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David Roll.

La diáspora latinoamericana a España, 1997-2007. Incógnitas y realidades / David Roll. —Bogotá: Editorial Universidad del Rosario, 2013. Facultades de Ciencia Política y Gobierno, y de Relaciones Internacionales. xvi, 215 páginas.—(Textos de Ciencia Política y Gobierno, y de Relaciones Internacionales)

ISBN: 978-958-738-415-4 (rústico)
ISBN: 978-958-738-416-1 (digital)

Emigración e inmigración / Migración - España / Inmigrantes – América Latina / España – Relaciones exteriores – América Latina / I. Roll, David / II. Título / III. Serie.

304.84608 SCDD20.

Catalogación en la fuente – Universidad del Rosario. Biblioteca

amv Octubre 31 de 2013

Hecho el depósito legal que marca el Decreto 460 de 1995

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Textos de Ciencia Política y Gobierno, y de Relaciones Internacionales

© 2014 Editorial Universidad del Rosario

© 2014 Universidad del Rosario, Facultades de Ciencia

Política y Gobierno, y de Relaciones Internacionales

© 2014 David Roll, Camilo Camacho Escamilla,

Jessika Gómez Rodríguez, Diego Leal-Castro,

María Clara Robayo, Enrique Serrano

© 2014 Juan Esteban Constaín, por el Prólogo

Editorial Universidad del Rosario

Carrera 7 N° 12B-41, oficina 501 Teléfono 297 02 00

http://editorial.urosario.edu.co

Fecha de evaluación: 13 de junio de 2013

Fecha de aprobación: 27 de agosto de 2013

Primera edición: Bogotá D.C., marzo de 2014

ISBN: 978-958-738-415-4 (rústico)

ISBN: 978-958-738-416-1 (digital)

Coordinación editorial: Editorial Universidad del Rosario

Corrección de estilo: Gabriela de la Parra M.

Diseño de cubierta: Lucelly Anaconas

Diagramación: Precolombi EU-David Reyes

ePub por Hipertexto / www.hipertexto.com.co

Todos los derechos reservados. Esta obra no puede ser reproducida sin el permiso previo por escrito de la Editorial Universidad del Rosario.

Presentación

Entre 1999 y 2008 hubo una verdadera diáspora de latinoamericanos —en especial de colombianos— a España, que se frenó con la crisis europea. A pesar de la difícil situación económica vivida en el país receptor, el retorno no fue tan masivo como se pensaba e incluso puede decirse que se creó una España latinoamericana, como puede comprobarlo hoy en día cualquier viajero que visite las principales ciudades, las islas, algunas ciudades menores y hasta poblados aislados de ese país. Los grupos de investigación en migraciones, muy buenos, consistentes y productivos, no alcanzaron a analizar este fenómeno ocurrido en tan poco tiempo y con tal intensidad. Se hicieron estudios coyunturales o de temas específicos, pero no hubo muchas publicaciones que trataran de desentrañar los motivos, las dinámicas y las consecuencias de este éxodo comparativamente masivo (Roll y Leal Castro, 2010).

Como director del Grupo de investigación de la Universidad Nacional UN-Migraciones y con otros miembros del equipo, en especial María Clara Robayo y Diego Leal, participamos en diversas publicaciones colectivas, foros y una investigación con la Comisión Europea y la OIM sobre temas concretos de esta migración latinoamericana a España. No obstante, era necesario observar el fenómeno desde la distancia y solo fue a partir de 2013 cuando concretamos dos proyectos editoriales que analizaban globalmente ese traslado.

En un primer esfuerzo, el Grupo de investigación UN-Migraciones, adscrito al Grupo de Investigación de Partidos y Coyunturas Internacionales de la Universidad Nacional de Colombia en asocio con la Universidad de Salamanca, la Secretaría General Iberoamericana y la Universidad Católica de Córdoba, publicó en 2013 el —quizá— primer estudio omnicomprensivo sobre este tema, bajo la denominación Claves para comprensión latinoamericana en España.

Un segundo esfuerzo es el presente libro. Respecto a esta publicación que presentamos al público especializado luego de varios años de trabajo, debemos señalar que se planteó inicialmente como una investigación del Grupo tendiente a abordar las siguientes cuestiones acerca de dicha diáspora:

¿Qué sabemos de ella en términos generales?

¿Por qué se fueron tantas personas en tan poco tiempo?

¿Qué incidencia ha tenido este traslado en el bienestar de los migrantes?

¿De qué manera se ha presentado o no un verdadero codesarrollo entre las Naciones expulsoras y el país receptor?

¿Cuán cierto es el actual o eventual retorno masivo?

Cada uno de estos temas desembocó en artículos independientes, hechos a dúo entre el director y cada uno de los investigadores de UN-Migraciones, algunos egresados de la Universidad Nacional y otros provenientes de otras universidades. Se hizo evidente que, a pesar de la pluralidad del Grupo y el buen resultado final, había que superar el enfoque un tanto endogámico de la investigación y aprovechamos la pertenencia de María Clara Robayo tanto a nuestro equipo como al de la Universidad del Rosario, para crear un puente con el prestigioso Centro de Estudios Políticos Internacionales (CEPI) y darle una visión complementaria y aglutinante al resultado logrado.

En este sentido fue muy valioso, en primer lugar, el papel de Juan Esteban Constaín, reconocido escritor y tratadista de asuntos internacionales, a quien se acudió para que presentara el conjunto del trabajo desde una óptica diferente, ajena al proceso mismo de investigación, como magistralmente lo logró en el prólogo que a continuación se ofrece.

Más importante aún fue lograr la participación de Enrique Serrano, nada menos que el autor de La marca de España, el primero de una serie de exitosos libros internacionales publicados por la editorial Planeta, luego de haber ganado el prestigioso concurso literario Juan Rulfo con un tema sobre la cultura hispánica.

Éramos conscientes de que nuestra observación de este fenómeno reciente de interrelación intensa entre latinoamericanos y españoles estaba inscrito en una larga travesía plurigeneracional y cultural de la que era necesario dar cuenta. Supimos además que ello solo podía hacerlo un escritor con credenciales como Enrique Serrano, inscrito en la tradición literaria de Alvaro Mutis (reconocido por él mismo) y en la prosa histórica de Germán Arciniegas, quien además fuera profesor de Relaciones Internacionales y Ciencia Política por más de dos décadas en la Universidad del Rosario.

A las contribuciones tan significativas por parte de estos profesores de la Universidad del Rosario se sumó el trabajo de investigación, redacción y edición de la joven investigadora de la Facultad de Relaciones Internacionales de la misma Universidad, María Clara Robayo y el interés del decano Eduardo Barajas por publicar la obra mediante la prestigiosa editorial de la Universidad, para que decidiéramos que, ante la imposibilidad económica de hacerlo en nuestra propia Universidad, dejáramos de buscar otras opciones editoriales y aceptáramos esta oferta, tras observar que ya se había publicado con éxito un trabajo conjunto con el propio Enrique Serrano.

El documento que aquí presentamos en nombre de UN-Migraciones y el CEPI es el producto de la colaboración entre la universidad pública y la privada. Con él buscamos aportar a los importantes estudios que se hacen en el país sobre el tema migratorio, pero en este caso acerca de un tema que, por las razones mencionadas, no ha sido muy explorado. Este esfuerzo está motivado porque consideramos de singular importancia comprender esta consecuencia del acelerado proceso de globalización en el que están inmersos nuestros ciudadanos latinoamericanos —en particular, andinos y colombianos— y porque estamos seguros de que es un deber de la academia dar alguna luz sobre estos fenómenos complejos de migración, para facilitar una mayor comprensión de los expertos, la orientación de quienes diseñan políticas públicas y también el conocimiento por parte de los connacionales de todos los países involucrados.

David Roll

Profesor Titular

Universidad Nacional

Referencias

Delpino M. A., Roll, D. y Biderbost, P (2013). Claves para la comprensión de la inmigración latinoamericana en España. Córdoba: Universidad Católica.

Roll, D. y Leal Castro, D. (2010). Migración, codesarrollo y capital social. Lineamientos para una estrategia de integración de dos mundos. Colombia Internacional (72), 87-108.

Roll, D. (2007). Guerra fría, cenizas calientes: reportajes a un mundo en cambio. Bogotá: Facultad Ciencia Política y Relaciones Internacionales (CEPI).

 

Prólogo

El tema de las migraciones es uno de los más importantes de nuestro tiempo. Quizá debería serlo de todos los tiempos, si pensamos, como decía Toynbee en su Estudio de la historia, que las grandes culturas de la Antigüedad surgieron básicamente al calor de intensos y desgarrados desplazamientos de seres y valores, de técnicas, de pueblos que iban al acecho de su suerte siempre más allá de un río o un bosque. De eso hablan, por ejemplo, relatos del Mundo Antiguo tan diferentes como el Éxodo del Viejo Testamento y la Anábasis de Jenofonte: de migraciones, de caminos de ida y vuelta. De manera que estamos ante uno de los temas más importantes de cualquier análisis sociológico o histórico, económico o antropológico, político o jurídico, no solo en lo que tiene que ver con nuestra propia época, sino con el destino humano desde, digamos, la revolución neolítica. Pero claro: cualquier reflexión sobre las migraciones en el mundo contemporáneo, implica la comprensión y la asunción de unos factores muy complejos que la deslindan de esa suerte de obsesión arqueológica y filosófica por reconocer que desde que el ser humano es verdaderamente tal, ha estado yendo y viniendo, por aquí y por allá, sin descanso ni domingos. Por supuesto que sí, pero en la Modernidad el fenómeno se puede reseñar mejor, y sus implicaciones también son más evidentes y más profundas, más claras, más “actuales”. Primero, porque hablamos de un proceso histórico en el que, desde el siglo XV, las naciones europeas que salían de la construcción medieval de sus estructuras políticas y materiales, se lanzaron a la conquista del mundo y al establecimiento de varios imperios coloniales que cambiarían las ecuaciones de poder (y las relaciones demográficas) hasta entonces conocidas en toda la tierra. Segundo, porque la transformación económica de las distintas culturas se concibió a partir, precisamente, de esas nuevas realidades que imponía el orden colonial, y ello hizo que la especie humana diera, en los últimos cuatrocientos años, varios saltos exponenciales en su línea evolutiva, en su ritmo de crecimiento. Hablo de lo tecnológico y de lo cultural, sí, pero también de lo demográfico: de los encuentros y desencuentros cada vez más cercanos y más violentos entre varias civilizaciones, y de la manera en que el capitalismo fue tejiendo la tela de araña en el mundo entero hasta llegar a lo que tenemos hoy: la célebre aldea global en la que han variado radicalmente las nociones mismas del tiempo y del espacio, y aun las que tienen que ver con la identidad y las fronteras, con la civilización y la barbarie, con lo propio y con lo ajeno.

Pero era un proceso inevitable, cuyos rasgos se pueden explicar sin remontarse tanto en la historia y hablar del siglo XVII (un siglo clave, quizá el más importante de la Modernidad) o el siglo XVIII. No. Con mencionar apenas un dato frío y aritmético, podemos tener una idea de lo que ha pasado en el mundo en los últimos cien años: en 1906 —tengo aquí un almanaque mundial francés de ese año, de ahí saco la información— el planeta Tierra tenía 1.500 millones de personas, hoy tiene 7.500; China, en ese mismo año tenía 350 millones de almas, hoy tiene 1.330 millones de ellas. Como se ve, la quintuplicación de la población mundial en un poco más de cien años; el crecimiento desmesurado de la especie en un contexto material también bastante particular: el de la revolución tecnológica posterior a la Revolución Industrial, y el del miedo que siguió a la explosión de la bomba atómica en la Segunda Guerra Mundial: ese hongo ardiente, esa sombra, esa espada de Damocles. Y la aparición de la radio, primero, y luego la televisión; y ahora Internet y las redes sociales, y los computadores que ya no son esas viejas máquinas futuristas que aparecían en las series y en las películas de los años sesenta, sino algo mucho más simple y omnipresente: un teléfono, una calculadora, una libreta que se conecta en cualquier parte. Y eso por no hablar del contexto político también, con la Guerra Fría, y el fin de la historia, y el choque de las civilizaciones; pero sobre todo, en él, con un hecho definitorio del que se ocupa este libro que el lector pronto leerá con gran provecho —estoy seguro— y fruición, a saber: la disolución del orden colonial del que hablaba yo antes. Lo que algunos han llamado la “descolonización del mundo”, y otros “la verdadera revolución de nuestro tiempo”. Para nadie es un secreto que durante los siglos de construcción del imperialismo moderno al que he venido refiriéndome en este prólogo que ya amenaza con ser más largo que el texto mismo al que antecede, durante esos siglos se trazó la brecha entre los países ricos y los países pobres, entre el desarrollo y el subdesarrollo, entre las potencias y sus víctimas o beneficiarios. Es más: todas esas categorías, que no son por supuesto objetivas, se definieron allí, y sus acepciones tienen que ver con los valores y los intereses de quienes pusieron en el piso esa vieja línea sobre la que tanto escribieron los griegos: la de la civilización y la barbarie, como decía yo antes. Y ocurrió algo de lo que han hablado muchos sociólogos y muchos economistas, muchos historiadores, mucha gente: que mientras los países ricos alcanzaban unos niveles de opulencia cada vez mayores, los países pobres crecían desbordadamente en el plano de la demografía. Los unos tenían cada vez más recursos, los otros cada vez más gente. Y era lógico que en algún momento se rompiera el recipiente, y que empezara un proceso en el que las fuerzas se fueran transvasando de manera lenta y poderosa. Hubo un caso excepcional que fue el de los exiliados de las guerras europeas, es decir, de gente que huía de países industriales o de viejos imperios en la ruina, para refugiarse en países jóvenes que ofrecían una segunda oportunidad sobre la tierra. Pero fue una excepción, no por copiosa y duradera menos excepcional. De resto se trató de un proceso casi invasivo de pueblos ansiosos y vitales, que atravesaron de cualquier manera (a veces a las buenas, a veces a las malas) las fronteras y los muros que les oponían las sociedades más ricas cuya vida se había convertido en un modelo de bienestar y de desarrollo, y fueron a instalarse en el centro mismo de la “civilización”, así con comillas para enfatizar en lo relativo del concepto, hasta transformarla y adueñarse de ella en pie de igualdad con sus inquilinos ancestrales. Pasó en los Estados Unidos con los llamados “hispanos”; pasó en Francia con los hijos y los nietos de la descolonización; pasó en Inglaterra, pasó hasta en Italia, en Japón y en Australia.

El caso español es sin duda uno de los más interesantes de estudiar, y por eso este libro que coordina el profesor y escritor David Roll es tan pertinente y necesario. A ambas orillas del Atlántico, en las “dos Españas” como se decía en tiempos de los primeros Borbones. Porque hablamos de un viejo imperio que se construyó sobre la primacía de su lengua común, el castellano, y sobre una identidad cultural que siguió vigente aún después de la disolución del imperio mismo. Pero el vigor del mundo hispánico como un capital político excepcional no solo hoy sino hacia el futuro, está en los más de 400 millones de hablantes de la lengua de Cervantes y Rubén Darío, de García Márquez y García Lorca. Y no hay que olvidar que España, aun a pesar de su vocación colonial, fue la única potencia de la Modernidad que no se desarrolló según la lógica “protestante” —quizá esa sea la razón— del capitalismo europeo, y sus estructuras materiales y políticas y económicas y sociales fueron vistas siempre, dentro de la propia Europa, como el símbolo del atraso y el subdesarrollo. Tanto era así, que la Guerra Civil fue una oportunidad, atroz y sangrienta sin duda, para que muchos españoles huyeran de su país parroquial y decimonónico, y buscaran fortuna incluso en las viejas colonias ultramarinas de la corona de Castilla. En los treinta o en los cuarenta los españoles salían de su patria con el estigma de la pobreza y la marginación, y América los acogió generosamente, beneficiándose a su vez de muchos de los más grandes intelectuales y creadores de la época que el franquismo obligó a esconderse más allá del mar. Era famosa una pregunta de aquellos días: “¿Quién perdió la Guerra Civil?”, y la respuesta era una: “España”. “¿Y quién la ganó?”, y la respondía el auditorio: “México y Argentina”. Y fue cierto. Pero algo cambió, muchas cosas. Por un lado, las varias crisis económicas y políticas de los países hispanoamericanos, signados por la deuda externa, la demagogia, la inestabilidad política, la debacle financiera y monetaria, etcétera. Pero también porque España entró exitosamente en un proceso democrático y de transición tras la muerte de Franco, el cual coincidió con la consolidación de uno de los proyectos culturales y económicos más ambiciosos y emocionantes de nuestro tiempo: la Unión Europea. Y entonces vinieron las transferencias de capital hacia Madrid, y las inversiones en infraestructura. Y el Mundial de fútbol, y los Olímpicos; y el auge de Barcelona, y el avance descomunal del País Vasco. Y vino lo que a mi juicio fue el elemento clave en la oleada de inmigrantes latinoamericanos hacia España antes de esta crisis que amenaza con llevársela al diablo. Me refiero a la implantación comunitaria de la moneda única, el euro. Yo vi de muy cerca el proceso italiano, y puedo relatarlo aquí en muy pocas palabras: antes del Euro, Italia era un gran país, un país rico, pero nadie quería irse para allá. ¿Por qué? Pues por una razón muy sencilla: porque la lira era una moneda de nada, y a nadie le convenía ganar en ella. Lo mismo pasaba con la peseta: era tan débil, que aun viajando de Colombia, en los ochenta, uno se sentía rico y con un poder adquisitivo que era propio de los turistas anglosajones en los países atrasados y tercermundistas. Pero el euro invirtió esa ecuación, e hizo que irse a España fuera un buen negocio. Por el juego de las remesas que permite que masas enteras de desheredados en sus países viajen a otros con mejores economías y a realizar los mismos trabajos infrahumanos, pero ganan en una moneda dura que al ser enviada a casa se multiplica y permite un salto exponencial en el nivel de vida de quienes dependen del que se fue.

Estoy simplificando, claro, pero de eso se tratan los prólogos: de simplificar para que el lector, indignado, entre al libro y vea las cosas profundamente. En este caso el rigor en el análisis está garantizado, y David Roll, con todo su equipo —en el que destaco al maestro Enrique Serrano, siempre dueño de una lucidez de otros tiempos—, ha hecho un trabajo revelador e indispensable. Creo que nadie que quiera entender las dinámicas políticas de nuestro mundo, debería quedarse sin leer este libro maravilloso.

Juan Esteban Constaín

GENERALIDADES

Las condiciones socioculturales de la migración de latinoamericanos a España: algunas razones históricas para explicar los encuentros y desencuentros entre los dos mundos

Enrique Serrano{*}

Aunque la migración de latinoamericanos a España tiene ya más de treinta años de significar algo importante en la vida de ambos mundos, este trabajo se centra en las transformaciones socioculturales que han ocurrido desde cuando ha sido posible viajar a España para establecerse allí, y que han servido para reforzar la trascendencia del fenómeno migratorio y consolidar la institucionalización que debe girar alrededor de él. Por consiguiente, se trata de una mirada antropológica y socio-histórica que permita contribuir a explicar el rumbo que este fenómeno ha tomado y las implicaciones que de tal trayectoria sea razonable inferir.

España significa muchas cosas diferentes e incluso contradictorias para los latinoamericanos. La actitud de los migrantes para con ella dista mucho de ser uniforme y sería preciso hacer un análisis específico para cada caso, con miras a desarrollar plenamente las especificidades del fenómeno migratorio país por país y época por época. No obstante, pueden decirse algunas cosas generales sobre el asunto que compete a este trabajo sin necesidad de detenerse demasiado en los detalles que particularizan a cada uno de los múltiples actores de este fenómeno. En últimas, la migración proveniente de la “gran América Latina” ha impactado y afectado a España con una fuerza innegable desde comienzos de la década de los noventa y la han obligado a reaccionar no solo de modo unilateral sino también dentro del espectro de las políticas migratorias de la Unión Europea.

Tales condiciones implican, al menos desde un punto de vista metodológico, la obligación de enumerar las razones socioculturales básicas que establecen el contraste entre las dos regiones y los efectos concomitantes que han tenido en América Latina. La relación de España con sus colonias se rompió a comienzos del siglo XIX, y pasaron muchos años sin que evolucionara de manera ostensible; a finales de ese siglo se registraron los primeros esfuerzos por normalizar las relaciones entre los dos países sin que eso significase todavía nada concreto en materia migratoria. Aunque las relaciones políticas oficiales entre el reino de España y la república de Colombia datan de 1881, año en el que ambas naciones suscribieron el Tratado de Paz y Amistad en París. Este tratado, firmado siete décadas después del grito de independencia, además de establecer las relaciones diplomáticas entre ambos países, fue el inicio del proceso de celebración de otros tratados posteriores para reforzar la naciente relación (Rodríguez, 2006).

A pesar del distanciamiento político y de la precariedad de los medios de contacto entre las dos sociedades, la contigüidad cultural, lingüística y religiosa, los vínculos ancestrales y la cercanía que se deriva de las formas de vida hispánicas jamás desaparecieron, ni mutaron tanto que no hubiese modo de volver a regenerarlas. España y América Latina pudieron recomenzar una relación intensa y muy íntima de manera espontánea y sin necesidad de que los Estados y los Gobiernos marcasen el ritmo de ese reencuentro.

El influjo de la Iglesia y del clero católico fue tan grande que la hispanidad continuó fluyendo como un “río subterráneo”, de manera indirecta, pero permanente, durante el periodo en el que Hispanoamérica siguió siendo un conjunto de sociedades rurales, relativamente aisladas del resto del mundo. Al llegar el siglo XX y ante el avance incontenible de los Estados Unidos —sobre todo en el campo político y económico— la hispanidad se mantuvo discretamente despierta en la vida de ciertas instituciones de la sociedad civil, claramente ligadas con el sector más conservador de la vida latinoamericana. Por el contrario, la Guerra Civil española y el franquismo tuvieron un eco muy profundo en la consolidación de las naciones hispanoamericanas y dejaron huellas visibles en la conformación de las élites académicas, culturales y políticas de una amplísima región compuesta por más de veinte jóvenes naciones.

La transformación de España y su tardía europeización, a pesar de sus múltiples dificultades del pasado y del presente, han incrementado su atractivo como destino migratorio por la alta calidad de vida de la que disfruta hoy, los beneficios sociales que ofrece a su población nativa, su situación política internacional —miembro de la Comunidad Europea y puente entre esta y Latinoamérica y algunos países árabes—, así como su situación económica, con un fuerte crecimiento entre 1975 y 1990, la extraordinaria infraestructura que posee, la cercanía lingüística y cultural y hasta el clima agradable del que hace gala, base de la industria turística (López de Lera, 2005).

Por todo esto, España se ha consolidado como uno de los destinos turísticos más importantes del mundo, una nación dotada de una mayoritaria clase media y una exportadora de inversiones y capitales que ya ha conquistado un buen trozo del mercado subregional. En las últimas décadas, España ha acrecentado dramáticamente su poderío en América Latina y la fuerza de su influjo se hace sentir en las obras públicas, los medios de comunicación, el fuerte sector bancario y financiero, el mundo editorial y el ámbito energético, entre otras muchas esferas de la actividad pública y privada.

El atractivo del que antes gozaban Francia, Alemania o Gran Bretaña ha caído de forma progresiva en manos españolas hasta el punto de que casi nada permanece demasiado lejos de su alcance o completamente al margen de su influencia. Esta España protagónica y expansiva ha endurecido al mismo tiempo los controles migratorios y a partir de febrero de 2002, exige visa para todos los viajeros de nacionalidades latinoamericanas. Del mismo modo, las comunidades migrantes se han visto obligadas a regularizar y formalizar su permanencia en el territorio español, su estatus legal y fiscal, y hasta las ocupaciones y profesiones de las personas que aspiran a vivir o pasar temporadas largas dentro de sus fronteras.

Este fenómeno afectó también a Colombia y modificó de modo irreversible la naturaleza del flujo migratorio: dejó de ser la puerta franca de entrada a Europa para los colombianos, para convertirse en verdadera muralla, para la migración ilegal, el tráfico de drogas y otras prácticas que habían caracterizado y estigmatizado a la colonia colombiana dentro de sus fronteras. Como lo afirma María Clara Robayo (2010), durante la primera década del siglo XXI, la migración espontánea y no planificada que había caracterizado a las comunidades latinoa mericanas en España ha devenido actualmente en un conjunto de comunidades más organizadas, mejor preparadas y dotadas de un perfil más productivo para aportar ventajas mayores y reducir los índices de ilegalidad y marginalidad que les eran propias en tiempos anteriores.

Hispanoamérica y España: una historia contigua y complementaria

Aunque parezca sorprendente, la migración latinoamericana pasó muchas décadas sin fijarse en España como destino preferencial. El carácter cerrado de la dictadura franquista, la masiva emigración española hacia destinos europeos y americanos, las heridas dejadas por la guerra, el fuerte sesgo conservador del Estado y de la normatividad españolas, no solo hacían poco atractiva a España como puerta hacia Europa, sino que evidenciaban la lejanía política y económica que impidió incentivar el proceso migratorio en la dirección peninsular. A pesar de ser tan parecidas, estas sociedades todavía rurales, dotadas de escasa infraestructura y de casi ninguna movilidad efectiva, se ignoraron mutuamente, buscando otras alternativas.

La muerte de Francisco Franco en 1975 y las expectativas generadas por la democracia produjeron un fenómeno de apertura —liderado en esos años por Manuel Fraga y Adolfo Suárez— que permitió integrar a España a la Europa de los años setenta, como destino turístico preferencial, receptor de inversiones europeas y punta de lanza de una eventual expansión atlántica que alcanzó a América del Norte y del Sur y que llamó la atención del norte africano. Comienza así una historia de recepción y asimilación de migrantes que fueron rápidamente involucrados a la sociedad española como trabajadores destinados a llenar los puestos que había creado la naciente economía de servicios. Obreros para la construcción de una infraestructura hotelera gigantesca, empleados en cadenas de hoteles y servicios turísticos, trabajadores del servicio doméstico y posteriormente fueron también sustitutos de los españoles en el sector agrícola para un campo en vías de industrialización.

Esta dinámica extraordinaria favoreció un cambio de proporciones irreversibles que convierte a España en un polo de desarrollo pujante y atractivo:

España comienza una nueva etapa, deja de ser un país rural y la urbanización empieza a crecer de forma acelerada; cambia su relación política y su actitud económica ante el mundo. El despertar tardío del crecimiento económico moderno en España no solo aumento la producción del país, sino que cambió su estructura; el producto industrial pasó a superar definitivamente el producto agrario, logrando así que la industrialización y su consecuente diversificación tuvieran un claro reflejo en el comportamiento de las exportaciones e importaciones durante estos años de expansión (Robayo, 2010, p. 7).

Con particular intensidad, la gestión española para ser recibida en el seno de la Comunidad Económica Europea (CEE) —como se llamaba hasta antes de 1992— animó a migrantes de Europa Oriental y del Norte de Africa a establecerse en el país en tiempos en los que todavía carecía de una infraestructura política y jurídica para recibir grandes contingentes migratorios. Las altas tasas de crecimiento económico de España correspondientes al periodo entre 1997 y 2001 que coincidieron con las crisis económicas que atravesaron países andinos como Colombia, Ecuador y Venezuela en este mismo lapso y el fenómeno del narcotráfico que involucró progresivamente a Colombia y Ecuador en los mercados ilícitos de drogas, empezaron a producir un fenómeno migratorio en el que España fue escogida como la frontera porosa a través de la cual llegar a los mercados y a la sociedad europea.

En estas circunstancias, el nexo que había estado roto durante tanto tiempo se reanudó y los migrantes empezaron a fluir con regularidad, a conformar pequeñas comunidades que aspiraban no solo a un bienestar mayor sino a poder enviar remesas con regularidad a sus familias en América Latina y finalmente a conformar comunidades migratorias que pudieran naturalizarse y recibir los beneficios que el Estado ofrecía para sus ciudadanos. Esta expectativa duró algunos años —por lo menos entre 1985 y 2000— ya que, aunque las legislaciones fuesen muy duras, objeto de muchas críticas, el país no estaba preparado para hacerlas cumplir, ni la exigencia de la Unión Europea para que lo hiciera era muy imperiosa. Tras una primera ola de migración argentina que llegó a España huyendo de la dictadura en la década de los setenta, a finales del siglo XX, iniciaron flujos importantes de migrantes provenientes de Ecuador y Colombia que se establecieron principalmente en las ciudades de Madrid y Barcelona y en las Canarias. Esta migración luego alcanzó las semidespobladas provincias (que necesitaban mano de obra) en las que esta nueva población habría de tener impactos económicos y políticos significativos.

Aunque en el pasado la entrada de extranjeros a España fue insignificante en términos numéricos, según cifras del Ministerio de Empleo y Seguridad Social de España (2011), en la década de los ochenta se produjo un aumento en la intensidad del flujo, que llegó a un máximo de 13.000 entradas; alrededor de 20.000 en 1985 y 50.000 a principios de los años noventa. Esto representa un aumento de 150% del flujo anual registrado en la década anterior. Todos estos movimientos han convertido a España en un receptor de grandes procesos migratorios, puerta de contacto entre Africa y Europa y al mismo tiempo “cabeza de playa” del Viejo Continente, respecto de toda América Latina. La asimilación rápida que ha hecho del fenómeno migratorio y de su nueva condición de enlace de Europa con el mundo, la han convertido en un actor muy importante en el escenario europeo en términos migratorios, como lo fueron Francia y Alemania en los años setenta y ochenta.

Antes de que el fenómeno migratorio fuera transcendental en la vida española, las características principales del mismo en las décadas finales del siglo XX, posteriores a la muerte del general Francisco Franco, eran, aproximadamente, las siguientes:

  1. Los mayores atractivos de España como destino elegido fueron, por una parte, el compartir —al menos parcialmente— la lengua y la cultura y el hecho jurídico de que no se exigiese una visa para entrar, permanecer y trabajar en territorio español.
  2. La informalidad de la vida del migrante latinoamericano solía ser muy alta, razón por la que estuvo ligada al tráfico de drogas, la prostitución, las apuestas y juegos de azar, con lo cual la estabilidad laboral y hasta la seguridad personal de la mayor parte de ellos se veía comprometida. Por ello, un gran número de migrantes fue deportado o fue a parar a la cárcel —aunque la mera condición de migrante indocumentado no fuese considerada todavía un delito—.
  3. Los “sudacas” estuvieron largo tiempo al margen de toda posibilidad de ocupación de primer o incluso alto nivel, y muy lejos de las prerrogativas de la clase media española, sin una verdadera movilidad social, ni organización suficiente como para ser asimilados como colonias dignas de tal condición.
  4. Si bien no existió un rechazo institucional manifiesto hacia los migrantes latinoamericanos, ni la sociedad española ni el Estado hicieron mucho más que intentar establecer controles o limitar la acción de los migrantes, de manera que no pudieran regresar a sus países de origen sin haber perdido los beneficios que hubieran podido adquirir durante los años de su estadía. Esto explica el hecho de que muy pocos fueran propietarios de bienes inmuebles o que hubieran sido beneficiarios de crédito hipotecario para establecerse de manera completa y vitalicia en España.

Según López de Lera (2005) la reciente migración extranjera, desde el punto de vista económico y de procedencia, puede clasificarse en:

  1. Migración europea: compuesta por empresarios, directores y técnicos y por personas mayores, retiradas de una vida activa.
  2. Migración latinoamericana: profesionales y trabajadores manuales del sur.
  3. Migración del norte de Africa: trabajadores menos cualificados.

Aunque los trabajadores que llegaron al país ibérico en esta primera fase no tenían cualificación especial comenzaron a acceder rápidamente a ella y se volvieron indispensables en muchos frentes, mientras los propios ciudadanos españoles ascendían masivamente a las clases medias y se dotaban de la educación superior que no habían poseído en generaciones anteriores. En este sentido puede decirse que los migrantes brindaron una oportunidad histórica a la nación para cualificarse y mejorar su inserción en el entorno europeo altamente profesionalizado y además, cumplieron el papel de catalizador de mano de obra y de tecnologías intermedias que España requería para reconvertir su economía y lanzarse a la reconquista del mundo transatlántico.

Las embajadas y consulados españoles en América Latina empezaron a enfrentar el problema de un muy activo flujo de doble vía que no solo tenía que ver con solicitud de permisos de trabajo y de estudio para latinoamericanos, sino también con el ingreso de empresas españolas de gran tamaño e influencia en casi todos los sectores importantes de la actividad económica regional. La desregulación de los años noventa, la privatización de muchas empresas públicas y la necesidad urgente de créditos y gestión financiera para proyectos de la región, brindaron a los españoles la oportunidad de adquirir empresas y participar en negocios de punta en una región de la que apenas sabían algo y que de repente se revelaba como el área de influencia más amplia y productiva en la que España pudiera hacer una labor meritoria de expansión comercial y financiera.

Dada la dinámica de esta relación, los gobiernos españoles de los noventa no tardaron en comprender que América Latina podría llegar a ser un socio estratégico en la consolidación de áreas de influencia en el marco de la Unión Europea, si los fenómenos migratorios lograban regularizarse y se combatían todos los peligros propios de un intercambio desordenado e informal.

Los tratados de doble nacionalidad que se suscribieron en 1979 van en esta dirección: intentan establecer criterios de reciprocidad y complementariedad entre las naciones latinoamericanas y España. Cualquier tipo de medida adicional que tenga como objetivo seleccionar población joven, bien educada y productiva, favorece a España también en términos demográficos y contribuye a crear una política que cohesione en el largo plazo a las comunidades migrantes e involucre a los diversos actores públicos y privados en la consecución de objetivos comunes y planeados bajo el principio de la corresponsabilidad.

Debido a que el fenómeno migratorio se desarrolla de forma espontánea y bajo conductos regulados por el Estado y otros irregulares, se dificulta la obtención y el procesamiento de cifras y datos exactos, en términos cualitativos y cuantitativos. La migración de latinoamericanos hacia España no se ha mantenido ajena a este problema; sin embargo, después del gran flujo —entre finales de los noventa y comienzos del 2000— han aparecido cada vez más estudios y analistas especializados en el tema. Es así como se conoce que actualmente los migrantes en España proceden de un gran número de países y que las colonias ecuatoriana y colombiana son las más numerosas provenientes de América Latina. Entre los factores que podrían explicar el aumento de estos colectivos, se destaca el impacto de las regularizaciones que ocurrieron en los años 2000 y 2001 (“regularización por arraigo”), que permitió que muchos latinoamericanos que estaban en España de manera irregular obtuviesen con carácter preferencial el permiso de residencia y/o trabajo para permanecer en España (Garay y Medina, 2005). De hecho, 52% de las solicitudes aprobadas corresponden solo a dos nacionalidades latinoamericanas: Ecuador y Colombia; los marroquíes registran 13,3% del total de resoluciones favorables (Martínez, 2003).

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El caso colombiano muestra cómo ha cambiado el espectro migratorio. Colombia fue un país caracterizado por una moderada movilidad migratoria internacional. Según cifras del Banco de Datos de la Investigación de la Migración Internacional en Latinoamérica (IMILA), para el año 2000, la población colombiana censada en países extranjeros se concentraba principalmente en Venezuela con 604.691 nacionales, Estados Unidos con 509.872 y España con 174.405. Sin embargo, según el Censo de 2005, entre 2000 y 2005 se produjo una importante ola migratoria: más de la mitad de las personas que migraron en la década de los noventa lo hicieron durante estos cinco años. Esto contribuyó a que España se constituyera el primer destino, al atraer 29,1% de los emigrantes y se convirtiera en el principal emisor de remesas, con lo que dejó en segundo lugar al histórico líder de los noventa, Estados unidos, que a comienzos del siglo XXI atrajo 27% de los migrantes colombianos, y en tercer y cuarto lugar quedaron Venezuela y Ecuador, con 17,3% y 4,4%, respectivamente.

Una condición particular de esta nueva migración de latinoamericanos a España es el alto grado de feminización; el caso colombiano no escapa a esta característica, ya que 51% de los migrantes son mujeres (Garay y Medina, 2005). En efecto, el espectro de la migración colombiana sufrió uno de tantos cambios inesperados: cuando las colombianas jóvenes comenzaron a encontrar trabajo, las mujeres cabezas de familia empezaron a llegar para establecerse en empleos del sector servicios y tuvieron nuevos hijos en España o consiguieron la reunificación con sus hijos latinoamericanos, lo cual provocó un cambio estructural en la manera de relacionarse con las comunidades migrantes y generó mayores compromisos para el Estado español. En las etapas transcurridas desde entonces, el tema migratorio ha entrado necesariamente en la agenda bilateral española con respecto a casi cualquier país de la región y con ello ha modificado la naturaleza misma de la política exterior de España hacia América Latina. Esta transformación sociológica también ha implicado una modificación en la naturaleza del intercambio comercial, en virtud del incremento de la importancia de las remesas para la mayor parte de los países de la región y un uso generalizado del euro como alternativa de divisas frente al dólar.

La espontaneidad migratoria en sus primeras fases motivó desconfianzas y recelos —muchos justificados— en unos y otros, pero ha alcanzado progresivamente un nivel de institucionalización y regularización que ha procurado controlar los flujos migratorios internacionales. Sin embargo, la magnitud y las características particulares del fenómeno, sumadas al impacto que han tenido las redes sociales y migratorias, ha generado que el fenómeno desborde las políticas e iniciativas estatales y ha ocasionado múltiples efectos y desafíos a ambos lados del Atlántico.

La estructura de las sociedades hispanoamericanas reproduce parte de la sociedad española, sus defectos y contradicciones también revisten características similares: ambas sociedades fueron renuentes a alcanzar una industrialización temprana, ya que la tierra constituía en ellas el valor fundamental; sociedades estamentales y fuertemente jerarquizadas dieron mucho poder a unas élites pequeñas y mal preparadas que cometieron muchos abusos y se interesaron poco por las metas propias del desarrollo social. Por tanto, la desigualdad y la inestabilidad las condujeron por el camino de la experimentación jurídica y política, las guerras civiles y la alternancia de anarquías con gobiernos militares muy despóticos. Todas estas sociedades llegaron al siglo XX sin las garantías de una inserción pacífica o de una prosperidad democrática duradera.

Tales “defectos de origen” explican que España y sus excolonias hayan presentado condiciones tan precarias para su entrada a la modernidad y su relativo aislamiento como consecuencia del atraso que dichas características provocaron. La débil industrialización, la ruralidad y las dos guerras mundiales, así como la conformación del oscuro escenario de la Guerra Fría, impidieron el contacto profundo y el reencuentro entre España y sus antiguas colonias, hasta tiempos muy recientes. El incremento de la autonomía económica y el desarrollo político social de América Latina también han favorecido que España vea en ellas un escenario esperanzador de alianzas y de asociación provechosa. Además de los colombianos y ecuatorianos, argentinos y brasileños —y de manera creciente los venezolanos— han engrosado y diversificado las colonias latinoamericanas en España y ya no solo en Madrid y Barcelona, como ocurrió en los últimos años del siglo XX, sino también en todas las regiones españolas importantes, incluyendo a numerosas zonas rurales e insulares (ver mapa 1).

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En el último lustro —2007 a 2012—, las condiciones internas de orden económico y político han vuelto a desmejorar sustancialmente en España, en especial la dramática tasa de desempleo, que según cifras del Instituto Nacional de Estadística (INE) es de 23%. Dicho deterioro ha desestimulado el crecimiento del fenómeno migratorio y afectado, al menos en pequeña medida, el envío de remesas a los países de origen de los migrantes. No obstante, el carácter coyuntural de la crisis actual y las muchas posibilidades de recuperación que existen, hacen pensar que la migración seguirá siendo considerable en la historia española durante la primera mitad del siglo XXI, porque las tasas de crecimiento de la población nativa son muy bajas, la carga pensional muy alta y la economía española tiene una necesidad urgente de aumentar de modo continuo el tamaño de la población económicamente activa. En medio de estos avatares propios de la crisis económica, el tema migratorio ha adquirido una mayor importancia política y ha habido un incremento relativo de la polarización que sobre esta materia se viviera durante los años del gobierno de Aznar (1996-1994).

La paradoja poblacional española consiste en que mientras más y mejor se asimile un flujo controlado de población migrante, mejores posibilidades tendrá el país de remontar la crisis y volver por la senda del crecimiento, que es lo que necesita garantizar con urgencia. Por el contrario, expulsar migrantes y perseguirlos sin obtener a cambio nueva inversión y vitalidad económica, pueden ser la vía de la perpetuación del fracaso que caracterizó al gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero (2004-2011). Lo único que resulta claro del análisis de la evolución de este fenómeno, es que para España las migraciones han resultado definitivas para consolidarse dentro del escenario europeo y soportar los embates de una crisis estructural que afecta a toda Europa y que está muy lejos todavía de haber sido conjurada.

Conclusiones

Estos elementos —y algunos otros complementarios no tratados en este artículo—