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CARLOS CUAUHTÉMOC SÁNCHEZ

La historia de dos hermanos que aprenden

a defenderse de gente abusiva y prepotente.

“Todos los derechos reservados. No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros medios sin el permiso de la editorial”.

Edición ebook © Enero 2013

ISBN: 978-607-7627-41-8

Edición impresa - México

ISBN: 968-7277-47-5

Derechos reservados: D.R. © Carlos Cuauhtémoc Sánchez. México, 2002.

D.R. © Ediciones Selectas Diamante, S.A. de C.V. México, 2002.

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Nota preliminar

Los libros de la serie Sangre de Campeón, son narraciones independientes que pueden leerse por separado y sin orden establecido, pero se conectan entre sí porque relatan hechos ocurridos a Felipe o a sus familiares. Están basados en sucesos verdaderos y giran alrededor de las experiencias paranormales —fenómenos de cuya naturaleza y efectos no ha dado hasta ahora cuenta la psicología científica—, que han tenido muchas personas en el mundo.

Sangre de campeón, sin cadenas es ideal para adolescentes y adultos. Narra la vida del padre de Felipe, y de otros jóvenes cuyos testimonios tienen el poder para enseñarnos a controlar nuestras emociones destructivas, defendernos de los ataques externos, comunicarnos mejor y entender con mayor profundidad el verdadero sentido de la existencia humana.

1 TRES CUALIDADES A FORTALECER

Owin y Beky jugaban a las damas chinas cuando escucharon golpes insistentes.

—¡Abran! —gritó una voz.

—¿Quién es?

—¡Traemos a su padre! ¡Está enfermo!

Los hermanos se miraron. Beky saltó y abrió la puerta sin preguntar más.

El señor Meneses arrastraba los pies y cabeceaba como si estuviese a punto de desmayarse. Dos hombres lo cargaban. Uno de ellos vestía como doctor.

—¿Qué le pasó a mi papá? —Preguntó Beky.

—Sufrió un síncope nervioso.

—¿Qué?

El médico abrió su maletín y sacó una jeringa.

—Voy a inyectarle un sedante.

—¿Dónde podemos acostarlo?

—Aquí, en el sillón.

El padre de Owin y Beky era delgado, un tanto encorvado, de temperamento nervioso y sufría de depresiones frecuentes desde que su esposa murió.

Apenas lo recostaron, comenzó a temblar y a emitir gemidos de pánico como si viera fantasmas.

—¿Qué... qué tiene mi... mi papá? —preguntó ahora Owin, tartamudeando, como solía hacerlo—, ¿po... por qué tiembla y llora? ¿Por qué hace esos ruidos?

El médico preparaba la ampolleta.

—Se pondrá bien. Sólo necesita descanso.

El hombre de overol azul que acompañaba al doctor, explicó:

—Su papá se preocupa demasiado. Es un hombre muy ansioso. Algunos compañeros le hacen bromas y él se pone como loco. Hoy, nuestro jefe lo regañó. Le dijo que era un bueno para nada, lo hizo quedar en ridículo frente a todos y lo amenazó con despedirlo. Entonces su papá tomó una barreta de acero y golpeó la maquinaria. Trataron de detenerlo, pero también le pegó a un compañero. Se puso a llorar y a sacudirse. Así está desde entonces.

Owin y Beky se quedaron callados; el doctor terminó de inyectar a su padre. La medicina tardó en hacerle efecto. Jadeaba como si le faltara el aire.

—Papá, cálmate —dijo Beky—, nos estás asustando.

—¡Es injusto! —gritó el hombre con todas sus fuerzas—. ¡Van a correrme del trabajo! ¿Qué va a pasar si me despiden? Tengo dos hijos que mantener —se incorporó—. ¡Injusto! ¡Injusto! Yo siempre he sido un hombre honrado, pero nadie me apoya. Odio la fábrica, odio a mis compañeros, odio a mi jefe. Ojalá que a todos les vaya mal. ¡Se lo merecen!

—Tranquilícese, Meneses —sugirió el médico—, trate de no pensar.

El hombre sudaba como si estuviese ardiendo en fiebre. Luego se giró de espaldas sin cerrar los párpados. Sus hijos lo contemplaron un largo rato. Después, Beky comentó en voz baja:

—Él nunca se había puesto así antes.

—E... es cierto —confirmó Owin—, cua... cuando mamá vivía... nue... nuestra familia e... era muy bella... pe... pero ahora...

Echó un vistazo alrededor como queriendo explicar. La casa estaba descuidada y los escasos muebles se caían a pedazos; como había comenzado la época de lluvias, numerosas goteras hacían tintinear los recipientes llenos de agua distribuidos por toda la vivienda.

—Nuestra familia sigue siendo bella —rebatió Beky.

El doctor escribió una receta, cerró su maletín y dejó sobre la mesa una caja de medicina.

—Su papá está sedado. Dormirá hasta mañana. Que se tome estas pastillas y no vaya a trabajar. Necesita descanso. Si tiene otra crisis llámenme.

Los muchachos asintieron sin poder hablar. Vieron salir al médico y al hombre de overol azul. Se quedaron solos. No hablaron por un largo rato. Después, Beky comentó:

—Debemos animar a papá...

Owin dijo que sí con la cabeza y agregó:

—Siempre que... que él se ponía hi... histérico, ma... mamá le decía co... cosas que lo tranquilizaban... E... ella sabía cómo a... ayudarlo a controlar su... su mal carácter.

Los jóvenes estuvieron callados durante mucho tiempo, dejándose llevar por pensamientos tristes. La chica acarició la cabeza de su padre y el joven se sentó a sus pies.

Se estaban quedando dormidos los tres en el sillón de la sala. Pero Beky se puso de pie y caminó hasta las repisas donde había libros y notas de su mamá. Encontró un cuaderno con escritos redactados a mano, como un diario. Parecían apuntes personales de su madre.

Leyó una de las páginas en voz alta:

Siempre me ha costado trabajo exigir mis derechos. Toda la vida me enseñaron a ser callada, tímida y respetuosa en exceso, pero a veces eso ha hecho que los demás abusen de mí. ¡Suelo ser cohibida mientras mi esposo es agresivo! Ninguno de los dos estamos bien. Temo que hemos dado mal ejemplo a nuestros hijos.

Hoy fui a comer con mis compañeros del curso de asertividad (me gustan esas clases; nos enseñan a fortalecer el carácter). En el restaurante, no me gustó el platillo que me dieron, pero me quedé callada. En cambio, una compañera, a la que tampoco le gustó, reclamó. Le cambiaron el plato, y como tampoco le gustó, llamó al capitán de meseros y comenzaron a discutir. Al final le llevaron un nuevo platillo ¡gratis! Fue muy interesante ver cómo mi amiga se dio a valer. ¡A mí me cuesta tanto trabajo hacer eso! Siempre me enseñaron a callarme y a no causar problemas. ¡Pero esto debe acabarse ya!

Por mi bien y el de mi familia, debo trabajar en tres aspectos:

1. Mi autoestima. Pensaré que valgo mucho y lucharé contra la timidez, la inseguridad, el miedo a lo desconocido, el deseo exagerado de ser aceptada por los demás.

2. El control de mis emociones. Dejaré de ser negativa, pensaré cosas adecuadas para no sentir coraje, vergüenza o preocupación.

3. La forma de comunicarme. Hablaré claro y fuerte, de manera cortés. No me prestaré a peleas, amenazas, gritos, insultos o manipulación.

Con los cursos para afirmar la personalidad he aprendido que debo ser valiente, pues muchas cosas sólo las conseguiré hablando con firmeza; sin embargo también he aprendido que puedo ganar cualquier discusión exigiendo mis derechos con elegancia, sin ser altanera o grosera. ¡Todo es cuestión de aplicar ciertas técnicas!

Owin le quitó el cuaderno a su hermana y lo hojeó.

—E... esto es increíble... ¿Mamá lo... lo escribió?

—Eso parece.

Los hermanos habían hallado un verdadero tesoro. ¡Ese cuaderno tenía plasmadas ideas personales de su madre!

—Devuélvemelo —Beky quiso arrebatárselo a Owin pero el joven lo sostuvo. Estuvieron a punto de romperlo.

—¿Qué... qué haces? ¡Te... ten cuidado!

—Pues dámelo.

—Yo lo guardaré.

El señor Meneses gimió, se incorporó del sillón y se recargó en el respaldo con ambas manos en la cabeza.

Beky y Owin dejaron de pelear por la libreta.

—Recuéstate papá —sugirió ella—, tienes que descansar.

Sin abrir los ojos, Waldo Meneses les dijo a sus hijos:

—Acérquense, por favor.

Los muchachos obedecieron. El hombre abrió los brazos y atrajo a sus hijos cariñosamente hacia él.

—Los quiero mucho. Perdónenme por ser un mal padre.

—No digas eso.

—¡Tengo miedo de fallarles ahora que su mamá nos ha dejado! ¡La extraño tanto!

Los muchachos abrazaron a su papá. Eran una familia resquebrajada: A los chicos se les había derrumbado su soporte emocional y el padre había perdido la estructura de su vida. Tenían que recuperarse pronto o nada volvería a ser igual.

LAS TRES ACTITUDES A FORTALECER EN UN CURSO DE ASERTIVIDAD

REPASO DE CONCEPTOS

01. La asertividad es un rasgo de carácter que afirma la personalidad del individuo.

02. La persona afirmativa o asertiva no se deja manipular, y desarrolla tres cualidades básicas:

Autoestima: Seguridad, desenvoltura, personalidad definida, poco deseo de aceptación por parte de los demás.

Control emocional: Capacidad para generar ideas positivas y emociones sanas.

Poder de comunicación: Facilidad para decir “no”, expresar deseos y discutir sin herir a los demás.

03. A nadie le gustan las discusiones, pero debemos ser valientes, porque muchas cosas buenas sólo se consiguen exigiendo nuestros derechos.

PREGUNTAS PARA REFLEXIONAR

01. ¿Alguna vez has perdido algo por miedo a discutir o exigir tus derechos? Relata.

02. ¿Cómo definirías tu personalidad? Describe los aspectos positivos y negativos.

03. ¿Qué necesitas hacer para eliminar los rasgos negativos de tu personalidad? Define propósitos específicos.

04. ¿Qué necesitas hacer para afirmar los rasgos positivos de tu personalidad? Define propósitos específicos.

05. ¿Cómo podrías mejorar tu individualidad, tu control emocional y tu poder de comunicación?

2 EL CIRCO DE PULGAS

Al día siguiente, Owin y Beky se levantaron temprano para ir a la escuela. Su padre continuaba dormido. No lo despertaron.

Cuando llegaron al salón de clases, encontraron un griterío. La maestra no había llegado. En un ambiente de travesuras, groserías y burlas, los chicos pasaron casi toda la mañana sin ninguna guía. De repente, en la última hora de clases, el prefecto entró y levantó la voz:

—Su profesora enfermó. Contrataron a una suplente. Vendrá a presentarse al rato. Me mandaron a cuidarlos mientras tanto. ¿Qué hacemos? ¿Jugamos a algo?

El prefecto era un joven que hacía las veces de portero, vigilante y recadero. Organizó un juego de palabras, hombres contra mujeres. Como representante de los niños, eligió a Owin. Todos abuchearon la elección. Owin se rehusó, pero el prefecto insistió; entonces, sin saber cómo negarse, el joven caminó hacia el frente. Sus compañeros le arrojaron bolas de papel. Owin agachó la cabeza y se mantuvo quieto. Por otro lado eligieron a una chica guapa y lista para representar a las mujeres.

El juego comenzó. Se trataba de escribir en el pizarrón palabras que iniciaran con la misma letra. Owin se hallaba tan intimidado que no pudo encontrar el nombre de una persona, ciudad, animal, cosa o película que comenzara con v. La chica terminó su trabajo en unos segundos y recibió el aplauso de todo el grupo femenino.

—¡Las mujeres van ganando! —dijo el prefecto—, ahora escribirán palabras que comiencen con r. Tienen un minuto.

Nuevamente Owin perdió. Los gritos de ánimo de las niñas fueron opacados por las groserías que decían los hombres:

—¡Eres un burro, Owin! ¡No sirves para nada! ¡Mejor lárgate! ¡No debiste venir a la escuela hoy! ¡Torpe! ¡Tarado! ¡Ignorante! ¡Bestia!

El prefecto escuchaba las burlas y se reía.

—Vamos a darle otra oportunidad a nuestro amiguito. Estaba un poco dormido. ¿Ya despertaste? ¡Vamos! Ahora no escribirán en el pizarrón, sino que dirán en voz alta las palabras. Empezaremos con la letra t. ¡Vamos!

La niña gritó de inmediato:

—Tomás, Toronto, tortuga, tronco, Titanic.

Owin trató de hablar al mismo tiempo, pero su tartamudez se convirtió en freno.

—Te... te... te... te... te...

Todos los chicos rieron.

—¡Es una ametralladora!

—Te te te te te te te te te—. Se burlaron.

Guardó silencio. No se atrevió a regresar a su lugar ni quiso seguir compitiendo contra alguien que, en ese juego, era más rápida que él.

—¡Las mujeres ganamos otra vez! —dijo la chica—, ¡ganamos siempre!

—¡Siéntate, zopenco! —gritaban los hombres—, ¡eres peor que un animal! ¡Nos das vergüenza!

Las bolas de papel volvieron a lloverle.

Owin, tenía trece años y no le gustaba demostrar debilidad, pero esta vez, frente a sus compañeros, las lágrimas de rabia comenzaron a bordearle los párpados.

—¡Mírenlo! Está llorando. ¡Es una ametralladora gallina!

El prefecto zarandeó al joven y le increpó:

—¿Eres marica, Owin? ¿Y por qué no lo habías dicho? De haberlo sabido hubiéramos escogido a otro para que representara a los hombres.

La bulla aumentaba.

Beky se puso de pie.

—¡Basta!, ¡dejen en paz a mi hermano! —el griterío disminuyó un poco—. Él no les ha hecho nada malo... ¡Déjenlo en paz!

Beky caminó al frente. Las bolas de papel comenzaron a caer sobre ambos. Ella le sugirió a Owin en voz baja:

—¡Vamos a la dirección! Debemos quejarnos.

—No, hermana —contestó él—. Si me defiendes será peor.

—¡Acuérdate lo que leímos en el cuaderno de mamá!

—No sé.

—Vamos afuera.

—¡Está prohibido salir! —intervino el prefecto—. Lo siento mucho. ¡Mientras no llegue su maestra, yo mando!

En ese momento se escuchó la voz firme de una mujer.

—Pues tu tiempo de mandamás terminó. Estoy aquí desde hace rato... por si no lo habías notado.

Los gritos fueron bajando de intensidad hasta que se convirtieron en murmullos.

Una mujer joven e impávida los miraba desde la entrada.

—Soy la maestra suplente —caminó—. He estado parada en esta puerta escuchando majaderías...

Los murmullos se apagaron por completo. Todos observaban a la mujer que acababa de entrar al salón.

—Jóvenes —indicó a los hermanos—, hagan favor de regresar a sus asientos, y usted, “prefecto”, puede retirarse. Hablaremos después.

El liderzuelo salió del aula como huyendo.

La profesora tenía un rostro fino, cabello negro largo rizado y figura esbelta; parecía una muñeca de colección, sin embargo, en contraste con su belleza física, el ceño fruncido y la boca apretada le daban una apariencia de enfado. Caminó por el aula en silencio.

—Me entristece haberlos conocido en estas circunstancias —dijo después—. Creí que me habían asignado un grupo de jóvenes, y he aquí que llego al salón y me encuentro con un verdadero circo de pulgas... —respiró varias veces como para tranquilizarse, siguió explicando—. Hace años, en las ferias, había “circos de pulgas”. Las pulgas son insectos muy especiales; a pesar de su pequeñez, tienen enorme fuerza en las patas. Una pulga de medio milímetro puede saltar más de treinta centímetros. ¡Seiscientas veces su tamaño! Es como si alguno de ustedes pudiera subir de un salto al techo del edificio más grande del mundo. El domador de pulgas atrapaba a estos insectos, los encerraba en recipientes de cristal y los dejaba ahí por varios días. Cada vez que una pulga saltaba, chocaba con la dura superficie del vidrio. Algunas morían. al impactarse contra el cristal. Cuando al fin eran sacadas del encierro, las sobrevivientes habían aprendido que sólo podían dar saltos pequeños para no lastimarse. El domador les ponía columpios a su alrededor y las pulgas amaestradas brincaban poquito de un lado a otro sin escaparse. ¡Eso es un circo de pulgas! Ustedes no son capaces de hazañas físicas como las de la pulga, pero sí lo son de hazañas mentales parecidas; pueden soñar con altísimos ideales y saltar hacia ellos, pueden imaginar grandes cosas y alcanzarlas, pueden anhelar metas enormes y lograrlas. Los hombres multiplican seiscientas veces o más su estatura mental cuando realizan obras artísticas, científicas o de investigación. Tienen grandes capacidades. Son triunfadores en potencia, pero ¿qué pasa si alguien asiste a un salón de clases como éste y cada vez que se equivoca recibe el golpe de las burlas? ¿Qué sucede si cada vez que opina, le dicen que se calle?, ¿si pasa al frente y le arrojan bolas de papel? Esos actos son como golpes en la cabeza, y producen el mismo efecto que el vidrio en las pulgas encerradas. Hace rato fui testigo de cómo atacaron a un compañero. Le dijeron: “burro”, “no sirves para nada”, “mejor lárgate”, “no debiste venir a la escuela”, “torpe”, “tarado”, “ignorante”, “bestia”, “zopenco”, “nos das vergüenza”, etcétera.

La lista de insultos, dicha así, de corrido, sonaba exagerada y hasta chistosa. Hubo algunas risitas. La maestra prosiguió:

—¡Este salón es un circo de pulgas! ¡Cada vez que un compañero intenta saltar, los demás lo castigan para que aprenda a que no debe hacerlo! Es la escuela de la mediocridad. Los mediocres fastidian a los soñadores hasta arrancarles sus deseos de triunfar. Pero yo observé la mirada de Owin y pude detectar que es un niño noble e inteligente. Tiene derecho a ser feliz y a lograr grandes metas. Nadie debe hacerlo sentir menos.

Algunos chicos comenzaron a ver a los gemelos de reojo. Beky observaba a la maestra con profundo agradecimiento. Owin apretaba los dientes y miraba al suelo. Su corazón estaba abrumado. Lo habían golpeado tanto que, en efecto, se sentía como un insecto. Sin deseos de saltar ni de moverse.

—Owin, pasa al frente —dijo la maestra.

—No... —murmuró—, n... no otra vez.

—Pasa, por favor. Tus compañeros te van a pedir una disculpa.

INDIVIDUALIDAD: NO PARTICIPES EN CIRCO DE PULGAS

REPASO DE CONCEPTOS

01. Los hombre multiplican seiscientas veces o más su estatura mental cuando realizan obras artísticas, científicas o de investigación.

02. Todos podemos soñar con altísimos ideales y saltar hacia ellos; imaginar grandes cosas y alcanzarlas, anhelar metas enormes y lograrlas.

03. La mediocridad se origina en ciertos grupos en los que cada vez que un compañero intenta saltar, los demás lo castigan.

04. Para que un grupo se convierta en semillero de campeones, los compañeros tienen que ayudarse y motivarse unos a otros.

PREGUNTAS PARA REFLEXIONAR

01. Piensa en alguien a quien hayas insultado. ¿Cómo te sentiste después de hacerlo? Relata.

02. Piensa en alguien a quien hayas elogiado. ¿Cómo te sentiste después de hacerlo? Relata.

03. ¿Puedes convertir a tu grupo de trabajo o estudio en un semillero de campeones? ¿Cómo?

04. ¿Puedes evitar formar parte de los circos de pulgas? ¿De qué forma?

05. ¿Qué obras artísticas, científicas o de investigación vas a proponerte alcanzar para multiplicar tu estatura mental?