Cubierta

 

 

ANNA CRISTINA GUIMARÃES

OTOÑO DE EVA

Editorial Biblos

A mí misma.

A Flora Dag, Sebastiano, Giovanni y Diego Litvinoff por lo que son.

OTOÑO DE EVA

Se vio a sí misma desparramada en el living. El cuerpo estático, el brazo tendido en el piso… Era una muerte y eso le dolía. Pero también veía a la otra, la otra, la que trascendía bajo la forma de un pavo lila, y eso la regocijaba.

Otoño de Eva explora el proceso de subjetivación que atraviesa la protagonista de una historia que, habiendo debido suceder siempre, no había logrado ser nunca. El vínculo del yo con el sí mismo se despliega haciendo del dolor aquello de lo que hablar –pero circundándolo, sin poder asirlo–y de la cura, lo que imprevisiblemente, y de modo directo, llena de conversión al ser.

Anna Cristina Guimarães. Brasileña radicada en Buenos Aires. Especialista en Letras, Filosofía y Educación. Se ha abocado al estudio de las filosofías grecorromanas y a las propuestas de Michel Foucault y Gilles Deleuze, entendiéndolas como filosofías de vida y desplegando a partir de ellas un proceso de subjetivación. En sus escritos, tanto teóricos como literarios, se propone darle voz a quienes son acallados por los mecanismos del poder, haciendo de su condición de marginalidad una potencia que interpela de modo directo a quien lee.

No se permite la reproducción parcial o total, el almacenamiento, el alquiler, la transmisión o la transformación de este libro, en cualquier forma o por cualquier medio, sea electrónico o mecánico, mediante fotocopias, digitalización u otros métodos, sin el permiso previo y escrito del editor. Su infracción está penada por las leyes 11.723 y 25.446.

Una mosca

Hacia dos días que escuchaba El carnaval de Schumann desde el pasillo que daba para a la cocina. Agarró una silla y se acomodó ahí. Ahí. No sabía de dónde venía la música, pero venía y le llenaba el alma. Hacía dos días. Ella, la música, aparecía de la nada y la invitaba a bailar, solamente. Hacía dos días que no dormía. Ya había dormido mucho. Ahora, como un niño, quería estar despierta para poder bailar la música, ella también. Agarró una de sus máscaras y salió de paseo, bailando consigo misma por la ciudad, hasta que una mosca se atravesó por su camino. Insistentemente, la mosca se posaba sobre su nariz. Posaba, posaba, posaba sobre su nariz. No logró matar a la mosca. Fue la mosca quien terminó por matarla a ella, haciendo que se sacara la máscara.

¿…?

Requiem aeternam dona eis, Domine,

et lux perpetua luceat eis.

Wolfgang Amadeus Mozart

 

Una noche, vio a una mujer desparramada en el piso del living. No sabía si era un ser viviente o un espectro, entonces esperó uno o dos segundos para ver lo que sucedía. Sin embargo, la mujer seguía allí. “Requiem aeternam dona eis, Domine, et lux perpetua luceat eis.” El cuerpo estático, el brazo tendido en el piso y una lágrima que rodaba apresurada pero lenta por la cara rígida componían la imagen. “Requiem aeternam dona eis, Domine, et lux perpetua luceat eis.”

¡Estaba viva! ¿Estaba viva? Era tarde y no sabía qué hacer. En la duda se movió, caminó por el espacio. Se sentó al lado del cuerpo.

Le dijo dos o tres palabras de ternura sin suceso.

 

Kyrie eleison.

Christe eleison.

 

La golpeó.

 

Kyrie eleison.

Christe eleison.

 

Miró alrededor. No había nadie además de ellas. Ningún testigo. Pensó en sacarla de allí… subirla al ascensor… tirarla por el balcón… Irguió el rostro con una mano… Un ruido le interrumpió el pensamiento. Caminó hacia la cocina. Nada. Pero era raro, porque tuvo la impresión de ver a alguien atravesando el pasillo rápidamente en dirección a su habitación. Se dirigió ella también hacia allí. Un cuadro cayó en el living. Ella regresó. La puerta que conduce al balcón estaba abierta. Las cortinas volaban y la luz se hacía cada vez más intensa, aunque fuera de noche. Era él, el viento del otoño.