Cubierta

MARÍA MERCEDES DI VIRGILIO
MARIANO PERELMAN
coordinadores

DISPUTAS POR EL ESPACIO URBANO
DESIGUALDADES PERSISTENTES Y TERRITORIALIDADES EMERGENTES

Editorial Biblos

Presentación

María Mercedes Di Virgilio y Mariano Perelman

 

 

En los últimos años el estudio sobre las desigualdades se ha transformado en uno de los temas centrales de la agenda de investigación de las ciencias sociales. De hecho, los usos del concepto se han multiplicado notablemente. En América Latina, el debate sobre el uso de esta categoría se vio favorecido por el crecimiento económico que varios países experimentaron durante el primer decenio del siglo XXI y los impactos (algo inciertos) de tal crecimiento. En el continente más desigual (al menos económicamente) del planeta, las políticas desarrolladas por los gobiernos progresistas buscaron transformar el mapa social.

En este contexto, el libro se propone pensar las desigualdades persistentes; es decir, aquellas que aun luego de años de crecimiento es necesario enfrentar y combatir. En ese marco, se focaliza en las disputas urbanas que sin duda están signadas y son parte de la configuración de la(s) desigualdad(es) socioterritorial(es). Desde una mirada centrada en el territorio, estas páginas buscan contribuir a la identificación y la comprensión de las dinámicas y los factores que intervienen en su producción y reproducción. Dinámicas y factores que son emergentes, pero también inerciales y persistentes.

Si bien suele pensarse a la(s) desigualdad(es) como un fenómeno multidimensional, el espacio habitualmente es conceptualizado como un escenario en el que las cosas ocurren antes que ser considerado como una dimensión intrínseca a su definición. Y, cuando este aparece, es visto como un producto de otros procesos (como en el caso de la segregación residencial). En este marco, estas páginas se proponen aportar una mirada compleja de la relación desigualdad(es)-territorio rompiendo con la división espacio-sociedad y pensar esa díada ontológicamente de forma conjunta. Esta perspectiva permite complejizar la mirada sobre las desigualdades existentes y las territorialidades emergentes.

Pensar la(s) desigualdad(es) urbana(s)

La(s) desigualdad(es) deben pensarse como un rasgo intrínseco a la sociedad capitalista. La generalización de las relaciones capitalistas de producción instituye la producción de desigualdad(es). Es en el contexto de la sociedad capitalista donde se conjugan los discursos relativos a igualdad (política) de los seres humanos y la(s) desigualdad(es) producto de las formas de organización de la propiedad, el trabajo, las redes de intercambio, etcétera.

La igualdad política instituye una esfera en la que de lo que se trata es de repartir la parte de lo común, de instituir la parte de los que no tienen parte (Rancière, 1996: 25). Así pues, el orden político en la sociedad capitalista, al tiempo que instituye la parte de los que no tienen parte y atraviesa la lógica natural de la dominación, reconoce a los que no tienen parte como entidad y los constituye como actores en una comunidad política. La parte de los sin parte significa, por un lado, que no tienen una propiedad que los defina o distinga en el orden vigente y, por el otro, que se presentan con el aspecto del todo, aquel que comparten incluso con los ricos o los poderosos. Igualdad y desigualdad son instituidas por el orden político capitalista y en ese sentido debemos reconocer que “la desigualdad solo es posible por la igualdad” (31). Esto es lo que permite comprender que, “una vez aceptado el principio de la igualdad, hay que admitir el principio complementario de la diferencia” (Wolton, 1998: 117).1La noción de desigualdad, entonces, desde su génesis implica un horizonte de igualdad que solo es posible bajo la existencia de un horizonte común entre las personas.

El contenido y la naturaleza de la igualdad y de la desigualdad varían según la esfera del bienestar de que se trate, definiendo para cada una de ellas igualdades y desigualdades específicas. En todos los casos, igualdad y desigualdad no pueden pensarse como formas objetivas. Por el contrario, su contenido y su sustancia se dirimen en el conflicto entre categorías sociales, económicas o políticas. Para los sujetos, en diferentes contextos témporo-espaciales, es posible que algunas dimensiones hablen de una mayor percepción de desigualdad que otras. De este modo, un análisis complejo de las múltiples dimensiones de las desigualdades puede poner en evidencia tendencias contrapuestas en torno a las diferentes esferas del bienestar (Kessler, 2014). Mientras la desigualdad puede disminuir en algunas de ellas, puede crecer en otras.2

Ahora bien, bajo el empuje de las acepciones primigenias del principio de igualdad tiende a ampliarse la trama de los derechos y a extenderse los alcances del principio mismo hasta asimilarlo al concepto de justicia social. François Dubet (2011) es uno de los autores contemporáneos que ha contribuido a pensar la(s) desigualdad(es) en los términos de la justicia social.3 En ese marco, reconoce que, en la sociedad actual, conviven dos concepciones de igualdad: la de posiciones y la de oportunidades. Si bien ambas buscan “reducir la tensión fundamental que existe en las sociedades democráticas entre la afirmación de la igualdad de todos los individuos y las inequidades sociales nacidas de las tradiciones y de la competencia de los intereses en pugna” (11), el modo en el que ello se lograría sería diferente. La primera de las concepciones se centra en los lugares que organizan la estructura social. Esta perspectiva se preocupa por el conjunto de posiciones ocupadas por los individuos en la estructura social. Para que exista una mayor justicia social (mayor igualdad o menor desigualdad), lo que se debería hacer es que las distintas posiciones estén, en la estructura social, más próximas las unas de las otras, incluso a costa de que la movilidad social de los individuos no sea una prioridad. La segunda de las visiones –más hegemónica en Estados Unidos–, la de las oportunidades, en cambio, buscaría ofrecer a todos la posibilidad de ocupar las mejores posiciones en función de un principio meritocrático. O sea, la justicia social tendería a dar las mismas oportunidades a todos los individuos.

Así entendida, la noción de desigualdad(es) no solo busca correrse de las miradas unidimensionales (centradas básicamente en el ingreso) sino, también, de las miradas unitemporales. Las diferentes dimensiones pueden configurarse en distintas velocidades. La variable temporal es central en tanto las desigualdades son producto de procesos históricos (Tilly, 2000; Gootenberg y Reygadas, 2010; Pérez Sáinz, 2016) que van produciendo redes de desventajas (Reygadas, 2008).

Göran Therborn (2015) diferencia tres tipos de desigualdades: 1) vital: refiere a la desigualdad socialmente construida entre las oportunidades de vida a disposición de los organismos humanos; 2) existencial: designación desigual de los atributos que constituyen la persona (autonomía, grados de libertad, derechos al respeto, etc.), y 3) de recursos: refiere a los recursos para actuar. Estos tipos de desigualdad no son esferas autónomas sino que interactúan y se entrelazan.4 Desde su perspectiva, las desigualdades “se producen y sostienen socialmente como resultado de ordenamientos y procesos sistemáticos, así como de la acción distributiva, tanto individual como colectiva” (59). En ese marco, reconoce cuatro mecanismos productores de desigualdad con dinámicas interactivas: el distanciamiento, la exclusión, la jerarquización y la explotación.

¿Por qué interesa tanto esta posición? Creemos que pensar en la desigualdad urbana merece centrarnos en proyectos de vida territorializados. Centrarse en lo que las personas de carne y hueso construyen como formas dignas y legítimas de ganarse la vida (Perelman, 2011, 2017; Narotzky y Besnier, 2014; de L’Estoile, 2014; Fernández Álvarez, 2016) y en los procesos que a ello contribuyen.

La(s) desigualdad(es) (en clave) urbana

La idea de que la estructura de clase opera espacialmente está fuertemente desarrollada en el campo académico. Los estudios sobre la segregación social y el acceso al suelo urbano han dado cuenta de la espacialización de la desigualdad. Sin embargo, como demuestra Ramiro Segura (2014: 3), desigualdad y espacio urbano se vinculan de modo complejo: “[L]as desigualdades socioespaciales no se reducen a la traducción mecánica y unilateral entre la sociedad y el espacio, no se puede asumir acríticamente la «tesis del espejo», que propone una correlación automática entre desigualdad y segregación”, ni la desigualdad se basa solamente en los procesos de separación espacial de las poblaciones. La desigualdad y los procesos de segregación se construyen sobre la base de elementos materiales y simbólicos, históricamente producidos, social y territorialmente contextualizados.

Centrarse en la noción de desigualdad (en clave multidimensional y sobre todo como un fenómeno: “lo social”) entonces implica reconocer que no es suficiente hacer foco en los procesos económicos que construyen territorio. En Buenos Aires, por ejemplo, a diferencia de otras metrópolis latinoamericanas, existen muchos barrios de clases medias (co)habitados por sectores populares.5 Los contactos que se generan son, por supuesto, desiguales. El caso de los cartoneros –personas pobres que viven en condiciones de privación material que acceden a la ciudad y a los barrios de sectores medios de Buenos Aires– permite ilustrar esta cuestión.

En las múltiples formas de transitar, habitar y apropiarse de la ciudad, los sujetos se ven involucrados en la producción de diferentes relaciones de desigualdad(es) (Di Virgilio y Perelman, 2017). “Cuando el capital se precipita en la producción del espacio” (Lefebvre, 1974: 386) no solo la expulsión de los grupos de menores ingresos expresa la(s) desigualdad(es). Por el contrario, además de la expulsión, es posible identificar otras formas precarias o subalternizadas de estar en ciudad. De este modo, el territorio, su morfología y la calidad de los entornos tienen un rol central en la producción de los diferentes tipos y esferas de desigualdad(es). Los procesos sociales espacializados y las relaciones sociales que se entablan en el territorio o a través de él, también, van constituyendo formas de desigualdad(es) social(es). De este modo, en ocasiones, es la propia forma de vida la que es negada; en otras –como en el caso de los cartoneros o de las personas en situación de calle–, se generan estrategias subalternizadas para habitar el espacio. Finalmente, la(s) desigualdad(es) (socio)territorial(es) –en tanto una de las dimensiones específicas que componen las diferentes formas de desigualdad– tiene(n) una temporalidad propia generada a partir del espacio construido, la apropiación histórica que hacen los grupos sociales de y sobre este y las moralidades dominantes en cada uno de estos contextos.

Esta visión de la desigualdad relacionada con el habitar permite comprender la producción de la(s) desigualdad(es) como un proceso continuo y relacional, anclado en las disputas por el orden urbano y en las interacciones y los procesos a través de los cuales ocurre la apropiación del espacio. Es precisamente en las interacciones y en los procesos sociales espacializados como se va sedimentando la desigualdad social. Entendemos aquí la desigualdad de la forma como la piensa Therborn (2015), en su triple composición: vital, existencial y de recursos.

Esta forma de pensar la desigualdad permite ir más allá de la diferencia entre dos grupos –los pobres y los no pobres, los excluidos y los incluidos–, focalizando entre diferentes grupos sociales en diferentes posiciones socioterritoriales (locacionales). De este modo, la relatividad no es ya entre dos grupos, sino que estos grupos son relativos. La desigualdad obliga a centrarse en lo que ocurre en esferas y posiciones particulares en las que los grupos se constituyen. Sin embargo, al mismo tiempo, demanda considerar las propias dinámicas estructurales de larga duración, el modo en que esta se reproduce y la manera en que esas dinámicas generan nuevas emergencias. Y el territorio, en este punto, es central. De esta forma, las propias temporalidades y las moralidades del espacio urbano forman parte del modo en que se produce(n) y reproduce(n) la(s) desigualdad(es) socioterritoriales.

La potencialidad del concepto de desigualdad urbana radica en que a partir de ella es posible discernir formas de comprender las relaciones entre los grupos sociales y entre estos y el espacio. Permite, a diferencia de los estudios sobre segregación o pobreza, enfocarnos en el estudio de procesos sociales que producen el espacio urbano y que son organizados a partir de él. Así, una visión desde la desigualdad posibilita también correr la mirada desde los territorios segregados hacia territorialidades y espacialidades otras. Adicionalmente, la mirada desde la desigualdad propicia entrelazar dimensiones objetivas y subjetivas, materiales y simbólicas, así como también abordar diferentes escalas de análisis.

En términos analíticos, entonces, y como se puede ver en los capítulos que componen el libro, la desigualdad urbana (y, a veces, desde lo urbano) permite iluminar múltiples procesos. Creemos que el territorio, con su temporalidad, condensa procesos persistentes de la desigualdad, pero a la vez es el lugar privilegiado para comprender cómo estas desigualdades se producen.

El punto de partida de este libro ha sido el taller “Desigualdades persistentes y territorios emergentes: disputas por el espacio urbano” que se desarrolló en el Instituto Gino Germani el 10 y el 11 de diciembre de 2015. El evento contó con el apoyo del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) y de la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica. Durante él, los trabajos presentados recibieron comentarios de reconocidos especialistas de diferentes disciplinas. Sobre la base de la discusión y los aportes de los comentaristas, cada uno de los autores revisó y amplió sus contribuciones. Finalmente, los trabajos fueron sometidos a un proceso de referato.

El libro comienza con un capítulo de Luis Reygadas que sirve de base a las cuatro secciones en las que se organizan las contribuciones. La primera de ellas, “Territorialidades, identidades y sujetos sociales”, reúne tres artículos de Paula Canelo, Ernesto Meccia y Gabriel Noel, introducidos por un trabajo de Mariano Perelman. La segunda, “Movilidades urbanas”, agrupa los textos de Natalia Cosacov, Susana Sassone, Ramiro Segura y Mariana Chaves, y Dhan Zunino Singh. Las coordenadas de lectura para los capítulos fueron elaboradas por María Mercedes Di Virgilio. La tercera sección, titulada “Desigualdad y acceso a la ciudad”, cuenta con una introducción de María Carla Rodríguez y reúne cuatro capítulos bajo la autoría de Santiago Bachiller, John Gledhill y Maria Gabriela Hita, Ariel Wilkis y Gabriela Merlinsky. El libro concluye con dos trabajos de jóvenes investigadores seleccionados entre los estudiantes de doctorado que presentaron sus avances durante el taller. Cuenta, finalmente, con la lectura cruzada y las conclusiones de María Luján Menazzi Canese y de Martín Boy.

Referencias bibliográficas

DE L’ESTOILE, B. (2014), “Money is good, but a friend is better: Uncertainty, orientation to the future, and the economy”, Current Anthropology 55 (S9): S62-S73.

DI VIRGILIO, M.M y M. PERELMAN (2017), “Dinámicas territoriales en la producción de la desigualdad de Buenos Aires”, en J. Gledhill, M.G. Hita y M. Perelman (orgs.), Disputas em torno do espaço urbano: processos de [re]produção/construção e apropriação da cidade, Salvador de Bahía, Edufba, pp. 353-382.

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– (2017), “Pensando la desigualdad urbana desde el trabajo callejero”, en M. Perelman y M. Boy (eds.), Fronteras en la ciudad. (Re)producción de desigualdades y conflictos, Buenos Aires, Teseo, pp. 19-44.

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1. El conflicto existe porque el contenido del principio de igualdad en cada una de las áreas es una construcción pragmática desde distintos puntos de partida. El antagonismo entre estas distintas categorías es inerradicable.

2. En este sentido, la pregunta planteada por Kessler (2014), “desigualdad en relación a qué”, se torna especialmente relevante.

3. Una idea similar plantea Piketty (2008), focalizando la desigualdad en los procesos económicos.

4. El autor plantea que los seres humanos son (a) organismos, cuerpos y mentes, susceptibles al dolor, al sufrimiento y la muerte; (b) personas, cada una con su yo, que viven su vida en contextos sociales de sentido y emoción, y (c) actores, capaces de actuar en función de objetivos y metas.

5. Entendemos aquí por habitar al “conjunto de prácticas y representaciones que permiten al sujeto colocarse dentro de un orden espacio-temporal, al mismo tiempo reconociéndolo y estableciéndolo. Se trata de reconocer un orden, situarse dentro de él, y establecer un propio orden. Es el proceso mediante el cual el sujeto se sitúa en el centro de unas coordenadas espacio-temporales, mediante su percepción y su relación con el entorno que lo rodea” (Giglia, 2012: 13).

DISPUTAS POR EL ESPACIO URBANO

En los últimos años el estudio sobre las desigualdades se ha transformado en uno de los temas centrales de la agenda de investigación de las ciencias sociales. De hecho, los usos del concepto se han multiplicado notablemente. En América Latina, el debate sobre esta categoría se vio favorecido por el crecimiento económico que varios países experimentaron durante el primer decenio del siglo XXI y sus relativos impactos. En ese contexto, el libro se propone pensar las desigualdades que aún hoy, luego de años de crecimiento, deben ser enfrentadas y combatidas. En ese marco, se focaliza en las disputas urbanas que sin duda están signadas y son parte de la configuración de la(s) desigualdad(es) socioterritorial(es). Desde una mirada centrada en el territorio, esta obra busca contribuir a la identificación y la comprensión de las dinámicas y factores que intervienen en su producción y reproducción. Dinámicas y factores que son emergentes, pero también, inerciales y persistentes. El libro propone aportar una mirada compleja sobre la relación desigualdad(es)-territorio rompiendo con la división espacio-sociedad y pensando esa díada ontológicamente de forma conjunta. Esta perspectiva permite complejizar la mirada sobre las desigualdades existentes y las territorialidades emergentes.

No se permite la reproducción parcial o total, el almacenamiento, el alquiler, la transmisión o la transformación de este libro, en cualquier forma o por cualquier medio, sea electrónico o mecánico, mediante fotocopias, digitalización u otros métodos, sin el permiso previo y escrito del editor. Su infracción está penada por las leyes 11.723 y 25.446.

Introducción

Mariano Perelman

 

 

 

Los textos que componen esta parte permiten comprender el modo en que las dimensiones identitarias se articulan y son parte de los procesos de producción y mantenimiento de las desigualdades sociales.

Los capítulos dan cuenta no solo de la espacialidad de las prácticas sociales y de la intervención de diferentes agentes sobre el espacio sino también del modo en que los grupos sociales se van apropiando de estos lugares y, así, produciendo modos identitarios social, histórica y espacialmente construidos.

Los tres textos también muestran la pertinencia de indagar en las transformaciones témporo-espaciales de larga duración y en las transformaciones morales en las que el espacio es central.

En los tres es posible apreciar los múltiples usos que tienen los espacios públicos y cómo algunos actores tienen mayor capacidad de imponer usos legítimos. La yuxtaposición de usos puede tornarse conflictiva o dar visibilidad a áreas de la ciudad que para otros actores son invisibles o que piensan que en ella “no pasa nada”.

Asimismo, muestran el modo en que, al tiempo que se generan conflictos por el uso del espacio en diferentes niveles, se generan nuevas formas territoriales. Por ello los tres casos dan cuenta de que las disputas y los conflictos son centrales para comprender los modos en que los grupos sociales se configuran y se transforman. La disputa por el espacio urbano –en diferentes niveles: un parque, los espacios públicos, la ciudad, la historia de la ciudad– va configurando y articulando a las personas más allá del espacio, generando colectivos que se van transformando con el tiempo y que van realizando demandas.

La ciudad como disputa moral

El texto de Gabriel Noel nos invita a pensar los procesos identitarios en clave moral y en el modo en que ella da cuenta de la producción de diferencias que, a partir de la capacidad de poder de los agentes, se traducen en desigualdades. Dicho de otra forma, Noel se interesa en el modo en que los actores movilizan recursos morales para delimitar fronteras grupales. Para ello se centra en la ciudad de Villa Gesell reconstruyendo la génesis y las transformaciones de la morfología social de la ciudad. El texto pone el acento en las luchas que diversos actores individuales y colectivos establecen para delimitarse mutuamente, en un proceso en el cual son movilizados una serie de recursos tanto “estructural-materiales” como “identitario-simbólicos”. A partir de indagar en la sociogénesis de los procesos identitarios y morales, Noel muestra que los recursos morales tienen profundas raíces históricas pero que adquieren nuevas significaciones con relación a un presente y a un pasado visto desde el presente. En este sentido es posible decir que los recursos morales se sedimentan, pero antes de ser estancos se reconstruyen y resignifican.

El capítulo aborda cuatro momentos/procesos: los años fundacionales, la primera “crisis” con la llegada de los hippies y una primera explosión urbana en la década de 1960, una segunda crisis con la década de 1990 con la decadencia del modelo turístico y una última inflexión que remite al proceso iniciado en la jornada electoral de 2007 en la que, con la victoria de Jorge Rodríguez Erneta, los sectores populares de la ciudad se vuelven súbitamente visibles, tanto en forma literal –en el espacio público– como en el marco de una estrategia retórica que buscará revitalizar en clave de reivindicación ciertos tropos populistas del discurso peronista.

La lectura histórica de los procesos sociales permite mostrar el modo en que se (re)articularon, luego de las elecciones municipales y de la victoria del candidato peronista, los recursos morales de la “elite moral” de la ciudad.

El cambio de gobierno en 2007 –visto como disruptivo por los habitantes “históricos” de la villa– posibilitó una nueva construcción de un “nosotros” en contraposición con los supuestamente traídos desde afuera con otros valores morales, y con ello reactualizar la historia de la ciudad.

Durante estos períodos, por ejemplo, la presencia de hippies es tanto contestada como reivindicada, dependiendo de las transformaciones que se van desarrollando. Si cuando aparecen en la ciudad la elite moral los denuesta, luego sus valores son contrapuestos con el lucro de los desarrolladores y más aún con la visibilidad de una parte de la población a partir de la victoria de un intendente que por vez primera no ha surgido de entre las filas de esa elite local de comerciantes, empresarios y profesionales locales; ello generó una nueva transformación social y moral de la ciudad. Así, lo antes denostado es ahora reivindicado.

Los cambios llevarán a la aparición de nuevos grupos morales y a la transformación de sus repertorios en los que se entremezclarán las versiones “originales” con las “ampliadas”. El texto muestra cómo, en este marco, algunos grupos sociales pueden hacer uso de esos repertorios de manera más o menos eficiente mientras para otros ellos están vedados.

Grupos sociales, intervención estatal y grupalidad
en el trabajo en el espacio público

El texto de Brenda Canelo analiza las estrategias que desplegaron algunas vendedoras que trabajaban en el Parque Indoamericano de Villa Soldati –en la zona sur de la Ciudad de Buenos Aires– para poder realizar y legitimar su actividad ante el Estado, así como ante los vecinos de la zona. Para ello debieron organizarse y algunas de ellas se erigieron como representes del nuevo colectivo.

Muchas de las vendedoras venían trabajando de forma individual desde hace una década abasteciendo de alimentos, bebidas e indumentaria a las familias que asistían para participar de campeonatos de fútbol que organizaba la colectividad boliviana. Los campeonatos, junto con otros similares organizados por la colectividad paraguaya, convirtieron al Parque Indoamericano en uno de los principales ámbitos de socialización y recreación para los bolivianos y paraguayos residentes en el Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA), llegando a reunir cada fin de semana a unas seis mil personas.

La Asociación de Vendedoras fue conformada a fin de 2005 por unas doscientas cincuenta personas que trabajaban en el Parque Indoamericano todos los fines de semana con el objeto de afrontar los impedimentos para trabajar que les presentaban los agentes policiales, pero también debido a que el administrador del Parque Indoamericano las impulsó a hacerlo para tener interlocutores con quienes acordar sus usos.

Si el Estado es el principal regulador, organizador y homogeneizador del espacio, el texto muestra, antes que un proceso pasivo, el complejo desarrollo de formación de grupos y organizaciones. Más aún, expone las prácticas de comunalización que permitieron su consolidación como “organización” y los mecanismos que facilitaron que las representantes cumplieran con los compromisos que asumían ante los agentes estatales. Y también revela que ciertas dinámicas estatales pueden impulsar la constitución de actores políticos capaces de comenzar a disputar su derecho a expresarse y a ser legítimos en la esfera pública, cuando buscan lo contrario.

Al igual que en el capítulo de Gabriel Noel, las diferenciaciones de las actividades en términos morales son centrales en el proceso. Tanto los agentes estatales como algunos vecinos de la zona les objetaban en términos morales a las vendedoras las actividades que ellas y los organizadores de los campeonatos de fútbol realizaban, denunciando usufructo económico o apropiación del espacio público en detrimento de otros actores. Canelo muestra que los argumentos morales pueden aparecer por sobre los legales aun cuando lo que está en juego es la legalidad de las actividades. Por ello también las vendedoras se configuran como trabajadoras para contestar moralmente los argumentos morales en su contra.

Al mismo tiempo, Canelo da cuenta de cómo el proceso de comunalización generó formas de comportarse (en tanto obligaciones) y compromisos mutuos que produjeron formas grupales de entender la tarea. Así, cumplir con los compromisos (como limpiar todo) genera un doble proceso: hacia afuera, es una forma de legitimar un comportamiento correcto en un espacio que, supuestamente, debe tener otro uso; hacia adentro, tiene un efecto unificador. Cumplir con los compromisos funciona tanto como una forma de legitimación como de control y sanción social.

El texto concluye mostrando los límites de este tipo de organización. La sangrienta represión de diciembre de 2010 en el Parque luego de la ocupación de cientos de familias que no tenían donde vivir transformó el espacio público, produciendo un cierre para las vendedoras que no pudieron seguir reclamando y detentando legitimidad de aquel espacio.

Sociabilidades, territorios y lugares:
de homosexuales y gays en Buenos Aires

En el segundo texto de esta parte Ernesto Meccia analiza las transformaciones de la sociabilidad homosexual y gay en los espacios públicos de la Ciudad de Buenos Aires. Si bien el texto se centra en el período que va desde finales de la última dictadura cívico-militar hasta 2012, el autor realizó una reconstrucción histórica de la homosexualidad en Buenos Aires.

Meccia denomina a un primer período como “homosexual”. Este se extiende desde la formación de la Argentina moderna hasta fin de la década de 1980. En ese lapso la vida homosexual tenía que “desarrollarse” dentro de los límites objetivos dispuestos en el mundo por el sistema sexo-genérico, generando enclaves territoriales, pensados estos como “áreas culturales”. En este período en el que no existían puntos de orientación cognitivos que permitieran a los homosexuales de entonces percibirse a sí mismos y a sus pares en términos legítimos y positivos, el despliegue de esos códigos culturales se hacía en condiciones de aislamiento.

Este aislamiento no se producía en espacios vedados para otros grupos. Por el contrario, la concreción de los encuentros sexuales se hacía a la vista de todos, pero sin que nadie se diera cuenta. La sociabilidad homosexual suponía aislarse en plena marcha del día, pero sin retirarse de él, actividad antecedente a la de la fabricación de mundos privados en los espacios públicos. De esta forma, el texto muestra la posibilidad de construcción social del espacio por diferentes grupos sociales con diferentes capacidades de poder hacer usos de él. Y en este proceso, el modo en que el uso del espacio público impacta en la percepción de los actores sobre sí mismos.

El período democrático marca las condiciones para una nueva forma de sociabilidad. El espacio público mantendría su preeminencia. Sin embargo, a diferencia del período anterior, Meccia dice que ya no cabría decir que se desarrollaba en “territorios”, sino en “lugares” gays.

A diferencia del período anterior, estos lugares funcionaban como de y para los gays con una sociabilidad crecientemente pública. Además, estos lugares eran espacios en los que se creaban afinidades identitarias visibles, públicas y legítimas. Si en el período anterior el aislamiento generaba un impacto negativo sobre la identidad de los homosexuales, en este nuevo período existe un uso público positivo que va transformando la percepción y generando el mundo gay.

Con el crecimiento económico y la estabilidad del país desde mediados de la primera década de este siglo y la recepción del turismo internacional nacería una fuerte figura imaginaria: la de “Buenos Aires, la ciudad latinoamericana más gay friendly”. Así, los lugares de sociabilidad gay (como el “Broadway Gay”) comenzaron a ampliarse para construir una configuración y circuitos que, paradójicamente, operan en dirección a la segmentación: la “elección” de ciertos circuitos o lugares de consumo permite “distinguir” y prometen “jerarquizar” a los gays sobre la base de marcadores socioeconómicos.

De esta forma, el texto de Meccia nos propone comprender la producción de la construcción de lo homosexual o de lo gay de forma territorial mostrando la importancia que los espacios, territorios, lugares e incluso la ciudad misma tienen en las formas de sociabilidad de los grupos. El texto también da cuenta de que, si bien en el último período es la ciudad un lugar “abierto” para los gays, ello generó un proceso de segmentación basado en el consumo de clase dando cuenta de un nuevo proceso de segmentación, no ya por diferenciación de género sino de clase. De esta forma, el texto invita a pensar el modo en que diferentes categorías sociales (género y clase, por ejemplo) se articulan espacialmente produciendo aperturas espaciales e identidades sociales.

3. Del Broadway gay a la ciudad gay friendly: ciudad, espacio público, consumos y sociabilidad homosexual y gay en la Ciudad de Buenos Aires

Ernesto Meccia

En este escrito nos proponemos analizar las transformaciones de la sociabilidad homosexual y gay en los espacios públicos de la Ciudad de Buenos Aires, para un período que iniciamos en los finales de la última dictadura cívico-militar y culminamos en 2012. Esta tarea supone que nuestro argumento buscará poner en relación un conjunto de fenómenos indagados empíricamente y que representan temas de importancia para la teoría social, entre ellos, las formas de habitar, explotar y consumir el espacio público por parte de varones homosexuales y gays, los tipos de sociabilidad que dependen de esas formas, el papel jugado por el consumo o el mercado específicamente destinado a ellos, el impacto de la cultura digital como rutina comunicativa y medio de transporte de cultura subjetiva y, por último, la construcción de identidad y de inteligibilidad social por parte de segmentos poblacionales discriminados en el escenario de la gran metrópoli.

Para lograr nuestros propósitos dividiremos el texto en dos partes. La primera será una periodización sociológica de las (más de) tres décadas bajo estudio. Dentro de ella, primero presentaremos una reflexión teórica acerca la sociabilidad homosexual y gay en el espacio público urbano, especialmente atenta a las nociones de “sociabilidad de territorio” y “sociabilidad de lugar” que diferencialmente las caracterizaron. Estas nociones resultan del uso libre de diversas formulaciones de la sociología y la antropología urbana. Allí también propondremos una relación de concomitancia entre estas dos nociones y cuestiones relativas al surgimiento de identidades sociosexuales. En paralelo aportaremos datos empíricos de diversa procedencia que dan cuenta de los períodos y las transformaciones aludidas, en particular, del declive del carácter público y geográfico-espacial del orden interactivo homosexual (Meccia, 2011a, 2016) seriamente menoscabado, en parte, por un emergente orden interactivo beneficiado por la cultura digital y, en otra, por la asimilación de parte importante de la cultura gay a la cultura urbana en general, circunstancia en la que no estuvo ausente el mercado. Sobre el final, presentaremos unas reflexiones referidas a las consecuencias inmediatas de estos cambios.

Sexo y sociabilidad urbana entre varones:
territorios, lugares, consumos e identidades

Este escrito tiene –aunque no es su finalidad– una impronta de reconstrucción histórica de la homosexualidad en Buenos Aires. Como cualquier narrador, el historiador podrá elegir, de un conjunto más amplio, una serie de elementos (promulgaciones de leyes, decretos, políticas gubernamentales, pronunciamientos religiosos, fallos judiciales, detenciones policiales sistemáticas, etc.) con los cuales finalmente contar la historia. En el caso particular de escribir la historia de la homosexualidad en las grandes metrópolis de Occidente se podrá o no incluir algunos de estos hechos, pero se haría muy dificultoso proseguirla sin la inclusión de un elemento que aún no nombramos: los espacios donde tenía y tiene lugar. Justamente uno de los indicadores más indiscutibles de las transformaciones que queremos explicar es el corrimiento de los espacios públicos donde hasta fin del siglo XX se desarrollaba esa sociabilidad y su desplazamiento hacia otros espacios no marcados por la cultura gay o a los espacios virtuales de internet.

El asunto del uso del espacio urbano ha merecido valoraciones dispares por parte de la teoría social y también por parte del pensamiento de las organizaciones sexopolíticas no heterosexuales. Algunos han visto allí una manifestación de las lógicas de segregación imperantes en las grandes ciudades y otros –contrariamente, aunque sin negar lo anterior–, una oportunidad para el desarrollo de una inteligencia colectiva por parte de los grupos discriminados que, de ese modo, le fueron “ganando” espacios a la ciudad para “explotarlos” con vistas a la consecución de fines propios, irreductibles a cualquier ideal hegemónico de convivencia urbana.

Aun así, el panorama no está completo: sobre el final del proceso bajo estudio (a fines de la primera década del siglo XXI) una expresión cuyo uso se volvió popular reclamaría a todos una revisión de las posturas. En efecto, el habla cotidiana presentará a Buenos Aires haciendo uso de la figura retórica de la antonomasia: en adelante, la ciudad sería para los gays de aquí y del mundo “la” ciudad friendly de América Latina. Nótese que ahora es la ciudad y no ya ninguno de sus territorios lo que se postula como lo más amigable del país y de la región. Esta expresión, que debe parte importante de su origen a la voluntad comercial de convertir a la ciudad en un polo turístico, expresa al mismo tiempo un punto culminante (un saldo positivo, por así decir) de los profundos cambios acaecidos en los últimos treinta años. A continuación, presentaremos una periodización de esos cambios que destacará, en particular, la cuestión territorial como facilitadora de sociabilidad.

La antigua homosexualidad en la gran ciudad

Al primer período lo denominamos “homosexual”. Se extiende desde la formación de la Argentina moderna hasta prácticamente hasta finales de la década de 1980. Con la etiqueta “homosexual” queremos significar que aún no existían puntos de orientación cognitivos que permitieran a los homosexuales de entonces percibirse a sí mismos y a sus pares en términos legítimos y positivos. Dicho no sea de paso: por eso hablamos para este momento de “homosexuales” y no de “gays”.

Una lógica sociológica se encontraba en plena vigencia: la del “enclave”, con todas las consecuencias que ello supone. Un enclave es una entidad multidimensional inserta de manera fija en una entidad mayor de características diferentes y con la cual se guardan relaciones de subordinación. La fijeza vale para las tres dimensiones con las cuales podemos comprender la lógica del enclave. La homosexualidad pretérita era el resultado de la combinación del “enclave representacional” (la homosexualidad era predicada de forma monocordemente negativa por los discursos médicos, psiquiátricos y religiosos, entre otros), del “enclave relacional” (debido a la demonización y a la autodemonización, los homosexuales mantenían relaciones sociales “cerradas”, entre pares, siendo el secreto la gran clave de supervivencia social) y del “enclave espacial” (fundamentalmente, en ciertos lugares y en ciertos momentos, era posible la “vida” homosexual).

Sin coordenadas cognitivas de legitimación, es pertinente preguntarnos con qué recursos podrían esas personas tramitar un sentido compartido del estar en el mundo. Bien, ese sentido se podía obtener a través de la espacialidad, por intermedio del mudo orden material de la gran urbe (circuitos libidinales como algunas plazas, los baños públicos de las grandes estaciones del ferrocarril, ciertas esquinas, algunos terrenos baldíos; todos lugares sustraídos –al menos tendencialmente– de la mirada homofóbica). Decimos “mudo” orden material porque aquellos espacios urbanos solamente cumplían fines de socialización, poniendo frente a frente a esas personas que lejos estaban aún de desarrollar una conciencia política derivada de su orientación sexual.

Jean-Paul Sartre (2004) denominaba orden de lo “práctico-inerte” a aquellas realidades objetivas y cosificadas que, aún sin dotar de conciencia a los sujetos, tenían la capacidad de unir lo que estaba disperso. Inspirado en él, Didier Eribon (2001: 185) caracterizó de manera elocuente aquella homosexualidad como una “unidad pasiva”: los homosexuales estaban “solos, los unos al lado de los otros, apresados en el «práctico-inerte», es decir, en la historia sedimentada que ha creado el mundo que les rodea y les constituye como lo que son. Pero eso no significa que estén totalmente separados unos de otros puesto que se hallan unidos por un lazo de exterioridad […] cada uno existe para el otro en una relación de unidad, pero sin que esta unidad sea querida o elegida”. Justamente, ese lazo de exterioridad era el orden urbano, un mundo conformado por un conjunto de territorios por los cuales los homosexuales de Buenos Aires y sus alrededores estaban constreñidos a transitar para gestionar una precaria certidumbre de sí. En esos espacios, por lo menos, se sabía que podían encontrar a los “compañeros de infortunio”, según la expresión de Erving Goffman (1989), es decir, aquellos “semejantes” cuyas vidas estaban cortadas de igual forma por la misma tijera de una desdicha inexplicable.

Podemos decirlo de otra manera: el orden “práctico-inerte” es una clave para entender la experiencia homosexual hasta bien entrada la década de 1980 en Buenos Aires, clave que alude a una forma del ser (individual y colectiva) que se referencia centralmente en la forma en que unos han dispuesto el mundo para los otros y no de la forma en que estos, los damnificados por la asimetría, podrían disponer de él. Este es el sentido de referirnos al “enclave territorial”: la vida homosexual tenía que “desarrollarse” dentro de los límites objetivos dispuestos en el mundo por el rígido sistema sexo-genérico. Si hay algo que resalta la noción de lo “práctico-inerte” es una tajante separación entre sujeto y objeto: el mundo que aquellos homosexuales debían enfrentar ya estaba hecho y prácticamente no registraba ninguna huella suya. De aquí que no sea difícil vincular estos territorios urbanos a la idea de “región moral” (Park, 1999) o a alguna versión “suavizada” de gueto, según la clásica formulación de Louis Wirth (1998).

Martin Levine (1979) ha estudiado este tema en algunas ciudades de Estados Unidos y si bien ha concluido que no es posible hablar de gueto, es útil tomar esa imagen para ordenar el análisis, como si fuera un “tipo ideal” (Weber, 1990). Wirth desarrolla el concepto especificando cuatro características. La primera es la “concentración institucional”, que sugiere que dentro de los límites del gueto se centralizan los lugares de reunión y los establecimientos comerciales para la población “guetizada”. La segunda es que funciona como un “área cultural”, esto es, que las manifestaciones de la cultura de una población particular predominan ampliamente dentro del área geográfica. La tercera está dada por el “aislamiento social”, característica que denota la segregación de la población guetizada de los intercambios sociales llevados a cabo por la población en general. “El aislamiento”, sostiene Levine (1979: 195), “se produce por el prejuicio que típicamente se acumula sobre esa población o por la distancia social que las diferentes prácticas culturales crean entre el grupo y la sociedad en general”. La cuarta característica es la “concentración residencial”, que significa que el territorio del gueto coincide con el área residencial donde se concentra la población guetizada.

De mis investigaciones sobre narrativas de homosexuales mayores y adultos mayores (Meccia, 2011a, 2011b, 2016), de varios registros literarios y de documentos de época (en particular, la prensa escrita) surge con fuerza que la imagen de la concentración institucional de la vida homosexual corresponde a los últimos años de ese período y a los primeros del siguiente, que coinciden con la reapertura democrática de 1983 y sus derivados. Para los años anteriores se señala con insistencia un conjunto de territorios dispersos por la ciudad, pero sin que ninguno funcione como un epicentro. No obstante, si la concentración institucional no es discernible aquí, sí podemos encontrar que esos territorios funcionaban como área cultural y que presentaban signos de aislamiento social.

Las fuentes empíricas vuelven una y otra vez a la avenida Santa Fe, a algunas confiterías de la calle Florida, a la avenida Corrientes, a la plaza San Martín, a la calle Lavalle con sus cines, a playas de estacionamiento de camiones vecinas a establecimientos fabriles y a un numeroso conjunto de baños públicos (sitos en estaciones de ferrocarril, pizzerías o reparticiones del Estado). Todas estas instituciones son evocadas como imanes libidinales que –algunos en ciertos momentos y otros en cualquier momento– congregaban a homosexuales. Los baños públicos de Constitución fueron rememorados a través de una metáfora religiosa llamativa: eran la “catedral”, y la sociabilidad silenciosa que favorecían fue caracterizada con metáforas colectivas del tipo “aquello era un hormiguero”, un “mar de putos”. Interesante –pequeña digresión– la aparición de la asociación entre lo religioso y lo colectivo, una de las fusiones características para pensar la producción de lo social.

Es pertinente referirse a estos territorios como “áreas culturales” ya que solamente en esos contextos los asistentes podían desplegar –y lo hacían muy codificadamente– la comunicación y el intercambio efectivos. Y, como condición concomitante, el despliegue de esos códigos culturales no podía hacerse sino en condiciones de aislamiento, consideradas esas prácticas desde la moralidad dominante. El aislamiento en aquel contexto –y veremos qué distinto de lo que ocurrirá más adelante– era el equivalente del secreto y la invisibilidad en el sentido de que en los lugares transitados por todo el mundo los intercambios comunicativos para la concreción de los encuentros sexuales se hacían a la vista de todos, pero sin que nadie se diera cuenta. Aquella sociabilidad homosexual suponía aislarse en plena marcha del día, pero sin retirarse de él, actividad antecedente a la de la fabricación de mundos privados en los espacios públicos.

El conocido concepto “región moral” de Robert E. Park (1999: 81) también rinde sus frutos si lo utilizamos como tipo ideal. Nos dice: