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A través de esta colección se ofrece un canal de difusión para las investigaciones que se elaboran al interior de las universidades e instituciones públicas del país, partiendo de la convicción de que dicho quehacer intelectual sólo está completo y tiene razón de ser cuando se comparten sus resultados con la comunidad. El conocimiento como fin último no tiene sentido, su razón es hacer mejor la vida de las comunidades y del país en general, contribuyendo a que haya un intercambio de ideas que ayude a construir una sociedad informada y madura, mediante la discusión de las ideas en la que tengan cabida todos los ciudadanos, es decir utilizando los espacios públicos.

Con la colección Pública Social se busca darle visibilidad a trabajos elaborados entorno a las problemáticas sociales de un país multicultural conformado por un sinmúmero de realidades que la mayoría de los mexicanos no saben que existen para ponerlos en la palestra de la discusión.

Otros libros de esta colección

 

1 ¿Quién gobierna Quintana Roo?

Estudio de una élite política local

Tania Libertad Camal-Cheluja

ISBN: 978 607 7588 90 0

 

2 Patrimonio ambiental y conocimiento local.

Geografía de los actores sociales

María Estela Orozco Hernández (coordinadora)

ISBN: 978 607 7588 89 4

 

3 El turismo en el Caribe Mexicano.

Génesis, evolución y crisis

Rafael I. Romero Mayo

ISBN: 978 607 8348 11 4

 

4 Los sobrevivientes del desierto.

Producción y estrategias de vida entre los ejidatarios de la Costa de Hermosillo, Sonora, (1932-2010)

Emma Paulina Pérez López

ISBN: 978 607 8348 34 3

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La Cátedra Interinstitucional Arturo Warman que premió este trabajo está constituida por:

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Primera edición agosto 2014

De la presente edición:

D. R. © 2014, Emma Paulina Pérez López.

 

© Bonilla Artigas Editores

Cerro Tres Marías número 354

Col. Campestre Churubusco, C. P. 04200

México, D. F.

editorial@libreriabonilla.com.mx

www.libreriabonilla.com.mx

Tel. (52 55) 55 44 73 40/

 

Cátedra Interinstitucional Arturo Warman, 4a. edición

Programa Universitario México, Nación Multicultural

Río Magdalena No. 100. Col. La Otra Banda.

Delegación Álvaro Obregón.

C.P. 01090 México, D. F.

 

Centro de Investigación en Alimentación y Desarrollo, A. C.

Carretera a La Victoria km 0.6 C.P. 83304,

Hermosillo, Sonora, México.

Teléfono: + 52 (662) 289-24-00

 

Coord. editorial: Bonilla Artigas Editores

Diseño editorial: Saúl Marcos Castillejos

Diseño de portada: Teresita Love

Fotografía de la autora: Leonardo Martínez Pérez, Ernesto Camou Healy y Ernesto Camou Araiza

Los derechos exclusivos de la edición quedan reservados para todos los países de habla hispana. Prohibida la reproducción parcial o total, por cualquier medio conocido o por conocerse, sin el consentimiento por escrito de su legítimo titular de derechos.

 

ISBN edición en papel: 978-607-8348-34-3

ISBN edición ePub: 978-607-8348-47-3

 

Hecho en México

Contenido

Agradecimientos

Introducción

La Costa de Hermosillo y el desarrollo modernizador

La privatización de la tierra y el agua

¿Una oportunidad para la producción campesina ejidal?: de los nuevos repartos de tierras, el deterioro ambiental y la demanda de fuerza de trabajo

Interrogantes para la investigación

Contenido de los capítulos

Método de trabajo

El campesino, su producción y sus estrategias de vida: de viejos y nuevos debates teóricos

La producción campesina en los viejos debates

La racionalidad intrínseca de la economía doméstica

La forma de producción campesina como parte integral del sistema capitalista

Los nuevos debates y la “exclusión” del campesino-productor

La “subordinación-excluyente” y la marginación de los campesinos como productores: las tendencias dominantes

La transformación del mundo rural latinoamericano: ¿una nueva ruralidad?

Sobre la capacidad de respuesta campesina.

“Estrategias de sobrevivencia” y “estrategias de vida rural”

La teoría del “actor social” y sus limitaciones

Los primeros ejidatarios de la Costa de Hermosillo: su marginación temprana como productores y sus estrategias de vida (1932-1948)

Los repartos cardenistas en Sonora y el desarrollo de un proyecto agrícola basado en la gran propiedad

El reparto precario de tierras ejidales y el dominio de la propiedad privada sobre la tierra y el agua

Orígenes de los primeros solicitantes de tierras ejidales

Las familias campesinas en los primeros poblados: sus estrategias de vida, su producción diversa y la variedad de su dieta

La fundación de los primeros ejidos: una forma de legalizar las parcelas propias frente al dominio de la propiedad privada

Irrigación y modernización agrícola: su impacto en la producción y en la vida de los ejidos costeros (1944-1964)

El estímulo a la producción agrícola, las obras de irrigación y el bloqueo a la propiedad social: un repaso al contexto

La construcción de la presa Abelardo L. Rodríguez y la perforación de pozos profundos

El impacto de la presa en la producción y en la vida de los ejidos: una mirada al otro lado de la cortina

Ejidatarios sobrevivientes: estrategias para su incorporación al mercado de trabajo regional y su diversificación económica

Las demandas de los ejidatarios por el abasto de agua: resistencias de excepción frente a la marginación productiva

La formación de nuevos ejidos frente a la crisis agrícola y modernizadora. Un balance(1964-1994)

De la crisis agrícola en los sesenta, a las modificaciones de la Ley Agraria en los noventa: “el ejido” en el contexto nacional

Sobre la crisis agrícola en los años sesenta y los costos de la modernización como camino al desarrollo

Las movilizaciones campesinas y la respuesta del Estado: los años de Echeverría y López Portillo

Un viraje radical: la aplicación de políticas neoliberales durante los sexenios de Miguel de la Madrid y Carlos Salinas de Gortari

La crisis modernizadora en Sonora y en la Costa de Hermosillo: panorama regional en torno al reparto de tierras ejidales

La privatización de la tierra y el agua

La falta de diversificación agrícola

Una agricultura costosa: dependencia tecnológica y alza en los costos de producción

La vulnerabilidad frente al mercado internacional

La sobreexplotación de los recursos naturales

¿Nuevos ejidos en tiempos de crisis?: entre las carencias de los jornaleros migrantes y las urgencias de los empresarios agrícolas

De las emergencias del Estado y las presiones para un nuevo reparto agrario

El reparto de tierras ejidales y la carencia de agua

Entre la producción y la sobrevivencia: los ejidatarios al término del siglo XX e inicio del XXI

Un recuento de las estrategias ejidales y algunas experiencias agrícolas

Los ejidos leñeros y carboneros: “si no fuera por la leña y el carbón... ¿cómo nos hubiéramos sostenido?”

Los ejidos ganaderos: “tener ganado... es como tener familia”

Criar becerros en el desierto: una lucha por la sobrevivencia en viejos y nuevos ejidos

Los esfuerzos familiares para formar un hato

Alimentar y sostener al ganado

El manejo del ganado: “observo y apunto...

La ordeña y la venta de leche y queso: el ingreso cotidiano

La comercialización y venta del becerro: el ingreso anual

Más allá del trabajo familiar: acuerdos de apoyo y ayuda mutua entre compañeros, y otros arreglos con ganaderos privados

La cría de otros animales: chivas, borregos, “cochis” y gallinas

El trabajo asalariado: “...seguimos con los patrones”

Balance y conclusiones

Bibliografía

Índice de cuadros

Índice de mapas

Índice de imágenes

Anexo: Lista de entrevistas

Sobre la autora

Agradecimientos

Durante los años ochenta y noventa tuve la oportunidad de estudiar –junto con algunos compañeros del Centro de Investigación en Alimentación y Desarrollo, A. C. (CIAD) y de El Colegio de Sonora (COLSON)– las condiciones de vida y de trabajo de las familias campesinas de la zonas serrana y de somontano del estado de Sonora, en el noroeste de México. Ya avanzada la década de los noventa, poco conocía la problemática de los habitantes del medio rural en las llanuras semidesérticas, tierras bajas colindantes con el litoral del Pacífico. Sin embargo, como buen habitante de esta región, en numerosas ocasiones había atravesado las llanuras costeras por carretera desde la capital sonorense, Hermosillo, hasta llegar a Kino Nuevo para disfrutar como cualquier vacacionista las bellas playas del Mar de Cortés, además de visitar el poblado de Kino Viejo en busca de un buen pescado fresco, una machaca de manta raya o una buena pieza de artesanía local, como las tradicionales figuras elaboradas con la madera dura del tronco del palofierro, árbol propio de la región.

Las tierras del litoral sonorense –llanuras y valles– se han distinguido a nivel nacional por ser el asiento de varios distritos de riego donde hace más de medio siglo se impulsó un ambicioso proyecto de expansión y modernización agrícola. En trabajos previos de investigación, el estudio de estas regiones no lo consideramos prioritario porque su propósito fue profundizar en el conocimiento de la problemática social y económica de los habitantes del medio rural sonorense menos conocido, es decir, el de las zonas escarpadas que estuvieron al margen de las grandes obras de irrigación y de la agricultura comercial. Sin embargo, siempre estuvo el pendiente de comparar la situación de los habitantes de la sierra y somontano por una parte, con la de los que se asentaron en las llanuras costeras y los valles, por la otra.

En 1996 al fin tuve la posibilidad de avanzar en ese sentido. El entusiasmo de quienes fueron mis compañeros de trabajo en el Departamento de Estudios Sociales del Sistema Alimentario (DESSA) del CIAD cuando me propuse entrar por primera ocasión a hacer investigación en el distrito de riego de la Costa de Hermosillo, siempre se los voy a agradecer. A la vieja usanza y apostando a los grandes beneficios del trabajo colectivo –y menos a la competencia individual hoy sobre valorada– hicimos en equipo un primer recorrido por las carreteras, las calles, las terracerías y hasta donde se desdibujan los caminos entre arena, sahuaros y pitahayas a lo largo de esta vasta extensión de 200 000 hectáreas que abarcan las llamadas llanuras semidesérticas de la Costa de Hermosillo. Gracias por su apoyo y compañía en aquel recorrido a Shoko Doode , a quien hoy extrañamos; a Gloria Cañez, mi brazo derecho durante varios años y en la primera etapa de este esfuerzo; a Elsa Romo compañera de trabajo y de buenos recuerdos durante nuestras andanzas por la sierra; a Ernesto Camou, compañero de siempre, y a quien fue nuestra guía de lujo Maren von der Borch, colega de la Universidad de Sonora y “pionera” de los estudios sobre la Costa de Hermosillo. También se lo agradezco al resto de los compañeros del DESSA, quienes en varias ocasiones me escucharon y me ayudaron a reflexionar: gracias a María del Carmen Hernández, a Araceli Andablo y a Rebeca Noriega; también a Antonio Ulloa “El Tico”, quien algunas veces me ayudó compartiendo el manejo del vehículo en el cual nos trasladábamos a la Costa. Conté, además, con el interés por mi trabajo de Noemí Bañuelos, a quien doy las gracias por sus aportaciones “biológicas”. Por sus diversos apoyos desde la Dirección de Desarrollo Regional del CIAD, agradezco a quienes estuvieron en diferentes etapas a la cabeza: Pablo Wong, primero, y posteriormente, María del Carmen Hernández, Cristina Taddei y Sergio Sandoval. A este último debo todo el apoyo y solidaridad para lograr la publicación de la versión final del presente trabajo. En la Dirección General del CIAD fueron siempre importantes las gestiones de Inocencio Higuera y Alfonso Gardea para contar con el financiamiento que hizo posible la primera parte del trabajo en campo de esta investigación.

Después de varios recorridos por las llanuras y gracias a la lectura de trabajos previos quedé convencida de la compleja problemática de la Costa de Hermosillo, buen ejemplo de la diversidad de conflictos que aquejan al campo mexicano; en este caso desde la crisis productiva - ambiental de la agricultura industrial y el poder de las grandes empresas transnacionales, hasta la desigualdad social y la pobreza en la que viven miles de jornaleros migrantes y locales. Sin embargo, tomé la decisión de centrarme fundamentalmente en el estudio de la problemática productiva y social de los habitantes de los ejidos, una de las menos conocidas dentro del distrito de riego y en sus alrededores. De entrada esto parecía un atrevimiento porque si algo fue importante en el proceso de modernización agrícola que se impulsó en la Costa, fue la privatización de la tierra y el agua; se creía que este proceso había imposibilitado la expansión de la propiedad social ejidal. Sin embargo, gracias a los compañeros de las oficinas estatales de la Procuraduría Agraria, en especial a José María Gamboa y a su equipo de visitadoras en los ejidos –quienes en los años noventa estaban promoviendo el Programa de Certificación Ejidal– pude confirmar que formalmente se consideraban ejidos costeros una lista de28, a pesar de ser marginales en cuanto a la propiedad de la tierra de riego. Esto me dio el aliento necesario para considerar que valía la pena el esfuerzo de conocer, escuchar, entender y dialogar con quienes han sido sus beneficiarios.

Por otra parte, en El Colegio de Sonora tuve la oportunidad de tener varios encuentros con distintos colegas que estaban trabajando en la misma región, en torno a problemáticas diversas, gracias a la invitación de José Luis Moreno, investigador que encabezaba el grupo y reconocido por su profundo conocimiento en torno al uso, aprovechamiento y sobreexplotación del agua en el semidesierto. También en ese seminario participó José María Martínez quien por vivencias familiares y por sus investigaciones es referencia obligada cuando se trata de hablar de los colonos de la Costa de Hermosillo. Como antiguo e inquieto compañero de trabajo, le agradezco el haberme retado a mostrar que la existencia de los ejidos costeros y la participación de los ejidatarios en la producción agropecuaria, no eran producto de mi imaginación.

También en aquellos años conté con el apoyo de Leonardo Martínez, fotógrafo, quien elaboró un excelente registro de las distintas actividades que han hecho posible el sustento de los habitantes en los ejidos. Gracias Leo. Queda pendiente una exposición del material en alguno de los museos o centros culturales locales para socializar este esfuerzo.

Entre 1996 y 2003 se cumplió la primera etapa de esta investigación y también terminó mi colaboración con el CIAD. Sin embargo, había aún mucho por hacer: la buena disposición de los ejidatarios y sus familias en todos los ejidos costeros para ayudarme a entender sus propósitos, sus historias de vida, sus estrategias para seguir adelante, había sido tal, que tenía una gran deuda con ellos; por lo menos, la de intentar enriquecer la historia de la Costa de Hermosillo dando a conocer la importancia del papel que han jugado estos campesinos-jornaleros y sus familias, y hacia adelante, la de apoyar sus esfuerzos en la búsqueda de una “vida buena”.

En el camino había sido importante recuperar visiones y experiencias diversas: las de los fundadores y herederos de los ejidos, de sus familias, de las autoridades ejidales, de algunos funcionarios locales y personal de distintos programas sociales de apoyo al campo, de los maestros, de las trabajadoras sociales, de los comerciantes y de algunos agricultores. Agradezco las facilidades que me brindaron las autoridades ejidales de todos los ejidos así como a los ejidatarios de diferentes generaciones, sus esposas y sus hijos, igual que los pequeños comerciantes, los avecindados y los andantes de los caminos que nos dieron algunas veces auxilio. En especial agradezco su confianza al transmitirme sus vivencias y las de los suyos a: Esperanza Bazán, Benigno Rivera y Manuel Beltrán en El Triunfo; a los Félix y Salvador Rangel en la Yesca; a Jorge Durazo y su esposa en Las Placitas; a Ramón Amparano, José Molina, Manuela Aldae y Severiano Huerta en La Habana 1 y 2 ; a Aurelio Matus y Juanita de Molina e hijos en San Luis; a los Acuña, los Chocoza , los Yañez y diversos ejidatarios del ejido Cruz Gálvez, quienes apoyaron directamente el trabajo de mi compañera Gloria Cañez. También a Ramón A. Santa Cruz, Cirilo Zañudo y Faustino Félix en La Peaña, así como al supervisor de la tierras arrendadas en ese ejido; a José González en la Peañita; a Federico Bojórquez en El Veinte; a Mario Soberanes y los habitantes de Nuevo Suaqui; a los habitantes de San Juan y El Pinito; a Martín Contreras, María Ruiz y Concepción Bojorquez en el ejido Viva México; a Esperanza Buitimea y Carmen Laris en San Juanico; y a los habitantes de Playa Colorada. En el ejido Salvador Alvarado tuve numerosos apoyos como los del maestro de primaria Manuel Pérez y de ejidatarios como Rogelio Izaguirre, Benjamín Yebra, sus padres Adolfo y Sara, y su esposa Yolanda (Yoli), Cirila Ruiz, Manuel Díaz y su esposa Elena, don “Chuy“ Valenzuela y su esposa Bertha, Luis Miranda, Hortensia Andrade y todas las mujeres que con gusto se reunieron para colaborar conmigo gracias a la convocatoria de Yoli. Otros apoyos importantes fueron los de: Manuel Vázquez y su esposa en el ejido Hermanos Serdán; Miguel Munguía y habitantes de Suaqui de La Candelaria; Pablo Sánchez, Enrique Félix y comerciantes del ejido Carrillo Marcor; los ejidatarios del Cardonal y Tres Pueblos; los Dessens del 23 de Octubre; Joaquín Jacobo Cruz del Francisco Arispuro; Ariel Acosta, Apolonio Ornelas y esposa, y doña Lolita y familia en el Avila Camacho; los ejidatarios del Yaquis Desterrados y Puerto Arturo; José Luis Osuna y familia en el Guayparín y San Carlos; en El Crucero el “El Pío” López Corella,; los Leyva en Los Pocitos y Guadalupe Ramírez en el basurón del Palo Verde. Igualmente gracias a los supervisores de las granjas Copechi y Kino –Portex, al encargado del campo El Electrón y a los propietarios del campo agrícola María del Carmen–. Además, me fue muy útil la información de Elsa Gutiérrez visitadora de la Procuraduría Agraria acerca de todos los ejidos y en particular del Vicente Guerrero, el Narciso Mendoza y el Benito Juárez.

Para realizar la segunda etapa del presente trabajo, de 2007 a 2011, fue María Tarrío, desde el posgrado de Desarrollo Rural de la Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco quien me animó a ingresar al programa doctoral, lo que para mi significó estar de regreso en casa. Trabajar nuevamente bajo su dirección –al igual que hace 25 años cuando fui estudiante de la primera generación de la maestría en el mismo postgrado– fue repetir el privilegio. Gracias Mari por los consejos, la buena mesa, la hospitalidad y los regaños. Todo valió la pena.

El apoyo, las críticas y la presencia física de mis tutores en la presentación de mis avances fue para mi fundamental. Gracias a Michelle Chauvet de la UAM-Azcapotzalco y a José Luis Moreno de El Colegio de Sonora por dedicarme un tiempo en sus apretadas agendas y por recorrer largas distancias en la ciudad y en el país para estar conmigo. Sus observaciones siempre me ayudaron a aclarar mis ideas y a mejorar mi trabajo. También, por aceptar la revisión del último manuscrito estoy en deuda con Arturo León, quien sin duda nos hace falta, y con Miguel Meza.

Mi reencuentro, o en cierto casos primer encuentro, con los docentes del Posgrado en Desarrollo Rural de la UAM y sus cuestionamientos a mi trabajo fue todo un reto. Les agradezco a ellos y a mis compañeros de la cuarta generación del doctorado su enriquecedora mirada sobre mi trabajo, desde fuera y desde el centro-sur del país, desde la preocupación por los “sujetos” y los “actores”, la “autonomía” y la “ciudadanía”, los “territorios” y sus recursos naturales, la “comunalidad”, el “género”, los “derechos” de los pueblos, las “organizaciones”, los “jóvenes”, los “productores” y toda la diversidad de conceptos y enfoques con los cuales intentamos dibujar la compleja problemática que constituye el medio rural mexicano actual, y tratamos de encontrar caminos para afianzar nuestros compromisos con sus habitantes. Las miradas diversas me ayudaron a confirmarme en este esfuerzo y a no perder en el debate una de mis preocupaciones centrales: dar a conocer la existencia, persistencia y resistencia de cientos de familias rurales que acá en el noroeste del país –lejos de las tierras que los vieron nacer– llevan varias décadas luchando por su sobrevivencia y siguen en pleno siglo XXI en la búsqueda de un futuro mejor como productores.

Gracias a quienes coordinaron los seminarios, a los conferencistas y también a mis compañeros por sus observaciones puntuales a partir de la lectura de mis avances, así como por todas las ideas que recibimos en conjunto los estudiantes en torno a nuestros trabajos, durante los dos primeros años que mes a mes nos encontramos en las aulas de la UAM y en los encuentros eventuales de los dos años posteriores. En especial, a los docentes que nos acompañaron y nos guiaron en los debates colectivos: Carlos Rodríguez, Gisela Espinosa, María Tarrío, Sonia Comboni, Armando Bartra, Roberto Diego, Yolanda Massieu, Michelle Chauvet, Miguel Meza, Antonio Paoli, Gisela Landázuri, Arturo León y Carlos Cortés. A Gisela Espinosa y a Carlos Rodríguez también les agradezco sus extraordinarios esfuerzos para apoyarnos durante sus gestiones a cargo de la Dirección del Posgrado. También el apoyo del personal administrativo y en especial el de Gudelia Espinosa –Gude– fue fundamental para ponernos al tanto de nuestras responsabilidades. Por su colaboración en el proceso de inscripción y en asegurar una buena comunicación cibernética entre los compañeros de la generación siempre fue valiosa la ayuda de mi compañera de doctorado: Rosa Isela Beltrán. Gracias Rosita por tu solidaridad, en especial con quienes estábamos lejos.

Una experiencia imprevista muy grata para mi fue apoyar, hasta donde me fue posible, a los compañeros de la generación décimo cuarta de la maestría del mismo posgrado quienes realizaron un viaje de trabajo por Sonora en mayo de 2010, bajo la tutela de Carlos Rodríguez, Arturo León y Carlos Cortés. Ojalá con esa visita se haga una tradición la presencia de la UAM en tierras norteñas y surjan numerosos proyectos de colaboración futura. Al fin, las distancias hoy parecen más cortas que en tiempos del Padre Kino.

Durante la segunda etapa de este trabajo conté con el apoyo de Vicky Gómez compañera investigadora quien colaboró conmigo en una nueva fase de generación de información en campo y de análisis de los expedientes agrarios ejidales. Su trabajo y compañía, aunque por unos meses, fueron para mi esenciales. Creo que Vicky también disfrutó trabajar con los ejidatarios y sus familias; los consideró “mexicanos muy accesibles” a diferencia del pueblo seri (comcáac), originario de la región, con quien ha tenido una amplia convivencia y cuya larga historia de exterminio lo hace más precavido y receloso en su trato con los extraños.

En la ciudad de México, también fue para mi fundamental el apoyo de Andrea Martínez: asistente excelente para la consulta de los documentos ejidales en los Archivos Agrarios, la búsqueda, recopilación y reproducción de variados materiales, la estructuración conjunta de las presentaciones visuales de los avances, la incorporación de correcciones a las distintas versiones de este manuscrito, y la realización de todo tipo de trámites que no siempre fue fácil para mí realizar desde el norte. Mil gracias a Andrea y también a su madre, Susana, siempre que la acompañó. También en la capital conté con el apoyo, el consejo y la crítica de Luis Aboites en El Colegio de México, a quien agradezco su interés de muchos años ya en mi trabajo.

Mis estancias en el D.F. hubieran sido imposibles sin la hospitalidad de la familia Pérez Sánchez: mil gracias a Iliana, Joaquín, Santiago, Kori y a la señora Mari por el hospedaje, la alimentación, los aventones, las pláticas matutinas y nocturnas, las ayudas cibernéticas y todos los apapachos. Por muchos años ya, uno de mis refugios en la capital ha sido la casa de los Christen Lozoya: Caro, Pepe y Camilo, gracias por su amistad y por todos los apoyos que me han dado a mi y a los míos sin los cuales no hubiera podido lograr este esfuerzo. Aquí el agradecimiento se extiende a Doña Elenita –a quien también extrañamos– Mariana, Lucy, Pablo, Flor, Vero y otros que rondan por ahí.

Por último, gracias a las amigas y amigos que en el último tiempo de encierro me reanimaron con sus visitas en miércoles, domingo o cuando hubiera un buen pretexto: a Juanita Meléndez, Gloria Cañez, Memo Hernández, Beatriz Medina, Elba Noriega, Chema Gamboa. También a quienes de cuando en cuando se animaron a aceptar algunas invitaciones: Cristina Taddei, Alvaro Bracamontes, Maren von der Borch, Alfonso Mendoza, Ariane Baroni y a todos los que llegaron a probar en casa los experimentos del “chef”. Tengo que agradecer también a Pedro de Velasco quien nos dejó la sana costumbre de animarnos en estos esfuerzos entre los amigos, con visitas a media semana, festejos colectivos –mínimo en los cumpleaños– y cuando no sea posible reunirse, cumplir con lo pendiente. Me queda una deuda con quienes me aguantaron muy, pero muy de cerca: Jimena, Paulina y Ernesto, tendremos que discutir cómo saldarla.

San Pedro El Saucito, Sonora. Mayo, 2011 y Junio, 2013