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Una obra para la historia: homenaje a Germán Colmenares / Diana Bonnett Vélez, editora académica. – Bogotá: Editorial Universidad del Rosario, Escuela de Ciencias Humanas, 2015.

xxvi, 182 páginas. – (Colección Textos de Ciencias Humanas, Liber amicorum)

Incluye referencias bibliográficas.

 

ISBN: 978-958-738-676-9 (impreso)

ISBN: 978-958-738-677-6 (digital)

 

Colmenares, Germán, 1938-1990 – Crítica e interpretación / Historiadores – Colombia – Crítica e interpretación / Historiografía / I. Bonnett Vélez, Diana / II. Universidad del Rosario. Escuela de Ciencias Humanas / III. Serie / IV. Título original

 

907.2 SCDD 20

 

Catalogación en la fuente – Universidad del Rosario. Biblioteca

 

jda Octubre 27 de 2015

Hecho el depósito legal que marca el Decreto 460 de 1995

 

Una obra para la historia:

homenaje a Germán Colmenares

 

 

 

 

Diana Bonnett Vélez

—Editora académica—

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Colección Textos de Ciencias Humanas

 

©  Editorial Universidad del Rosario

©  Universidad del Rosario, Escuela de Ciencias Humanas

©  Diana Bonnett Vélez, Adriana María Alzate Echeverri,
Luis Miguel Córdoba Ochoa, Óscar Almario García, Adolfo Meisel Roca, Germán Rodrigo Mejía Pavony,
Pablo Rodríguez Jiménez, Gregorio Saldarriaga E.

 

 

 

 

 

Editorial Universidad del Rosario

Carrera 7 n.º 12B-41, of. 501 • Tel: 2970200 Ext. 3112

editorial.urosario.edu.co

Primera edición: Bogotá, D.C., noviembre de 2015

 

 

ISBN: 978-958-738-676-9 (impreso)

ISBN: 978-958-738-677-6 (digital)

 

 

Coordinación editorial: Editorial Universidad del Rosario

Corrección de estilo: Leonardo Múnera Villamil

Diseño de cubierta y diagramación: Precolombi EU-David Reyes

Desarrollo ePub: Lápiz Blanco S.A.S

 

Impreso y hecho en Colombia

Printed and made in Colombia

 

 

Fecha de evaluación: 24 de mayo de 2015

Fecha de aceptación: 23 de septiembre de 2015

 

Todos los derechos reservados. Esta obra no puede ser reproducida sin el permiso previo escrito de la Editorial Universidad del Rosario

Introducción

 

Diana Bonnett Vélez

 

Profesora asociada del Departamento de Historia de la Universidad de los Andes. Agradezco a Fabián Bonnett por la lectura del trabajo y las recomendaciones que hizo.

 

 

 

 

Proponer un libro de homenaje también tiene su historia. Entre la Unidad de Patrimonio Cultural e Histórico y los profesores del programa de historia de la Universidad del Rosario brotó la idea de ofrecer un libro conmemorativo de Germán Colmenares, en el que participaran aquellos que hubiesen sido estudiantes, conocedores y admiradores de su obra. Es este libro conmemorativo el que hoy presentamos, en el que se recuerda la contribución académica del historiador colombiano y rememora —a los 25 años de su temprana muerte— la incansable labor de aquel docente e investigador de la historia colonial y nacional.1

Frente a la idea inicial, un grupo de decididos y entusiastas historiadores colombianos, adscritos a diferentes instituciones y ubicados en distintos lugares de Colombia, aceptaron la convocatoria. Se les impuso el reto de elaborar un texto sobre su propio interés académico, pero con una sola exigencia: en sus investigaciones debía hacerse evidente el aporte de Germán Colmenares a la historiografía nacional, siendo conscientes de lo que implica el término aporte: volver sobre el conjunto de bienes ofrecidos y entregados a los lectores en su obra.

Con este libro se pretende establecer una línea de cercanía con el tipo de historia profesado por Colmenares en los terrenos de lo social y lo económico, la teoría de la historia y también la historia del derecho. El texto que hoy entregamos se abre a algunos de los temas referidos en su obra completa, como sus preocupaciones por lo que llamamos etnohistoria, la historia regional, la relación hacienda-minería, los procesos sociales y la esclavitud, todo ello estudiado en los ámbitos rurales y urbanos en los que Colmenares incursionó. Este no es, pues, en estricto sentido, un texto sobre la obra o la persona de Germán Colmenares, sino una expresión de lo que los historiadores hemos aprendido —o discutido, o confrontado, o decimos saber— de sus propuestas teóricas, ideas, técnicas, metodologías y conocimientos en historia.2

En el momento de la convocatoria, Juan Felipe Córdoba y Adriana Alzate Echeverri, ambos historiadores y adscritos a la universidad anfitriona, plantearon la necesidad de que fuese recordado desde la Historia, disciplina a la que dedicó los mejores años de su vida. De allí surgió el título Una obra para la historia, con el que se quiere recordar la fuerza y la permanencia de sus ideas en el transcurso de varias generaciones —aquellas de las que él fue su profesor y también de las de historiadores que se han formado después de su muerte.

Convocar a los historiadores, tras 25 años de la desaparición de Germán Colmenares, para que participaran en este proyecto, como lo señaló sensatamente Renán Silva en el 2007, no tiene que ver ni “con el culto de los muertos” ni con “alentar una ‘veneración supersticiosa’ por una persona”.3 Se trata, ante todo, de un acto de admiración y de respeto por un historiador que en su momento —apoyado de cerca por Jaime Jaramillo Uribe, sus colegas y sus alumnos— marcó los derroteros de una historia trabajada con el rigor que supone la búsqueda de la información pertinente desde las huellas y retazos que ofrece el archivo; además, con la capacidad para conectar, entrecruzar y componer laboriosamente esta información, para dar la imagen del conjunto. Comprender esa historia y anudarla desde las formas vigentes de pensar y producir historia, en el momento de su escritura, fue la labor de Colmenares.

A esta obra de homenaje le anteceden muchas otras, muy valiosos trabajos colectivos e individuales efectuados poco después de su deceso y en el transcurrir de los últimos 25 años. Algunos de estos escritos tuvieron su motivación en la amistad y el colegaje que, por supuesto, incluía el reconocimiento intelectual hacia Germán Colmenares. Las más recientes publicaciones pertenecen a jóvenes historiadores que, aunque no lo conocieron directamente, aprecian su obra y su trabajo.4 Como este libro no es el primero en conmemorar su vida y su trabajo, quien escribe ha estudiado y aprendido de Colmenares, como otros muchos historiadores, a través de su obra sobre la Colonia y la historia del siglo XIX, pero también a partir de las semblanzas y los estudios realizados. Al preparar esta introducción, descubrí rasgos de su obra que nunca había observado, y leyendo los textos de mis colegas revalué algunas de mis propias apreciaciones; por ello también se hace difícil decir algo nuevo, pues se ha avanzado mucho en la presentación del historiador. Quisiera destacar varios aspectos sobre tales trabajos más adelante.

En los siguientes párrafos me referiré de distintas maneras a Germán Colmenares. Comenzaré preguntándome quién fue él, pero no desde su biografía individual, sino como parte de sus condiciones sociales e históricas. Y también trataré de responder lo siguiente: ¿cuáles fueron sus redes y alianzas académicas? ¿Su obra se inscribe en algún marco epistémico, o en eso que suele llamarse paradigma? ¿Cuál fue la relación entre continuidad y cambio en sus escritos? Finalmente, me referiré a los principales rasgos de los trabajos que acompañan esta publicación.

Nacido en Bogotá, Germán Colmenares es el prototipo de los pocos intelectuales de los años sesenta que parecieron apostar por las ciencias sociales en Colombia. Él y otros “profesionales de la historia” —si así se pueden llamar— se formaron en el sistema universitario público nacional y estimularon y trabajaron por consolidar la disciplina. Lo hicieron primero como alumnos y también como docentes universitarios; consiguieron apoyos internacionales para formar las primeras organizaciones no gubernamentales (ONG) y para hacer estudios de doctorado en reconocidas universidades de Europa y los Estados Unidos; participaron en la creación de las primeras instituciones oficiales que organizaron la ciencia y la tecnología en estos contextos. En este sentido, se podría decir que Colmenares vivió los años dorados de las Ciencias Sociales en América Latina, ya que para entonces poderosas instituciones internacionales apoyaban sus estudios y sus investigaciones. Con el correr de los años, estas condiciones han cambiado mucho viniéndose a menos por razones que no son de la competencia de este escrito.

En el párrafo anterior, en líneas gruesas, se ha presentado el recorrido de su carrera académica; sin embargo, frente a otros perfiles profesionales, el de Colmenares señala algunas excepciones. De una parte, nuestro homenajeado tuvo la suerte de cursar más de una carrera académica, algo poco común en ese momento, pues la mayoría de las profesiones se pensaban como únicas y para desempeñar por el resto de la vida. A ese factor se sumó otro ingrediente importante: de forma paralela, Colmenares estudió en la Universidad del Rosario y en la Universidad Nacional, lo que le llevó a experimentar y conocer internamente dos sistemas universitarios, el público y el privado. De su formación como abogado rosarista provienen varias de sus investigaciones históricas, en tanto que la comprensión de lo jurídico enriqueció su mirada sobre las fluctuaciones del pasado, particularmente sobre el concepto de verdad, que obsesionó durante tanto tiempo a los historiadores.5 Pero fue la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional la que lo introdujo en los estudios históricos en tiempos de Jaime Jaramillo Uribe.6 Esta fue una circunstancia muy favorable en su formación, pues el ambiente y las condiciones del momento contribuyeron a su desarrollo intelectual. En ese contexto cobra fuerza lo que dijo ya enfermo a sus amigos, y que nos transmite Jorge Orlando Melo: “Hemos hecho juntos muchas cosas que van a quedar: esa es la única manera de crear espíritu”.7

Otro rasgo que caracteriza a Germán Colmenares tiene que ver con sus estudios en Chile. Solo ocasionalmente los profesionales de los años setenta hicieron sus estudios de posgrado en América Latina, fenómeno intensificado en la actualidad. Nuevamente, Colmenares constituye una excepción, pues a fines de esa década viajó al Cono Sur, al Centro de Investigaciones de Historia ­Americana, de la Universidad de Chile, donde hizo sus primeros estudios de posgrado.8 Posteriormente, fue a la Universidad de París, donde se doctoró. Todas estas circunstancias le propusieron modos distintos de examinar la disciplina histórica. Como estudiante y profesor vio las ciencias sociales desde diferentes aristas; conoció diversos sistemas universitarios, distintas escuelas de historia: en Francia, Inglaterra, Estados Unidos y América Latina, lo que contribuyó a que desde un lugar privilegiado observara los diferentes ambientes universitarios y las variadas formas de hacer Historia.

Ejerció su trabajo como profesor universitario en el país, fundamentalmente en la Universidad del Valle. Allí llegó, dice su colega y amigo Hernán Lozano, como “resultado de un complejo de factores accidentales”.9 En esa universidad contribuyó en la formación de una prolífica generación de historiadores, que posteriormente se ubicaron en la docencia y en la investigación en distintas universidades y ciudades del país. También en Bogotá, en la Universidad de los Andes, tuvo su epicentro de vida laboral por espacios más bien breves (1965-1966 y 1968-1970) y, como señala Lozano, en la ciudad de Bogotá “quería sin duda culminar su carrera” cuando la muerte lo sorprendió.

Profesional e intelectual a la vez, Colmenares fue un trabajador incansable. Esta afirmación nace al revisar el conjunto de su obra escrita y por lo que sus colegas observan acerca de su dedicación y compromiso con la docencia. Jorge Orlando Melo se refiere a él como “un historiador profesional: dedicó toda su energía, durante casi treinta años, a investigar, enseñar y escribir acerca de la historia de Colombia. Su mundo fue la universidad, con sus conflictos frustrantes y su espacio abierto para el pensamiento y la creación”.10

Además de un profesional de la historia, Margarita Garrido lo define por sus “cortas y sugestivas irrupciones en la crítica literaria, de cine y de arte”, lo que nos llevaría a calificarlo como intelectual.11 Incursionó desde muy joven en las revistas y los periódicos. Fue buen conversador y tuvo firmes posiciones frente a la política latinoamericana y nacional, lo que hace que Fernando Garavito lo califique como “independiente”.12 En términos generales, no deja de sorprender que sus escritos sean leídos por expertos, pero también contribuyó con otros más sencillos o accesibles para los neófitos en la materia.13

De los rasgos anteriores, merece destacarse su posición crítica y de “independencia” frente a la política partidista nacional. Cabe preguntarse cómo un intelectual nacido en 1938 pudo sustraerse a la participación activa en cualquiera de las orillas de los movimientos y partidos políticos, en un país tan polarizado como Colombia. Lo hizo, no por desconocimiento, sino por convicción y porque prefirió actuar desde otros escenarios. Sus experiencias en Chile a fines de la década de los sesenta lo tuvieron al tanto de la teoría de la dependencia y de las posiciones “cepalinas” en América Latina; en Francia, por esos mismos años, vivió las condiciones de la universidad, a través de Mayo del 68. En su país conoció a profundidad el conflicto y los avatares de la política partidista. Su decisión de ser independiente no debió ser fácil y tuvo que causarle conflictos y enemistades, pero a la vez nos hace presumir que para un historiador con posiciones claramente políticas, como Germán Colmenares, el hecho de no dejarse influir por la participación activa en la política partidista fue la plataforma para generar una vasta obra, permanecer en la universidad pública y dedicarse en gran medida a estudiar ese tipo de historia que se ha llamado colonial. En esta última, encontraría la matriz de algunos de los procesos de los siglos XIX y XX. Como conclusión y desde esta perspectiva, Colmenares se hizo a sí mismo; su éxito como profesional fue el resultado de sus propios méritos.

En los años en que produjo su obra, persistían marcadas posiciones frente a la narrativa histórica y campeaban juntos el estructuralismo marxista y las formas narrativas propias del positivismo; era un país con poca trayectoria en esta disciplina. Ciertamente, fue difícil romper con estos tipos de comprensión de la tarea histórica, pero, junto con otros historiadores de la época, Germán Colmenares llevó la Historia por nuevos caminos. En sus primeras obras —y me refiero especialmente a Las haciendas de los jesuitas en el Nuevo Reino de Granada, producto de una beca otorgada por la Universidad de Chile entre 1967 y 1968, y a Historia Económica y Social de Colombia 1537-1717—,14 se observa un trabajo detallado, minucioso, paciente y concienzudo, en el que se proponen tesis, se conjugan factores económicos, sociales y políticos, y en el que el autor va mucho más allá de lo que la fuente indica; es decir, da lugar a la interpretación, cruza información y obtiene conexiones.15 En ambos textos el aparato crítico es abundante; para algunos podría resultar excesivo. Todo en su obra está documentado, relacionado, detallado; la bibliografía es copiosa y hace referencia a los más conocidos americanistas y colombianistas.

En sus obras se entrevé cómo, desde los inicios de su carrera y como resultado de sus estudios fuera del país, forjó contactos y alianzas académicas con algunos historiadores en varios puntos cardinales: Rolando Mellafe y Álvaro Jara, en Chile; Jean Meyer, en México; Fernand Braudel, Pierre Chaunu, Pierre Vilar, Ruggiero Romano y Frédéric Mauro, en Francia; Marcelo Carmagnani y Magnus Mörner, en otros espacios europeos; y en los Estados Unidos, John Phelan y Woodrow Borah. A través de estas alianzas, se empezó a difundir la historia de Colombia y sus trabajos lograron reconocimiento fuera del país. Internamente, con compañeros de trabajo y algunos de los que fueron sus alumnos, creó vínculos de amistad y de colegaje. Se le recuerda no solo como el impartidor de cátedra en la Universidad, sino como el conversador informal y jovial en las charlas de cafetería.16

Cuando Colmenares escribió la introducción a la tercera edición de lo que se ha llamado la Primera parte de la historia económica y social de Colombia, manifestó la necesidad de establecer semejanzas y diferencias con los fenómenos que sucedían en otros espacios coloniales; estaba persuadido de que “ciertos fenómenos indican, por ejemplo, la similitud de los problemas de las colonias españolas”, pero también de la importancia que supone conocer la existencia de “un desfase cronológico que debe tenerse en cuenta para comprender la evolución propia de cada una de las colonias”.17 Con estas palabras se refiere particularmente a México. Esta reflexión, que a primera vista parece una sencilla observación, modificaba la forma de comprender la historia colonial en los años setenta del siglo XX. De una parte, rompía con la costumbre de generalizar los resultados de algunos procesos históricos, de aprender la historia a partir del estudio de las instituciones y de tener en cuenta los focos de poder colonial, México y Perú, como los ejemplos de donde se aprehendían directamente las circunstancias históricas de las zonas “periféricas” del dominio español; por otro lado, nos llevó a pensar que la historia debe contemplar las diferencias entre los hechos y la norma, y que el oficio del historiador más bien se encarga de comprender las distintas circunstancias y de encontrar las semejanzas y las diferencias de lo que fue el proceso de colonización entre el Río Grande hasta el Cono Sur durante más de tres siglos.

En sus obras, Colmenares alienta cambios sustanciales en la metodología y en la forma de abordar teóricamente la historia. Esto se observa en la forma tan precisa para concebir los espacios, en el estudio de las relaciones de los distintos agentes de la historia y en el establecimiento de sus relaciones con otros lugares coloniales. Su obra solo se puede comprender enmarcada en el contexto historiográfico del momento, y es precisamente por estas circunstancias que se entienden los énfasis de sus escritos al insertarse, como lo señala Iván Marín, “entre la historia ‘econométrica’, muy propia de la década de los setenta, y de la influencia marxista de aquellos años”. Estas circunstancias lo inclinaron, señala Marín, “más de lo necesario, o indebidamente a mirar los aspectos productivos y económicos de la Colonia”.18 No obstante los excesos que estas corrientes marcaron en sus trabajos, lo cierto es que Colmenares expuso y abrió el debate sobre problemas históricos espinosos, difícilmente tratados y de trascendencia para la historia de Colombia, como los referentes a la diversidad, las regiones, las castas, los esclavos, la guerra y la desigualdad.

En cuanto al método, como señala Jorge Orlando Melo al referirse a la generación de historiadores de los años sesenta del siglo XX, nuestro autor fue ejemplo de los dos estímulos que el primero propone: su familiarización con los “mejores modelos históricos del momento” y con “las técnicas del trabajo documental”19. Estas dos particularidades lo definen y lo conducen a un impecable trabajo de archivo, del que se deriva la prolijidad de su obra. Es desde esta metodología del archivo escrito con la que teje e hila sus diferentes trabajos; sus problemas proceden de lo que el archivo le ofrece y a la vez de lo que la historiografía del momento le propone. Me atrevería a señalar esta como la gran diferencia metodológica con las actuales generaciones, cuyos planteamientos anteceden a los problemas que los archivos presentan, o porque prefieren examinar otro tipo de fuentes, dejando a medio camino la comprensión de problemas fundamentales de la historia del país.20 Sin embargo, algunos rasgos de una historia en transición siguieron presentes en su obra: títulos muy denotativos, periodos enmarcados en acontecimientos políticos convencionales y un manejo del tiempo condicionado por las centurias.

Si se quisiera escudriñar en su identidad teórica, el léxico y el manejo de los conceptos usados por Colmenares nos habla de un investigador que adoptó ciertos términos habituales desde el momento en el que escribe —como feudalismo, formación económica, clase social—, pero que se mantuvo alejado de una única posición ideológica, bien fuese marxista, cliometrista o estructuralista.

Con referencia al proyecto de historia que se propone, la idea que deja su obra es que su disciplina y dedicación lo llevaron al conocimiento de la gran variedad de teorías del momento, lo que le permitió una elaborada lectura de los problemas históricos. El conocimiento teórico definió sus propias posiciones y dotó su obra de elementos conceptuales de carácter variado. El aparato teórico que define todo su trabajo lo identifica como un historiador preocupado profundamente por el entorno social; teoría y realidad social podrían señalar un binomio que permea la obra de Colmenares. Y, paradójicamente, como historiador colonial no será sino hasta su obra sobre el siglo XIX, Las convenciones contra la cultura, cuando se expresa en términos de lo que después Aníbal Quijano y Walter Mignolo llamarían “la colonialidad del poder y del saber”.21

Para Margarita Garrido, “desde mediados de los años ochenta su trabajo (el de Germán Colmenares) se inscribió en un nuevo horizonte”,22 que lamentablemente quedó truncado por su muerte prematura. Las convenciones contra la cultura es la obra que mejor apunta hacia este nuevo horizonte; su subtítulo “Ensayos sobre historiografía hispanoamericana del siglo XIX” describe sus intenciones.23 Aunque no suena muy bien la idea de que a Colmenares se le nombre un historiador de la “periferia” y que tenga que imitar una posición eurocéntrica, lo cierto es que él se internó en una forma diferente de hacer historia a la profesada regularmente; por ello su preocupación fue desentrañar las condiciones intelectuales en que se produjo la historiografía de ese siglo.24

La compilación que hoy ofrecemos inicia con el trabajo de Germán Mejía Pavoni, quien se pregunta sobre el significado y el contenido en la obra de Germán Colmenares de la expresión “prisión historiográfica”. Para Mejía, dicha expresión está vinculada con ese momento de transición que acabamos de esbozar, en el que Colmenares escribe, por un lado, el artículo “La Historia de la Revolución, por José Manuel Restrepo: una prisión historiográfica”,25 en el que apela a esa locución, y por otro Las convenciones contra la cultura, en el que consolida su pensamiento al respecto. Para Germán Mejía, ambos escritos poseen la misma intención epistemológica, por lo que se propone examinar el significado de “prisión historiográfica” en el mismo Colmenares y en las dimensiones que adquiere ese concepto tanto dentro como fuera de nuestras fronteras. En tal sentido, acude a los argumentos de dos de las alumnas más caras al maestro Colmenares: Beatriz Patiño y Margarita Garrido, y al uso que otros historiadores hacen de la expresión, como Clément Thibaud, Francisco Ortega y Sergio Mejía.

Por su parte, Óscar Almario García define a Germán Colmenares como “parte de una generación intelectual que en el país, y durante un periodo ­histórico muy agitado en el mundo, optó por el proyecto del conocimiento académico e institucionalizado de la realidad social”. Almario califica a Colmenares como clásico de la historia colombiana y latinoamericana, de la misma manera —recuerda— que cuando en la Universidad del Valle su maestro lo hizo con José Carlos Mariátegui. Por ello titula su artículo “Germán Colmenares: ‘clásico’ de la historiografía colombiana”. Los lineamientos que usó en aquel momento para describir a Mariátegui y las enseñanzas del maestro para “evitar la apología” volvieron a su memoria. Su escrito, después de 25 años, termina con un tono optimista ante los avances de una historia analítica e integradora de diferentes realidades, pero también con un llamado de atención a los historiadores sobre los graves peligros que corremos con los nuevos criterios de medición, el afán de la productividad, los resultados de la globalización y el riesgo de perder el espíritu crítico que imperó en otros momentos.

Desde otro punto de vista, acercándonos a la investigación histórica en “Una grande máquina de agravios: Los oficiales reales y el comercio ilícito de esclavos y de mercancías en Cartagena en las primeras décadas del siglo XVII”, el historiador Luis Miguel Córdoba Ochoa explora el entramado de actores, espacios y circunstancias en que se produce la defraudación de la Real Corona en los reinos de Ultramar y particularmente en el Nuevo Reino. Su investigación se hace en torno al auge minero, los ciclos del oro, la estructura fiscal y la importación de esclavos —aspectos todos de interés central en la obra de Germán Colmenares—. El autor parte del recorrido de los esclavos desde la Casa de Contratación hasta los puertos de Cartagena y Portobelo, y de allí al interior del Nuevo Reino; en sentido inverso, examina el camino del oro sin quintar para mostrarnos los procedimientos de los que se valió la maquinaria española en todos sus niveles para impedir los procesos judiciales y la supervisión de las cargas de esclavos, y así coordinar los fraudes. El artículo ofrece una amplia muestra de la debilidad de la Corona para impartir justicia y de los riesgos que se pagaban hasta con la vida, que implicaban incluso no actuar dentro de esta cadena de ilícitos. La información se obtiene en una amplia selección de fuentes del Archivo General de Indias.

En el artículo “Los autos de fe de Cartagena de Indias: espacios ceremoniales de poder y castigo”, Pablo Rodríguez se vincula a la obra de Germán Colmenares al querer comprender el castigo y la pena capital en el Antiguo Régimen, y estudia el significado social de los actos públicos que se producían alrededor de este evento. Para Rodríguez, las expresiones colectivas de los autos de fe eran espacios excepcionales revestidos de un gran simbolismo y preparados con mucha antelación, que recubrían dentro del poder inquisitorial un significado pedagógico hacia el temor y la búsqueda del perdón. El artículo aborda más de un siglo, de 1614 a 1717, periodo del que quedan evidencias de doce autos generales y cuarenta y cuatro autillos o autos particulares. Mediante un estudio de caso, el auto llevado a cabo en 1626, Rodríguez detalla los pasos del ceremonial, desde su preparación, las invitaciones a las autoridades y estamentos, hasta la culminación de la ceremonia. Detalla la importancia de los espacios como la plaza mayor, el gran tablado y los escenarios, y de los ceremoniales, como las procesiones solemnes y los actos públicos de expiación de culpas de los reos, dentro de ese gran teatro público de salvación.

En “La ley y el orden social: fundamento profano y fundamento divino”, Colmenares dice: “Durante la época colonial, los delitos mismos y su frecuencia son reveladores de la naturaleza íntima de esta sociedad, de sus temores, de sus tabúes, de las posibilidades y, sobre todo, de las limitaciones que encontraba la expansión de la individualidad”.26 Esta es la línea directa que Adriana Alzate Echeverri traza en su artículo y desde sus intereses investigativos con la obra de Colmenares. En “El escandaloso delito de matarse. Proceso criminal contra el esclavo Ambrosio Mosquera. Nuevo Reino de Granada (1775)”, Alzate se refiere al “homicidio de sí mismo” a través de las circunstancias de un esclavo criollo que en Popayán se quitó la vida ante la amenaza de ser remitido a las minas del Chocó. El homicidio de sí mismo, como lo llama la autora y como se denomina en la época, era penalizado para dar ejemplo y prevenir que se repitiera el acto. El artículo, casi único en su género, se aproxima al delito “infame” de quitarse la vida, a la “mancha del pecado” que afectaba la descendencia del “suicida” y al “castigo” que sufría el cuerpo muerto. El secuestro de los bienes, en este caso de un esclavo, era una de las formas de redención de su descendencia. La historiadora penetra en los orígenes de su ama Bartolomea Arboleda, del esclavo Ambrosio junto con su parentela, y del significado que adquiere el irse a trabajar a las minas del Chocó en ese momento.

“El trigo en el Nuevo Reino de Granada, siglos XVI y XVII: imposición y establecimiento de un eje alimentario entre las poblaciones indígenas” es el título con el que Gregorio Saldarriaga rinde homenaje, pues el trigo como alimento, como tributo y como elemento de producción y consumo en la Colonia está emparentado con las primeras obras de Colmenares; y nos lo hace notar por medio de los aspectos metodológicos y estructurales que componen su artículo con trabajos como “Encomienda y población en la provincia de Pamplona, 1549-1650”, “Historia económica y social de Colombia” y “La provincia de Tunja en el Nuevo Reino de Granada”.27 Saldarriaga logra, a través de las visitas de la tierra, establecer la proporción de su abundancia y sus formas de consumo, para, más allá de lo material, ponderar el carácter simbólico que existe detrás del trigo y el maíz como “marcadores identitarios muy fuertes” en la sociedad colonial. Este artículo nos enfrenta a aspectos importantes dentro de la cultura alimentaria, como son la apropiación del cultivo de trigo, las formas de trabajo, las prácticas agrícolas, la cultura material de la producción y las particularidades en las dietas alimentarias de las comunidades indígenas.

La fecundidad de la obra de Colmenares impide decir abiertamente que su muerte temprana dejó una deuda con la historiografía del siglo XIX. No obstante, hay que decir que su producción sobre la Nueva Granada colonial fue más vasta que aquella sobre el siglo XIX. Como lo señala el artículo de Adolfo Meisel Roca, “el historiador Germán Colmenares resaltó la relevancia de la historia cuantitativa y de la reconstrucción de las cifras económicas utilizando fuentes primarias poco exploradas”, a la vez que fue “muy cuidadoso en el análisis y utilización de esas cifras”. Colmenares, continúa Meisel Roca, “enfatizó la necesidad de tener en cuenta los órdenes de magnitud y la adecuada contextualización de estos”. Teniendo en cuenta aquellos preceptos, el libro se cierra con el artículo “La tierra, el ingreso y la riqueza en la Nueva Granada en 1846”. Acorde con dichas ideas y con la importancia que tales objetos de estudio tuvieron para Colmenares, Adolfo Meisel se propone estudiar, a través de la producción del sector primario —agricultura, desarrollo pecuario e industria—, las condiciones económicas del periodo cercano a la mitad del siglo XIX, durante el gobierno de Tomás Cipriano de Mosquera. Para lograrlo, el autor cuenta con una fuente privilegiada e inédita, el Censo Económico Nacional, en el que se recopilaron las cifras de producción y una especie de catálogo acerca de la riqueza material de todo el territorio nacional. De acuerdo con los estimados del PIB de 1846, Meisel reconstruye la economía, los cambios de la industria textil de la época y los efectos de reformas como la prohibición del tráfico de esclavos, la libertad para sus hijos y la manumisión gradual de los esclavos nacidos antes de la República. El artículo termina con cuatro resultados que confrontan y debaten lo que dice parte de la historia económica sobre la época.

Todos estos artículos expresan muy bien lo que significa la obra de Germán Colmenares para quienes fueron sus estudiantes, para quienes conocen su trabajo académico y para quienes admiran su obra. Manifiestan la vitalidad que mantiene el conjunto de problemas que planteó en sus escritos hace ya más de 25 años, cuando desapareció. En los desafíos de su trabajo y en el reconocimiento de nuestro pasado, la obra de Germán Colmenares constituye un reto para quienes profesamos la disciplina de la historia. Sea esta la oportunidad para rememorar su trabajo y rendirle un sentido homenaje.

 

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Vargas Álvarez, Sebastián, “La nación y su historia. América Latina, siglo XIX”, Memoria y Sociedad, vol. 16, n.º 32, 2012, pp. 96-99.

Vásquez, Néstor Raúl, “Neoliberalismo y apertura económica en Colombia, 20 años después”, Apuntes académicos de economía. Consultado el 11 de agosto de 2015 en http://apuntesacademicoseconomia.blogspot.com/.

Vélez, Juan Carlos, “Observaciones sobre historia de la revolución de Colombia en la América meridional de José Manuel Restrepo”, Historia y Espacio, n.º40, 2013, pp. 29-48.

La prisión historiográfica.
Un concepto relevante de Germán Colmenares

 

Germán Rodrigo Mejía Pavony

Doctor en Historia. Profesor de la Universidad Javeriana. Área de estudio: Historia Urbana. Correo electrónico: gmejia@javeriana.edu.co

 

 

 

 

 

Esta es una verdadera cárcel historiográfica que ha cerrado los caminos de la investigación a la infinitud de los hechos sociales.

Germán Colmenares

 

El asunto

La prisión historiográfica, como expresión, apareció inicialmente en el conocido artículo de Germán Colmenares “La Historia de la Revolución por José Manuel Restrepo: una prisión historiográfica”, publicado en el libro colectivo que el Instituto Colombiano de Cultura editó en 1986 bajo el título La Independencia: ensayos de historia social.28 Vale la pena anotar, sin embargo, que una versión inicial fue publicada un año antes en la Revista de Extensión Cultural de la Universidad Nacional, sede Medellín.29 De esta manera, a partir de dichos textos, la idea de una prisión historiográfica se convirtió en un enunciado fecundo para los ­historiadores, pues con ella se ha dado lugar a críticas que permiten tomar distancia de algunos modos de “explicar” el pasado.

La expresión fue rápidamente acogida por otros historiadores. Esta no solo se siguió utilizando en los estudios sobre nuestra independencia de España, en particular en la abundante bibliografía a que dio lugar la conmemoración del bicentenario de 1810, sino que comenzó a emplearse en otros ámbitos historiográficos, unas veces literal y en otras metafóricamente, para afirmar la necesidad de superar anquilosados arquetipos explicativos o de criticar rigurosamente algunos lugares de enunciación en materia histórica y aún de las ciencias sociales. Estos dos usos de la expresión se hicieron así comunes y, por ello, no es difícil encontrar la idea de Colmenares de una “prisión historiográfica”, ya sea como expresión o como concepto, en una cada vez mayor cantidad de textos históricos.

El éxito de la expresión de Colmenares radica, creemos, en que la acuñó cuando hizo suya la preocupación por el historiador, su oficio y sus productos, que comenzaban a aparecer un poco por todas partes. A mediados del decenio de 1980, estaba ya agotada la suficiencia autorreferente de la historiografía marxista de “manual”; aunque todavía combativa, la historiografía academicista dejó de ser el lugar consagrado para la reproducción de una memoria común, esto es, el relato de la nación; las humanidades y las ciencias sociales estaban activas en las universidades, pero profundamente intoxicadas por una crítica al colonialismo intelectual que resultaba contradictoria con la dócil aceptación de escuelas de pensamiento europeas y norteamericanas, sin olvidar el consumo de los varios “giros” que pusieron en cuestión las seguridades epistemológicas arduamente construidas en occidente desde comienzos del siglo XX; y, finalmente, aunque la historia social, convertida en la nueva historia de Colombia, estaba en un momento de gran producción, ya evidenciaba la rigidez temática e interpretativa que le imponía el estructuralismo propio de dicha corriente historiográfica.