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Primera edición.

Virtud y verdad a quemarropa.

© 2019, Rolly Haacht.

© Onyx Editorial

www.onyxeditorial.com

 

© Ilustración de portada: Ariadna Guillem (Miss Arilicious).

© Composición portada: Munyx Design.

© Maquetación: Munyx Design.

© Corrección: Arantxa Comes.

© Ilustraciones personajes: Ariadna Guillem (Miss Arilicious).

© Ilustración mapa: Carmen Ocaña (oalcuadrado).

© Fotografía de la autora: Samanta Jiménez.

ISBN: 978-84-120160-8-6

 

 

Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, ni registrada en o transmitida por, un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia, o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito del autor.

 

Para Amparo,

la mejor profesora del mundo.

Mi Helen Brooks.

 

 

 

 

 

 

 

 

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EPÍLOGO

SUCESOS JAMÁS CONTADOS

SEGUNDO ANEXO

AGRADECIMIENTOS

 

 

 

 

 

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S

entado en el sofá de casa, Jake buscaba algo dentro de una caja llena de documentos y recortes de periódicos. Llevaba horas revisando papeles sin encontrar nada y se había pasado toda la mañana de un lado para otro, desempolvando cajas y tratando de encontrar tan solo una dirección. Había encontrado hasta unas fotos en blanco y negro de cuando era pequeño, de él y de sus hermanos. Cogió una en la que aparecía él solo, de pie delante de una fea y anticuada cortina, llorando. Era en su antigua casa de Philadelphia. Debía de tener tres años cuando le hicieron esa foto. La verdad, no solía ver muchas de cuando era pequeño, pues la gran mayoría de las que había en el álbum familiar eran de Zane y Louis. La dobló por la mitad y se la guardó en la cartera.

Después de eso se dio por vencido. Guardó de nuevo todas las fotos y dejó en su sitio el último montón de papeles que había revisado. Luego apartó las cajas a un lado del sofá y se repantigó ampliamente, estirando todas las extremidades, hasta que le crujieron las muñecas y el cuello, y se quedó descansando en silencio, recordando tiempos pasados. Hasta le pareció escuchar el sonido de una risa infantil.

Minutos después la puerta de la entrada se abrió. Louis fue el primero en aparecer en el interior, seguido de todos los demás: Zane, Arabia, Derek y Emily. Esta última iba con la pequeña Danielle en brazos. Jake prefirió no preguntar qué tal había ido la mañana. Hacía justo un año que sus padres y su prima pequeña habían fallecido en un accidente de tráfico, y todos ellos habían acudido a la ceremonia de recordación. Por supuesto, él se había quedado en casa. Le parecía absurdo ir a celebrar una cosa así, aunque solo fuese por la memoria de los que ya no estaban. Y precisamente porque no estaban, Jake seguía obsesionado en encontrar cualquier cosa que lo informase del paradero de la familia materna de Rachel, su prima.

Desde aquel fatídico día no habían vuelto a saber nada de la abuela que con tanto ahínco había reclamado verla. Todos sabían de su obsesión por ese tema, pero no lo comprendían. No les parecía tan sorprendente como a él que después de todo no hubiesen vuelto a recibir noticias de esa señora. Era de esperar que se volviera a poner en contacto con ellos para volver a verla, pero en todo un año no había llegado ni una sola carta procedente de Carolina del Norte. Si aquella mujer se había enterado del accidente, Jake quería incluso saber cómo lo había hecho, pues la trágica noticia apenas salió en uno de los periódicos locales de la ciudad.

—¿Qué? ¿Has encontrado algo esta vez? —le preguntó Derek.

—Cierra el pico.

—Apuesto a que ni siquiera te has molestado en preparar la comida de hoy.

—¿Tenía que haber preparado un banquete o algo por el estilo? —continuó Jake, con sarcasmo.

—Bastaba con que te hubieses molestado en hacer algo.

—No sé a ti, pero a mí un día como hoy solo me recuerda las pocas ganas de comer que tenía hace un año, en lugar de ir por ahí conmemorándolo.

Zane se echó a llorar y subió por las escaleras. Arabia le dedicó una mirada de reproche extremo y corrió tras ella. Derek no dijo nada. Cogió a Emily de la mano y la llevó con él hasta la cocina.

Jake sabía que era hora de salir de casa. Discutiendo no ganaba nada, y después de haber pasado toda la mañana revisando cosas necesitaba despejarse, tomar el aire.

En la calle hacía calor, pero no era insoportable.

Caminó hasta el parque Felton, pero, al ver los columpios, un montón de recuerdos pasaron por su cabeza en un abrir y cerrar de ojos. Era demasiado doloroso. Inspiró profundamente y expiró mirando al cielo para relajarse. Entonces cambió de planes y redirigió sus pasos hacia la parada de autobús. Sabía que siendo domingo encontraría en casa a las personas que buscaba.

 

Tardó más o menos treinta minutos en llegar a la lujosa y amplia avenida de Valley Street y luego caminó con las manos en los bolsillos hasta el número cincuenta y siete. Llevaba unas bermudas por las rodillas, unas viejas zapatillas Adidas y una camiseta color gris oscuro descolorida. Su aspecto no era lo más idóneo para una calle como aquella, él lo sabía. Ni siquiera se había duchado esa mañana, así que podía decirse que estaba hecho un impresentable cuando se situó frente a la puerta y llamó al timbre.

Una señora entrada en años le abrió la puerta. Se trataba de la doncella, la que más tiempo llevaba trabajando para la familia Wathson.

—Buenas tardes, Margarett.

—¡Buenas tardes! Adelante —dijo ella mientras se hacía a un lado para dejarlo pasar—. No me habían dicho que te esperaban para comer.

—¿Comer? —Jake miró el reloj de la entrada rápidamente. Era casi la una de la tarde—. Lo siento, no venía a comer. Ni siquiera sabía qué hora era.

—No te preocupes. Hay comida de sobra para uno más.

—Ya he comido —mintió—. Es solo que pasaba por aquí...

Margarett lo miró con los brazos en jarras y una ceja arqueada. Era obvio que no pasaba por allí.

—¿Margarett? —dijo una voz femenina desde la lejanía—. ¿Quién ha…?

Emma apareció en el umbral y él la saludó amigablemente con la mano.

—¿Qué diantres haces ahí? —le preguntó, fingiendo enfado. Margarett hizo un gesto despreocupado para desentenderse de la situación—. Hace más de media hora que la comida está servida. Eres un invitado de lo más impuntual.

Jake insistió en que no quería molestar, pero al final entre las dos mujeres consiguieron que entrara en casa.

—Ahora mismo estaba terminando de darle de comer a Jack. ¡Ven a verlo! —le dijo Emma.

Se notaba que estaba contenta, mucho más que otras veces, y muchísimo más que años anteriores.

Cuando entraron en el comedor, el señor Wathson estaba sentado presidiendo la mesa. Lo miró y lo saludó con un gesto de cabeza.

—Hacía tiempo que no venías por aquí, Becker.

—Lo sé, señor. Estos últimos meses han sido algo complicados. Mi hermana ha vuelto a enfermar y…

—No des tantas explicaciones y disfruta del pollo antes de que se enfríe.

Frederic Wathson lo invitó a sentarse señalando la silla contigua a la suya, y así lo hizo. Enfrente de él estaban Emma, a la izquierda, y un chico al que no había visto nunca, a la derecha. Entre ambos estaba el pequeño Jack, terminando de tomar una cucharada del puré que su madre le daba. Dio unos golpes en el tablero de su silla de comer con sus diminutas manos.

—¡Creo que se alegra de verte! —dijo Emma, dándole una nueva cucharada.

—Está mucho más grande que la última vez que lo vi, y se parece mucho a ti.

—Y yo que me alegro. —Emma no dejaba de sonreír—. Por cierto, te presento a Peter. Peter, este es Jake.

Los dos se estrecharon la mano por encima de la mesa. Emily había mencionado en casa que su hermana estaba saliendo con alguien, así que no le extrañó su presencia.

El bebé empezó a hacer ruiditos con la boca tirando toda la comida fuera. Jake lo observó mientras su madre lo limpiaba y lo regañaba. Si su memoria no fallaba, al pequeño le faltaba poco más de un mes para cumplir un año de vida. Tenía el pelo cobrizo, sin llegar a ser pelirrojo, y los ojos azules.

Mientras comían, Jake y Frederic estuvieron hablando un poco sobre la empresa y comprobó que el tal Peter era, en efecto, el novio de Emma. Lo estuvo observando un buen rato de reojo, algo receloso, hasta que se dio cuenta de que el chico parecía desvivirse por ella a cada instante. Y por supuesto, ella estaba feliz.

Tiempo atrás, cuando Jake se enteró de que Emma había tenido un bebé, fue como recibir un buen jarro de agua fría. Emily se presentó en su casa de Prinss para comunicárselo. Además, le había dicho que Emma tenía planeado decirle a todo el mundo que era suyo y, aunque finalmente no lo hizo, a él le saltaron millones de dudas. Hacía entonces solo un mes que había perdido a gran parte de su familia y no deseaba más malas noticias.

No era, en absoluto, que el pequeño Jack fuese una mala noticia, pero se trataba de una responsabilidad adicional a la que ya tenía en su propia casa. Sin embargo, y dado que Emma no fue nunca a presentarle al bebé, tuvo que ser Jake el que, tres meses después, se presentase en su casa para pedirle explicaciones. Si era realmente suyo, tenía derecho a saberlo.

Emma lo recibió sin ningún tipo de rencor, y lo que es más, se sinceró con él y le contó todo su descabellado plan desde el principio. Luego, por supuesto, le pidió disculpas por haber pensado en hacer una cosa así. Había tratado por todos los medios ocultar el embarazo, pero al final su padre se enteró cuando estaba embarazada de cinco meses gracias al chivatazo de su hermana. Ella pretendía dar a luz y luego encasquetarle el bebé a Jake. Tenía pensado presentarse un día en su puerta con él en brazos, entregárselo y decirle que no quería volver a saber nada de ninguno de los dos. Supuso que eso sería un duro golpe para él, y si realmente hubiese llevado a cabo su plan, lo habría sido. Pero, por lo visto, a medida que los últimos meses fueron llegando, empezó a imaginarse siendo madre de verdad, y todas sus ideas se desmoronaron. También el hecho de enterarse de lo del accidente hizo que su corazón se ablandase o, bueno, que volviera a la normalidad. Después de tener a Jack, todo lo que había planeado le producía náuseas solo de pensarlo. Emma le explicó también que, cuando nació su hijo, sintió una emoción tan grande que supo enseguida que nunca se separaría de él. Lo había llevado casi nueve meses dentro de su vientre, y era suyo, solamente suyo.

Por otro lado, para Jake, solo el hecho de que se hubiese dado a entender que el hijo podría haber sido de él, trajo consigo tres meses de recriminaciones por parte de Arabia. Ella era la que tanto le había insistido para que fuese a hablar con Emma y solucionase el asunto de una vez por todas. Cuando Jake, después de todas las explicaciones que Emma le dio, preguntó acerca de la verdadera identidad del padre, a ella le costó mucho confesárselo. Lloró largo y tendido y finalmente le dijo la verdad, pero le hizo prometer que nunca se lo diría a nadie y, sobre todo, que nunca se lo diría al susodicho.

Jake le dio su palabra y luego tomó a la criatura en brazos.

—¿Y por qué estás tan segura de que es suyo, y no mío? —le preguntó en aquel entonces.

—Porque estoy completamente segura de que usamos protección —contestó ella—. Dos, si quieres que sea más exacta.

Se ruborizó, y también se sintió aliviado de no ser el padre. No porque no lo hubiese querido como hijo, sino porque Emma y él no estaban hechos el uno para el otro y habría sido un verdadero problema para el bebé. Le prometió a Emma que se haría cargo de todo lo que pudiera necesitar el pequeño y esta lo proclamó a todos los efectos como el tío Jake. Era un final feliz después de todo lo que habían pasado en la universidad.

—Oye, Emma —dijo Jake, volviendo a la realidad—. ¿Retomarás la universidad al año que viene?

—Lo he estado pensando, pero no lo sé todavía. Si te soy sincera, me gustaría poder dedicarme cien por cien a mi hijo durante una temporada.

—Nosotros ya le hemos dicho que puede hacer ambas cosas —intervino Peter, el chico nuevo—. Le queda solo recuperar las del curso pasado y un año más. Sería una pena echarlo todo a perder por tan poco.

—Podrías matricularte de unas cuantas asignaturas cada año, como hacía yo, aunque sin ser una pringada.

—Jake, que no pudieses permitírtelo no te convertía en un pringado, a pesar de que yo me empeñase en que lo parecieses. —Rio—. Tú sí que deberías volver. Eres un genio.

Emma y él estuvieron discutiendo de forma cordial y debatiendo sobre cosas de la universidad. Si el año anterior les hubiesen dicho que en el futuro estarían sentados comiendo en la misma mesa y manteniendo una conversación como aquella, ninguno de los dos lo habría creído.

Jake tenía muy claro que ya no volvería a la universidad. Había intentado estudiar algunas materias en casa para presentarse a los exámenes, pero a las pocas semanas desistía del intento. Llegaba siempre demasiado cansado como para ponerse delante de un libro.

—Bueno —los interrumpió Frederic—. ¿Y qué tal están Emily y tu hermano? Hace semanas que mi hija no viene por aquí. ¿Por qué no han venido contigo?

—He salido de casa esta mañana sin rumbo fijo y la verdad es que no saben que estoy aquí, de lo contrario, me habrían acompañado, estoy seguro.

En realidad, no estaba en absoluto seguro, pero lo dijo igualmente.

—Y dime, ¿Derek ha conseguido ya un trabajo estable?

—No del todo. Ha entrado en el colegio de abogados de la ciudad, pero lo consideran un novato, así que se puede decir que todavía no tiene un trabajo en condiciones.

—Yo había pensado en preguntarle si querría llevar los asuntos legales de la empresa Wathson, ¿qué te parece?

Jake se quedó callado, impactado. Lo que Frederic acababa de proponer era, sin duda, una oportunidad fantástica para Derek, pero a él le había molestado. Llevaba año y medio trabajando para el padre de Emma y no era más que un empleado cualquiera. A su hermano, por el hecho de haber conseguido acabar su carrera, le estaban ofreciendo un puesto mucho mejor que el suyo. La rabia se apoderó de él, sin poder evitarlo. Derek siempre conseguía lo mejor.

Se acordó de Emily, de todo lo que había sentido por ella y que al final había sido un fracaso porque hasta a ella se la había arrebatado el galán de su hermano. Llevaba medio año viéndolos casi todos los días en casa, juntos, porque Emily se solía quedar a dormir allí. Lo peor de todo era que habían usurpado la habitación de sus padres para instalarse con la cuna de Danielle. Anteriormente había tenido que aguantar a Ashley, la fugaz mujer de su hermano, y ahora le tocaba pasar las pocas horas de descanso que tenía viendo como él y Emily flirteaban y demostraban su amor desmesurado, como el del comienzo de toda relación. No cabía duda de que los dos se querían, pero a él le resultaba bastante desagradable.

—¿Qué te parece? —repitió Frederic.

—Disculpe, señor Wathson —respondió Jake, al fin—. Es una idea estupenda, claro.

—Bien, en ese caso, me gustaría que tú mismo le comunicases la noticia, y que se presente mañana en la fábrica. Si acepta, tengo que hablar con él.

—Creo que sería mejor si usted le pidiese a Emily ese favor, o si se lo dijese usted mismo.

—¿Por qué?

—Supongo que porque también me haría un favor a mí mismo. Últimamente mi hermano y yo no hablamos mucho.

—¿Qué quieres decir con eso?

—No puedo explicárselo.

—Jake —continuó el señor Wathson—. Me gusta que mis empleados siempre estén a gusto en la empresa, y eso empieza por la relación entre los propios trabajadores. Tú has demostrado ser un buen chico, y no me gustaría perderte. Si crees que no puedes trabajar junto a tu hermano...

—Es una gran oportunidad para él, señor Wathson. Entrevístele, y si cree que vale para el puesto, cójalo. Mi relación con él no debe influir en su decisión.

—¿Crees tú que vale para el puesto?

—No me ponga en ese compromiso.

—Lo dejo en tus manos, Jake. Si mañana tu hermano se presenta a primera hora en mi despacho, sabré que le has comunicado mi petición. Si no, entenderé que prefieres que no trabaje con nosotros.

 

Jake se marchó de casa de los Wathson sobre las tres y media. Emma lo acompañó a la parada de autobús.

—¿Por qué no te compras un coche de segunda mano? —le preguntó.

—Todavía no tengo dinero suficiente para algo de segunda mano en condiciones —respondió él—. La escuela de teatro de mi hermano pequeño es más cara de lo que imaginábamos…

—Olvidaba que hacía teatro, ¿qué tal le va? ¿Es bueno?

—Parece que sí, aunque él no habla mucho sobre ello.

—Debe ser genial eso del teatro. ¡Yo de pequeña soñaba con ser actriz!

—Genial, sí, pero muy caro para una familia como la nuestra.

—No seas negativo. —Emma le dio un pequeño golpe en el brazo—. Además, cuando Derek trabaje en la empresa de mi padre podréis acarrear con los gastos juntos, ¿no? Entonces sí tendrás dinero para un coche. Estoy segura.

Jake no hizo ningún comentario sobre esa última afirmación. Emma estaba dando por hecho que Derek iba a trabajar en la fábrica Wathson.

—Por si no te has dado cuenta, frunces el ceño —continuó Emma tras una breve pausa—. Y lo haces de la misma forma que durante la comida, cuando mi padre comentó lo de tu hermano. ¿Qué sucede con él?

—Nada —contestó Jake, restándole importancia. Emma puso los brazos en jarras, esperando a que dijera algo más—. Es que estoy seguro de que cuando tenga por fin independencia económica se irá con su hija y con tu hermana a cualquier otra parte, y se gastará el dinero en ellos. Por no hablar de que, en el supuesto caso de que yo decida que quiero trabajar en el mismo sitio que él, seguramente tendrá un salario mucho mejor que el mío, diferenciándose del resto de trabajadores mediocres que estamos allí.

—O sea, que solo se trata de envidia.

—¡No es envidia!

—Sí que lo es, Jake, y no es malo que la tengas. Durante mucho tiempo yo he tenido envidia de mi hermana. Esas cosas se superan con el tiempo.

—Pues añádele rabia a esa envidia. Desde que murieron mis padres me he hecho cargo de todo yo solo mientras él seguía en Florida. Cuando volvió a casa recién separado, lo hizo con total naturalidad, sin pedirme permiso, porque claro, también es su casa. Estuve cinco meses aguantando la depresión de mi hermana Zane, escuchándola todas las noches lloriquear, recordando el porqué de su sufrimiento. Entonces vino Derek y eso la consoló casi por completo. Me he tirado medio año pagando a un montón de psicólogos y ahora es feliz solo porque él está en casa. El último de ellos dijo que lo único que necesitaba Zane era el apoyo constante de su familia. Pero yo tenía y tengo un trabajo, Emma. Si lo hubiese dejado para estar con ella cada día nos habríamos muerto de hambre…

—Para, Jake.

—No, ahora no voy a parar. ¿Sabes lo que significa que Derek tenga un trabajo estable? Que vuelva a independizarse. Entonces yo volveré a quedarme solo con mi hermana y con Louis, y todo será como al principio. Y yo no quiero pasar por eso nunca más. ¿Entiendes?

—Te entiendo, Jake. Y ahora, relájate.

Jake y Emma dejaron pasar de largo el autobús que lo llevaría de vuelta a casa y luego se sentaron en uno de los bancos de madera de la avenida. Ella lo obligó a hacerlo.

—Creo que deberías sentarte a solas con tu hermano y decirle todo eso que me has contado a mí. Si tienes miedo de que desaparezca de nuevo, díselo. Estoy segura de que le alegrará saber que en el fondo prefieres que esté en casa.

—No se trata de eso. Me da igual dónde esté. Solo quiero que Zane esté bien, ella es la que más me importa ahora.

—Pues si tienes que decírselo así, hazlo. Seguro que los dos queréis lo mejor para ella.

—¿Sabes cuál es mi mayor miedo, Emma?

—¿Cuál?

—Que todos acaben dejándome de lado ahora que Derek está aquí. Para mis hermanos simplemente soy el que trae el dinero a casa. No mantengo ya casi ninguna relación con ellos. Incluso me atrevería a decir que me odian, y no se lo reprocho. Dicen que siempre estoy cabreado… y tienen razón.

—Hace un par de horas, cuando llegaste a mi casa, no me pareció que estuvieses cabreado.

—Lo había estado antes. Por eso salí a dar una vuelta y se me ocurrió pasar a visitaros. Hacía tiempo que no veía a Jack.

—¡Caray! Pues podrías salir a dar una vuelta y a visitarnos cada vez que te cabrees. Si dices que lo haces tan a menudo, seguro que pasarías por aquí muchas veces a la semana.

Emma consiguió que sonriera. Había sido un comentario gracioso, idóneo para que él se sacase por fin la tensión del cuerpo.

—Creo que sé lo que necesitas.

—¿El qué? —preguntó, extrañado.

—No pienso decírtelo, por ahora. Lo descubrirás cuando encuentre lo óptimo para casos crónicos como el tuyo.

—¿Soy un caso crónico? ¿Quieres que vaya a un psicólogo yo también?

—¡Por supuesto que no! Odio esas consultas. Pero te repito que no voy a revelarte la sorpresa. Solo confía en mí.

Otro autobús apareció a lo lejos, aproximándose.

—Anda, ve. Yo tengo que volver a casa por si Jack se despierta.

—Dale un beso de mi parte cuando lo haga, ¿quieres?

—¡Hecho! Y tú dale recuerdos a mi hermana si la ves. Dile que mi padre la echa de menos.

—¡Hecho!

Jake subió al vehículo semivacío y se despidió de Emma con la mano. Ella le devolvió la despedida sonriendo radiantemente. Ahora sí que era casi imposible diferenciarla de su hermana. Ya no quedaba casi nada de la arrogancia y la superioridad de años anteriores. Y, además, se había convertido en una buena amiga de Jake.

 

- - - - - - -

 

Arabia estaba terminando de arreglarse y notaba cómo le temblaban las piernas.

Se había pasado la tarde buscando entre su ropa para elegir el conjunto adecuado y al final se había decidido por una falda vaquera y una camiseta blanca. Ahora se debatía entre unas sandalias azules atadas con cintas a la pierna o unas zapatillas blancas muy veraniegas. Se le hacía extraño sentirse tan nerviosa solo por tener una cita, pero, claro, era la primera que tenía en veintiún años. Nunca antes había salido con un chico.

Se volvió con los dos pares de zapatos hacia su amiga Zane, que en ese momento estaba recostada sobre su cama sin quitarle el ojo de encima.

—Dame tu opinión —le pidió.

—Me gustan más las sandalias azules —dijo Zane.

—Sí… A mí también me gustan. La verdad es que son muy bonitas y no me las he puesto desde que me las compré.

Arabia dejó a un lado las zapatillas blancas, volviéndose para echarles un último vistazo antes de ponerse las sandalias.

—Crees que las blancas son más de tu estilo, ¿verdad?

Era evidente que su amiga la conocía muy bien.

—Es que no quiero dar una impresión diferente a lo que soy. Siempre llevo zapatillas.

—Pero esas sandalias te las compraste conmigo hace dos semanas porque te gustaban. Nadie te obligó, ¿no?

—Tienes razón. Lo hice porque quise. Son muy bonitas —repitió—. Me las pondré.

Cuando acabó de atárselas, se levantó y caminó para acostumbrarse a ellas, esperando la aprobación de Zane. Ella se echó a reír y aplaudió. Finalmente, se despidieron y Arabia bajó por las escaleras. Su chico llegaría en diez minutos y quería estar preparada por si se adelantaba.

Mientras bajaba notó cómo le botaban los rizos del pelo, escalón tras escalón. Hacía pocos días que se había puesto las mechas claras en la peluquería y le habían recomendado una espuma que dejaba sus rizos extremadamente definidos. Había conseguido un cambio que la favorecía muchísimo. Todas sus compañeras de trabajo estaban de acuerdo con eso y, de hecho, dos días atrás, durante el turno de guardia, había conseguido su primera cita.

Emily y Derek estaban en la cocina haciendo la lista de la compra. Arabia se acercó a ellos y se sentó en uno de los taburetes de la barra americana, sonriendo ampliamente.

—¡Estás guapísima, Ari! —exclamó Emily—. Me encanta cómo te has maquillado los ojos.

Arabia se había comprado un rímel nuevo y una sombra de ojos del color de su piel, pero con brillo. Lo había usado todo tal y como le enseñaron en la tienda, y el resultado saltaba a la vista.

—¿Tú qué opinas, Derek? —Se dirigió a él, un poco avergonzada—. ¿Estoy bien?

—Creo que estás perfecta.

—Y tu conjunto es ideal para una primera cita —añadió Emily.

Arabia se preguntó si había algún tipo de protocolo que definiese lo que había que llevar en una primera cita.

—Bueno, no sé, me dijisteis que estaría mejor con algo sencillo, así que no me he arreglado demasiado.

—Perfectísima —puntualizó su amiga.

Ella sonrió, complacida. Luego se dio la vuelta al escuchar que se abría la puerta.

Jake acaba de llegar, pero, a pesar de que todos alzaron la vista hacia él, se las ingenió para hacer como si nada y subir por las escaleras sin siquiera dignarse a saludar. La verdad era que no esperaba que apareciese hasta mucho más tarde. Cuando discutía con sus hermanos desaparecía hasta bien entrada la noche.

Arabia empezó a sudar, de pronto, y maldijo para sus adentros. No podía sudar en su primera cita.

Cinco minutos después llamaron al timbre y ella dio un respingo en su asiento. Derek se ofreció a abrir la puerta, pero Arabia se lo impidió, poniéndose en marcha para salir. Les hizo un gesto para que la dejasen a solas con el recibimiento, tal y como habían acordado, así que se apresuraron a subir por las escaleras.

Entonces tomó aire y abrió la puerta, y el chico alto y rubio que había frente a ella le dedicó una de sus mejores sonrisas. Cerró la puerta tras de sí cuando él le tendió la mano para que saliese, y luego caminaron hasta el coche.

Él era uno de los médicos interinos del hospital donde ella trabajaba. Hacía apenas dos meses que se había incorporado y lo cierto era que al principio no hicieron muy buenas migas. Le pareció que era un chico orgulloso y bastante presumido. Poco después de su llegada se dio cuenta de que él le estaba tirando los tejos, pero había sabido muy bien cómo mantenerse al margen hasta hacía solo una semana, cuando el chico por fin había conseguido llamar su atención.

Fueron junto con otros compañeros de trabajo a cenar a una pizzería cerca del hospital. Luego tomaron unas cuantas copas y acabaron en un pequeño bar de la zona. Allí se quedaron a solas hablando un buen rato y, poco a poco, él empezó a sincerarse. Era un chico de Nueva York que había sido siempre muy problemático. Sus padres se habían separado cuando él tenía seis años y desde entonces había estado de un lado para otro, alternando los años con su padre y con su madre. Eso le había impedido hacer verdaderas amistades, así que se consideraba a sí mismo como un chico muy solitario, algo que ella había puesto en duda enseguida, pues era más que notable su popularidad allá donde iba. Pero en lugar de estropear el momento para mostrar su desacuerdo, Arabia le contó que a ella le había pasado algo parecido con respecto a lo de hacer amistades, pues se mudó a Utah seis años atrás y su procedencia mitad turca y mitad árabe le había cerrado muchas puertas. Le contó también que vivía con la familia de su mejor amiga, pero no dio muchos más detalles al respecto. Después de pasar una noche de lo más agradable, se dijo a sí misma que le daría una oportunidad a aquel joven neoyorquino si finalmente se terciaba el día en que le pidiera una cita.

Ahora estaban sentados en el coche de él, ocupaban las posiciones que les correspondían. Desde el asiento del copiloto, Arabia no sabía hacia dónde mirar. Sonreía nerviosa todo el rato mientras que él denotaba tranquilidad absoluta.

—Relájate —le dijo el chico al tiempo que ponía sin dudar una mano sobre su muslo izquierdo. Eso la inquietó—. Iremos a dar una vuelta a un lugar tranquilo mientras esperamos a la hora de la cena. ¿Te parece bien?

—Sí, claro, lo que tú quieras.

Arabia acababa de hacer lo que siempre había dicho que no haría: dejar que decidieran por ella. No se trataba de algo de suma importancia, pero dejarse llevar tampoco era seguro, teniendo en cuenta que no lo conocía demasiado. Empezó a pensar que todo eso de la cita no había sido una buena idea...

—¿Estás bien?

—Oh, sí —mintió—. No pasa nada. Vayamos donde dices.

Lo miró un instante y le sonrió. La sonrisa que él le devolvió la reconfortó. No tenía por qué desconfiar de él, ¿no?

 

 

Se desplazaron hasta un parque a las afueras de la ciudad que estaba cerca de su antigua universidad, entre Brown y el Residencial Holland. Tenía mesas esparcidas y varios senderos, y todo indicaba a que era un lugar de picnic y camping. De hecho, había algunas familias allí y unas pocas caravanas. Al bajar del vehículo, el chico se dirigió al maletero y lo abrió. Luego sacó una sábana a cuadros blanca y roja y una bolsa que parecía contener algo de bebida.

—¿Nos vamos de picnic? —le preguntó Arabia.

—Algo parecido. Pararemos en un lugar tranquilo donde podamos charlar un rato, ¿qué te parece?

—¡Genial! —volvió a mentir.

La idea de quedarse a solas con él no le hacía ninguna gracia. Era demasiado pronto, ella lo sabía. Ni siquiera sabía cómo tenía que comportarse a solas con un chico.

Durante el trayecto por el parque, Arabia señaló unos cuantos lugares, no muy lejos de los sitios donde estaban instaladas las otras familias. Él los rechazó todos, y cinco minutos más tarde señaló el que le pareció el mejor lugar del mundo. Estaba situado tras unos árboles y la visibilidad hacia la zona era muy escasa desde el exterior. Había también un pequeño lago artificial muy cerca.

—No me digas que no es un sitio genial —le dijo—. Yo creo que no podríamos haber encontrado nada mejor que esto.

—¿Habías estado aquí antes? —preguntó Arabia mientras él desplegaba la fina tela sobre el suelo.

—No, ¿por qué?

—Supongo que porque yo nunca me habría fijado en este lugar tan recóndito.

—Eso es porque no has estado buscando para encontrar el sitio perfecto a donde llevar a la chica más bonita del mundo.

Era un buen cumplido y Arabia lo agradeció decidiéndose de una vez por todas a sentarse. Sin embargo, el hecho de que hubiese optado por ponerse una falda le dificultó la posición. No sabía cuánto tiempo sería capaz de aguantar con la postura sin que se le viese la ropa interior. Volvió a sudar. Volvió a sentirse incómoda.

—¿Por qué no me cuentas experiencias divertidas que hayas tenido en el hospital? —le preguntó él—. Seguro que tienes mil historias que contar después de todos los pacientes que han pasado por tus manos, y estoy seguro de que eso hará que dejes de estar nerviosa.

No le gustó que él notase su nerviosismo, pero le pareció una idea estupenda. Le encantaba hablar de las cosas que le pasaban allí, y en menos de cinco minutos se olvidó de todo y empezó a ser ella misma. Le contó un puñado de anécdotas, entre ellas la de una vez que una señora mayor llegó a urgencias con un montón de picores por todo el cuerpo. No paraba de interceptar a todos los enfermeros que pasaban cerca para insistir en su problema mientras esperaba en la sala de espera. Cuando le llegó el turno a ella de pasar por su lado, no tenía ni idea de lo que le pasaba a aquella señora, pero decidió interesarse.

—¿Y sabes lo que hizo? —dijo Arabia—. La señora me mostró una serie de arañazos que tenía por todo el cuerpo de tanto rascarse, ¡y luego se señaló discretamente sus partes íntimas! Lo único que quería era que la atendieran cuanto antes porque no podía soportar los picores que también tenía ahí abajo, para evitar aliviarse delante de todo el mundo.

—¿Y qué hiciste entonces? —le preguntó él—. No me irás a decir que tú...

—¡Oh, no! Por supuesto que no. —Los dos se echaron a reír—. Convencí a uno de los médicos de que adelantase el expediente de la señora para que pasase a consulta cuanto antes. No sabes lo mucho que me lo agradeció.

—Como siempre, ayudando a todos, ¿no es así?

—No seas exagerado. Tantos cumplidos no van a hacerme ningún bien.

—No exagero. En el hospital todos hablan muy bien de ti, y yo solo lo estoy confirmando. Además, estoy comprobando también otras muchas cosas...

Arabia lo miró, extrañada. Se estaba empezando a acercar a ella.

—Como, por ejemplo —prosiguió, acercándose con cada frase un poco más—, que hueles extremadamente bien..., que tienes una piel muy suave... y unos labios de lo más sensuales.

Sus palabras la hipnotizaron tanto que no pudo evitar el beso que le dio, pero entonces se quedó paralizada y no pudo corresponderle como él hubiese deseado, eso seguro. Sus labios no siguieron el mismo juego que los suyos. Cuando se separaron, Arabia se sintió muy avergonzada. Había metido la pata hasta el fondo y sus miedos habían reaparecido.

Ella no sabía besar, nunca lo había hecho, excepto una vez.

—Yo... Lo siento... —Intentaba disculparse, pero ni siquiera sabía qué decir—. No quiero que pienses que no...

—No tienes que disculparte.

—¡Sí! Por supuesto que debo hacerlo. Supongo que soy una chica del siglo pasado.

—¿A qué te refieres?

—A que no puedo besar a alguien en la primera cita.

—¿Y por qué no me lo habías dicho antes?

Arabia se quedó confusa. ¿Era algo que había que decir antes de quedar con un chico? Tenía clara la respuesta, pero, aun así, decidió responderle con evasivas.

—Porque no quería que pensaras que...

—¿No querías que pensaras que eres como eres? —la interrumpió él.

Arabia resopló, frustrada. Había dejado de ser ella desde que había salido de casa, y de ahí procedía todo su malestar.

—No te cabrees contigo misma. No quiero que hagas nada que no quieras hacer.

—Gracias... No sabes cuánto te agradezco que me digas eso. Cualquier otro...

—No me gustan las comparaciones, y supongo que a ti tampoco, así que dejémonos de tópicos, ¿de acuerdo?

—De acuerdo.

—¿Y ahora? ¿Qué quieres hacer?

—¿A qué te refieres?

—Todavía estoy a tiempo de cancelar la mesa que había reservado para cenar.

—¡No! No quiero estropear las cosas todavía más. Iremos a cenar.

—Que vengas a cenar conmigo esta noche no hará que me sienta mejor o peor. Quiero que me respondas con sinceridad. ¿Quieres ir a cenar o prefieres que te lleve de vuelta a casa?

 

 

A las ocho en punto, Arabia estaba de vuelta en el portal de los Becker. Acababa de despedirse de su primera cita con un simple gesto de mano. Es más, había salido del coche de su acompañante lo más rápido posible, por miedo a que él hubiese preferido una despedida más romántica. Zane se reiría a carcajadas cuando le contase lo que había sucedido.

Al entrar en casa, la escena que encontró fue de todo menos habitual. Jake estaba subido en lo más alto de una escalera de pintor, al parecer, cambiando una de las bombillas del alto techo del salón. Abajo, de pie y sujetándose a uno de los peldaños, estaba la pequeña Danielle.

—¡Te he dicho que te apartes de ahí, maldita mocosa! —exclamó Jake, dirigiéndose a la hija de Derek.

—¿Crees en serio que puede entenderte? —le dijo Arabia, con los brazos cruzados—. Tiene un año, ¿recuerdas?

—Pues entonces cógela tú y apártala de ahí. Hace rato que estoy llamando a Zane para que se la lleve y no me hace caso.

—No deberías haberte subido ahí arriba sin dejar a Delly a buen recaudo. Podrías haberla puesto en su parque, por ejemplo.

—No me sermonees. Ayúdame si te parece, y si no apártate tú también. ¡Zane! —Jake exclamó mirando al piso de arriba—. Baja de una vez antes de que aplaste a nuestra sobrina.

—Eres increíble...

Dicho eso, Arabia lo dejó allí y subió hacia el cuarto de su amiga, donde también había equipada una cama y un armario para ella. En cuanto abrió la puerta, empezó a hablar aturulladamente.

—No te vas a creer lo que me ha pasado. —Sin embargo, se quedó petrificada al encontrarse a su amiga tirada en el suelo—. ¡ZANE! ¡Oh, dios mío! ¡Zane! ¿Qué te ocurre, Zane? ¡Dime algo!

Trató de moverla, pero estaba desmayada. Lo peor de todo era que no era la primera vez que la veía en ese estado.

Bajó a toda prisa hacia el salón, gritando el nombre de Jake.

—¿Qué? ¿Qué? —preguntó él—. ¡¿Qué ocurre?!

—Zane se ha desmayado otra vez. Tienes que venir, ¡rápido!

—¡Joder! ¡Quítame a la mocosa de ahí!

Arabia se dirigió hacia la pequeña y la apartó de la escalera, muy en contra de su voluntad, pues se había aferrado fuertemente a ella. Al mismo tiempo Jake quiso saltar desde donde estaba para llegar antes al suelo, pero el pie derecho se le enganchó en un peldaño y cayó de bruces contra él. Entonces se abrió la puerta. Derek y Emily entraron a toda prisa al escuchar el jaleo. Arabia dirigió a los recién llegados hacia la habitación de Zane, con Danielle en brazos.

Derek levantó a su hermana y la llevó hasta la cama. Mientras tanto, Emily fue a por un cuenco de agua y volvió apresuradamente para ir refrescándole la cara. Zane estaba muy pálida y, cuando por fin recobró el conocimiento, muy asustada.

—Estaba aquí tumbada, leyendo un poco para despejarme... —comenzó a decir—. Escuché a Jake llamarme desde abajo y... cuando me levanté... No sé qué me pasó.

—Tienes que volver a hacerte un análisis —le dijo Derek con cara de preocupación—. Parece que la anemia ha vuelto a aparecer.

—Odio estar siempre enferma.

Zane se echó a llorar, rodeando el cuello de su hermano con los brazos. Poco después escucharon un ruido procedente de las escaleras de caracol. Jake apareció en la puerta sujetándose el codo derecho. Arabia había olvidado por completo la dura caída que había tenido minutos antes.

—¿Estás bien? —le preguntó a su hermana.

Ella asintió con la cabeza, todavía enganchada a Derek. Jake se limitó a mirar hacia donde todos estaban sin cambiar de expresión. Respiraba con dificultad.

—¿Te has hecho daño? —le preguntó Arabia.

—¿Tú qué crees?

Nadie dijo ni una sola palabra. En cuanto se marchó después del molesto silencio, los demás se quedaron todavía un buen rato sin decir nada. Si Jake no fuese siempre tan irónico tal vez se habrían preocupado más por él. Ni siquiera sabían por qué actuaba de ese modo, pero llevaba así desde que Derek había vuelto a casa, a principios de año. Y Arabia sabía que, con cada día que pasaba, su actitud iba a peor.

Emily y ella bajaron media hora más tarde a preparar algo para cenar. Louis llegó pasadas las ocho. Cuando se enteró de lo que había sucedido, se encargó de terminar de colocar la bombilla que Jake había dejado a medias y luego subió para ver a su hermana. Bajó a cenar junto con Derek un rato después.

—Bueno, Ari —dijo Emily una vez sentados en la mesa—. ¿Vas a contarnos qué tal la cita? Pensaba que habíais quedado para ir a cenar.

—Sí, ese era el plan, pero primero fuimos a dar un paseo y bueno..., la cosa no fue como yo esperaba.

—¿Qué pasó?

—¿Intentó sobrepasarse contigo? —le preguntó Derek, en actitud de alerta.

—¡No! Nada de eso. Pero estuvimos hablando y al final le dije que prefería que nos tomásemos las cosas con un poco más de calma. Yo no estaba del todo cómoda con él. Era todo muy raro.

—¿Y él te dejó plantada? —preguntó Emily.

—No, no. Me dijo que lo entendía y que, si prefería que me llevase de vuelta a casa, solo tenía que pedírselo.

—¿Entonces? ¿Volveréis a quedar?

—Todavía no lo sé. Supongo que depende de mí.

—No parece un mal tipo —intervino Derek.

—De momento, voy a esperar a ver cómo siguen las cosas la próxima semana cuando coincidamos en alguna guardia. Espero que no cambie su actitud conmigo después de lo de hoy. Pero ahora vamos a cambiar de tema, o conseguiréis que acabe sonrojándome. ¿Qué tal te ha ido el ensayo, Louis?

—Hoy ha faltado otra vez una de las protagonistas —respondió el aludido—, así que no hemos podido ensayar ninguna escena de las suyas. Como esa chica siga faltando vamos a tener un serio problema para poner a punto la obra.

—¿Es la misma que faltó la semana pasada? —le preguntó Derek.

—Sí, y nadie sabe nada de ella desde entonces.

—Pero eso es muy raro, ¿no? —continuó Emily—. Podría haberle pasado algo.

—No. Ella es así. Tiene muchos problemas.

Louis continuó un rato más hablando sobre cómo iban las cosas de la representación, aunque no dio más detalles sobre esa misteriosa chica. Mientras tanto, Arabia no dejaba de darle vueltas a todo lo que había pasado desde que había salido de casa. Al recordar el beso de aquel chico sintió ganas de que se la tragase la tierra.

Qué ridícula se sentía.

El ruido estrepitoso de una puerta abriéndose en el piso de arriba la sobresaltó. Jake bajó por las escaleras y se dirigió a la cocina, pasando por delante de todos sin decir ni una sola palabra. Abrió la nevera y observó el interior. No quedaba prácticamente de nada.

—Hemos preparado un par de ensaladas para todos —le dijo Emily—. Te estábamos esperando.

—Sí, ya veo —contestó él, en su tono habitual—. ¿Quién se ha comido los nuggets que dejé aquí anoche?

—He sido yo. —Louis levantó la mano para captar su atención—. Los he cogido esta mañana. No sabía que eran estrictamente tuyos.

—Pues lo eran.

Los dos hermanos se quedaron mirándose un tanto desafiantes. Louis no había cumplido aún los dieciocho, pero aparentaba más que el resto de los chicos de su edad a pesar de que no era tan alto como sus hermanos. Años antes no le habría plantado cara a Jake de ese modo, pero a él las circunstancias también lo habían cambiado.

—¿Vais a pelearos ahora por unos nuggets? —preguntó Derek—. ¿No podéis estar tranquilos ni siquiera un día como hoy?

—Te lo vuelvo a repetir. Hoy es un día normal, como cualquier otro —continuó Jake, levantando la voz—. Como lo eran antes y después de la muerte de papá, mamá y Rachel. No tengo que comportarme de ninguna manera especial solo porque hoy haga un año del accidente.

—Deja de hablar de lo sucedido como si no te importase. Para ti es igual de duro que para nosotros, aunque no quieras reconocerlo, así que cállate de una vez y come de lo mismo que el resto, que para eso alguien se ha molestado en prepararlo.

—Derek, relájate —le pidió Emily—. Relajaos.

Jake caminó hacia la barra americana dispuesto a apoyarse en ella para seguir hablando, pero antes incluso de que terminase de acomodarse, Arabia vio cómo se ponía rojo como un tomate. Segundos después gritó y se giró dándoles la espalda para sujetarse el codo derecho. Empezó a quejarse lanzando tacos al aire y moviéndose de un lado para otro.

Arabia se levantó para ir en su ayuda. No tenía ni idea de traumatología, pero sí había tratado algunos golpes y podía intentar averiguar si era grave o no.

—Déjame verlo.

—¡Estoy bien!

—¡Para de moverte y deja que te mire!

Arabia cogió el brazo de Jake y se lo dobló para poder ver el codo. Tenía un rosetón alrededor de él. Cuando acercó los dedos para palpárselo y lo rozó levemente, él se apartó.

—¡No me lo toques! —replicó.

—Tengo que tocártelo para intentar hacer algo.

—Pues no hagas nada.

—Quiero ver si te lo has fracturado, pero para eso tendrás que aguantar un poco. ¿Puedo?

Arabia le pidió que se colocase de espaldas con el brazo estirado hacia abajo. Acercó sus manos lentamente hasta la parte central del brazo y entonces, con los pulgares, presionó sobre la zona de la aparente lesión. Jake se estremeció, pero aguantó la posición. Arabia no percibió nada fuera de lo normal.

—Si tanto te duele deberías acercarte a urgencias —le aconsejó.

—Sí, y que me atienda ese novio tuyo —dijo Jake—. No, gracias. Prefiero esperar a que se me pase.

Arabia mantuvo los dedos presionando su codo más tiempo del necesario y luego lo soltó, aparentando que no le había afectado en absoluto ese último comentario.

—Tú mismo.

—A lo mejor te vendría bien ponerte un poco de hielo —sugirió Emily.

—Sí, lo sé —le respondió Jake, de mala gana.

Arabia estaba segura de que Jake no soportaría el contacto con el hielo, pero esperó impaciente a que volviera a hacerse daño. No era que quisiese verlo gritar de dolor, pero sí quería comprobar cómo se tragaba su orgullo, y finalmente pasó todo tal y como ella había imaginado. Jake sacó una bolsa de guisantes del congelador y se la colocó en el codo con el brazo doblado. Al principio no pasó nada, pero a los pocos segundos volvió a moverse de un lado para otro aguantando la respiración para no gritar, después de tirar la bolsa hacia el suelo bruscamente.

Al final se quedó apoyado encima de la mesa con una mano tapándose la cara y manteniendo el codo que le dolía a un lado.

—¿Jake?

Emily, preocupada, trató de llegar a su lado, pero entonces él se incorporó y se fue a su habitación sin mirar a nadie.

—No entiendo cómo una persona puede albergar tanto orgullo —dijo Derek.

—Yo tampoco.

Dicho eso, Arabia se levantó y subió al piso de arriba, tras él.

—Sal de mi cuarto, Ari —dijo Jake mientras empezaba a colocarse una especie de venda alrededor del codo.

—¿Sabes, Jake? Te tenía un montón de aprecio. Un montón así de grande. —Arabia extendió los brazos ampliamente para explicar lo que decía—. Pero ahora queda solo un poquito así. —Entonces indicó una cantidad diminuta ayudándose del dedo índice y pulgar—. Así que te lo advierto: no me hagas perder ese poco que todavía me queda hacia ti, porque entonces sí que no habrá vuelta atrás. Déjame volver a mirarte eso, por favor.

Jake tenía mucha fuerza y sintió miedo antes de intentar sujetarlo. Si él la apartaba de un golpe con el brazo podía hacerle daño. Pero se armó de valor. Se había quedado acorralado en el espacio que había entre el final de su cama y el armario situado enfrente, y así fue como consiguió cogerle la muñeca. Jake la miró muy enfadado y entonces, de un solo movimiento, se deshizo del amarre y lanzó su brazo con fuerza hacia atrás, hacia el armario. Se dio un golpe muy fuerte.

Arabia se quedó estupefacta, y Jake, más blanco que el papel. Luego ese blanco pasó a rojo y tuvo que apretar los dientes para no gritar. Cerró los ojos y miró hacia arriba. Arabia empezó a preocuparse. El golpe había sido tan fuerte que estaba segura de que los de abajo lo habían escuchado.

Cuando Jake abrió los ojos, le brillaban. Estaba conteniendo las lágrimas.

—VETE —bramó.

Arabia no necesitó ni una palabra más. Salió caminando hacia atrás y lo dejó solo. Cuando bajó de nuevo al comedor se sentía muy mal por los resultados obtenidos. Jake se había hecho daño de verdad.

Cuando le preguntaron por el golpe ella no hizo ningún comentario al respecto. De haberlo hecho se habría echado a llorar.

 

 

 

 

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C

uando sonó el despertador a las seis en punto, Jake apenas había dormido tres horas. Por eso decidió retrasar la alarma y dormir un poco más. Al cabo de un rato, que a él le parecieron segundos por el sueño que tenía, se despertó sobresaltado. Miró rápidamente su despertador. Las seis y media. Por lo visto, no había programado bien la segunda alarma y se había quedado dormido. Si no se daba prisa, llegaría tarde.

Para incorporarse apoyó el codo en la cama y sintió un dolor punzante. Se lo miró y vio que lo tenía de color oscuro. Nunca había tenido un golpe en el codo que le causase tantos problemas. Además, le dolían también los dos últimos nudillos de la mano derecha a causa del golpe que le había dado a la puerta de su armario hacía unas horas.

Empezó a preparar su mochila rápidamente, poniendo en ella el uniforme y las botas. Como había dormido en pantalón corto, decidió aprovechar la ventaja y se colocó una camiseta cualquiera, la primera que sacó del armario, y sus viejas y desgastadas zapatillas. Se dispuso a bajar a toda prisa por las escaleras, pero entonces se acordó de algo.

Dudó un instante antes de volver a subir, pero finalmente lo hizo.

—¡Derek!

Jake golpeó la puerta de la habitación que su hermano compartía con Emily varias veces con el puño.

—¡Despierta, Derek! —gritaba por lo bajo, para evitar despertar al resto.