primera plana el discurso de Perón, en el que se descubre el mismo temor:

 

Estos soldados que hoy combatieron por el pueblo argentino son los verdaderos soldados. Los que tiraron contra el pueblo no son ni han sido jamás los soldados argentinos: porque los soldados argentinos no son ni traidores ni cobardes, y los que tiraron contra el pueblo son traidores y cobardes.

La ley caerá inflexiblemente sobre ellos. Yo no he de dar un paso para atemperar su culpa, ni para atemperar la pena que les ha de corresponder. Yo he de hacer justicia, pero justicia enérgica. El pueblo no es el encargado de hacer la justicia. Debe confiar en mi palabra de soldado y de gobernante. (Subrayado nuestro)

 

Cuenta Silvia Mercado que una vez que Perón tuvo la certeza de que su discurso fue transmitido sin ningún inconveniente por la cadena de radio y televisión, recibió en el Ministerio de Guerra a Raúl Apold, hombre de su entera confianza. Apold quería enseñarle imágenes fílmicas de la masacre. No tuvo mejor idea que mostrarle las más impactantes.

 

El presidente estaba furioso como nunca lo había visto, incluso, algo desestabilizado. Él [Apold], sin embargo, parecía más frío que nunca. Le propuso exhibir los cadáveres por la mañana, para enardecer a los propios.

 

Al recibir esta propuesta de Apold, Perón lo miró y le contestó:

 

–¿Usted está loco, Apold?

–¿Qué quiere que haga, general?

–Muestre cómo quedó todo. Convoque a la indignación. Limite las fotos de los muertos. Escriba a los heridos.25

 

Este relato bien podría limitarse al terreno de la anécdota si no fuera porque explica, en buena medida, cuál fue la pauta por la que se rigieron desde entonces propios y extraños. En esa decisión se funda la escasez de imágenes, cuando no la ausencia, de muertos o mutilados. Paradójicamente, las víctimas se convierten en el lugar común invisibilizado. Sin embargo, esa operación debía ser disimulada. Norberto Galasso agrega un aspecto que completa el panorama: Perón, impresionado por la magnitud de las consecuencias de la guerra civil española, temía que los bombardeos pudieran convertirse en el factor desencadenante de una guerra fratricida en la Argentina. Por eso, “después de estos episodios, no se fusiló a los autores y se trató de no sobredimensionar el hecho”.26 El pasaje supone, como decíamos, una inversión. No vemos a los muertos, pero sí a las autoridades ocupándose. Así, se multiplican fotografías en las que se lo ve a Perón ejerciendo su rol de líder (como la aparecida en las primeras páginas de Clarín). Se lo muestra en la reunión con jefes militares leales, firmando el decreto para juzgar a los insurrectos y hablando por cadena nacional. La Nación acompaña ese repertorio visual: luego de la fotografía del abrazo entre Perón y Lucero, pone en página también la de la reunión (la misma que colocó en tapa Clarín) y luego otra de Perón hablando a través de la radio. De nuevo, se refuerza la noción de un líder que actúa con celeridad ante una situación de extrema gravedad.

No obstante, Clarín también les reserva un espacio a los perpetradores y pone en la segunda página la imagen de uno de los aviones, ametrallando un edificio del que sale una oscura columna de humo. Esa imagen es significativa porque es una de las pocas (diríamos la única) que muestra el acto en sí, el bombardeo, y no sus consecuencias, sean materiales o políticas. “La ciudad se alarmó ante los bombardeos”, es el título de la nota que acompaña la fotografía.27 La nota habla de los muertos, del terror, de aquellos que caían por las explosiones de los automóviles, de los que recibían fuego de metralla. Pero aún no es tiempo de víctimas. Ni de destrozos. El cielo es el protagonista:

 

A poco de la hora anunciada para el acto en el cual aviones militares habrían de sobrevolar la Catedral con el fin de desagraviar la memoria del Libertador General José de San Martín, se escuchó en lontananza el rugido de los motores aéreos. Quienes se hallaban en la Plaza de Mayo consideraron que se iniciaba el homenaje, y, lógicamente, todos los transeúntes que se encontraban en el lugar miraron hacia el cielo.

Habrían de sufrir una ingrata y cruel sorpresa.

 

En Clarín, desde el primer día, ya parecieran quedar planteadas las posibilidades de registro fotográfico de los acontecimientos. Se vislumbran los trazos de un régimen de visibilidad que contiene imágenes que, en primer lugar, identifican e individualizan la acción de gobierno; en segundo lugar, intentan marcar los bombardeos en sí (colocando aviones o bombas para los bombardeos; soldados o civiles con armas de fuego para los tiroteos); en tercer lugar, los destrozos materiales, que al principio son las menos y conforme pasen los días ocuparán un espacio central, y finalmente, las de los cadáveres o heridos. Si tomamos las fotografías de Clarín, veremos que ese “día después” las imágenes de personas o de acción de gobierno son ocho, las de combate son siete, las de heridos o víctimas fatales también siete, y las de destrozos se reducen a una. La Nación no se permite tal ruptura de su contrato de lectura: apenas cuatro fotografías de personajes y una sola que pretende conectar con los bombardeos: una bomba sin explotar, fotografiada con un encuadre tan cerrado que no deja siquiera ver el contexto, el lugar en el que esa bomba arrojada quedó sin detonar.

Las fotografías de bombas que no explotaron fueron un recurso muy utilizado por la prensa en los días subsiguientes. Eran una evidencia concreta de los bombardeos y a la vez una trampa, una nueva maniobra para escamotear a los muertos. Las bombas estuvieron en la plaza durante varios días, hasta que fueron o desactivadas o bien detonadas por personal capacitado. En ambos casos, eso también fue noticia.

La Nación del día después, ese 17 de junio, titula que “ha sido sofocada una intentona subversiva” y el bombardeo es (in)visibilizado con una gran bomba reposando sobre el suelo en medio de la noche. “Una de las bombas que no hizo explosión, caída en la Plaza de Mayo”, enmascara el epígrafe (el subrayado es nuestro) (imagen 1). No hay humo, no hay muertos, no hay edificios en ruinas; apenas hay un artefacto explosivo en un lugar en el que no debiera estar y que, según La Nación, “cayó” en la Plaza de Mayo. La construcción de esa primera plana es interesante porque es el sitio privilegiado desde donde La Nación estructura su versión de la masacre (a la que, naturalmente, jamás llama de esa manera), desde donde minimiza, enmascara y vela las causas y, sobre todo, las consecuencias de un acto criminal sin precedentes. El olvido comenzó a conjurarse en esos momentos, pocas horas después de la matanza, con un discurso que, como el de este diario (entre otros), eludió sistemáticamente mostrar una plaza sembrada de cadáveres y heridos, y más aún llamar a las cosas por su nombre. A lo largo de los días son notables las maniobras retóricas y eufemísticas de las que se sirve La Nación para evitar aludir a los perpetradores. Así es posible leer en días sucesivos “intentona subversiva”, “repercusión de los sucesos”, “renace la tranquilidad”, etcétera.

La fotografía de la bomba en Clarín, en cambio, agrega varios componentes. En primer lugar, está ubicada en las últimas páginas de esa edición, como un elemento que no se vincula con ninguno de los textos que ocupan su página, pues se trata de una bomba que cayó frente a la Aduana y la nota habla de los ataques aéreos al Departamento Central de Policía. Asimismo, la bomba no está sola en medio de la noche sino rodeada de gente, de ocasionales testigos que posan junto a ella como si de un animal capturado se tratase. La bomba de La Nación conservaba, en su solitaria representación, su carácter neutralizado, esa coqueta forma visual de apartarla de la muerte, de los destrozos y de los victimarios;28 la de Clarín es para los testigos algo más que una simple curiosidad, las personas se agrupan a su alrededor, miran la cámara, posan más preocupados por salir en la foto que por el artefacto explosivo en sí (imagen 2).

El diario Noticias Gráficas también incluye una bomba y ya es posible apreciar, en comparación con las otras dos fotografías, cómo en la medida en que se va agrandando el encuadre de la imagen también se extienden ciertas cadenas significantes. Es decir, en esta última imagen, en línea con la de Clarín, hay aún más personas, curiosos y testigos que posan ante el artefacto.29 Se los ve alegres, en movimiento. El epígrafe los describe como “el pueblo” y, pese a que nos dice que personal técnico del Ejército ya la desactivó, no vemos a nadie trabajar. Esa bomba aún es parte de los bombardeos, del acto en sí. Es una prueba más de que el puño del victimario, ahora rodeado, está, “neutralizado” por el “pueblo” (imagen 3).

El Líder por su parte también muestra a dos hombres en cuclillas, la mirada seria, junto a una bomba “que milagrosamente no explotó” (imagen 4). De hecho, uno de ellos está prácticamente montado encima de ella, la diferencia es que esa foto está junto a otra en la que se observa un enorme “boquete”, hacia el que los testigos señalan. La conexión es axiomática. Ese boquete, esa bomba.

1. La Nación, 17 de junio de 1955, primera plana.

2. Clarín, 17 de junio de 1955, p. 10.

3. Noticias Gráficas, 17 de junio de 1955, p. 9.

4. El Líder, 17 de junio de 1955, p. 2.

A partir del 18 de junio esas bombas entran a formar parte de otras cadenas de sentido. Ese día, El Líder, que durante varias jornadas en su última página realiza especiales fotográficos, muestra una imagen, entre tantas, de una bomba que no había estallado y es revisada por un grupo de uniformados. El título del especial es “Panorama gráfico de la destrucción ocasionada por las bombas”, y aparece en la parte superior izquierda de la página esa fotografía y debajo, en un pequeño texto que parece dar cuenta de todo el conjunto de imágenes, señala que “personal técnico de la Aeronáutica comenzó entonces a localizar las bombas caídas en distintos lugares, que no habían estallado, procediendo a inutilizar su mecanismo a fin de neutralizar definitivamente la posibilidad de su estallido, o haciéndolas estallar ex profeso”.30 Esas bombas que el día anterior aparecían como resto abandonado o como significante que condensaba la muerte, la destrucción y el fuego, vencidas, empiezan a ser objetos de una acción estatal: la reparación. La Razón, en el mismo día, coloca la misma fotografía, agregándole otra donde los mismos uniformados que la observan están intentando llevársela. Crítica es, en última instancia, más contundente en esta transformación significante de un objeto fotografiado: “Ha perdido peligrosidad”,31 titula la fotografía de varios militares llevándose a los hombros una bomba. La relación indiciaria de este objeto ha cambiado: ya no refiere más al bombardeo sino a la pericia técnica de los militares para neutralizar bombas. La causa por la cual las bombas llegaron allí comienza poco a poco a desdibujarse, a perderse tras numerosos velos de sentido, todo parece volver a la “normalidad”. El relato visual se va desarrollando de tal manera que sea posible pasar a la otra etapa, el regreso de la tranquilidad, que será también un denominador común en la prensa.

Cadáveres

Un grupo de hombres se reúne en torno a dos cuerpos de los que sólo se ven con claridad las piernas, los pies descalzos y una de las manos de una de las víctimas. El resto de los cuerpos –ya debidamente tapados presumiblemente con unos sacos o mantas– no son más que dos inquietantes bultos oscuros. Y si bien aquí los muertos son, evidentemente, el centro de atención, el fotógrafo cuidó bien que el encuadre le reserve un lugar a aquellos que, movidos vaya a saber por qué motivación (o necesidad), se acercaron a examinar con detenimiento la situación. Así, entre los hombres que aquí se congregan están quienes se arriman respetuosamente hasta el lugar, mirando, brazos en jarra, la escena y los que tal vez sorprendidos por la presencia del fotógrafo miran a cámara con gesto grave (imagen 5).

5. Clarín, 17 de junio de 1955, p. 9.

Este tipo de fotografías, además, presenta la particularidad de haber sido tomadas cuando los cuerpos ya habían sido acomodados a un costado, a la espera de que las ambulancias –que pese a haber hecho “centenares de viajes […] se vieron superadas por la gran cantidad de víctimas”–32 los sacaran del lugar de los hechos, de la “escena del crimen”. Ese ordenamiento que es, en un principio y sobre todo, el que pueden aportar los voluntarios, descubre, a su vez –quizá por la baja calidad con que se imprimía en aquel tiempo–, una confusión de cuerpos donde a veces cuesta precisar dónde empieza uno y termina el otro. “El caos de las matanzas […] reserva también un lugar en el fondo para los testigos silenciosos del suceso.”33 Es interesante subrayar que en los bombardeos o no hay muertos (en La Nación) o bien son “seres sin rostro” (en Clarín), y quien no tiene rostro no puede tener identidad, no puede tener historia.

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