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LA GENTE DEL SANCOCHO NACIONAL: EXPERIENCIAS DE LA MILITANCIA BARRIAL DEL M-19 EN BOGOTÁ, 1974-1990

 

        

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La gente del sancocho nacional: experiencias de la militancia barrial del M-19 en Bogotá, 1974-1990

 

Resumen

La historiografía sobre los movimientos armados en Colombia se ha enfocado, principalmente, en analizar las guerrillas de la segunda mitad del siglo XX desde una perspectiva macro y ofreciendo explicaciones estructurales. En este trabajo, la reducción en la escala de observación, las entrevistas, la historia oral y el análisis de trayectorias biográficas son herramientas que permiten dar cuenta de una organización guerrillera compleja, diversa, con matices y conflictos en las experiencias de cada militante, como lo es el Movimiento 19 de Abril (M-19). A través de doce historias de vida de estos militantes urbanos de Bogotá, quienes ocupaban cargos medios y operativos, cada capítulo permitirá comprender sus experiencias vividas, presentadas según semejanzas parciales, de acuerdo con la manera en que se insertaron en el grupo, y vivieron la militancia y la desmovilización, así como las múltiples formas en las que conciben su paso por la guerrilla, sus posiciones en el espacio social, sus identidades políticas y sus relaciones con la familia, el género y la edad. El foco en las trayectorias biográficas posibilita que este no solamente sea un trabajo sobre el mundo político del M-19, sino también acerca de la vida urbana en Bogotá en las décadas de los setenta y de los ochenta del siglo pasado, las vidas familiares, el fenómeno del desplazamiento hacia las urbes, la politización de los movimientos estudiantiles, entre otros temas que aparecen de manera paralela en el transcurso de la narración.

 

Palabras clave: Historias de vida, historia oral, movimientos guerrilleros, M-19, movimientos sociales, microhistoria, Colombia.

 

People of the “sancocho nacional”: Experiences of M-19 neighborhood militancy in Bogotá, 1974-1990

 

Abstract

The historiography of armed movements in Colombia has mainly focused on analyzing guerrilla groups of the second half of the 20th century from a macro perspective, and offering structural explanations. Through employing tools such as the reduction of the scale of observation, interviews, oral history, and the analysis of biographical trajectories, the present study allows us to apprehend a complex, diverse guerrilla organization, with nuanced and conflicting experiences of its members, such as the 19th of April Movement (M-19). Through twelve life stories of these urban militants of Bogotá, who occupied medium and operative positions, each chapter will allow understanding their lived experiences, presented as partial similarities according to the way they joined the group and lived militancy and demobilization, as well as the multiple ways in which they understand their passage through the guerrilla, their positions in the social space, political identities, and relations with family, gender, and age. Due to its focus on biographical trajectories, this work is not only a study of the political world of the M-19 movement, but also of urban life in Bogotá in the 1970s and 1980s, including family lives, the phenomenon of displacement towards cities, the politicization of student movements, among other topics that appear concurrently in the course of the narration.

 

Keywords: Life stories, oral history, guerrilla movements, M-19, social movements, microhistory, Colombia.

 

Citación sugerida

Medellín Pérez, Iris. La gente del sancocho nacional: experiencias de la militancia barrial del M-19 en Bogotá, 1974-1990. Bogotá: Editorial Universidad del Rosario, 2018.

DOI: doi.org/10.12804/op9789587840704

 

LA GENTE DEL SANCOCHO NACIONAL: EXPERIENCIAS DE LA MILITANCIA BARRIAL DEL M-19 EN BOGOTÁ, 1974-1990

 

    IRIS MEDELLÍN PÉREZ    

 

Medellín Pérez, Iris

La gente del sancocho nacional: experiencias de la militancia barrial del M-19 en Bogotá, 1974-1990 / Iris Medellín Pérez – Bogotá: Editorial Universidad del Rosario, 2018.

 

302 páginas – (Colección Opera Prima)

Incluye referencias bibliográficas.

 

Conflicto armado -- Colombia / Procesos sociales / Integración social / Guerrillas / I. Universidad del Rosario. / II. Título / III. Serie.

 

303.69  SCDD 20

 

Catalogación en la fuente -- Universidad del Rosario. CRAI

 

LAC  Marzo 6 de 2018

Hecho el depósito legal que marca el Decreto 460 de 1995

 

 

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Colección Opera Prima

 

©  Editorial Universidad del Rosario

©  Universidad del Rosario

©  Iris Medellín Pérez

 

 

Editorial Universidad del Rosario

Carrera 7 Nº 12B-41, oficina 501

Teléfono 297 02 00, ext. 3113

editorial.urosario.edu.co

 

Primera edición: Bogotá D. C., mayo de 2018

 

ISBN: 978-958-784-069-8 (impreso)

ISBN: 978-958-784-070-4 (ePub)

ISBN: 978-958-784-071-1 (pdf)

DOI: doi.org/10.12804/op9789587840704

 

Coordinación editorial:
Editorial Universidad del Rosario

Corrección de estilo:
Juan Fernando Saldarriaga Restrepo

Diseño de cubierta y diagramación:
Precolombi EU-David Reyes

Desarrollo ePub: Lápiz Blanco S.A.S

 

Hecho en Colombia
Made in Colombia

Los conceptos y opiniones de esta obra son de exclusiva responsabilidad de sus autores y no comprometen a la Universidad ni sus políticas institucionales.

 

El contenido de este libro fue sometido al proceso de evaluación de pares, para garantizar los altos estándares académicos. Para conocer las políticas completas, visitar: editorial.urosario.edu.co

 

Todos los derechos reservados. Esta obra no puede ser reproducida sin el permiso previo por escrito de la Editorial Universidad del Rosario.

Autora

 

 

 

 

 

Iris Medellín Pérez

Es historiadora con mención en Sociología de la Universidad del Rosario. Sus intereses investigativos están relacionados con las trayectorias biográficas y las experiencias diferenciadas, la historia de los movimientos sociales contemporáneos y las dinámicas de distinción de clase y género. Actualmente está en la categoría “joven investigadora”, financiada por Colciencias en el programa “Jóvenes Investigadores e Innovadores por la Paz”, y trabaja como profesora asistente en la Universidad del Rosario. También se ha desempeñado como autora y editora de textos escolares de ciencias sociales.

 

 

Si no fuéramos algo más que individuos aislados,
si cada uno de nosotros pudiese realmente ser borrado
por completo del mundo por una bala de fusil, no tendría ya sentido alguno relatar historias. Pero cada uno
de los hombres no es sólo él mismo; es también el punto único, particularísimo, importante siempre y singular,
en el que se cruzan los fenómenos del mundo sólo una vez de aquel modo y nunca más

Herman Hesse

Introducción

 

 

 

 

Nací en 1994 y creo que, en parte, soy producto de una desmovilización. Cuatro años antes, la organización político-militar a la que había pertenecido mi madre por más o menos diez años, el Movimiento 19 de Abril (M-19), en cabeza de su comandante Carlos Pizarro, firmaba el acuerdo de paz definitivo con el gobierno del presidente Virgilio Barco. Para militantes como mi madre, la decisión de dejar las armas no constituía necesariamente una renuncia a las ideas de transformación que los habían impulsado a ingresar a un movimiento guerrillero años antes; era, más bien, un cambio de estrategia. Todo ello condujo a la formación del partido político Alianza Democrática M-19 y a la participación de Carlos Pizarro como candidato en las elecciones presidenciales de 1990. Mi mamá, siempre inquieta por la actividad política, pasó a ser parte activa de la organización del partido en el departamento de Cundinamarca y adelantando esas actividades de campaña conoció a mi papá, con quien compartía intereses e inquietudes, y poco a poco transitaron hacia nuevas causas, como el ambientalismo.

Desde esta perspectiva, he contado con una ventana al mundo guerrillero y a las experiencias militantes, que podría diferir con las perspectivas dominantes en la historiografía sobre los movimientos armados en Colombia. Algunas de las anécdotas que he podido escuchar dan cuenta de una organización que, lejos de funcionar como un cuerpo homogéneo de comportamientos, experiencias y memorias comunes, está llena de matices, diferenciaciones e incluso conflictos entre diversas posiciones sociales, entre distintas formas de concebir la acción política (armada o desarmada) y entre experiencias prácticas de cada persona. Trabajos como los de Marco Palacios o Daniel Pécaut han contribuido a comprender el fenómeno del surgimiento, auge y declive de los movimientos armados en el país. Sin embargo, tienden a abordar a las guerrillas como actores completos, es decir, como instituciones coherentes y, si se quiere, monolíticas, en las que los militantes no son más que parte de la ideología, la acción y el objetivo de la organización armada.1 Considerando lo anterior, abordar una organización o grupo social desde una reducción en la escala de observación, inspirada en trabajos de la microhistoria, permite concebir un amplio espectro de diversidades y matices al interior del grupo y, como señala el historiador Jacques Revel, “rechazar la idea de que existe un contexto unificado y homogéneo dentro, con y a través del cual los actores toman sus propias decisiones”.2

Este texto, por lo tanto, es el resultado de una investigación,3 cuyo objetivo principal era explorar las experiencias y concepciones diferenciadas de la militancia guerrillera de los cuadros de base del M-19 en Bogotá, teniendo en cuenta su posición dentro de la organización, así como su trayectoria social (pensada a partir de su inscripción en colectivos diversos, de clase y de género en particular, pero no únicamente).

El trabajo discute con dos corrientes historiográficas: por un lado, toma de la historia social el interés por el análisis de las organizaciones y los movimientos sociales como agentes históricos, para mostrar sus orígenes, sus perspectivas, sus experiencias, etc. Por otro lado, de la microhistoria toma la opción metodológica de jugar con las escalas de observación, asumiendo que al centrar la atención en lo particular, lo individual y lo local se pueden abrir nuevas perspectivas sobre sujetos colectivos que han sido abordados desde lo macro de manera dominante.

Para desarrollar el trabajo de investigación realicé un total de doce entrevistas semiestructuradas, en profundidad, con militantes diversos de la ciudad de Bogotá. Ninguno de los entrevistados tuvo una posición alta de mando dentro del movimiento. Dos personas ocuparon un rango medio en la organización, lo que les permitía participar en la toma de decisiones y conformar grupos o ‘células’ a su cargo. Los resultados de las entrevistas fueron puestos en diálogo con fuentes escritas, como comunicados públicos de la organización, documentos privados, informes y estatutos. Esta puesta en diálogo me dejó ver diferencias entre las aspiraciones organizativas de la guerrilla y las experiencias prácticas de sus militantes. Adicionalmente, la prensa y el material hemerográfico me posibilitaron darle profundidad a cada acontecimiento o coyuntura que los entrevistados señalaban como significativa o importante dentro de sus experiencias de militancia. Fue este tipo de material el que me permitió examinar, desde otras perspectivas, sucesos como los acuerdos de paz, la conformación de campamentos urbanos o las diversas marchas que organizó el M-19 entre 1984 y 1985 en diferentes ciudades del país.

Generalmente, la literatura académica en Colombia que ha abordado el tema de las agrupaciones guerrilleras lo ha hecho analizándolas dentro de un contexto mayor de confrontación, como parte de las múltiples aristas que contiene el tema del conflicto armado colombiano. Desde Orlado Fals Borda, Germán Guzmán Campos y Eduardo Umaña Luna en La violencia en Colombia,4 quienes extendieron su periodo de análisis al enfrentamiento armado de la primera mitad del siglo XX, han sido muchos los autores que se han preocupado por analizar, a partir de diversas perspectivas, los cómo y los por qué de las dinámicas de confrontación y guerras civiles del país (construyéndose así un personaje que se dedica a estudiar este tipo de situaciones: “el violentólogo” y también un lugar común en la historiografía sobre Colombia, reconociéndola como un país netamente violento).5

En ese sentido, la mayoría de los análisis sobre los movimientos guerrilleros de la segunda mitad del siglo XX en Colombia han obedecido a la preocupación por ofrecer explicaciones macro al fenómeno del conflicto y proponer salidas negociadas a este. Así, trabajos como los de Marco Palacios se han ocupado de los aspectos económicos, agrarios y las ausencias estatales que le pudieron dar origen a las guerrillas colombianas, preocupándose también por las posibilidades de solución negociada al conflicto armado, especialmente con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).6 De esa manera, han mostrado la necesidad de analizar las agrupaciones guerrilleras dentro de un marco de sentido mucho más amplio. Daniel Pécaut, por ejemplo, en su ensayo “Memoria imposible, historia imposible, olvido imposible”, enfatiza en la necesidad de la construcción de relatos generales, completos, totales, sobre las dinámicas de la confrontación en Colombia:

 

Sin embargo, para borrar la dimensión de olvido de la memoria mítica, la elaboración de un verdadero relato histórico es esencial. Un relato de esta naturaleza, al permitir una periodización argumentada, al hacer justicia a la historia de las víctimas pero también a la de los protagonistas del conflicto, al mostrar la metamorfosis de los elementos en disputa, al construir la diferencia entre lo que tiene que ver con las estrategias deliberadas y de lo que tiene que ver con las consecuencias inesperadas de interacciones complejas, al imputar responsabilidades, haría posible romper con la memoria mítica y sería un punto de apoyo para la conformación de una memoria a la vez reconocida y compartida.7

 

La construcción de este tipo de relatos y narrativas podría contribuir, por supuesto, a una comprensión ­general del fenómeno guerrillero y al encuentro de posibles soluciones para los problemas que las confrontaciones armadas han provocado en el país. Sin embargo, implican la simplificación de cada actor que ha hecho parte del conflicto, ya suficientemente complejos y diversos por sí mismos (la Policía Nacional, el Ejército, las guerrillas, los paramilitares, las bandas delincuenciales, etc.).

Los estudios de caso sobre cada agrupación ­guerrillera son menos frecuentes, aunque existen. Un ejemplo es el estudio de Eduardo Pizarro Leongómez sobre las FARC y el de Carlos Medina Gallego sobre el Ejército de ­Liberación Nacional (ELN).8 Ambos trabajos tienen en común la preocupación por hacer una historia general y completa de las diversas fases de cada agrupación guerrillera, para lo que construyen periodizaciones según las diversas formas de hacer la guerra que adoptaron las organizaciones, y sus cambios en las aspiraciones políticas y en las estrategias que pusieron en marcha para la toma del poder. En ese sentido, ambos tienen en común un foco particular en la documentación oficial de las organizaciones, en los resultados y las actas de las conferencias guerrilleras, y en la relación con la documentación estatal. El uso de entrevistas a militantes y exmilitantes es mucho menos frecuente, aunque ­ciertamente aplican el testimonio de manera trasversal (un poco más en el caso de Medina ­Gallego sobre el ELN). En estos casos, la historia de la agrupación guerrillera se construye reafirmándola como un personaje concreto, completo y coherente, al que escapan la diversidad de militantes, de trayectorias biográficas, de experiencias diferenciadas y de relaciones múltiples que componen los movimientos.

Alfredo Molano ha sido, tal vez, un autor que ha desafiado las perspectivas académicas del conflicto armado, por lo que ha privilegiado el testimonio de primera mano y se ha enfocado en las experiencias particulares de los actores. Trabajos suyos como Ahí les dejo esos fierros, constituyen aproximaciones (en este caso al M-19, pero el autor se ha acercado de manera similar a fenómenos y actores diversos) que permiten privilegiar la perspectiva y las experiencias particulares de los individuos que constituyeron agrupaciones y colectividades.9

Por otro lado, el M-19 ha sido abordado desde perspectivas académicas, como también desde la literatura, la crónica testimonial y el periodismo. Desde las perspectivas académicas se ha hecho especial énfasis en su distinción con respecto a otro tipo de agrupaciones guerrilleras. Pécaut, por ejemplo, en su caracterización sobre las guerrillas colombianas, la describe como una guerrilla de tercera generación. El autor señala que el M-19 privilegió la crítica política como herramienta para generar simpatía y adquirir apoyo, explicando así la entrada de miembros provenientes de clases acomodadas del país y del contexto urbano.10 Este tipo de perspectiva ha sido replicada por autores como Eduardo Pizarro y Mario Luna Benítez, que se han enfocado en hablar de las particularidades del M-19 respecto a las demás organizaciones guerrilleras, teniendo en cuenta su forma específica de constituir el movimiento político, su interés en el contexto urbano y su aparición posterior a las demás agrupaciones guerrilleras.11

Por su parte, Paulo César León y Patricia Madariaga se han enfocado en aspectos menos conocidos y más específicos del Movimiento 19 de Abril. El primero ha visibilizado conexiones y relaciones poco exploradas entre el M-19 y los círculos artísticos e intelectuales de la década de los setenta en Bogotá.12 Del mismo modo, el uso de testimonios orales ha brindado una perspectiva de la colectividad del M-19 como un conjunto de relaciones, aunque el autor se enfoca en una porción muy ­particular de la militancia guerrillera: los círculos intelectuales y artísticos que se podrían catalogar como parte de una “cultura subversiva”. Madariaga, por otro lado, pone un énfasis especial en la perspectiva de género, al hablar de la militancia en el M-19, abordando particularmente las experiencias de las mujeres militantes, algunas de las cuales también son exploradas en el presente trabajo, como la vida personal, las relaciones afectivas, la maternidad, la sexualidad, etc.13

Perspectivas como la de Madariaga, un poco más preocupadas por las trayectorias biográficas de quienes pasaron por la militancia guerrillera que por las causas “estructurales” de su surgimiento, son exploradas en el libro de varios autores titulado Una historia inconclusa. Izquierdas políticas y sociales en Colombia, elaborado y publicado de forma colectiva por el CINEP.14 El libro igualmente rescata aspectos de clase, género y etnicidad en el análisis de las diversas colectividades de izquierda en la Colombia contemporánea, por lo que está más cerca de los propósitos del presente trabajo.

Desde el formato de la crónica periodística, de la autobiografía y de la literatura testimonial es abundante el material existente y disponible sobre el M-19. Entre los más destacados está el libro de Patricia Lara, Siembra vientos y recogerás tempestades, una recopilación de testimonios de los principales dirigentes del M-19 desde la creación del grupo guerrillero.15 También la recopilación de sucesos que realizó Darío Villamizar, titulada Aquel 19 será, es un detallado panorama general del M-19 desde su inicio y sus primeras reuniones hasta la desmovilización (el autor se basa principalmente en una rica variedad documental, al hacer él parte de un proyecto colectivo de varios exmilitantes del M-19, cuyo propósito central ha sido construir, desde su perspectiva, una narración histórica del movimiento).16 Asimismo, destaca la novela-testimonio de Olga Behar sobre la toma del Palacio de Justicia titulada Noches de humo. Cómo se planeó y ejecutó la toma del Palacio de Justicia,17 y la recopilación de testimonios sobre el comandante de la organización, Jaime Bateman Cayón, titulada Bateman.18 Existen, además, las autobiografías de exmilitantes del M-19 como Vera Grabe y su libro Razones de vida,19 y María Eugenia Vásquez y su libro Escrito para no morir, que es también su trabajo de grado en Antropología, de la Universidad Nacional de Colombia.20

El proceso de desmovilización, dejación de armas y constitución de un movimiento político que el M-19 ­atravesó en 1990 ha tenido su propio espacio en la literatura académica. Sin embargo, son más frecuentes los análisis de índole jurídico y sociológico del proceso de desmovilización, preocupándose principalmente por resaltar las bondades y los desafíos que implicaron el proceso de dejación de armas de la guerrilla, los aciertos en términos judiciales de los acuerdos firmados y pactados, y el rol que tuvo el M-19 como movimiento político al hacer parte de la Asamblea Nacional Constituyente. Este tipo de aspectos son explorados, por ejemplo, en el libro de varios autores titulado De la insurgencia a la democracia. Estudios de caso, cuyo primer capítulo es un análisis sobre el paso del M-19 de movimiento guerrillero a partido político.21 Sin embargo, estos trabajos se enfocan más en el tránsito del M-19 como movimiento político que en el impacto de la desmovilización en los militantes del mismo. María Victoria Uribe, en su libro Ni canto de gloria ni canto fúnebre. El regreso del EPL a la vida civil,22 si bien aborda las particularidades de otra organización armada desmovilizada en los años noventa, el Ejército Popular de Liberación (EPL), explora las facetas más subjetivas y personales del fin de la vida guerrillera. Adicionalmente, su libro Hilando fino. Voces femeninas en La Violencia23 inserta el género como categoría al momento de construir nuevas narraciones sobre periodos del conflicto que han sido abordados con abundancia desde diversas perspectivas, como es La Violencia partidista de mitad de siglo XX en Colombia.

En otros países de América Latina, tanto desde la sociología como desde la antropología y la historia, han surgido análisis sobre los diversos movimientos guerrilleros del siglo XX, análisis que buscan rescatar las trayectorias vitales, insertando categorías como la clase, el género o la etnicidad al momento de estudiar las experiencias guerrilleras. De este orden es el trabajo del historiador argentino Javier Salcedo, titulado Los Montoneros del barrio,24 que se ocupa específicamente de la militancia guerrillera en el grupo argentino Montoneros, al nivel de la localidad barrial de Moreno, en las inmediaciones de Buenos Aires. La mirada local le brinda al autor no solo la posibilidad de reconstruir las relaciones interpersonales de pequeña escala, sino también abarcar las diferencias existentes entre los militantes que provenían de círculos intelectuales de clase media de Buenos Aires y los que habitaban en el barrio de Moreno, las cuales se presentaban no solo en sus experiencias de militancia, sino además en sus objetivos e ideales políticos.

En el caso de las guerrillas mexicanas se da un privilegio mucho mayor a las historias de vida y a las historias locales como método para comprender diversas dinámicas dentro de las organizaciones armadas. El libro Del barrio a la guerrilla. Historia de la Liga Comunista 23 de Septiembre (Guadalajara, 1964-1973), escrito por Rodolfo Gamiño Muñoz, analiza la conformación de la organización guerrillera Liga Comunista 23 de Septiembre y sus conexiones con las dinámicas vecinales en un barrio específico de la ciudad de Guadalajara, llamado San Andrés. El trabajo logra iluminar la forma en la cual las localidades pequeñas, como el barrio San Andrés, y el grupo de Los Vikingos (el grupo de jóvenes foco de la investigación de Gamiño Muñoz), con todas sus lógicas sociales y de identidad, se encadenan en la historia de la participación política, hasta protagonizar acciones armadas de gran magnitud en el México urbano de los años setenta.25 Por otro lado, Luis Ramírez, antropólogo del Colegio de Michoacán, usa como metodología principal las historias de vida, para rescatar las posiciones políticas y las construcciones de proyectos alternativos de los campesinos de Michoacán que militaron en varias guerrillas que luego se juntaron en el Partido de la Revolución Democrática (PRD). El autor encuentra tensiones entre las diversas clases sociales que compusieron el partido, y entre los divergentes proyectos políticos que se imaginaron sus miembros.26

 

Reducción en la escala de observación y el problema del archivo

Las conversaciones entre la microhistoria y las corrientes de historia social no son nuevas. De hecho, en la colección de ensayos de Jaques Revel titulada Un momento historiográfico. Trece ensayos de historia social, el historiador francés señala que el surgimiento de las apuestas teóricas y metodológicas de la microhistoria se da en medio de discusiones con las diversas formas en las que, hasta la década de los setenta, se hablaba de hacer historia social, y las maneras en que las escuelas dominantes en historia social habían construido sus perspectivas y objetos de estudio.27 Algunas de las críticas a la historia social tenían que ver con privilegiar una perspectiva que mostraba que la reconstrucción de vidas y acciones de individuos provenientes de grupos subalternos solo era posible “bajo el epígrafe del número y el anonimato, a través de la demografía y la sociología, del estudio cuantitativo de la sociedad del pasado”.28 La invitación de la variación en la escala sugiere que la aproximación, incluso a una vida individual, puede mostrar un panorama de relaciones y formas de pensar de su época que no son visibles desde otras perspectivas. Por esa razón, la reducción en la escala de observación podría sugerir otras miradas al movimiento guerrillero, alternativas a las que se han dominado la “historia del conflicto armado colombiano” en los últimos años, casi siempre apoyadas en informaciones demográficas y macrosociológicas que si bien responden algunos interrogantes, dejan otros muy abiertos.

Adicionalmente, al variar las escalas de observación histórica se propone comenzar a examinar las instituciones como producidas por un conjunto de relaciones sociales micro, y no al revés, es decir, como productoras de actores e interacciones. En palabras de Revel:

 

Varios ejemplos recientes sugieren que no es solamente deseable sino incluso posible invertir los términos del análisis: es decir, dar cuenta de la construcción de un grupo y de las formas (provisionales) de institucionalización que de ello resultan a partir de las trayectorias de los actores y de las relaciones, de diversa naturaleza, que mantienen entre sí y con los contextos plurales en que se ubican.29

 

Fijarse en las trayectorias individuales y grupales de los actores que hacen parte de la institución implica, por supuesto, rescatar la importancia de las experiencias personales y de los múltiples contextos con los cuales los individuos dialogan en el marco de dichas experiencias.

La elección de la categoría de “experiencia”, presente en la pregunta de investigación inicial y a lo largo de todo el trabajo, no fue fácil. Tanto en la historiografía como en la sociología y la antropología son amplias las discusiones que se han elaborado alrededor de aquella. Edward P. Thompson, por ejemplo, propone la experiencia (y la diferencia entre experiencia vivida y experiencia percibida) como un concepto central en el trabajo del historiador, porque “incluye la respuesta mental y emocional, ya sea de un individuo o de un grupo social, a una pluralidad de acontecimientos relacionados entre sí o a muchas repeticiones del mismo tipo de acontecimiento”.30

A Thompson, la relevancia del concepto de experiencia le permite negociar los tránsitos entre las nociones marxistas de estructura y superestructura, y rescatar la agencia de los sujetos en la construcción de los acontecimientos colectivos, lo que lo lleva a afirmar que la clase obrera en Inglaterra no fue tanto una grupo determinado y definido, como sí un acontecimiento determinado por conjuntos de experiencias colectivas.31 Por otro lado, Joan Scott añade a la discusión sobre el concepto de experiencia la idea de que si bien existe una agencia de los sujetos dentro de la pluralidad de acontecimientos dados (que es la idea de Thompson), a la experiencia histórica se le da sentido en un marco de significados que la hacen posible y comprensible.32 Ambas perspectivas son relevantes para este texto, el cual convierte las experiencias de la militancia guerrillera en el centro de estudio (buscando rescatar la agencia y la individualidad de los sujetos) y, al mismo tiempo, debe lidiar con los significados que los individuos y la historiadora misma (yo, treinta años después de los acontecimientos) les dan a dichas experiencias.

Las anteriores discusiones historiográficas, entre las que surgió el tema de este trabajo investigativo, condujeron directamente al problema de las fuentes disponibles, las preguntas que hay que plantearles y la búsqueda de nuevas fuentes. En el caso del trabajo, el proceso estuvo acompañado en forma constante de una preocupación y múltiples reflexiones sobre el archivo. Siendo el M-19 una organización clandestina y al margen del Estado, no existe un cuerpo documental institucionalizado de ella, y son pocos los documentos que se pueden encontrar del grupo en instituciones públicas de archivo, como el Archivo General de la Nación o el Archivo Distrital (la documentación existente en estas instituciones es la relacionada con la guerra que libraba el Estado colombiano con los diversos actores armados para ese momento y, en esa medida, se ocupa del M-19 precisamente como un actor homogéneo). Esto recuerda, a quien reflexione al respecto, que el archivo no es una institución inocente, sino que, por el contrario, el acto de reservar ciertos documentos y no otros, el modo de guardarlos y disponer de ellos de manera pública, ya dice algo sobre los propósitos y la conformación del archivo como institución social.33

Así, la mayor parte del material con el que conté para el desarrollo del trabajo de investigación provenía de archivos personales de los diferentes militantes con los que me entrevisté, quienes, de forma voluntaria, me cedieron documentos e imágenes que habían logrado guardar. Parte del archivo que pude construir estaba también ­alimentado por documentación que mi madre guardó de su época de militancia. En el caso del M-19, me encontré, además, con que la condición de ilegalidad del movimiento y de sus miembros hizo que muchos de los documentos y las fotografías que tenía cada persona durante la militancia no fueran conservados por mucho tiempo. En la mayor parte de las entrevistas me dieron a entender cómo, en la época, una fotografía o un documento en su poder suponía para ellos un riesgo enorme de ser identificado, rastreado y posiblemente reprimido.

Por esa razón, existe gran cantidad de material que fue desechado e incluso quemado por los mismos actores, además de lo perdido durante allanamientos, desapariciones y combates. Así pues, aparte de la consulta hemerográfica que realicé, no tuve que visitar ningún archivo, sino más bien ir construyendo uno a partir de las entrevistas, del material que cada entrevistado conservaba, de comunicados, casetes, cartas y fotos. Algunos materiales, por haberse almacenado durante más de 30 años de manera poco apropiada, estaban en un estado de conservación deficiente. De este modo, he podido experimentar en la práctica cómo la disciplina histórica no se trata únicamente de construir una pregunta sólida y una discusión historiográfica coherente, sino de encontrar soluciones creativas al problema de las fuentes, de explorar y construir nuevos archivos, o de hacerles nuevas preguntas y nuevas búsquedas a los ya existentes.

Sin embargo, la herramienta que más respondió a mi interés por las experiencias particulares de cada individuo fue la historia oral, construida a partir de entrevistas interesadas no solamente en la militancia como tal, sino también en la trayectoria biográfica de los entrevistados. Entablar conversaciones con los militantes me permitió obtener descripciones profundas sobre sus propias experiencias, que no habrían sido fácilmente rastreables con otro tipo de fuentes, ya que, como he señalado, son pocos los documentos personales (cartas, diarios íntimos, etc.) que guardan estas personas después de la militancia. Como expresa Gwyn Prins en su texto sobre historia oral:

 

Los recuerdos personales permiten aportar una frescura y una riqueza de detalles que no podemos encontrar de otra forma. Posibilita historias en pequeña escala, ya sean de grupos, como el trabajo de Williams sobre los judíos de Manchester, ya sean de orden geográfico: historias locales de aldea o de barrio. Pone en manos de los historiadores los medios para realizar lo que Clifford Geertz ha llamado “descripción sustanciosa”: relatos con la profundidad y los matices necesarios para permitir un análisis antropológico serio.34

 

La historia oral como herramienta me permitió, por ejemplo, encontrar que había aspectos organizativos que, aunque parecían coherentes y estáticos en la documentación interna del movimiento, en la vida práctica de los militantes eran discutibles, transitables y se podían transgredir.

Es muy importante aclarar, sin embargo, que este tipo de trabajos deben lidiar frecuentemente con que los actores, desde el presente, brindan una interpretación particular de su pasado militante, lo que ha sido denominado reconstrucción retrospectiva. En otras palabras, lo dicho por los militantes está siempre mediado por las vivencias e ideologías posteriores (algo similar a lo que afirma Joan Scott cuando dice que la experiencia debe comprenderse siempre en el marco de significados en el que se ubican los sujetos).35 En la práctica encontré, por ejemplo, cómo algunas de las impresiones de los militantes sobre comandantes o compañeros de rango superior estaban mediadas no solo por lo que habían hecho durante la militancia, sino en años posteriores, y por sus relaciones personales con ellos después del proceso de desmovilización.

Algunos llevaban las rivalidades nacidas después de la desmovilización al nivel de las experiencias durante la militancia misma, a pesar de que puede que no necesariamente fuera así en el momento vivido. Adicionalmente, y como señala Pierre Bourdieu en su artículo “La ilusión biográfica”, los seres humanos reconstruyen su vida dando la impresión de que tiene sentido y está encauzada hacia un mismo fin, libre de contradicciones y conflictos, por lo que se debe tener mucho cuidado con las reconstrucciones personales que hacen los individuos de sus propias experiencias.36 En este caso me enfrenté, además, con que han pasado más de 25 años desde la desmovilización, por lo que las experiencias de las que pretendía dar cuenta son narradas por los actores a la luz de dicha distancia temporal. En ese sentido pude ver cómo, en algunos casos, los aspectos menos agradables del contexto de guerra (las muertes de parte y parte, las desapariciones, las torturas) son nombradas con mucha menos frecuencia y se hace especial énfasis en los buenos momentos, en los aprendizajes, en las anécdotas jocosas de la cotidianidad guerrillera. También sucedió que los militantes aducían tener menos miedo a hablar de lo que vivieron e hicieron, “porque ya pasó mucho tiempo”.

Teniendo en cuenta estas particularidades de los testimonios orales, el que estén mediados de múltiples formas no hace que sean menos útiles para el análisis. De hecho, habría que considerar cómo todo tipo de fuentes ha sido mediado previamente de diferentes maneras, como la forma en la que ha sido archivado, la institución que lo administra, la elección del historiador de hacerlo un documento, etc. En ese sentido, creo que, en la discusión sobre las fuentes, no se trata de determinar su valía en tanto presenten una imagen más o menos fiel del pasado, sino en cuanto dejan ver información que resulte interesante al ser analizada. Así, pues, el lugar desde el que habla cada actor ha sido tomado en cuenta para observar las posibles razones por las que elige referirse a un tema u otro. Sin embargo, dicha reflexión podría ser en sí misma el tema de un nuevo proyecto de investigación sobre los diversos tipos de sentidos que se le dan, desde el presente, a un pasado militante.

Para finalizar, he de señalar que el ejercicio de historia oral que realicé me permitió reflexionar sobre el poder de la historia de representar al otro y reconocerlo como actor en el mundo social. Algunos de los entrevistados me dijeron sentirse agradecidos por asumir sus testimonios como parte importante en mi trabajo. Hasta ese momento, no había considerado la posibilidad de que ellos estuvieran agradecidos por ser escuchados. En ese sentido, creo que el quehacer histórico tiene la capacidad de brindarles a los seres humanos un reconocimiento como actores y una valoración a sus experiencias particulares, que los hace sentir de algún modo “relevantes” para el entramado de vivencias que constituye la historia.

La posibilidad de narrar las experiencias propias constituye así un privilegio y este se hace evidente en que ninguno de los entrevistados había tenido la posibilidad de contar sus experiencias, excepto una mujer que ocupaba un lugar intermedio en la jerarquía de mando en Bogotá. Ella misma indicó, cuando le pregunté por la experiencia particular de la cárcel, que esa era una narración extensa que ya aparecía en varias entrevistas, incluido un libro de Alfredo Molano, y que, por tanto, ya estaba cansada de contarla, por lo que me invitó a consultarla en los libros. A diferencia de María Eugenia Vásquez, Vera Grabe, Darío Villamizar y Antonio Navarro (exmilitantes que han escrito diversos tipos de testimonios sobre su vida guerrillera), y exceptuando la entrevistada a la que hago referencia, ninguno de los militantes entrevistados había tenido la posibilidad o los medios para narrar su testimonio. Sus experiencias durante la militancia no habían sido reconocidas dentro de la historia de la organización. Así pues, en muchos sentidos, algunas afirmaciones de los entrevistados parecen contradecirse con lo que se ha asumido como la posición “oficial” de los miembros del M-19 en asuntos tan importantes como la desmovilización.

Villamizar, por ejemplo, en su historia del M-19 titulada Aquel 19 será, narra cómo el operativo con el que se lanzó al público el Movimiento 19 de Abril en 1974, con el robo de la espada de Bolívar y la toma del Concejo de Bogotá, efectuados simultáneamente, había sido planeado y ejecutado por veintidós personas.37 Sin embargo, a esta cuenta de veintidós personas escapan los personajes que salieron esa misma noche a pintar “Bolívar, tu espada vuelve a la lucha”, y otro tipo de consignas en las paredes de los barrios bogotanos. Escapan quienes se dedicaron a repartir e imprimir volantes y panfletos, a llevar razones, a conseguir materiales. Una de mis entrevistadas, por ejemplo, estuvo encargada de pintar consignas en las paredes de su barrio, en la noche del operativo del robo de la espada de Bolívar. No obstante, su testimonio no había sido escuchado, ella no hace parte de las veintidós personas que, según Villamizar, planearon el operativo, por lo que su actuación en dichos escenarios no había sido reconocida.

 

La organización textual

El texto está dividido en nueve capítulos. El capítulo 1 es una presentación de los doce entrevistados, aclarando al lector las trayectorias sociales y familiares de cada uno. En este capítulo, las historias se remiten no solo a los años de la militancia, sino muchos antes. El propósito es mostrar las diversas trayectorias sociales que están directamente relacionadas con las distintas motivaciones que tuvieron los individuos para militar, las diferentes maneras en las que cada individuo experimentó la militancia guerrillera y cómo actualmente concibe su participación en el ­movimiento.

Los demás capítulos fueron construidos con base en la pregunta por las experiencias. A partir de los testimonios orales, pude encontrar un conjunto de experiencias comunes a todos los militantes del M-19 en Bogotá con los que hablé y, desde allí, busco señalar las formas diferenciadas en las que cada uno pasó y concibe dichas experiencias. Los capítulos 2 y 3, titulados “Ingresar” y “Aprender”, tienen que ver con las primeras etapas de la militancia: el ingreso al movimiento y el proceso de capacitación política y militar por el que pasaban los miembros del M-19. El énfasis de estos capítulos es mostrar que, a pesar de existir algunas disposiciones organizativas sobre el modo en que debía llevarse a cabo el proceso de ingreso y ­capacitación, los diversos lugares desde los que cada individuo experimentó esos procesos los convierten en experiencias heterogéneas (en el caso del aprendizaje, el vínculo con la posesión de capitales escolares y culturales es bastante significativo).

Los siguientes dos capítulos, el 4 y 5, titulados respectivamente “Ocupar una posición” y “Vivir lo personal”, tienen que ver con la jerarquía organizativa y los nexos entre la militancia y la vida íntima que se daban en los y las militantes. Si bien en todos los capítulos se ha tenido en cuenta la clase social y el género como factores de diferenciación, en estos dos capítulos se hacen evidentes.

El capítulo 6, “Trabajar con las comunidades”, aborda las relaciones entre los militantes del M-19 y las dinámicas barriales en Bogotá, de la que participaron directamente los entrevistados a partir de 1984. El capítulo 7, “Estar en operativos”, y el capítulo 8, “Estar encarcelado”, tuvieron parte significativa en el relato de los entrevistados sobre su vida guerrillera, aunque de formas diferentes. En el caso de los operativos, se hace una reflexión adicional sobre la manera en la que los y las militantes se conciben y presentan como actores armados, siendo los operativos el punto central de las actividades de confrontación en la estructura urbana del M-19.

Por último, en el capítulo 9, “Salir”, se aborda el proceso de desmovilización, haciendo énfasis en que este proceso constituyó una ruptura importante con una trayectoria vital que los actores habían asumido, que además tuvo un impacto diferenciado según las ventajas y desventajas con que contaban unos y otras en el mundo civil.

En todos los capítulos, los nombres de los personajes han sido cambiados para garantizar la confidencialidad y el anonimato.